9/03/2016, 01:28
Como accionado por un misterioso resorte, el más alto de los dos shinobi volvió a la realidad. Anzu enarcó una ceja ante las excusas del chico, que aseguraba no haberse dado cuenta de que estaba allí incluso cuando ella se había presentado claramente a ambos. Sin embargo, aquel tipo era tan educado, que pronto sus palabras hicieron efecto en la Yotsuki, y esta no tuvo más remedio que zanjar el asunto con incómoda cortesía.
-No te preocupes, socio -dijo, restándole importancia-. Todos nos quedamos colgados alguna vez... ¡Supongo!
Anzu rubricó su comentario con una sonora carcajada, intentando dar por terminada la situación. El tal Hei también puso su granito de arena desviando el tema; concretamente, hacia su brazo derecho. La Yotsuki alzó una ceja ante aquel alarde de fuerza. Menudo pringao', ¿quién se cree? Seguro que podría darle una paliza con los meñiques atados a la espalda. Obviamente, no dijo lo que pensaba. Anzu podía ser impulsiva e incluso descarada a veces, pero sentía una leve afinidad por sus compañeros ninjas, y más aún por quien demostraba que no le hacía ascos a una buena pelea.
-¡Aficionado! Soy una Yotsuki, ¿acaso crees que vas a impresionarme 'sacando bola'? -replicó, como si el apellido de aquella familia tuviera que significar para Hei lo que significaba para ella misma-. Y por si fuera poco, mi maestro es Yotsuki Hida. El jounin más estricto y cabronazo de esta Aldea.
Conforme, la kunoichi alzó ambos brazos y cruzó las manos sobre su nuca, en una postura mucho más cómoda que la anterior y del todo impropia cuando se viste un kimono. Las mangas resbalaron por sus brazos gracias a la pura gravedad, dejando al descubierto el tatuaje que lucía en su brazo derecho; un espíritu demoníaco, mezcla de mujer y felino, rodeado de llamas azuladas y añiles.
-Anzu-san, ¿que te trae por aquí? Yo andaba a camino de buscar un buen lugar a ver el lago iluminado, pero lo vengo haciendo desde que era pequeño -preguntó Rokuro Hei-.
-Pues lo mismo que a todos, supongo -contestó la Yotsuki con mucha guasa-. Hida-sensei dice que para ser una buena kunoichi y proteger a los habitantes de Takigakure, tengo que conocer sus tradiciones tan bien como si fueran las mías propias. Así que aquí estoy, comiendo como una puerca y pensando qué voy a escribir en mi lámpara de papel de arroz.
-No te preocupes, socio -dijo, restándole importancia-. Todos nos quedamos colgados alguna vez... ¡Supongo!
Anzu rubricó su comentario con una sonora carcajada, intentando dar por terminada la situación. El tal Hei también puso su granito de arena desviando el tema; concretamente, hacia su brazo derecho. La Yotsuki alzó una ceja ante aquel alarde de fuerza. Menudo pringao', ¿quién se cree? Seguro que podría darle una paliza con los meñiques atados a la espalda. Obviamente, no dijo lo que pensaba. Anzu podía ser impulsiva e incluso descarada a veces, pero sentía una leve afinidad por sus compañeros ninjas, y más aún por quien demostraba que no le hacía ascos a una buena pelea.
-¡Aficionado! Soy una Yotsuki, ¿acaso crees que vas a impresionarme 'sacando bola'? -replicó, como si el apellido de aquella familia tuviera que significar para Hei lo que significaba para ella misma-. Y por si fuera poco, mi maestro es Yotsuki Hida. El jounin más estricto y cabronazo de esta Aldea.
Conforme, la kunoichi alzó ambos brazos y cruzó las manos sobre su nuca, en una postura mucho más cómoda que la anterior y del todo impropia cuando se viste un kimono. Las mangas resbalaron por sus brazos gracias a la pura gravedad, dejando al descubierto el tatuaje que lucía en su brazo derecho; un espíritu demoníaco, mezcla de mujer y felino, rodeado de llamas azuladas y añiles.
-Anzu-san, ¿que te trae por aquí? Yo andaba a camino de buscar un buen lugar a ver el lago iluminado, pero lo vengo haciendo desde que era pequeño -preguntó Rokuro Hei-.
-Pues lo mismo que a todos, supongo -contestó la Yotsuki con mucha guasa-. Hida-sensei dice que para ser una buena kunoichi y proteger a los habitantes de Takigakure, tengo que conocer sus tradiciones tan bien como si fueran las mías propias. Así que aquí estoy, comiendo como una puerca y pensando qué voy a escribir en mi lámpara de papel de arroz.