14/03/2016, 00:00
(Última modificación: 14/03/2016, 00:02 por Aotsuki Ayame.)
Y, para su completa desgracia o para su completa fortuna, el revuelo levantado atrajo inmediatamente la atención de todos las personas que se encontraban dentro de la posada.
—¿Qué está pasando, Okura? —intervino la posadera, en un tono mucho más serio y brusco que distaba mucho de la jovialidad y alegría que había mostrado hasta el momento. A Ayame poco le faltó para correr al resguardo de sus faldas.
—Nad… —fue a responder Okura, pero la exclamación ahogada del posadero le interrumpió, atrayendo todas las atenciones sobre él:
—¡Por Amateratsu! ¿¡Qué significa esto!?
«Oh... no...» Pálida como la leche, Ayame sintió como si el alma se le cayera a los pies. El pobre hombre se mantenía de pie, con la mirada estupefacta fija en su mano derecha...
...la cual sostenía una pequeña figurita de madera que trataba reflejar la silueta de Baku.
Ahora sí que los habían descubierto.
—¿Qué ocurre? —preguntó Okura. Y Ayame dio un paso atrás sin apartar los ojos de la figura mal tallada de Datsue.
—Mis llaves… —respondió el estupefacto posadero, como si todavía no entendiese lo que tenía en las manos—. Mis llaves no están. Y en su lugar… —alzó el burdo collar, para que quedara a la vista de todos. Ayame volvió a retroceder, con el corazón latiéndole con fuerza en las sienes—. Esto. [/color][/sub]
Un sonoro relincho resonó en la lejanía, acompañado del traqueteo de unos cascos que se alejaban cada vez más.
«Se ha ido...» Fue lo único que fue capaz de pensar, con el alma hundida en un pozo de incredulidad. Y una única lágrima rodó por su mejilla. La había abandonado. La había abandonado de verdad tras haberle ayudado a cometer el crimen que le ayudaría a salvar la vida de su yegua.
—¡YIIIJAAAAA! —Datsue gritó al cielo, mientras caballo y jinete cortaban el viento al unísono.
Repentinamente, una corriente de aire gélida como el aliento de un iceberg le zarandeó encima de su caballo. Justo en el momento en el que un destello blanco pasaba a su lado. Lo único que le daría tiempo a sentir fue un par de ojos afilados y fríos como témpanos de hielo clavarse en los suyos antes de desaparecer en la oscuridad de la noche.
Todo seguía pasando a toda velocidad. Quizás, a demasiada velocidad para el embotado cerebro de Ayame, que asistía a la escena como si la espectadora de un denso sueño se tratara.
—¡No puede ser…! —exclamó Okura, que ya corría hacia la puerta mientras su papada bailaba de un lado a otro—. ¡NO PUEDE SER! —exclamó de nuevo, ya fuera, señalando con el dedo un punto lejano en el horizonte—. ¡Me están robando la yegua! —gritó con voz chillona—. ¡Koji! ¡ME ESTÁN ROBANDO LA YEGUA!
«Se ha ido...» Todo daba vueltas a su alrededor, en una danza frenética y asincrónica.
—No es posible… ¿Cómo pudieron...?
«Me ha dejado atrás como un simple cebo...» Relámpagos rojos se sucedían tras sus párpados. No era consciente de ello, pero sus ojos castaños habían adquirido el color de las aguamarinas, sus párpados inferiores se habían inyectado en sangre.
—¡Tú! —la voz de Kaede restalló como un látigo, despertándola de su letargo. Sólo había pronunciado un monosílabo. Pero aquella simple palabra la apuntaba como una flecha a punto de ser disparada.
El pánico la invadió. En apenas un parpadeo, Ayame había metido la mano en su portaobjetos y había sacado una pequeña canica que estalló contra el suelo. El impacto provocó que la canica estallara, liberando una densa nube de humo que se extendió por el local en un abrir y cerrar de ojos.
Y, sin perder un sólo instante, Ayame aprovechó la confusión, la alarma y la cortina que había creado para salir de la posada a todo correr...
—¿Qué está pasando, Okura? —intervino la posadera, en un tono mucho más serio y brusco que distaba mucho de la jovialidad y alegría que había mostrado hasta el momento. A Ayame poco le faltó para correr al resguardo de sus faldas.
—Nad… —fue a responder Okura, pero la exclamación ahogada del posadero le interrumpió, atrayendo todas las atenciones sobre él:
—¡Por Amateratsu! ¿¡Qué significa esto!?
«Oh... no...» Pálida como la leche, Ayame sintió como si el alma se le cayera a los pies. El pobre hombre se mantenía de pie, con la mirada estupefacta fija en su mano derecha...
...la cual sostenía una pequeña figurita de madera que trataba reflejar la silueta de Baku.
Ahora sí que los habían descubierto.
—¿Qué ocurre? —preguntó Okura. Y Ayame dio un paso atrás sin apartar los ojos de la figura mal tallada de Datsue.
—Mis llaves… —respondió el estupefacto posadero, como si todavía no entendiese lo que tenía en las manos—. Mis llaves no están. Y en su lugar… —alzó el burdo collar, para que quedara a la vista de todos. Ayame volvió a retroceder, con el corazón latiéndole con fuerza en las sienes—. Esto. [/color][/sub]
Un sonoro relincho resonó en la lejanía, acompañado del traqueteo de unos cascos que se alejaban cada vez más.
«Se ha ido...» Fue lo único que fue capaz de pensar, con el alma hundida en un pozo de incredulidad. Y una única lágrima rodó por su mejilla. La había abandonado. La había abandonado de verdad tras haberle ayudado a cometer el crimen que le ayudaría a salvar la vida de su yegua.
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—¡YIIIJAAAAA! —Datsue gritó al cielo, mientras caballo y jinete cortaban el viento al unísono.
Repentinamente, una corriente de aire gélida como el aliento de un iceberg le zarandeó encima de su caballo. Justo en el momento en el que un destello blanco pasaba a su lado. Lo único que le daría tiempo a sentir fue un par de ojos afilados y fríos como témpanos de hielo clavarse en los suyos antes de desaparecer en la oscuridad de la noche.
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Todo seguía pasando a toda velocidad. Quizás, a demasiada velocidad para el embotado cerebro de Ayame, que asistía a la escena como si la espectadora de un denso sueño se tratara.
—¡No puede ser…! —exclamó Okura, que ya corría hacia la puerta mientras su papada bailaba de un lado a otro—. ¡NO PUEDE SER! —exclamó de nuevo, ya fuera, señalando con el dedo un punto lejano en el horizonte—. ¡Me están robando la yegua! —gritó con voz chillona—. ¡Koji! ¡ME ESTÁN ROBANDO LA YEGUA!
«Se ha ido...» Todo daba vueltas a su alrededor, en una danza frenética y asincrónica.
—No es posible… ¿Cómo pudieron...?
«Me ha dejado atrás como un simple cebo...» Relámpagos rojos se sucedían tras sus párpados. No era consciente de ello, pero sus ojos castaños habían adquirido el color de las aguamarinas, sus párpados inferiores se habían inyectado en sangre.
—¡Tú! —la voz de Kaede restalló como un látigo, despertándola de su letargo. Sólo había pronunciado un monosílabo. Pero aquella simple palabra la apuntaba como una flecha a punto de ser disparada.
El pánico la invadió. En apenas un parpadeo, Ayame había metido la mano en su portaobjetos y había sacado una pequeña canica que estalló contra el suelo. El impacto provocó que la canica estallara, liberando una densa nube de humo que se extendió por el local en un abrir y cerrar de ojos.
Y, sin perder un sólo instante, Ayame aprovechó la confusión, la alarma y la cortina que había creado para salir de la posada a todo correr...