12/03/2016, 14:00
-No dudo que lo harías -dijo de manera alegre Tatsuya-.
Haces bien en no dudarlo, socio. Aquel chico le caía bien. Era extremadamente educado, hasta el punto de resultar incómodo a veces, y tanto por sus modales como por su forma de vestir, parecía provenir de una familia acomodada. Anzu siempre había tenido cierta manía a los ricos -quizá porque ella se había criado en la necesidad-, pero Tatsuya no desprendía ese aire de 'soy mejor que tú por el tamaño de mi billetera', sino más bien 'debo vivir a la altura de mi apellido'. Puedo respetar eso, aunque me parezca una chorrada...
De repente Hei le agarró la mano, dispuesto para el pulso, y captó su mirada. No hacía falta ser muy listo para darse cuenta de que algo incomodaba al rubio; Anzu le devolvió un '¿qué?' con sus propios ojos. Confusa, echó un vistazo alrededor para intentar hallar la causa del problema de su compañero. ¿Serán los borrachos? ¿Tendrá hambre? ¿Sed?... ¿Qué hace Tatsuya-san con su espada... La está limpiando aquí en medio? ¿Y ahora? Demasiados interrogantes. Un grito procedente del improvisado público la sacó de sus cavilaciones.
-¡Venga, empezad ya, por todos los dioses!
Anzu se revolvió en su asiento, sonriendo con satisfacción; le encantaba suscitar ese entusiasmo entre los observadores. Uno de ellos incluso salió del círculo para acercarse a los ninjas, un tipo alto y musculoso que llevaba una característica cola de caballo de tonos rojizos.
-¡A la de tres! ¡Uno... Dos... Tres! -el fin de la cuenta atrás vino acompañado de un sonoro golpetazo en la mesa-.
Sin pensárselo dos veces, la Yotsuki apretó su agarre en torno a la mano de Hei, y empezó a tirar con fuerza hacia su objetivo. Todos los músculos de su brazo y hombro se tensaron, como cables de acero, imprimiendo su potencia física sobre el shinobi. Pese a que en principio el pulso estuviera igualado, tarde o temprano acabaría inclinándose del lado de la Yotsuki.
Haces bien en no dudarlo, socio. Aquel chico le caía bien. Era extremadamente educado, hasta el punto de resultar incómodo a veces, y tanto por sus modales como por su forma de vestir, parecía provenir de una familia acomodada. Anzu siempre había tenido cierta manía a los ricos -quizá porque ella se había criado en la necesidad-, pero Tatsuya no desprendía ese aire de 'soy mejor que tú por el tamaño de mi billetera', sino más bien 'debo vivir a la altura de mi apellido'. Puedo respetar eso, aunque me parezca una chorrada...
De repente Hei le agarró la mano, dispuesto para el pulso, y captó su mirada. No hacía falta ser muy listo para darse cuenta de que algo incomodaba al rubio; Anzu le devolvió un '¿qué?' con sus propios ojos. Confusa, echó un vistazo alrededor para intentar hallar la causa del problema de su compañero. ¿Serán los borrachos? ¿Tendrá hambre? ¿Sed?... ¿Qué hace Tatsuya-san con su espada... La está limpiando aquí en medio? ¿Y ahora? Demasiados interrogantes. Un grito procedente del improvisado público la sacó de sus cavilaciones.
-¡Venga, empezad ya, por todos los dioses!
Anzu se revolvió en su asiento, sonriendo con satisfacción; le encantaba suscitar ese entusiasmo entre los observadores. Uno de ellos incluso salió del círculo para acercarse a los ninjas, un tipo alto y musculoso que llevaba una característica cola de caballo de tonos rojizos.
-¡A la de tres! ¡Uno... Dos... Tres! -el fin de la cuenta atrás vino acompañado de un sonoro golpetazo en la mesa-.
Sin pensárselo dos veces, la Yotsuki apretó su agarre en torno a la mano de Hei, y empezó a tirar con fuerza hacia su objetivo. Todos los músculos de su brazo y hombro se tensaron, como cables de acero, imprimiendo su potencia física sobre el shinobi. Pese a que en principio el pulso estuviera igualado, tarde o temprano acabaría inclinándose del lado de la Yotsuki.