8/03/2016, 17:04
—¡No es eso! Hoy debo pagar yo. Pero, cuando nos volvamos a encontrar y disputemos ese combate de entrenamiento, yo tendré la técnica más poderosa. Y entonces, te tocará a tí invitarme.
Si uno tenía en cuenta únicamente las palabras que había utilizado, suponía enseguida que se trataba de una broma. Sin embargo, si ahondaba en la manera de decirlas, podía estar seguro de que sin duda, hablaba muy en serio. Se trataba de una afirmación muy infantil, pero no podemos pasar por alto que ambos dos shinobi que estaban hablando encima de aquella plataforma eran igual de niños.
Por otra parte, el fuego que acababa de prender dentro del pecho de Daruu, aquél que clamaba un sentimiento competitivo que no había sentido con anterioridad, se moría de ganas por dejarse avivar.
—No lo creo. Si esa apuesta te parece bien, me parece que tendrás que volverme a invitar a ramen. —De modo que eso fue lo que contestó. Y estaba dispuesto a llevarlo todavía más lejos—. Incluso me atrevería a decir que seré yo quien te haga la comida a ti si pierdo. Soy cocinero.
Anzu cargó su mochila y le indicó a Daruu que la acompañase con un gesto. Ella bajó la plataforma de un salto, pero Daruu tuvo que sentarse para que la altura a la que cayese fuera mejor. Aún así las rodillas le hicieron daño y la piel de las piernas estiró y rozó contra las vendas. Chasqueó la lengua con fastidio y se reincorporó, no sin dificultad.
—Esto es un asco —dijo—. Desde que entré a la academia nunca he estado así de quieto. Necesito volver a entrenar.
Daruu acompañó a la de Takigakure hacia la zona con más edificios de los dojos. Hacía un calorcillo que él jamás habría oseado desear para Amegakure. Últimamente siempre hacía ese calor. Al principio era agradable, pero ahora ya casi le asfixiaba. Como cuando te pones un abrigo muy grueso y una bufanda, y al principio la sensación es agradable, pero acabas por hartarte y si te lo quitas vuelves a sentir esa sensación. A Daruu le pasaba eso: necesitaba volver a su tierra natal, sentir el agua cayendo sobre su pelo y su rostro, sentir el viento frío y oler la humedad.
Finalmente llegaron a una plaza con la estatua del fundador de los Dojos. Habían varios tenderetes: de frutas, utensilios de cocina, carne... También de pescado. Daruu lo rodeó a una distancia prudencial en direción al tenderete más grande, que era el restaurante de ramen al que Anzu le estaba llevando.
Era un puesto rectangular. No era un local, sino simplemente una barra con una cocina detrás, el típico puesto callejero. Daruu sabía bien que aquellos puestos, o eran un lugar donde se servía comida rápidamente, pero de un aspecto y sabor horrible, o pequeñas joyas con manjares caseros. Debía de ser, en aquél caso, lo segundo, si se podía fiar de la palabra de su compañera.
Dentro habían dos hombres calvos. Uno tomaba nota de los pedidos, el otro cocinaba. Colgaba un letrero de madera. "Los Ramones", el nombre del local.
Vaya por Dios, entre El Patito Frito y Los Ramones, tenía decidido que el gusto por los nombres humorísticos debía de ser una tradición en los Dojos del Combatiente. O eso, o los dueños del sitio eran parientes de los del Patito Frito.
Te lo aseguro, Daruu-san, no hay ramen más cojonudo en todos los Dojos. O eso dice Hida-sensei.
—Espero que sea tan bueno como el nombre —bromeó Daruu, y tomó asiento en uno de los taburetes.
¡Eh, Takeshi-san! ¿Te acuerdas de mí o qué?
¡Ah, pero si es Anzu-chan! La alumna prodigio de Hida-dono, ¿cierto? ¿Y quién es tu amigo? ¡Menudo aspecto tiene! No habrás sido tú, ¿cierto?
—La primera ronda del torneo. En mi defensa, fue un empate. Mi rival está igual —mintió Daruu, haciendo un ademán con la mano que significaba no me apetece hablar de ello. En realidad no sabía en qué estado había quedado Nabi. Pero por dentro su lobo interno rugía que hubiera quedado, al menos, igual de tocado que él. Era algo egoísta, pero le daba igual—. Un ramen con curry, por favor.
Si uno tenía en cuenta únicamente las palabras que había utilizado, suponía enseguida que se trataba de una broma. Sin embargo, si ahondaba en la manera de decirlas, podía estar seguro de que sin duda, hablaba muy en serio. Se trataba de una afirmación muy infantil, pero no podemos pasar por alto que ambos dos shinobi que estaban hablando encima de aquella plataforma eran igual de niños.
Por otra parte, el fuego que acababa de prender dentro del pecho de Daruu, aquél que clamaba un sentimiento competitivo que no había sentido con anterioridad, se moría de ganas por dejarse avivar.
—No lo creo. Si esa apuesta te parece bien, me parece que tendrás que volverme a invitar a ramen. —De modo que eso fue lo que contestó. Y estaba dispuesto a llevarlo todavía más lejos—. Incluso me atrevería a decir que seré yo quien te haga la comida a ti si pierdo. Soy cocinero.
Anzu cargó su mochila y le indicó a Daruu que la acompañase con un gesto. Ella bajó la plataforma de un salto, pero Daruu tuvo que sentarse para que la altura a la que cayese fuera mejor. Aún así las rodillas le hicieron daño y la piel de las piernas estiró y rozó contra las vendas. Chasqueó la lengua con fastidio y se reincorporó, no sin dificultad.
—Esto es un asco —dijo—. Desde que entré a la academia nunca he estado así de quieto. Necesito volver a entrenar.
Daruu acompañó a la de Takigakure hacia la zona con más edificios de los dojos. Hacía un calorcillo que él jamás habría oseado desear para Amegakure. Últimamente siempre hacía ese calor. Al principio era agradable, pero ahora ya casi le asfixiaba. Como cuando te pones un abrigo muy grueso y una bufanda, y al principio la sensación es agradable, pero acabas por hartarte y si te lo quitas vuelves a sentir esa sensación. A Daruu le pasaba eso: necesitaba volver a su tierra natal, sentir el agua cayendo sobre su pelo y su rostro, sentir el viento frío y oler la humedad.
Finalmente llegaron a una plaza con la estatua del fundador de los Dojos. Habían varios tenderetes: de frutas, utensilios de cocina, carne... También de pescado. Daruu lo rodeó a una distancia prudencial en direción al tenderete más grande, que era el restaurante de ramen al que Anzu le estaba llevando.
Era un puesto rectangular. No era un local, sino simplemente una barra con una cocina detrás, el típico puesto callejero. Daruu sabía bien que aquellos puestos, o eran un lugar donde se servía comida rápidamente, pero de un aspecto y sabor horrible, o pequeñas joyas con manjares caseros. Debía de ser, en aquél caso, lo segundo, si se podía fiar de la palabra de su compañera.
Dentro habían dos hombres calvos. Uno tomaba nota de los pedidos, el otro cocinaba. Colgaba un letrero de madera. "Los Ramones", el nombre del local.
Vaya por Dios, entre El Patito Frito y Los Ramones, tenía decidido que el gusto por los nombres humorísticos debía de ser una tradición en los Dojos del Combatiente. O eso, o los dueños del sitio eran parientes de los del Patito Frito.
Te lo aseguro, Daruu-san, no hay ramen más cojonudo en todos los Dojos. O eso dice Hida-sensei.
—Espero que sea tan bueno como el nombre —bromeó Daruu, y tomó asiento en uno de los taburetes.
¡Eh, Takeshi-san! ¿Te acuerdas de mí o qué?
¡Ah, pero si es Anzu-chan! La alumna prodigio de Hida-dono, ¿cierto? ¿Y quién es tu amigo? ¡Menudo aspecto tiene! No habrás sido tú, ¿cierto?
—La primera ronda del torneo. En mi defensa, fue un empate. Mi rival está igual —mintió Daruu, haciendo un ademán con la mano que significaba no me apetece hablar de ello. En realidad no sabía en qué estado había quedado Nabi. Pero por dentro su lobo interno rugía que hubiera quedado, al menos, igual de tocado que él. Era algo egoísta, pero le daba igual—. Un ramen con curry, por favor.