8/03/2016, 23:45
Entre chillidos de sorpresa, preocupación e indignación, y reiteradas disculpas que por parte de Ayame iban mucho más allá de la simple interpretación, Datsue no tardó en cumplir su parte del papel. Aún transformado en aquel hombre irreconocible, le ofreció la mano al posadero para ayudarle a levantarse. Y en esa acción, las llaves terminaron cayendo al suelo con aquel tintineo tan característico.
—Oh, le han caído las llaves —señaló el Uchiha, con tono inocente. Se agachó para recogerlas y se las ofreció después. Ayame desconocía si había aprovechado la ocasión de alguna manera, pero paralizada por la vergüenza como estaba, no se atrevió a hacer ningún gesto que pudiera delatar su posición como cómplice ante el delito que estaba a punto de acontecer—. Tome.
—Gracias, gracias —agradeció el posadero, que las volvió a poner en su cinturón antes de dirigirse a Ayame directamente—. No te preocupes, moza. Le puede pasar a cualquiera —le dijo, tratando de quitarle importancia a lo sucedido, y la muchacha se sonrojó visiblemente—. ¿Qué sería de una posada en la que no se rompe ningún vaso o cae algún plato?
—¡Una posada vacía! —coreó Okura, que se había levantado para tratar de ayudar.
La posadera también llegó al lugar de los hechos, fregona en mano, para limpiar todo el estropicio causado. Ayame se hizo a un lado entre reiteradas disculpas masculladas entre dientes para no estorbar en su labor. Ni siquiera se atrevió a mirar en la dirección de Datsue, y ya pensaba en retirarse hacia una mesa cercana cuando...
—No creas que no me doy cuenta de lo que está pasando —susurró la voz de Okura en su oído.
Ayame, sobresaltada, se apartó bruscamente de él y alzó las manos en un gesto inconscientemente defensivo.
—Q... ¿Qué...? Ya he dicho que ha sido un accidente. Yo no quería... —balbuceaba, con el corazón prácticamente en la boca.
La situación acababa de dar un giro de ciento ochenta grados. ¿Acaso la había descubierto? ¿Pero cómo? Datsue estaba transformado, era imposible que le hubiese reconocido. En teoría, ella no tenía ninguna relación con el hombre que ahora era. Y lo del plato había sido una simulación de accidente... ¿Cómo podía...?
Tenía que prepararse para correr.
—Oh, le han caído las llaves —señaló el Uchiha, con tono inocente. Se agachó para recogerlas y se las ofreció después. Ayame desconocía si había aprovechado la ocasión de alguna manera, pero paralizada por la vergüenza como estaba, no se atrevió a hacer ningún gesto que pudiera delatar su posición como cómplice ante el delito que estaba a punto de acontecer—. Tome.
—Gracias, gracias —agradeció el posadero, que las volvió a poner en su cinturón antes de dirigirse a Ayame directamente—. No te preocupes, moza. Le puede pasar a cualquiera —le dijo, tratando de quitarle importancia a lo sucedido, y la muchacha se sonrojó visiblemente—. ¿Qué sería de una posada en la que no se rompe ningún vaso o cae algún plato?
—¡Una posada vacía! —coreó Okura, que se había levantado para tratar de ayudar.
La posadera también llegó al lugar de los hechos, fregona en mano, para limpiar todo el estropicio causado. Ayame se hizo a un lado entre reiteradas disculpas masculladas entre dientes para no estorbar en su labor. Ni siquiera se atrevió a mirar en la dirección de Datsue, y ya pensaba en retirarse hacia una mesa cercana cuando...
—No creas que no me doy cuenta de lo que está pasando —susurró la voz de Okura en su oído.
Ayame, sobresaltada, se apartó bruscamente de él y alzó las manos en un gesto inconscientemente defensivo.
—Q... ¿Qué...? Ya he dicho que ha sido un accidente. Yo no quería... —balbuceaba, con el corazón prácticamente en la boca.
La situación acababa de dar un giro de ciento ochenta grados. ¿Acaso la había descubierto? ¿Pero cómo? Datsue estaba transformado, era imposible que le hubiese reconocido. En teoría, ella no tenía ninguna relación con el hombre que ahora era. Y lo del plato había sido una simulación de accidente... ¿Cómo podía...?
Tenía que prepararse para correr.