7/03/2016, 00:03
—¿Es que eres un jodido salvaje criado entre lobos, Hanaiko?
Habían muy pocas cosas que a Daruu le pudieran molestar. Lo del pelo... Bueno, para qué mentir. Eso le molestaba mucho, pero al final eran tonterías, manías que a uno le provocan una furia infantil y rápida que olvida en apenas unos segundos. Pero lo que había hecho Zetsuo era un poco más grave.
Para entender esto, hay que profundizar un poco en el entorno de Daruu. Seremaru era un fiel compañero, y era un lobo. Un lobo que ayudaba y se dejaba ayudar por los shinobi, y que mantenía simpatía por la aldea y por la familia de Kiroe. Así había sido durante mucho tiempo y ahora el siguiente eslabón era el muchacho. Y el chico le tenía mucho respeto a Seremaru. Podría haberse sentido enorgullecido con lo de criado entre lobos, pero Daruu conocía a Seremaru, y no era ningún salvaje. Para él, eso había sido un insulto a su futuro mentor.
De modo que no hubiera hecho falta que Zetsuo hubiese sido una especie de genio capaz de leer la mente de aquellos a quienes mira, para que este entendiese aquella mirada, esta sí, salvaje y llena de odio que el muchacho le lanzó, clavándola como dos cuchillos en llamas en las aguas azulverdosas que eran los iris del adulto.
Pero su madre le había agarrado de la oreja, y no tenía ganas de pelearse con alguien a quien le acababa de perder el respeto. Furioso y tenso, decidió intentar relajarse concentrándose en la compañía del resto de personas que estaban con él.
Retiró la silla y se sentó, evitando hacerle caso al viejo águila.
—¿Y cómo está el pescado? —Afortunadamente, Zetsuo también había decidido no prestarle atención.
—Si me permite la sugerencia, caballero —teatralizó elocuentemente el camarero—. Le sugeriría la trucha con salsa de pimienta verde y limón. Mejor que cualquier pieza de mar, sinceramente. Las truchas las compramos a los pescadores locales, y tenemos ríos de sobra alrededor de los Dojos. Los pescados del mar vienen menos frescos.
—A él, no lo sé. Pero yo quiero esa trucha. Muy hecha.
—De acuerdo, Kiroe-san.
—Lástima. Parece que no tienen bollitos de vainilla
Daruu dejó escapar una risa que había intentado salir sin pedir permiso. De todo lo que esperaba oir en aquella mesa, no esperaba que Kori añorara los bollitos de vainilla de su madre. «Mamá, lo tienes adicto, ¿qué les echas a esos bollitos?»
—Yo aún no sé qué pedir... El pato a la naranja parece una buena opción pero... ¿Tú te has decidido ya, Daruu-san?
Al final, entre Kori y Ayame habían conseguido bajarle los humos. Daruu abrió su carta y le echó un vistazo por encima, incapaz de decidirse.
—Yo creo que voy a probar el famoso Patito Frito, ya que le da el nombre al sitio. Yo si le pusiera el nombre a un lugar por la comida, me aseguraría que ese plato fuera el mejor de todos.
—El chico es inteligente, aunque de dentellada demasiado rápida —sugirió el camarero. Dio un paso atrás ante la resentida mirada infantil de Daruu—. Sólo bromeo, muchacho, lo siento, lo siento.
Habían muy pocas cosas que a Daruu le pudieran molestar. Lo del pelo... Bueno, para qué mentir. Eso le molestaba mucho, pero al final eran tonterías, manías que a uno le provocan una furia infantil y rápida que olvida en apenas unos segundos. Pero lo que había hecho Zetsuo era un poco más grave.
Para entender esto, hay que profundizar un poco en el entorno de Daruu. Seremaru era un fiel compañero, y era un lobo. Un lobo que ayudaba y se dejaba ayudar por los shinobi, y que mantenía simpatía por la aldea y por la familia de Kiroe. Así había sido durante mucho tiempo y ahora el siguiente eslabón era el muchacho. Y el chico le tenía mucho respeto a Seremaru. Podría haberse sentido enorgullecido con lo de criado entre lobos, pero Daruu conocía a Seremaru, y no era ningún salvaje. Para él, eso había sido un insulto a su futuro mentor.
De modo que no hubiera hecho falta que Zetsuo hubiese sido una especie de genio capaz de leer la mente de aquellos a quienes mira, para que este entendiese aquella mirada, esta sí, salvaje y llena de odio que el muchacho le lanzó, clavándola como dos cuchillos en llamas en las aguas azulverdosas que eran los iris del adulto.
Pero su madre le había agarrado de la oreja, y no tenía ganas de pelearse con alguien a quien le acababa de perder el respeto. Furioso y tenso, decidió intentar relajarse concentrándose en la compañía del resto de personas que estaban con él.
Retiró la silla y se sentó, evitando hacerle caso al viejo águila.
—¿Y cómo está el pescado? —Afortunadamente, Zetsuo también había decidido no prestarle atención.
—Si me permite la sugerencia, caballero —teatralizó elocuentemente el camarero—. Le sugeriría la trucha con salsa de pimienta verde y limón. Mejor que cualquier pieza de mar, sinceramente. Las truchas las compramos a los pescadores locales, y tenemos ríos de sobra alrededor de los Dojos. Los pescados del mar vienen menos frescos.
—A él, no lo sé. Pero yo quiero esa trucha. Muy hecha.
—De acuerdo, Kiroe-san.
—Lástima. Parece que no tienen bollitos de vainilla
Daruu dejó escapar una risa que había intentado salir sin pedir permiso. De todo lo que esperaba oir en aquella mesa, no esperaba que Kori añorara los bollitos de vainilla de su madre. «Mamá, lo tienes adicto, ¿qué les echas a esos bollitos?»
—Yo aún no sé qué pedir... El pato a la naranja parece una buena opción pero... ¿Tú te has decidido ya, Daruu-san?
Al final, entre Kori y Ayame habían conseguido bajarle los humos. Daruu abrió su carta y le echó un vistazo por encima, incapaz de decidirse.
—Yo creo que voy a probar el famoso Patito Frito, ya que le da el nombre al sitio. Yo si le pusiera el nombre a un lugar por la comida, me aseguraría que ese plato fuera el mejor de todos.
—El chico es inteligente, aunque de dentellada demasiado rápida —sugirió el camarero. Dio un paso atrás ante la resentida mirada infantil de Daruu—. Sólo bromeo, muchacho, lo siento, lo siento.