14/03/2016, 23:00
Como dos gatos veloces corriendo por los tejados de la Aldea, Yotsuki y Rokuro huyeron como centellas de la autoridad en una suerte de paradigma de la rebeldía adolescente, que haría las delicias de la juventud en todo Onindo si un escritor avispado -y oportuno- la hubiese plasmado en su libro. Mientras que Hei saltaba de mesa en mesa, destrozándolo todo ante la mirada entristecida de su compañera -que pensaba que toda esa comida estaba sin duda mejor en su estómago que por el suelo-, Anzu corría entre la multitud, esquivando de vez en cuando a ancianos o niños, y golpeando también con frecuencia a adultos. Sólo echó la vista atrás en una ocasión: para confirmar que Tatsuya no había caído en las garras del estirado chuunin. Y, en efecto, el cortés espadachín les iba a la zaga.
Menos mal... No me hubiera perdonado que le castigasen por nuestra culpa. Al fin y al cabo, somos compañeros.
Los tres chicos, en su escapada, terminaron por dejar atrás el lugar de la celebración para internarse en la oscuridad que eran las raíces del Árbol Sagrado. Joder, no puedo más. ¿Hasta cuando piensa seguir corriendo este rubiales? Hei acompañó aquellos pensamientos de un potente salto con el que subió a una gruesa raíz. La Yotsuki le siguió sin pensarlo dos veces, a pesar de que estaba a punto de echar todo lo que había comido media hora antes -que no era poco-.
-Joder... No... Puedo... Más... -farfulló, entre respiraciones forzadas, cuando por fin Rokuro se detuvo-. Si ese tío nos ha seguido, estamos jodidos. Yo ya no puedo correr más, me declaro culpable de todo.
Por suerte, no sería así. Allí, sobre una de las enormes raíces del Árbol Sagrado, sólo estaban ellos dos; y Tatsuya, que no tardaría en llegar. La Yotsuki se dejó caer sobre la madera áspera que les servía de asiento. Por un momento, su mirada gris se perdió en la inmensidad del Río que se extendía ante ellos, hasta la cascada que daba nombre a Takigakure. En la orilla, ahora lejos, podía verse a los aldeanos con sus lámparas de arroz. Fue en ese momento cuando Anzu cayó en la cuenta de algo.
-¡Mierda! Me he dejado mi lámpara... ¿Qué voy a lanzar entonces?
Menos mal... No me hubiera perdonado que le castigasen por nuestra culpa. Al fin y al cabo, somos compañeros.
Los tres chicos, en su escapada, terminaron por dejar atrás el lugar de la celebración para internarse en la oscuridad que eran las raíces del Árbol Sagrado. Joder, no puedo más. ¿Hasta cuando piensa seguir corriendo este rubiales? Hei acompañó aquellos pensamientos de un potente salto con el que subió a una gruesa raíz. La Yotsuki le siguió sin pensarlo dos veces, a pesar de que estaba a punto de echar todo lo que había comido media hora antes -que no era poco-.
-Joder... No... Puedo... Más... -farfulló, entre respiraciones forzadas, cuando por fin Rokuro se detuvo-. Si ese tío nos ha seguido, estamos jodidos. Yo ya no puedo correr más, me declaro culpable de todo.
Por suerte, no sería así. Allí, sobre una de las enormes raíces del Árbol Sagrado, sólo estaban ellos dos; y Tatsuya, que no tardaría en llegar. La Yotsuki se dejó caer sobre la madera áspera que les servía de asiento. Por un momento, su mirada gris se perdió en la inmensidad del Río que se extendía ante ellos, hasta la cascada que daba nombre a Takigakure. En la orilla, ahora lejos, podía verse a los aldeanos con sus lámparas de arroz. Fue en ese momento cuando Anzu cayó en la cuenta de algo.
-¡Mierda! Me he dejado mi lámpara... ¿Qué voy a lanzar entonces?