14/03/2016, 22:53
La sensación de que todos los elementos estaban de su parte en aquella noche crucial no tardó en irse al garete. La agradable brisa que acariciaba de manera normal la llanura de los Dojos del Combatiente se convirtió de un momento a otro en un vendaval que la sacudía con fiereza a cada paso que daba. Pero aquello no era suficiente para que cejara en su propósito. Aunque de manera más lenta, siguió adelante, zancada a zancada, luchando contra la fuerza del viento que revolvía sus cabellos y zarandeaba su cuerpo en pos de dificultarle el movimiento.
«La luna está conmigo... pero el viento está en mi contra.» Llegó a pensar, cuando se vio obligada a cruzar los brazos por delante del rostro.
Agachó la mirada y sobre la hierba vio que el viento bailaba una danza que hacía ondular su superficie como si fuera un océano de hierba.
«Como si fueran las aguas del Gran Lago de Amegakure en uno de esos días tormentosos...» Una dolorosa punzada atravesó su ya maltrecho corazón. Si hacía lo que estaba a punto de hacer, jamás volvería a ver aquellas aguas. Jamás volvería a disfrutar de la lluvia acariciando su rostro día sí y día también. ¿De verdad deb...?
Ayame sacudió la cabeza y reanudó la marcha. Era como si el aire estuviese intentando convencerla de que diera media vuelta y abandonara aquella alocada empresa mandándole mensajes de nostalgia y añoranza. Pero debía mantenerse firme. Debía hacer de tripas corazón y armarse del poco coraje que le quedaba...
Ya tendría tiempo después para derrumbarse y llorar. No podía permitirse el lujo de pensar en las consecuencias de sus actos ahora.
—Pero bueno, ¿a dónde vas con todo eso, pequeñaja?
Aquella voz conocida, acompañada de aquella coletilla conocida, logró sobresaltarla. Había estado tan inmersa en sus pensamientos que no se había dado cuenta de la figura que parecía esperarla en mitad del camino. ¿Qué hacía allí en mitad de la noche?
—T... tío Karoi... —balbuceó, con el corazón prácticamente en la garganta. El hombre había alzado el brazo, y Ayame supo de inmediato que no la dejaría marchar así como así. Tragó saliva. Pocas habían sido las veces que había visto a su tío, pero nunca antes le había parecido tan recto, tan... imponente. ¿O era una sugestión por la tensión de aquella fatídica noche?
Sin embargo, había algo que estaba claro. Aunque aquel hombre había sido parte de su sufrimiento actual por haber sellado al Gobi en su interior, pasara lo que pasara no podía contar la verdad. Si no, podía dar por perdido su objetivo desde aquel mismo momento.
—Y... yo... voy a salir varios días del valle para entrenar. Lo siento, sé que esperabas que lo hiciera antes, pero aún no he terminado de dominar el Mizu Fūsen no Jutsu... —se obligó a sonreír, pero fue incapaz de mantenerle el contacto visual directo y terminó por hundir la mirada en la tierra—. Pero, ¿qué estás haciendo tú aquí a estas horas de la madrugada?
Ahora que lo pensaba, ni siquiera sabía dónde se hospedaba su tío. Estaba segura de no haberle visto por el El Patito Frito.
«La luna está conmigo... pero el viento está en mi contra.» Llegó a pensar, cuando se vio obligada a cruzar los brazos por delante del rostro.
Agachó la mirada y sobre la hierba vio que el viento bailaba una danza que hacía ondular su superficie como si fuera un océano de hierba.
«Como si fueran las aguas del Gran Lago de Amegakure en uno de esos días tormentosos...» Una dolorosa punzada atravesó su ya maltrecho corazón. Si hacía lo que estaba a punto de hacer, jamás volvería a ver aquellas aguas. Jamás volvería a disfrutar de la lluvia acariciando su rostro día sí y día también. ¿De verdad deb...?
Ayame sacudió la cabeza y reanudó la marcha. Era como si el aire estuviese intentando convencerla de que diera media vuelta y abandonara aquella alocada empresa mandándole mensajes de nostalgia y añoranza. Pero debía mantenerse firme. Debía hacer de tripas corazón y armarse del poco coraje que le quedaba...
Ya tendría tiempo después para derrumbarse y llorar. No podía permitirse el lujo de pensar en las consecuencias de sus actos ahora.
—Pero bueno, ¿a dónde vas con todo eso, pequeñaja?
Aquella voz conocida, acompañada de aquella coletilla conocida, logró sobresaltarla. Había estado tan inmersa en sus pensamientos que no se había dado cuenta de la figura que parecía esperarla en mitad del camino. ¿Qué hacía allí en mitad de la noche?
—T... tío Karoi... —balbuceó, con el corazón prácticamente en la garganta. El hombre había alzado el brazo, y Ayame supo de inmediato que no la dejaría marchar así como así. Tragó saliva. Pocas habían sido las veces que había visto a su tío, pero nunca antes le había parecido tan recto, tan... imponente. ¿O era una sugestión por la tensión de aquella fatídica noche?
Sin embargo, había algo que estaba claro. Aunque aquel hombre había sido parte de su sufrimiento actual por haber sellado al Gobi en su interior, pasara lo que pasara no podía contar la verdad. Si no, podía dar por perdido su objetivo desde aquel mismo momento.
—Y... yo... voy a salir varios días del valle para entrenar. Lo siento, sé que esperabas que lo hiciera antes, pero aún no he terminado de dominar el Mizu Fūsen no Jutsu... —se obligó a sonreír, pero fue incapaz de mantenerle el contacto visual directo y terminó por hundir la mirada en la tierra—. Pero, ¿qué estás haciendo tú aquí a estas horas de la madrugada?
Ahora que lo pensaba, ni siquiera sabía dónde se hospedaba su tío. Estaba segura de no haberle visto por el El Patito Frito.