15/03/2016, 01:30
¿Pero qué brujería...
-... es esta?
Cogió sin dudarlo una sola vez el papel que le ofrecía Datsue. Lo pasó entre sus dedos, lo tocó, lo olió. Parecía un billete, tenía el tacto de un billete, y hasta olía como un billete. Incrédula, Anzu tardó unos instantes en recomponerse. Aquel Uchiha acababa de convertir un simple papelucho en una réplica exacta por valor de cien ryos; ella no podía creerlo. Ante semejante perspectiva, ya no le parecía que Datsue fuese un criajo inconsciente que estaba a punto de meterse en la boca del lobo sin tener en cuenta lo afilados que estuvieran sus colmillos. Parecía tener, en efecto, un plan.
Sin embargo, había un detalle...
-¿Por qué me lo cuentas? -interrogó la chica, y casi al instante se dio cuenta de la estupidez de su pregunta-.
Era evidente. Datsue no conocía Shinogi-To, no tenía contacto ninguno que pudiera facilitarle un provechoso 'negocio', y seguramente ni tan siquiera sabría orientarse por la ciudad. De repente, Anzu vio lo evidente de su papel; eso la hizo temblar. Ella se jactaba de ser una kunoichi valiente, pero una cosa era rescatar gatitos y pegarse unas cuantas leches en los entrenamientos, y otra bien distinta...
Sin quererlo, se llevó la mano derecha a la boca. Sus dedos palparon de arriba a abajo la horrenda cicatriz que le desfiguraba el rostro; y recordó también la mano mutilada de su pobre padre. Fue entonces cuando entendió que tenía que aferrarse a ese recuerdo, hacerlo suyo, abrazarlo como si quisiera arrojarse a una hoguera, porque era precisamente ese fuego salvaje el que la alimentaba. La ira. La ira podía llegar a ser un potente combustible... Aunque, en aquel momento, Yotsuki Anzu sólo estaba empezando a experimentar sus primeros efectos. Apenas una niña traviesa que juega en la orilla de un océano.
-Vale -respondió, volviendo al mundo real, a ninguna proposición concreta-. Te ayudaré a joder bien a esos cabrones. Vamos, tenemos que buscar a alguien...
Reanudó la caminata, calle abajo, con paso firme. Si Datsue la seguía, no tardarían en internarse en un entramado de callejones que en nada se parecía al barrio de los artesanos donde vivía Hiroshi. Las callejuelas se volvían más estrechas, lóbregas y peligrosas, pero nada de eso parecía detener a la kunoichi de piel café. Estuvieron un buen rato dando vueltas, hasta que, al doblar una esquina...
-¡YAAAARG!
El grito rasgó el aire justo antes de que una figura, oculta entre las sombras del callejón, se abalanzase sobre Anzu. Era alta y, aunque delgada, no cabía duda que pertenecía a un hombre adulto. El desconocido dejó caer todo su peso sobre la chica, tumbándola en el acto gracias al factor sorpresa. Alzó el brazo derecho y, entre las sombras de la noche, Datsue creyó ver el brillo metálico de una hoja mohosa.
-... es esta?
Cogió sin dudarlo una sola vez el papel que le ofrecía Datsue. Lo pasó entre sus dedos, lo tocó, lo olió. Parecía un billete, tenía el tacto de un billete, y hasta olía como un billete. Incrédula, Anzu tardó unos instantes en recomponerse. Aquel Uchiha acababa de convertir un simple papelucho en una réplica exacta por valor de cien ryos; ella no podía creerlo. Ante semejante perspectiva, ya no le parecía que Datsue fuese un criajo inconsciente que estaba a punto de meterse en la boca del lobo sin tener en cuenta lo afilados que estuvieran sus colmillos. Parecía tener, en efecto, un plan.
Sin embargo, había un detalle...
-¿Por qué me lo cuentas? -interrogó la chica, y casi al instante se dio cuenta de la estupidez de su pregunta-.
Era evidente. Datsue no conocía Shinogi-To, no tenía contacto ninguno que pudiera facilitarle un provechoso 'negocio', y seguramente ni tan siquiera sabría orientarse por la ciudad. De repente, Anzu vio lo evidente de su papel; eso la hizo temblar. Ella se jactaba de ser una kunoichi valiente, pero una cosa era rescatar gatitos y pegarse unas cuantas leches en los entrenamientos, y otra bien distinta...
Sin quererlo, se llevó la mano derecha a la boca. Sus dedos palparon de arriba a abajo la horrenda cicatriz que le desfiguraba el rostro; y recordó también la mano mutilada de su pobre padre. Fue entonces cuando entendió que tenía que aferrarse a ese recuerdo, hacerlo suyo, abrazarlo como si quisiera arrojarse a una hoguera, porque era precisamente ese fuego salvaje el que la alimentaba. La ira. La ira podía llegar a ser un potente combustible... Aunque, en aquel momento, Yotsuki Anzu sólo estaba empezando a experimentar sus primeros efectos. Apenas una niña traviesa que juega en la orilla de un océano.
-Vale -respondió, volviendo al mundo real, a ninguna proposición concreta-. Te ayudaré a joder bien a esos cabrones. Vamos, tenemos que buscar a alguien...
Reanudó la caminata, calle abajo, con paso firme. Si Datsue la seguía, no tardarían en internarse en un entramado de callejones que en nada se parecía al barrio de los artesanos donde vivía Hiroshi. Las callejuelas se volvían más estrechas, lóbregas y peligrosas, pero nada de eso parecía detener a la kunoichi de piel café. Estuvieron un buen rato dando vueltas, hasta que, al doblar una esquina...
-¡YAAAARG!
El grito rasgó el aire justo antes de que una figura, oculta entre las sombras del callejón, se abalanzase sobre Anzu. Era alta y, aunque delgada, no cabía duda que pertenecía a un hombre adulto. El desconocido dejó caer todo su peso sobre la chica, tumbándola en el acto gracias al factor sorpresa. Alzó el brazo derecho y, entre las sombras de la noche, Datsue creyó ver el brillo metálico de una hoja mohosa.