2/03/2016, 21:48
Para bien o para mal, ambos gennin parecían coincidir en que el entrenamiento había terminado. Kazuma estaba un poco dolorido, y quizá tuviese alguna quemadura o moratón -provocado por la caída-, y Anzu había roto su camiseta. A pesar de ser una prenda sencilla, de color blanco liso y un poco vieja, la kunoichi no tenía un fondo de armario demasiado amplio. Mientras más salía su mente del trance en el que se sumía para combatir, más empezaba a ser consciente de la verdadera pérdida. Soy estúpida, ¡por todos los dioses! Voy a tardar por lo menos un mes en ahorrar lo suficiente para reponer esta camiseta...
Los jóvenes ninjas caminaron durante unos minutos por el bosque, embriagándose del aire limpio propio de aquel paisaje natural y de la belleza del paraje. Cuando llegaron al claro, Hida ya había fregado los utensilios de cocina y estaba empacando su pesada mochila color caqui.
-¡Vaya, aquí vuelven los pequeños saltamontes! -saludó, con su habitual tono conciliador-. ¿Qué tal ha ido?
-Bien, Hida-sensei -contestó su alumna-. La verdad es que he aprendido un par de cosas muy útiles.
El jounin tomó la espada de Kazuma, que yacía sobre la hierba junto a las mochilas, y se la extendió con cortesía.
-Aquí tienes, Kazuma-kun. No quisiera que te olvidaras de una espada tan magnífica -junto al cumplido, le dedicó una mirada que daba a entender algo más-. Un arma peculiar, sin duda.
En apenas un par de minutos, Anzu recogió sus bártulos y los guardó cuidadosamente en su mochila, de aspecto idéntico a la de Hida. Los dos ninjas de Takigakure parecían dispuestos a partir pese a que aun quedaban algunas horas para el anochecer. La Yotsuki echó un vistazo al camino que bajaba hacia el Sureste, justo el rumbo contrario al que ella y su maestro seguirían, camino a la Villa Oculta de la Cascada.
-¿Sabrás orientarte, Kazuma-san? Recuerda, ¡no te salgas de los caminos! La próxima vez puede que no encuentres a una pareja de ninjas tan molones como nosotros para que te saquen las castañas del fuego -añadió, con un guiño cómplice-.
-Ha sido un honor y un placer, Kazuma-kun -agregó Yotsuki Hida-.
Los jóvenes ninjas caminaron durante unos minutos por el bosque, embriagándose del aire limpio propio de aquel paisaje natural y de la belleza del paraje. Cuando llegaron al claro, Hida ya había fregado los utensilios de cocina y estaba empacando su pesada mochila color caqui.
-¡Vaya, aquí vuelven los pequeños saltamontes! -saludó, con su habitual tono conciliador-. ¿Qué tal ha ido?
-Bien, Hida-sensei -contestó su alumna-. La verdad es que he aprendido un par de cosas muy útiles.
El jounin tomó la espada de Kazuma, que yacía sobre la hierba junto a las mochilas, y se la extendió con cortesía.
-Aquí tienes, Kazuma-kun. No quisiera que te olvidaras de una espada tan magnífica -junto al cumplido, le dedicó una mirada que daba a entender algo más-. Un arma peculiar, sin duda.
En apenas un par de minutos, Anzu recogió sus bártulos y los guardó cuidadosamente en su mochila, de aspecto idéntico a la de Hida. Los dos ninjas de Takigakure parecían dispuestos a partir pese a que aun quedaban algunas horas para el anochecer. La Yotsuki echó un vistazo al camino que bajaba hacia el Sureste, justo el rumbo contrario al que ella y su maestro seguirían, camino a la Villa Oculta de la Cascada.
-¿Sabrás orientarte, Kazuma-san? Recuerda, ¡no te salgas de los caminos! La próxima vez puede que no encuentres a una pareja de ninjas tan molones como nosotros para que te saquen las castañas del fuego -añadió, con un guiño cómplice-.
-Ha sido un honor y un placer, Kazuma-kun -agregó Yotsuki Hida-.