12/03/2016, 00:47
(Última modificación: 12/03/2016, 00:48 por Aotsuki Ayame.)
Ante sus débiles balbuceos, Okura redujo la escasa distancia que los separaba y Ayame se encogió sobre sí misma, temblando.
—Vamos, vamos. No sigas disimulando —se inclinó hacia ella, y cuando habló Ayame pudo captar su aliento, peligrosamente dulzón y empalagoso como una trampa para moscas—. Tu encuentro con Datsue; tus extrañas idas y venidas a la posada, dando como triste excusa que te pillaba de camino; este accidente —enumeró, tiñendo la última palabra de cierto tono irónico, y el corazón de Ayame se encogía a cada elemento que mencionaba. Definitivamente, la había pillado y no tenía manera de seguir mintiendo al respecto—. Está más que claro —afirmó con rotundidad.
»Tú eres…
Un sentimiento de absoluto terror inundó su pecho cuando vio por el rabillo del ojo cómo Datsue se levantaba y salía de la posada.
«¡Espera! ¡NO ME ABANDONES AQUÍ!» Gimió en su fuero interno.
Algo dentro de ella quería salir corriendo detrás del shinobi, abandonar a Okura y escapar de aquel cepo. Hizo el ademán de seguir sus pasos, pero...
—… huérfana —declaró Okura al fin, cruzándose de brazos, y Ayame se quedó momentáneamente paralizada.
—Q... ¿Qué?
Por un momento, los ojillos de rata del hombre parecieron emitir un destello, intenso, como si la desafiara a decir lo contrario. Pero aquel sinsentido no se iba a quedar ahí, ni mucho menos:
—¿Por qué sino estarías hablando con un desgraciado como Datsue? Porque te sientes sola, ¿no es cierto? Y como él también es un mendigo, te sientes identificada. ¿Y todo este teatro del accidente…? Para llamar la atención —dedujo. Entonces se señaló la frente—. Y esa bandana que llevas… Es falsa, ¿no es cierto? La usas para espantar a matones y a gente indecente.
—¡No! ¡Yo...!
—¿Qué cuchicheas por ahí, Okura? —la interrumpió la posadera, y Ayame se mordió el labio inferior. No sabía si sentirse ofendida o aliviada.
—Tú calla —replicó Okura, en un tono de voz mucho más alto del que estaba empleando con Ayame—. No metas el hocico en asuntos que no te interesan —La posadera abrió la boca para protestar, pero luego realizó un ademán con la mano, como mostrando indiferencia por sus asuntos, y se fue junto con la fregona de vuelta a la barra.
«No... no te vayas tú también...»
Okura se giró y dirigió la mirada nuevamente hacia la aterrorizada Ayame.
—¿Y bien? He acertado en todo, ¿no es cierto? —Ayame negó anérgicamente con la cabeza, pero no sirvió de nada. Okura bajó aún más bajó la voz—. Yo podría ayudarte, ¿sabes?
Okura se atrevió a apoyar su mano sobre Ayame, y la muchacha se estremeció, inevitablemente atrapada por la hipnotizante mirada de aquella rata.
—Conmigo no te faltaría de nada... —le aseguró, y sus ojos destellaron con un brillo que le puso el pelo de punta. Okura esbozó una media sonrisa—. Qué te parece si te invito a ese estofado y seguimos charlando, ¿eh?
—¡NO! —exclamó, echándose hacia atrás bruscamente para romper el contacto físico con aquel hombre. Respiraba entrecortadamente, profundamente aterrorizada—. ¡No soy huérfana! ¡Tengo familia! ¡Y soy una kunoichi de verdad!
»¡No quiero que me invites ni quiero nada de ti!
Se dio media vuelta, para salir corriendo de la taberna. Datsue se había marchado sin ella, así que ya no tenía nada que hacer en aquel lugar.
Pero... ¿por qué se había exaltado tanto? Ni ella misma lo sabía. Quizás Okura tenía en realidad buenas intenciones, pero...
—Vamos, vamos. No sigas disimulando —se inclinó hacia ella, y cuando habló Ayame pudo captar su aliento, peligrosamente dulzón y empalagoso como una trampa para moscas—. Tu encuentro con Datsue; tus extrañas idas y venidas a la posada, dando como triste excusa que te pillaba de camino; este accidente —enumeró, tiñendo la última palabra de cierto tono irónico, y el corazón de Ayame se encogía a cada elemento que mencionaba. Definitivamente, la había pillado y no tenía manera de seguir mintiendo al respecto—. Está más que claro —afirmó con rotundidad.
»Tú eres…
Un sentimiento de absoluto terror inundó su pecho cuando vio por el rabillo del ojo cómo Datsue se levantaba y salía de la posada.
«¡Espera! ¡NO ME ABANDONES AQUÍ!» Gimió en su fuero interno.
Algo dentro de ella quería salir corriendo detrás del shinobi, abandonar a Okura y escapar de aquel cepo. Hizo el ademán de seguir sus pasos, pero...
—… huérfana —declaró Okura al fin, cruzándose de brazos, y Ayame se quedó momentáneamente paralizada.
—Q... ¿Qué?
Por un momento, los ojillos de rata del hombre parecieron emitir un destello, intenso, como si la desafiara a decir lo contrario. Pero aquel sinsentido no se iba a quedar ahí, ni mucho menos:
—¿Por qué sino estarías hablando con un desgraciado como Datsue? Porque te sientes sola, ¿no es cierto? Y como él también es un mendigo, te sientes identificada. ¿Y todo este teatro del accidente…? Para llamar la atención —dedujo. Entonces se señaló la frente—. Y esa bandana que llevas… Es falsa, ¿no es cierto? La usas para espantar a matones y a gente indecente.
—¡No! ¡Yo...!
—¿Qué cuchicheas por ahí, Okura? —la interrumpió la posadera, y Ayame se mordió el labio inferior. No sabía si sentirse ofendida o aliviada.
—Tú calla —replicó Okura, en un tono de voz mucho más alto del que estaba empleando con Ayame—. No metas el hocico en asuntos que no te interesan —La posadera abrió la boca para protestar, pero luego realizó un ademán con la mano, como mostrando indiferencia por sus asuntos, y se fue junto con la fregona de vuelta a la barra.
«No... no te vayas tú también...»
Okura se giró y dirigió la mirada nuevamente hacia la aterrorizada Ayame.
—¿Y bien? He acertado en todo, ¿no es cierto? —Ayame negó anérgicamente con la cabeza, pero no sirvió de nada. Okura bajó aún más bajó la voz—. Yo podría ayudarte, ¿sabes?
Okura se atrevió a apoyar su mano sobre Ayame, y la muchacha se estremeció, inevitablemente atrapada por la hipnotizante mirada de aquella rata.
—Conmigo no te faltaría de nada... —le aseguró, y sus ojos destellaron con un brillo que le puso el pelo de punta. Okura esbozó una media sonrisa—. Qué te parece si te invito a ese estofado y seguimos charlando, ¿eh?
—¡NO! —exclamó, echándose hacia atrás bruscamente para romper el contacto físico con aquel hombre. Respiraba entrecortadamente, profundamente aterrorizada—. ¡No soy huérfana! ¡Tengo familia! ¡Y soy una kunoichi de verdad!
»¡No quiero que me invites ni quiero nada de ti!
Se dio media vuelta, para salir corriendo de la taberna. Datsue se había marchado sin ella, así que ya no tenía nada que hacer en aquel lugar.
Pero... ¿por qué se había exaltado tanto? Ni ella misma lo sabía. Quizás Okura tenía en realidad buenas intenciones, pero...