14/03/2016, 22:11
La conversación había pasado rápidamente a ser un improvisado duelo en el que cada gennin trataba de contar una historia que hiciera más impresionante y legendario a su kage. Takeshi, que ponía el oído de vez en cuando, soltaba alguna risilla discreta cuando las aventuras de Yui y Yubiwa pasaban a ser demasiado inverosímiles, incluso para ellos. De haber tenido más clientes en aquel momento, seguro que también habrían participado de las risas y el entretenimiento.
—Eso no es nada para los amegakureños, mujer —dijo el de Ame. Cerró los ojos y se apoyó en la barra con suficiencia—. Sin ir más lejos, nuestro segundo Arashikage, Oonori-dono, fue tan fuerte, tan fuerte, que podía partir piedras utilizando un kunai y una patada. ¡Las partía por la mitad!
Daruu resopló, y agachó la cabeza. Negó a un lado y a otro y tendió en el aire un suspiro de pena.
—Se... se sacrificó por todos nosotros acabando con aquél dragón de ocho cabezas... Dicen que era una lagartija que se había comido una cola del Kyuubi.
Anzu, que había abierto mucho los ojos en señal de sorpresa con la primera historia, soltó un bufido desdeñoso cuando Daruu contó la segunda. Una lagartija, ¡si, ya! ¿Y qué más?
-¡Venga, Daruu-san! Lo de las piedras es impresionante, y me lo creo... Pero, ¿una lagartija comiéndose a un zorro? No seas ingenuo, ¡todo el mundo sabe que sólo se alimentan de insectos pequeños! -curioso animal, la lagartija-. Si quieres oír una buena historia, escucha atentam...
La Yotsuki calló de repente. O, más bien, alguien la interrumpió; alguien que se había sentado junto a los jóvenes gennin. Anzu miró de arriba a abajo al recién llegado, que parecía salido de una celda de tortura, o algo peor. Tendría unos veinte años y vestía con un yukata de fina manufactura, cuyos tintes pasaban por una amplia gama de azules y lilas. Llevaba en la cintura un obi color marfil, y calzaba sandalias típicas de madera. Sin embargo, lo más llamativo era su rostro: exquisitamente perfilado, casi aguileño, de un tono muy palido que contrastaba con sus ojos verde pistacho. Pese a su aspecto pulcro, llevaba el pelo desaliñado, bastante sucio, y tenía una expresión... Desencajada. Se podían intuir varias cicatrices en el mentón y los antebrazos, algunas más frescas que otras. Su mirada reflejaba auténtico terror. Quien quiera que fuese, parecía realmente asustado.
-Vosotros... Vosotros dos... -balbuceó casi ininteligiblemente-. Por favor, tenéis... Tenéis que ayudarme -agarró a Daruu del hombro-. ¡Por favor! No tengo mucho tiempo.
Anzu, que se había terminado su tazón de Tonkotsu, miró con escepticismo a aquel tipo que estaba evidentemente desquiciado.
-¿Pero qué me estás container, socio? ¿Para qué no tienes tiempo? -luego susurró en un tono más bajo, intentando que fuese audible sólo para su colega shinobi-. Seguro que es un yonqui... Seguro que ahora empezará a contarte cómo su caballo le ha dejado tirado a medio camino o algo así. Di que no tienes cambio...
-¡No! -exclamó, casi al instante, el misterioso chaval-. No lo entendéis... Me están buscando. Por favor, por favor... Tenéis que ayudarme a salir de esta ciudad.
—Eso no es nada para los amegakureños, mujer —dijo el de Ame. Cerró los ojos y se apoyó en la barra con suficiencia—. Sin ir más lejos, nuestro segundo Arashikage, Oonori-dono, fue tan fuerte, tan fuerte, que podía partir piedras utilizando un kunai y una patada. ¡Las partía por la mitad!
Daruu resopló, y agachó la cabeza. Negó a un lado y a otro y tendió en el aire un suspiro de pena.
—Se... se sacrificó por todos nosotros acabando con aquél dragón de ocho cabezas... Dicen que era una lagartija que se había comido una cola del Kyuubi.
Anzu, que había abierto mucho los ojos en señal de sorpresa con la primera historia, soltó un bufido desdeñoso cuando Daruu contó la segunda. Una lagartija, ¡si, ya! ¿Y qué más?
-¡Venga, Daruu-san! Lo de las piedras es impresionante, y me lo creo... Pero, ¿una lagartija comiéndose a un zorro? No seas ingenuo, ¡todo el mundo sabe que sólo se alimentan de insectos pequeños! -curioso animal, la lagartija-. Si quieres oír una buena historia, escucha atentam...
La Yotsuki calló de repente. O, más bien, alguien la interrumpió; alguien que se había sentado junto a los jóvenes gennin. Anzu miró de arriba a abajo al recién llegado, que parecía salido de una celda de tortura, o algo peor. Tendría unos veinte años y vestía con un yukata de fina manufactura, cuyos tintes pasaban por una amplia gama de azules y lilas. Llevaba en la cintura un obi color marfil, y calzaba sandalias típicas de madera. Sin embargo, lo más llamativo era su rostro: exquisitamente perfilado, casi aguileño, de un tono muy palido que contrastaba con sus ojos verde pistacho. Pese a su aspecto pulcro, llevaba el pelo desaliñado, bastante sucio, y tenía una expresión... Desencajada. Se podían intuir varias cicatrices en el mentón y los antebrazos, algunas más frescas que otras. Su mirada reflejaba auténtico terror. Quien quiera que fuese, parecía realmente asustado.
-Vosotros... Vosotros dos... -balbuceó casi ininteligiblemente-. Por favor, tenéis... Tenéis que ayudarme -agarró a Daruu del hombro-. ¡Por favor! No tengo mucho tiempo.
Anzu, que se había terminado su tazón de Tonkotsu, miró con escepticismo a aquel tipo que estaba evidentemente desquiciado.
-¿Pero qué me estás container, socio? ¿Para qué no tienes tiempo? -luego susurró en un tono más bajo, intentando que fuese audible sólo para su colega shinobi-. Seguro que es un yonqui... Seguro que ahora empezará a contarte cómo su caballo le ha dejado tirado a medio camino o algo así. Di que no tienes cambio...
-¡No! -exclamó, casi al instante, el misterioso chaval-. No lo entendéis... Me están buscando. Por favor, por favor... Tenéis que ayudarme a salir de esta ciudad.