13/03/2016, 18:47
—Uchiha Datsue, de Takigakure —se presentó el muchacho, extendiendo la mano—. Un placer.
-¡Vaya, qué educado! Se nota que eres un shinobi, ¿os enseñan bien allí, hija? -respondió el herrero, estrechando la mano de Datsue con la suya propia haciendo gala de la naturalidad de quien está acostumbrado a su lesión-. Kajiya Hiroshi, Datsue-san. El placer es mío. Venga, entrad, ¡seguro que tenéis toda clase de historias que contar!
El robusto artesano por fin se apartó de la puerta, cediéndoles el paso. Anzu entró sin pensarlo dos veces, aspirando el olor a madera vieja, herramientas polvorientas, metal, carbón y brasas. La herrería era una estancia bastante modesta y, a juzgar por la capa de polvo que se acumulaba por doquier, inútil. Hacía mucho ya que Hiroshi no podía forjar ni un simple clavo, y eso se notaba; todo parecía viejo, ruinoso y en desuso. Una lámpara de aceite muy rudimentaria colgaba junto a la puerta, ofreciendo la única y tenue iluminación de la que gozaba la estancia.
Anzu echó un vistazo a las polvorientas herramientas de su padre con una mirada cargada de tristeza y resentimiento. ¿Debería sentirme agradecida? Al fin y al cabo, si papá pudiera seguir usando esas tenazas, yo nunca habría dejado de ser una niña tonta y débil... Era la primera vez que entraba allí desde que, hace casi un año, su padre la enviase con Yotsuki Hida a la Aldea Oculta de la Cascada para entrenarse en las artes ninja y conseguir una profesión bien remunerada... O eso había creído. Lo cierto era que la cartera de Anzu estaba en ese momento tan llena de telarañas como el viejo fuelle de Hiroshi.
-¡Ah! Te he traído esto, papá. Es un regalo, me han dicho que este Invierno está siendo muy frío, y ya es hora de que jubiles tu viejo capote -la chica le tendió a su padre la capa de viaje doblada que llevaba bajo el brazo-.
Una sonrisa de auténtico orgullo se dibujó en el rostro del artesano, que cogió la capa entre agradecimientos y amago de lágrimas. Luego les invitó a pasar a la casa mientras un suave aroma a especias se filtraba en la estancia a través de una puerta entreabierta en el otro lado de la misma.
El resto de la vivienda era tan austera como daba a entender el taller de herrería; las paredes eran viejas y llenas de manchas de humedad, sólo había un par de habitaciones, un baño y una 'sala de estar-cocina-todo-lo-demás'. Varias lámparas ubicadas estratégicamente ofrecían iluminación a la salita donde, sobre un fogón, se cocía un suculento estofado. Anzu recorrió la casa durante unos minutos, ajena a todo lo demás, pasando la mano suavemente por el canto de la puerta de su cuarto, aspirando el característico olor a humedad que salía del baño y, en definitiva, reuniéndose con sus memorias.
-Bienvenido a mi casa, Datsue-san -exclamó el herrero- No es mucho, pero nos... Me las apaño.
Hiroshi hablaba mientras con un cazo metálico daba vueltas al estofado, añadiendo de vez en cuando una pizca de sal o un poco más de alguna especia común. Lo cierto es que olía bastante bien, pese a que los utensilios -y la propia cocina- parecían tan precarios que no se pudiera ni freír un huevo.
-Espero que te guste el estofado de cerdo, Datsue-san. ¡Voy a poner todo mi esmero en él, como agradecimiento por que hayas acompañado a mi pequeña hasta aquí! Sé que tiene mucho genio, pero aunque no lo parezca, es una niña muy sensible. La noche antes de mudarse a Takigakure, se pasó un montón de horas llorando en su habitación... ¡Qué suerte que haya hecho amigos tan pronto! -pese a su aspecto demacrado y triste, parecía como si la mera visión de su hija, y la creencia de que estaba feliz en su nueva vida, le hubieran rejuvenecido diez años-. ¡Pero qué modales tengo! Siéntate chico, siéntate. La cena tardará apenas unos minutos. Y bueno, cuéntame, ¿cómo os conocísteis? ¿Habéis hecho alguna misión juntos ya? ¿Os habéis enfrentado a algún sanguinario criminal?
-¡Vaya, qué educado! Se nota que eres un shinobi, ¿os enseñan bien allí, hija? -respondió el herrero, estrechando la mano de Datsue con la suya propia haciendo gala de la naturalidad de quien está acostumbrado a su lesión-. Kajiya Hiroshi, Datsue-san. El placer es mío. Venga, entrad, ¡seguro que tenéis toda clase de historias que contar!
El robusto artesano por fin se apartó de la puerta, cediéndoles el paso. Anzu entró sin pensarlo dos veces, aspirando el olor a madera vieja, herramientas polvorientas, metal, carbón y brasas. La herrería era una estancia bastante modesta y, a juzgar por la capa de polvo que se acumulaba por doquier, inútil. Hacía mucho ya que Hiroshi no podía forjar ni un simple clavo, y eso se notaba; todo parecía viejo, ruinoso y en desuso. Una lámpara de aceite muy rudimentaria colgaba junto a la puerta, ofreciendo la única y tenue iluminación de la que gozaba la estancia.
Anzu echó un vistazo a las polvorientas herramientas de su padre con una mirada cargada de tristeza y resentimiento. ¿Debería sentirme agradecida? Al fin y al cabo, si papá pudiera seguir usando esas tenazas, yo nunca habría dejado de ser una niña tonta y débil... Era la primera vez que entraba allí desde que, hace casi un año, su padre la enviase con Yotsuki Hida a la Aldea Oculta de la Cascada para entrenarse en las artes ninja y conseguir una profesión bien remunerada... O eso había creído. Lo cierto era que la cartera de Anzu estaba en ese momento tan llena de telarañas como el viejo fuelle de Hiroshi.
-¡Ah! Te he traído esto, papá. Es un regalo, me han dicho que este Invierno está siendo muy frío, y ya es hora de que jubiles tu viejo capote -la chica le tendió a su padre la capa de viaje doblada que llevaba bajo el brazo-.
Una sonrisa de auténtico orgullo se dibujó en el rostro del artesano, que cogió la capa entre agradecimientos y amago de lágrimas. Luego les invitó a pasar a la casa mientras un suave aroma a especias se filtraba en la estancia a través de una puerta entreabierta en el otro lado de la misma.
El resto de la vivienda era tan austera como daba a entender el taller de herrería; las paredes eran viejas y llenas de manchas de humedad, sólo había un par de habitaciones, un baño y una 'sala de estar-cocina-todo-lo-demás'. Varias lámparas ubicadas estratégicamente ofrecían iluminación a la salita donde, sobre un fogón, se cocía un suculento estofado. Anzu recorrió la casa durante unos minutos, ajena a todo lo demás, pasando la mano suavemente por el canto de la puerta de su cuarto, aspirando el característico olor a humedad que salía del baño y, en definitiva, reuniéndose con sus memorias.
-Bienvenido a mi casa, Datsue-san -exclamó el herrero- No es mucho, pero nos... Me las apaño.
Hiroshi hablaba mientras con un cazo metálico daba vueltas al estofado, añadiendo de vez en cuando una pizca de sal o un poco más de alguna especia común. Lo cierto es que olía bastante bien, pese a que los utensilios -y la propia cocina- parecían tan precarios que no se pudiera ni freír un huevo.
-Espero que te guste el estofado de cerdo, Datsue-san. ¡Voy a poner todo mi esmero en él, como agradecimiento por que hayas acompañado a mi pequeña hasta aquí! Sé que tiene mucho genio, pero aunque no lo parezca, es una niña muy sensible. La noche antes de mudarse a Takigakure, se pasó un montón de horas llorando en su habitación... ¡Qué suerte que haya hecho amigos tan pronto! -pese a su aspecto demacrado y triste, parecía como si la mera visión de su hija, y la creencia de que estaba feliz en su nueva vida, le hubieran rejuvenecido diez años-. ¡Pero qué modales tengo! Siéntate chico, siéntate. La cena tardará apenas unos minutos. Y bueno, cuéntame, ¿cómo os conocísteis? ¿Habéis hecho alguna misión juntos ya? ¿Os habéis enfrentado a algún sanguinario criminal?