16/03/2016, 12:56
Daruu reaccionó tal y como Anzu lo habría hecho. La Yotsuki, al haberse criado junto a uno de los peores barrios de Shinogi-To, estaba acostumbrada a tratar con vagabundos, drogadictos y maleantes; con gesto aprobador, asintió ante la metafórica huída de su compañero. Yo no lo habría hecho mejor, ¡putos yonquis!. Sin embargo, parecía que zafarse de aquel tipo no iba a ser tan fácil. Con el rostro desencajado por el miedo, lanzó una mirada alrededor que delataba cautela, y volvió a intentarlo, esta vez con la kunoichi.
—Tú, tú, tú pareces buen chico... Por favor, ayúdame a salir de esta ciudad. Si me cogen, tendré que volver a... A... ¡No quiero volver! —el extraño intentaba susurrar sus exclamaciones, como si tuviera miedo de que alguien más aparte de los dos gennin pudiera escucharle.
—Mira, socio, soy de Shinogi-To, ¿sabes? A los de tu cuerda me los conozco bien. Anda, date el piro antes de que te eche a patadas —respondió, seca y mordaz, la Yotsuki.
El extravagante muchacho se dio media vuelta, resginado, sin abandonar aquella postura encorvada y alerta. Parecía un conejo en una zona habitada por lobos. Cuando ya parecía que iba a irse, volvió a encarar al gennin de Amegakure y, tomándole del antebrazo con fuerza, le miró directamente a los ojos. Daruu creyó ver un destello que pasaba por el color verde pistacho en la mirada de aquel tipo.
—Ella... Ella es importante para tí, ¿verdad? —balbuceó el extraño, con aire ausente—. Ayúdame y te hablaré de ella, te... Te contaré lo que he visto. Quieres saberlo, sí... Lo veo en tus ojos.
Las manos de aquel tipo eran finas y delicadas, y aunque estaban llenas de mugre y cubiertas de cicatrices, tenían un tacto suave. Si se fijaban atentamente, los gennin podrían ver unas características marcas de laceraciones en las muñecas del muchacho; era evidente que había tenido atadas las muñecas.
—¿Qué dices, tarado? ¡Te he dicho que te largues! —protestó Anzu, que estaba empezando a cabrearse.
—Tú, tú, tú pareces buen chico... Por favor, ayúdame a salir de esta ciudad. Si me cogen, tendré que volver a... A... ¡No quiero volver! —el extraño intentaba susurrar sus exclamaciones, como si tuviera miedo de que alguien más aparte de los dos gennin pudiera escucharle.
—Mira, socio, soy de Shinogi-To, ¿sabes? A los de tu cuerda me los conozco bien. Anda, date el piro antes de que te eche a patadas —respondió, seca y mordaz, la Yotsuki.
El extravagante muchacho se dio media vuelta, resginado, sin abandonar aquella postura encorvada y alerta. Parecía un conejo en una zona habitada por lobos. Cuando ya parecía que iba a irse, volvió a encarar al gennin de Amegakure y, tomándole del antebrazo con fuerza, le miró directamente a los ojos. Daruu creyó ver un destello que pasaba por el color verde pistacho en la mirada de aquel tipo.
—Ella... Ella es importante para tí, ¿verdad? —balbuceó el extraño, con aire ausente—. Ayúdame y te hablaré de ella, te... Te contaré lo que he visto. Quieres saberlo, sí... Lo veo en tus ojos.
Las manos de aquel tipo eran finas y delicadas, y aunque estaban llenas de mugre y cubiertas de cicatrices, tenían un tacto suave. Si se fijaban atentamente, los gennin podrían ver unas características marcas de laceraciones en las muñecas del muchacho; era evidente que había tenido atadas las muñecas.
—¿Qué dices, tarado? ¡Te he dicho que te largues! —protestó Anzu, que estaba empezando a cabrearse.