14/03/2016, 22:37
—¿Crees que me he recorrido medio Ōnindo por una tontería? —la interrumpió el Uchiha, molesto—. He venido a Shinogi-to por una muy buena razón. Por dos muy buenas razones, más bien.
Aunque siguió caminando, la Yotsuki aminoró el paso. Quería escuchar con toda su atención cada palabra que saliera de la boca de Datsue. Intuía que, efectivamente, lo que quiera que fuese que iba a contarle, sería interesante. Si aquel chico hacía algo bien, era desde luego eso; hablar. De modo que simplemente se arregló un momento el kasa, que se le había escurrido hacia atrás, y siguió andando sin apartar la vista de su compañero shinobi.
—La primera —continuó Datsue, mientras rebuscaba con la diestra en un bolsillo interior de su túnica—, [color=khaki]es que quería estar lejos de mi hogar. Para que no llegasen a salpicarme los problemas en casa.
Oh, venga, ¡sáltate los preliminares melodramáticos y ve al grano de una vez! Qué manía tiene la gente de contarle sus mierdas al primero que conocen. ¿Es que esta gente no tiene amigos?
-La segunda... -¡Vamos, aquí viene lo bueno! ¿Será un viaje a lejanas tierras orientales? ¿Una técnica secreta? ¿Un artefacto milenario? ¿Un oscuro secreto de su antiguo linaj...?- porque Shinogi-to es famosa por tener las mayores bandas criminales de todo Ōnindo. ¿Y por qué me interesan las bandas criminales? Pues porque planeo darles el mayor golpe que han visto en sus puñeteras vidas.
A la kunoichi casi le da un infarto allí mismo. Tuvo un espasmo tan fuerte que se atragantó con su propia saliva, encorvándose y golpeándose en el pecho en un espectáculo ligeramente ridículo -aunque a aquellas horas de la noche, ya no hubiese casi nadie en la calle para verlo-. Le llevó varios minutos recobrar la normalidad, y cuando lo hizo, a la sorpresa le siguió la risa. Fue una risa seca, burlona... Y extremadamente breve. Anzu no era la chica más lista del mundo, pero tampoco había que serlo para leer lo que Datsue tenía pintado en la cara. ¿Va en serio...?
-Perdona, socio... Pero, ¿de qué puñetas me estás hablando?
Con la sorpresa, casi ni había visto lo que sujetaba el Uchiha: un papel blanco, apenas más grande que un billete de cincuenta ryos.
Aunque siguió caminando, la Yotsuki aminoró el paso. Quería escuchar con toda su atención cada palabra que saliera de la boca de Datsue. Intuía que, efectivamente, lo que quiera que fuese que iba a contarle, sería interesante. Si aquel chico hacía algo bien, era desde luego eso; hablar. De modo que simplemente se arregló un momento el kasa, que se le había escurrido hacia atrás, y siguió andando sin apartar la vista de su compañero shinobi.
—La primera —continuó Datsue, mientras rebuscaba con la diestra en un bolsillo interior de su túnica—, [color=khaki]es que quería estar lejos de mi hogar. Para que no llegasen a salpicarme los problemas en casa.
Oh, venga, ¡sáltate los preliminares melodramáticos y ve al grano de una vez! Qué manía tiene la gente de contarle sus mierdas al primero que conocen. ¿Es que esta gente no tiene amigos?
-La segunda... -¡Vamos, aquí viene lo bueno! ¿Será un viaje a lejanas tierras orientales? ¿Una técnica secreta? ¿Un artefacto milenario? ¿Un oscuro secreto de su antiguo linaj...?- porque Shinogi-to es famosa por tener las mayores bandas criminales de todo Ōnindo. ¿Y por qué me interesan las bandas criminales? Pues porque planeo darles el mayor golpe que han visto en sus puñeteras vidas.
A la kunoichi casi le da un infarto allí mismo. Tuvo un espasmo tan fuerte que se atragantó con su propia saliva, encorvándose y golpeándose en el pecho en un espectáculo ligeramente ridículo -aunque a aquellas horas de la noche, ya no hubiese casi nadie en la calle para verlo-. Le llevó varios minutos recobrar la normalidad, y cuando lo hizo, a la sorpresa le siguió la risa. Fue una risa seca, burlona... Y extremadamente breve. Anzu no era la chica más lista del mundo, pero tampoco había que serlo para leer lo que Datsue tenía pintado en la cara. ¿Va en serio...?
-Perdona, socio... Pero, ¿de qué puñetas me estás hablando?
Con la sorpresa, casi ni había visto lo que sujetaba el Uchiha: un papel blanco, apenas más grande que un billete de cincuenta ryos.