18/03/2016, 19:09
Ayame asintió de mala gana y le siguió como quien es incapaz de rechazar a alguien a quien le tiene gran estima. Eso es precisamente lo que él esperaba que hiciera, de modo que estaba contento. Todo iba a la perfección. Suspiró y caminó a su lado. Seguramente la muchacha pensase que su intención era la de acompañarla en una noche tan oscura. Eso es lo que el instinto le diría. Porque el miedo la traicionaría, el miedo la paralizaría si osaba separarse de la cálida presencia de su tío.
Y él lo sabía.
—¿Qué son exactamente esas cosas que tienes que hacer fuera del valle a estas horas de la noche, tío Karoi?
Soltó una risilla amable.
—Ay, Ayame, qué inocente que eres —contestó su tío—. ¿Qué crees que es lo que un ninja haría a estas horas de la noche? Es una misión, por supuesto. De parte directa de la Arashikage.
Tío y sobrina se sumieron en silencio. El viento bramaba.
El viento bramaba. Si no hubiera habido viento, y si el valle no hubiera sido tan oscuro por la noche, Ayame podría haberse dado cuenta de que Karoi actuaba y hablaba con un nerviosismo poco habitual en él. Pero hacía mucho viento. Removía los cabellos de los familiares y aminoraba su marcha. Empujaba al samurái que se les acercó, y casi vuela el papel acreditado de Karoi para abandonar el valle. Se filtraba y agitaba las copas de los árboles que la pequeña y el mayor cruzaron, y movían las olas del lago en el que Karoi se detuvo, que rompían a su vez con la orilla con una furia que recordaba a otras tierras.
—Bueno, ya estamos aquí, Ayame. Te dejo en el lago, seguro que te vendrá bien una masa de agua muy grande, ¿eh? —dijo su tío—. Pero antes, deja que... que te de algo. Te vendrá bien.
Karoi sacó de su bolsa una pequeña píldora de color amarronado. Era esférica, y desde allí le llegó el olor a frutas.
—Si te cansas, te tomas esto y estarás al cien por cien en un p... periquete. —Se acercó a Ayame...
Se acercó...
Cuando estaba a apenas un metro, sacó un kunai de su manga derecha y...
El viento bramaba. Si no hubiera habido viento, Karoi habría escuchado los pasos del hombre que les había estado siguiendo el rastro. Si no hubiera habido viento, habría sentido el movimiento entre los arbustos que avecinó su muerte.
Pero tenía la katana clavada ya en el centro del pecho. Y el hombre que le había matado era...
—Tú, maldito hijo de puta... Sabía que irías a por mi hija... —rugió Zetsuo, emanando ira en el mero susurro que siseó antes de sacar la katana del pecho de Karoi y patearlo para que se hundiera en el lago.
...
El cuerpo del caballito de mar explotó en una nube de humo, y reveló que el falso Karoi era en realidad un hombre con barba de tres días, rala, y gafas cuadradas. Portaba atada a la cintura una máscara de morena.
—¡Ayame! ¡Necesito una explicación! —Zetsuo, ido de sí, se dio la vuelta y se agachó frente a ella, agarrándola por los hombros y agitándola. Estaba...
...estaba llorando.
Y él lo sabía.
—¿Qué son exactamente esas cosas que tienes que hacer fuera del valle a estas horas de la noche, tío Karoi?
Soltó una risilla amable.
—Ay, Ayame, qué inocente que eres —contestó su tío—. ¿Qué crees que es lo que un ninja haría a estas horas de la noche? Es una misión, por supuesto. De parte directa de la Arashikage.
Tío y sobrina se sumieron en silencio. El viento bramaba.
El viento bramaba. Si no hubiera habido viento, y si el valle no hubiera sido tan oscuro por la noche, Ayame podría haberse dado cuenta de que Karoi actuaba y hablaba con un nerviosismo poco habitual en él. Pero hacía mucho viento. Removía los cabellos de los familiares y aminoraba su marcha. Empujaba al samurái que se les acercó, y casi vuela el papel acreditado de Karoi para abandonar el valle. Se filtraba y agitaba las copas de los árboles que la pequeña y el mayor cruzaron, y movían las olas del lago en el que Karoi se detuvo, que rompían a su vez con la orilla con una furia que recordaba a otras tierras.
—Bueno, ya estamos aquí, Ayame. Te dejo en el lago, seguro que te vendrá bien una masa de agua muy grande, ¿eh? —dijo su tío—. Pero antes, deja que... que te de algo. Te vendrá bien.
Karoi sacó de su bolsa una pequeña píldora de color amarronado. Era esférica, y desde allí le llegó el olor a frutas.
—Si te cansas, te tomas esto y estarás al cien por cien en un p... periquete. —Se acercó a Ayame...
Se acercó...
Cuando estaba a apenas un metro, sacó un kunai de su manga derecha y...
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El viento bramaba. Si no hubiera habido viento, Karoi habría escuchado los pasos del hombre que les había estado siguiendo el rastro. Si no hubiera habido viento, habría sentido el movimiento entre los arbustos que avecinó su muerte.
Pero tenía la katana clavada ya en el centro del pecho. Y el hombre que le había matado era...
—Tú, maldito hijo de puta... Sabía que irías a por mi hija... —rugió Zetsuo, emanando ira en el mero susurro que siseó antes de sacar la katana del pecho de Karoi y patearlo para que se hundiera en el lago.
...
El cuerpo del caballito de mar explotó en una nube de humo, y reveló que el falso Karoi era en realidad un hombre con barba de tres días, rala, y gafas cuadradas. Portaba atada a la cintura una máscara de morena.
—¡Ayame! ¡Necesito una explicación! —Zetsuo, ido de sí, se dio la vuelta y se agachó frente a ella, agarrándola por los hombros y agitándola. Estaba...
...estaba llorando.