14/03/2016, 01:37
Poco después los comensales terminaron con el austero festín. Anzu todavía rebañaba un poco de estofado, directamente de la olla, mientras Hiroshi y Datsue reposaban la comida como el resto de los mortales. El herrero, recostado en una de las viejas sillas de la habitación, agradeció el comentario de su invitado con una leve inclinación de cabeza.
-¿Siempre vivió aquí, Hiroshi? —preguntó el Uchiha—. Es que Anzu no me cuenta nada sobre ella, ¿sabe? —comentó, echando una mirada de reojo a la kunoichi—. Y me extraña que siendo usted de aquí, Anzu se haya ido a Takigakure en vez de Amegakure.
Las palabras de Datsue tuvieron un efecto de lo más palpable e instantáneo. Por una parte la chica le lanzó una mirada fulminante -me está vacilando el muy bocazas, ¡y en mi propia casa!-. Por la otra... Hiroshi trató de aparentar toda la normalidad de la que fue capaz. Carraspeó varias veces y se masajeó el mentón con su mano mutilada; parecía una costumbre muy arraigada que su lesión no había sido capaz de cambiar. Finalmente, habló con un cuidado impropio de él -al menos para lo que el gennin de Taki había podido ver-.
-¡Ja! No me extraña, mi pequeña puede ser una persona difícil de sondear -la aludida protestó enérgicamente, pero su padre no cambió lo más mínimo aquel tono meticuloso, midiendo cada palabra- Sí, tienes razón, es un detalle curioso. La verdad es que podría haberse ido a Amegakure de quererlo, de hecho, mi esposa sirvió y... murió en la Lluvia.
Hiroshi se rascó detrás de su oreja derecha con el pulgar sano, en un gesto automático, instintivo. Cada frase, cada palabra, cada sílaba parecía cargada de un significado que al Uchiha se le escapaba. Anzu jugueteaba distraídamente con su cuchara, pero si el chico se fijaba, vería que sus nudillos estaban firmemente apretados. La incomodaba aquel tema.
-Un antiguo cliente y amigo mío es jounin en la Cascada, así que le pedí que hiciera todo lo posible por que Anzu se graduase allí en este mismo año. Y así fue -sonrió, como quien sonríe aliviado al pasar un mal trago- Le debemos mucho a Hida-dono.
A la mierda, no voy a esperar más.
-¡Bueno, papá, creo que tenemos que irnos!
Anzu se puso en pie de repente, con una sonrisa que le llegaba de oreja a oreja. Hiroshi le lanzó una mirada cargada de escepticismo. ¿Qué pensaba hacer su hija en una ciudad como aquella, y a altas horas de la noche? Un interrogante razonable para cualquier padre. Curvó sus labios en una pregunta que no llegó a formular; como si se hubiera dado cuenta de un detalle tremendamente obvio que había pasado por alto, el herrero simplemente asintió y empezó a recoger la mesa.
-Las damas primero -Anzu hizo un gesto exageradamente dramático que pretendía señalarle a su compañero el camino hacia la puerta-.
-¿Siempre vivió aquí, Hiroshi? —preguntó el Uchiha—. Es que Anzu no me cuenta nada sobre ella, ¿sabe? —comentó, echando una mirada de reojo a la kunoichi—. Y me extraña que siendo usted de aquí, Anzu se haya ido a Takigakure en vez de Amegakure.
Las palabras de Datsue tuvieron un efecto de lo más palpable e instantáneo. Por una parte la chica le lanzó una mirada fulminante -me está vacilando el muy bocazas, ¡y en mi propia casa!-. Por la otra... Hiroshi trató de aparentar toda la normalidad de la que fue capaz. Carraspeó varias veces y se masajeó el mentón con su mano mutilada; parecía una costumbre muy arraigada que su lesión no había sido capaz de cambiar. Finalmente, habló con un cuidado impropio de él -al menos para lo que el gennin de Taki había podido ver-.
-¡Ja! No me extraña, mi pequeña puede ser una persona difícil de sondear -la aludida protestó enérgicamente, pero su padre no cambió lo más mínimo aquel tono meticuloso, midiendo cada palabra- Sí, tienes razón, es un detalle curioso. La verdad es que podría haberse ido a Amegakure de quererlo, de hecho, mi esposa sirvió y... murió en la Lluvia.
Hiroshi se rascó detrás de su oreja derecha con el pulgar sano, en un gesto automático, instintivo. Cada frase, cada palabra, cada sílaba parecía cargada de un significado que al Uchiha se le escapaba. Anzu jugueteaba distraídamente con su cuchara, pero si el chico se fijaba, vería que sus nudillos estaban firmemente apretados. La incomodaba aquel tema.
-Un antiguo cliente y amigo mío es jounin en la Cascada, así que le pedí que hiciera todo lo posible por que Anzu se graduase allí en este mismo año. Y así fue -sonrió, como quien sonríe aliviado al pasar un mal trago- Le debemos mucho a Hida-dono.
A la mierda, no voy a esperar más.
-¡Bueno, papá, creo que tenemos que irnos!
Anzu se puso en pie de repente, con una sonrisa que le llegaba de oreja a oreja. Hiroshi le lanzó una mirada cargada de escepticismo. ¿Qué pensaba hacer su hija en una ciudad como aquella, y a altas horas de la noche? Un interrogante razonable para cualquier padre. Curvó sus labios en una pregunta que no llegó a formular; como si se hubiera dado cuenta de un detalle tremendamente obvio que había pasado por alto, el herrero simplemente asintió y empezó a recoger la mesa.
-Las damas primero -Anzu hizo un gesto exageradamente dramático que pretendía señalarle a su compañero el camino hacia la puerta-.