11/03/2016, 01:38
(Última modificación: 11/03/2016, 01:39 por Uchiha Akame.)
Anzu clavó sus ojos de escarcha en los de aquel chiquillo. No debía tener más de trece años, parecía sumamente perdido y aun así, había algo extraño en él. En su forma de expresarse, de hablar, de moverse. Es como si hubieran sellado a un treintañero en el cuerpo de un niño. La Yotsuki soltó su simbólica presa sobre el hombro de aquel muchacho una vez éste le cedió el turno; porque no fue eso lo que la sorprendió, sino el hecho de que él reconociese su bandana y asegurase que era "del mismo sitio". Anzu enarcó una ceja, escéptica.
-Ya, claro, y yo soy la furcia de Susanoo -replicó, mordaz, esbozando una sonrisa burlona-.
No es por que ella fuese así de desconfiada con los extraños -que lo era-, sino porque para alguien que tenía una visión tan marcial de lo que significaba ser ninja, el que un canijo como aquel chico quisiera adjudicarse el título era poco menos que cómico. De hecho, si uno se fijaba atentamente ahora que ambos estaban uno al lado del otro, no podían ser más distintos. El muchacho, bien peinado, de rostro joven pero maduro en su expresión, apariencia serena y educada. Anzu, dura como el hierro, con el cuerpo curtido por extenuantes lecciones y una fea cicatriz deformándole medio rostro.
A los pocos instantes, decidió no darle más vueltas. Pasó junto al muchacho para dejar la capa doblada sobre el mostrador. El tendero, que había asistido a la escena como observador silencioso, continuó con su mutis y simplemente se limitó a gesticular el precio alzando la mano derecha con dos dedos extendidos. Anzu metió la mano en el bolsillo interior de su chaqueta, sacando una vieja cartera; se le agrió el rostro al ver el dinero que llevaba encima, pero decidió que darle una pequeña alegría a su viejo padre, bien lo valía. Sacó cuatro billetes de cincuenta ryos y los dejó sobre el mostrador de madera pulida.
-Gracias, señorita -respondió el tendero después de tomar el dinero-.
Hecha la transacción, Anzu simplemente se puso la capa bajo el brazo, sin desdoblarla ni un poco, y dio media vuelta.
-Kajiya Anzu, de Takigakure -acompañó la presentación oral de una mano extendida a la espera de ser estrechada-.
-Ya, claro, y yo soy la furcia de Susanoo -replicó, mordaz, esbozando una sonrisa burlona-.
No es por que ella fuese así de desconfiada con los extraños -que lo era-, sino porque para alguien que tenía una visión tan marcial de lo que significaba ser ninja, el que un canijo como aquel chico quisiera adjudicarse el título era poco menos que cómico. De hecho, si uno se fijaba atentamente ahora que ambos estaban uno al lado del otro, no podían ser más distintos. El muchacho, bien peinado, de rostro joven pero maduro en su expresión, apariencia serena y educada. Anzu, dura como el hierro, con el cuerpo curtido por extenuantes lecciones y una fea cicatriz deformándole medio rostro.
A los pocos instantes, decidió no darle más vueltas. Pasó junto al muchacho para dejar la capa doblada sobre el mostrador. El tendero, que había asistido a la escena como observador silencioso, continuó con su mutis y simplemente se limitó a gesticular el precio alzando la mano derecha con dos dedos extendidos. Anzu metió la mano en el bolsillo interior de su chaqueta, sacando una vieja cartera; se le agrió el rostro al ver el dinero que llevaba encima, pero decidió que darle una pequeña alegría a su viejo padre, bien lo valía. Sacó cuatro billetes de cincuenta ryos y los dejó sobre el mostrador de madera pulida.
-Gracias, señorita -respondió el tendero después de tomar el dinero-.
Hecha la transacción, Anzu simplemente se puso la capa bajo el brazo, sin desdoblarla ni un poco, y dio media vuelta.
-Kajiya Anzu, de Takigakure -acompañó la presentación oral de una mano extendida a la espera de ser estrechada-.