15/03/2016, 21:50
(Última modificación: 15/03/2016, 21:51 por Uchiha Akame.)
Anzu no podía ver ni siquiera el rostro del tipo que tenía subido encima, forcejeando ahora con Datsue. Notaba sus huesudas rodillas clavándosele en la pierna derecha, sus facciones desencajadas en frenesí, su cuerpo temblando como si estuviera a quince grados bajo cero. Fuera quien fuese, para ella sólo había un objetivo ahora; sacárselo de encima. Y a golpes, de ser posible.
Oyó un golpetazo brutal, seguido de un lamento que sin duda era de su compañero Uchiha. Aprovechando que ahora tenía ambas manos libres, la Yotsuki le propinó otro gancho de diestra a su agresor, y esta vez, sintió que había dado de lleno en la mandíbula. Lo estamos cosiendo a palos, y aun así el tío no cae. ¿Pero qué demonios significa esto? De repente Anzu notó como el peso de su asaltante era desplazado bruscamente y, al sentirse libre, su primer impulso fue ponerse de pie.
Desde su mejorada posición, pudo ver algo que nunca se habría esperado: el canijo Datsue, que no debía pesar más de cincuenta kilos, estaba fuera de sí. Totalmente preso de la ira, agarró por el cuello al tipo y empezó a darle cabezazos directamente en el rostro. Fue un espectáculo grotesco, un concierto de huesos crujiendo y el viscoso susurro de la sangre derramada.
-¡Vale, Datsue-san, ya vale! -le gritó la kunoichi, que había visto como el asaltante llevaba inconsciente desde el quinto cabezazo-. ¡Estáte quieto, joder, que te lo cargas!
Para Anzu, estaba muy claro. Una cosa era dar una paliza a algún maleante demasiado atrevido, y otra bien distinta matar a alguien. Aunque ella se había críado junto al peor barrio de Shinogi-To, Hida le había inculcado una valiosa lección; casi le pareció oír su voz.
Sin pensarlo dos veces, se lanzó hacia su compañero y de un empujón lo separó del cuerpo inerte de aquel extraño, que cayó pesadamente hacia la tenue luz que proyectaba una ventana cercana. Allí pudo verle la cara; o, más bien, lo que quedaba de ella. Datsue le había roto la nariz, los pómulos, la boca... Si antes ese tipo había parecido medianamente humano, ahora no se asemejaba más a una persona que a un ladrillo. Sobre todo por el color rojo.
-Joder... Qué puto susto. Me ha enganchado bien el cabrón -suspiró, aliviada, al ver que el asalto había terminado-.
El detalle más llamativo fueron, sin embargo, sus orejas. Estaban rojas, hinchadas, y al examinarlas más de cerca Anzu pudo ver como una costra de sangre negruzca y reseca cubría el pabellón exterior.
-Putos yonquis -escupió, con desprecio-. Ahora entiendo que nos haya costado tanto tumbarlo... Y también que me atacara. Es un adicto al omoide -de repente su rostro se iluminó, como si acabase de recordar algo muy importante-. Lo cual, por otra parte, no puede ser mejor noticia. Estamos cerca.
Oyó un golpetazo brutal, seguido de un lamento que sin duda era de su compañero Uchiha. Aprovechando que ahora tenía ambas manos libres, la Yotsuki le propinó otro gancho de diestra a su agresor, y esta vez, sintió que había dado de lleno en la mandíbula. Lo estamos cosiendo a palos, y aun así el tío no cae. ¿Pero qué demonios significa esto? De repente Anzu notó como el peso de su asaltante era desplazado bruscamente y, al sentirse libre, su primer impulso fue ponerse de pie.
Desde su mejorada posición, pudo ver algo que nunca se habría esperado: el canijo Datsue, que no debía pesar más de cincuenta kilos, estaba fuera de sí. Totalmente preso de la ira, agarró por el cuello al tipo y empezó a darle cabezazos directamente en el rostro. Fue un espectáculo grotesco, un concierto de huesos crujiendo y el viscoso susurro de la sangre derramada.
-¡Vale, Datsue-san, ya vale! -le gritó la kunoichi, que había visto como el asaltante llevaba inconsciente desde el quinto cabezazo-. ¡Estáte quieto, joder, que te lo cargas!
Para Anzu, estaba muy claro. Una cosa era dar una paliza a algún maleante demasiado atrevido, y otra bien distinta matar a alguien. Aunque ella se había críado junto al peor barrio de Shinogi-To, Hida le había inculcado una valiosa lección; casi le pareció oír su voz.
"Un ninja siempre debe tener un código. Ayuda a mantener a raya todo lo malo que hay en nosotros."
Sin pensarlo dos veces, se lanzó hacia su compañero y de un empujón lo separó del cuerpo inerte de aquel extraño, que cayó pesadamente hacia la tenue luz que proyectaba una ventana cercana. Allí pudo verle la cara; o, más bien, lo que quedaba de ella. Datsue le había roto la nariz, los pómulos, la boca... Si antes ese tipo había parecido medianamente humano, ahora no se asemejaba más a una persona que a un ladrillo. Sobre todo por el color rojo.
-Joder... Qué puto susto. Me ha enganchado bien el cabrón -suspiró, aliviada, al ver que el asalto había terminado-.
El detalle más llamativo fueron, sin embargo, sus orejas. Estaban rojas, hinchadas, y al examinarlas más de cerca Anzu pudo ver como una costra de sangre negruzca y reseca cubría el pabellón exterior.
-Putos yonquis -escupió, con desprecio-. Ahora entiendo que nos haya costado tanto tumbarlo... Y también que me atacara. Es un adicto al omoide -de repente su rostro se iluminó, como si acabase de recordar algo muy importante-. Lo cual, por otra parte, no puede ser mejor noticia. Estamos cerca.