16/03/2016, 18:04
—Podría haberlo hecho, ¿pero quién va a brindar en contra de la victoria de su hija? ¿Tú? —respondió Kiroe, y Zetsuo volvió a alzar una ceja en un gesto que no dejaba nada en lo que dudar—. No, además, la apuesta es divertida y tal, pero lo digo en serio, Zetsuo. Ojalá todo siga igual. Porque, ya lo sabes... Últimamente la cosa está un poco... revuelta.
La mujer ladeó la cabeza, con una extraña sonrisa. Los ojos de los dos adultos se encontraron, el suspicaz violeta contra el extrañado aguamarina; y, por primera vez en su vida, Zetsuo fue capaz de leerle la mente.
Aquella frase tan corta caló en lo más profundo del psique del médico, pero no permitió que ningún sentimiento aflorara en su rostro. A ojos externos, nadie podría siquiera adivinar lo que estaba pasando entre los dos shinobi. Después de todo, ni siquiera podía estar seguro sobre lo que se estaba refiriendo la mujer y realmente no le importaba una mierda lo que pudiera saber Kiroe. Él no había cometido ningún tipo de delito, y si lo mantenía bajo tan estricto secreto no era más que por el decreto sentenciado por Amekoro Yui.
—¡Mirad! ¡Ahí viene la comida!
El empleado dejó los platos sobre la mesa. Para Zetsuo y Kiroe, sendas raciones de trucha con salsa de pimienta verde y limón; para Kōri, un plato con unos cinco dangos de pulpo; y para Daruu y Ayame un plato compartido de tiras de carne con varias salsas de colores alrededor.
A Ayame le rugió el estómago en cuanto el olor del pato llegó hasta su nariz.
—Dios mío, qué buena pinta tiene esto.
—Ayyyy... Me acabo de dar cuenta de que tengo mucha hambre.
Daruu alargó el brazo para tomar el primer pedazo de carne, y Ayame no tardó en hacer lo mismo. Lo mojó en una salsa de color rosado y se lo llevó a la boca. Era salsa agridulce, y se combinaba de manera deliciosa con la ternura de la carne y lo crujiente del rebozado. Hacía milenios que no probaba algo tan bueno.
—¡Es el primer plato decente que como en varios días! —exclamó y Zetsuo volvió a darle un capón en la coronilla.
—¡Niña!
—¡Es la verdad! —protestó—. ¡Hemos comido a base de bocadillos desde que salimos de casa!
Por su parte, Daruu y Kiroe se habían enfrascado en una conversación similar, pero Ayame no perdió el tiempo y siguió atacando su comida con apetito casi voraz. Kōri estaba demasiado concentrado en sus dango como para intervenir y Zetsuo, por otro lado, se había sumido en un taciturno silencio mientras degustaba su trucha.
La mujer ladeó la cabeza, con una extraña sonrisa. Los ojos de los dos adultos se encontraron, el suspicaz violeta contra el extrañado aguamarina; y, por primera vez en su vida, Zetsuo fue capaz de leerle la mente.
«Lo sé. Lo sé todo.»
Aquella frase tan corta caló en lo más profundo del psique del médico, pero no permitió que ningún sentimiento aflorara en su rostro. A ojos externos, nadie podría siquiera adivinar lo que estaba pasando entre los dos shinobi. Después de todo, ni siquiera podía estar seguro sobre lo que se estaba refiriendo la mujer y realmente no le importaba una mierda lo que pudiera saber Kiroe. Él no había cometido ningún tipo de delito, y si lo mantenía bajo tan estricto secreto no era más que por el decreto sentenciado por Amekoro Yui.
—¡Mirad! ¡Ahí viene la comida!
El empleado dejó los platos sobre la mesa. Para Zetsuo y Kiroe, sendas raciones de trucha con salsa de pimienta verde y limón; para Kōri, un plato con unos cinco dangos de pulpo; y para Daruu y Ayame un plato compartido de tiras de carne con varias salsas de colores alrededor.
A Ayame le rugió el estómago en cuanto el olor del pato llegó hasta su nariz.
—Dios mío, qué buena pinta tiene esto.
—Ayyyy... Me acabo de dar cuenta de que tengo mucha hambre.
Daruu alargó el brazo para tomar el primer pedazo de carne, y Ayame no tardó en hacer lo mismo. Lo mojó en una salsa de color rosado y se lo llevó a la boca. Era salsa agridulce, y se combinaba de manera deliciosa con la ternura de la carne y lo crujiente del rebozado. Hacía milenios que no probaba algo tan bueno.
—¡Es el primer plato decente que como en varios días! —exclamó y Zetsuo volvió a darle un capón en la coronilla.
—¡Niña!
—¡Es la verdad! —protestó—. ¡Hemos comido a base de bocadillos desde que salimos de casa!
Por su parte, Daruu y Kiroe se habían enfrascado en una conversación similar, pero Ayame no perdió el tiempo y siguió atacando su comida con apetito casi voraz. Kōri estaba demasiado concentrado en sus dango como para intervenir y Zetsuo, por otro lado, se había sumido en un taciturno silencio mientras degustaba su trucha.