16/03/2016, 12:35
<<Es evidente que no ha colado...>>
Y era normal. La mentira había escalado mucho. Pero es que la suya también era increíble.
—¡Venga, Daruu-san! Lo de las piedras es impresionante, y me lo creo... Pero, ¿una lagartija comiéndose a un zorro? No seas ingenuo, ¡todo el mundo sabe que sólo se alimentan de insectos pequeños!
—Pero vamos a ver... —contestó Daruu—. ¿Cómo narices quieres que me crea yo que tu kage puede controlar seis elementos? ¡Si sólo hay cinco! ¡Cinco!
En realidad, habían más. <<Como la madera...>>. Pero esos no contaban. Eran líneas sanguíneas, y dudaba pero que muy mucho que Anzu estuviera teniendo en cuenta eso. Se refería obviamente a elementos básicos. Y aún así... <<¿Dominar seis elementos, sean básicos o sean líneas de sangre? ¡Absurdo!>>
—Si quieres oír una buena historia, escucha atentam...
Anzu se calló de repente y Daruu miró hacia los lados, intentando averiguar por qué. El por qué resultó ser un hombre, de unos veinte años, vestido con un yukata de aspecto caro de color moradizo. Ceñía a la cintura un obi blanco como el hueso y calzaba unas sandalias tradicionales. Hubiera parecido un noble de no ser por su rostro mal encajado y desolado. Habían unas cuantas cicatrices dibujadas por la piel, y algunas de ellas eran recientes. Sus ojos, de un verde espectral, eran un espejo cargado de miedo.
—Vosotros... Vosotros dos... —Si sus ojos eran un reflejo de su miedo, su voz eran los gritos de su alma aterrorizada—. Por favor, tenéis... Tenéis que ayudarme. —Agarró a Daruu por el hombro, y éste se revolvió y le apartó la mano con un aspaviento—. ¡Por favor! No tengo mucho tiempo.
—Mira... no puedo ayudarte, lo siento. Tendrás que buscar a otra persona —se explicó Daruu, sintiéndose mal, y sintiéndose inútil.
—¿Pero qué me estás container, socio? ¿Para qué no tienes tiempo? —Anzu se acercó a Daruu y le susurró al oído—: Seguro que es un yonqui... Seguro que ahora empezará a contarte cómo su caballo le ha dejado tirado a medio camino l algo así. Dí que no tienes cambio...
—¡No! No lo entendéis... Me están buscando. Por favor, por favor... Tenéis que ayudarme a salir de esta ciudad.
Daruu suspiró y se giró hacia su bol de ramen.
—Mira, tío, no puedo ayudarte, ya te lo he dicho —insistió—. ¿Tú has visto cómo estoy? Probablemente en un estado en el que ayudarte sólo sería empeorarlo. Busca a un guardia, hay muchos por aquí.
Y era normal. La mentira había escalado mucho. Pero es que la suya también era increíble.
—¡Venga, Daruu-san! Lo de las piedras es impresionante, y me lo creo... Pero, ¿una lagartija comiéndose a un zorro? No seas ingenuo, ¡todo el mundo sabe que sólo se alimentan de insectos pequeños!
—Pero vamos a ver... —contestó Daruu—. ¿Cómo narices quieres que me crea yo que tu kage puede controlar seis elementos? ¡Si sólo hay cinco! ¡Cinco!
En realidad, habían más. <<Como la madera...>>. Pero esos no contaban. Eran líneas sanguíneas, y dudaba pero que muy mucho que Anzu estuviera teniendo en cuenta eso. Se refería obviamente a elementos básicos. Y aún así... <<¿Dominar seis elementos, sean básicos o sean líneas de sangre? ¡Absurdo!>>
—Si quieres oír una buena historia, escucha atentam...
Anzu se calló de repente y Daruu miró hacia los lados, intentando averiguar por qué. El por qué resultó ser un hombre, de unos veinte años, vestido con un yukata de aspecto caro de color moradizo. Ceñía a la cintura un obi blanco como el hueso y calzaba unas sandalias tradicionales. Hubiera parecido un noble de no ser por su rostro mal encajado y desolado. Habían unas cuantas cicatrices dibujadas por la piel, y algunas de ellas eran recientes. Sus ojos, de un verde espectral, eran un espejo cargado de miedo.
—Vosotros... Vosotros dos... —Si sus ojos eran un reflejo de su miedo, su voz eran los gritos de su alma aterrorizada—. Por favor, tenéis... Tenéis que ayudarme. —Agarró a Daruu por el hombro, y éste se revolvió y le apartó la mano con un aspaviento—. ¡Por favor! No tengo mucho tiempo.
—Mira... no puedo ayudarte, lo siento. Tendrás que buscar a otra persona —se explicó Daruu, sintiéndose mal, y sintiéndose inútil.
—¿Pero qué me estás container, socio? ¿Para qué no tienes tiempo? —Anzu se acercó a Daruu y le susurró al oído—: Seguro que es un yonqui... Seguro que ahora empezará a contarte cómo su caballo le ha dejado tirado a medio camino l algo así. Dí que no tienes cambio...
—¡No! No lo entendéis... Me están buscando. Por favor, por favor... Tenéis que ayudarme a salir de esta ciudad.
Daruu suspiró y se giró hacia su bol de ramen.
—Mira, tío, no puedo ayudarte, ya te lo he dicho —insistió—. ¿Tú has visto cómo estoy? Probablemente en un estado en el que ayudarte sólo sería empeorarlo. Busca a un guardia, hay muchos por aquí.