20/03/2016, 18:39
Karoi soltó una risilla, a modo de respuesta.
—Ay, Ayame, qué inocente que eres —le dijo su tío, y Ayame ladeó la cabeza hacia él—. ¿Qué crees que es lo que un ninja haría a estas horas de la noche? Es una misión, por supuesto. De parte directa de la Arashikage.
«¿Una misión en mitad de la noche? ¿De parte directa de Yui...? ¿Fuera de los dominios de Amegakure...? ... ¿En plena celebración del Torneo de los Dojos?» Había algo en sus palabras que no terminaba de cuadrar en su cabeza, pero cuando estuvo a punto de preguntar al respecto el viento volvió a levantarse contra ella, arrancándole las palabras de la boca y obligándola a encorvarse y cruzar los brazos delante del rostro para seguir caminando.
De todas maneras, si su tío no quería contarle nada al respecto o si era información confidencial de la misma Arashikage, no lograría sonsacarle nada al respecto. Y tampoco debería importarle demasiado, puesto que en pocas horas habría cortado todos y cada uno de los lazos que la unían a los que la rodeaban... Tan solo tendría que seguir a su tío hasta las afueras de los dojos, dejar que la acompañara a un punto donde acordarían reunirse cuando terminara con su supuesto entrenamiento y, simplemente, no aparecer nunca más por allí.
Era todo muy fácil. Quizás demasiado. Pero Ayame estaba tan concentrada en su objetivo como para darse cuenta de ello.
Y así, tío y sobrina continuaron su camino hostigados por el incesante viento que no dejaba de bramar en sus oídos y de empujarles atrás, como si tratara de hacerles abandonar su campaña.
«El viento está en mi contra...» Se repitió, una vez más. «Pero la luna...» La luna no estaba, comprobó enseguida, horrorizada. El viento no sólo los empujaba a ellos. Había empujado también a las nubes, que cubrían ahora el cielo y habían sumido el valle en una terrorífica oscuridad.
Ayame se pegó aún más al cuerpo de Karoi.
En cuestión de minutos llegaron al límite del valle. El samurai que vigilaba la salida les salió al paso y el viento estuvo a punto de arrancarle de las manos a Karoi el papel que los acreditaba a entrar y salir del lugar cuando así lo desearan. Y cuando al fin se despidieron del guardia y salieron al exterior, Ayame sintió su pecho súbitamente más pesado. Como si tuviera una piedra por corazón.
«Aún no puedo derrumbarme... Sólo un poco más...» Tenía la victoria al alcance de la mano, y tuvo que hacer un soberano esfuerzo por no mirar atrás una última vez mientras atravesaban los bosques perseguidos por los aullidos del viento, que parecía lamentar su partida.
El bosque se abrió pasado un tiempo, y Ayame se sintió aún peor cuando observó como sus aguas rompían contra la orilla con una furia que le llevó a recuerdos lejanos, en una tierra que ya debía ser lejana para ella.
—Bueno, ya estamos aquí, Ayame. Te dejo en el lago, seguro que te vendrá bien una masa de agua muy grande, ¿eh? —dijo su tío repentinamente, sacándola de sus pensamientos.
—S... sí... Este lugar será perfecto —se obligó a responder, sobreponiéndose al doloroso nudo que atenazaba su garganta.
—Pero antes, deja que... que te dé algo. Te vendrá bien.
Ante su sorpresa, Karoi sacó de su bolsa una especie de canica de color pardo. Casi inmediatamente, un atractivo olor a frutas le llegó hasta la nariz.
—Si te cansas, te tomas esto y estarás al cien por cien en un p... periquete.
¿Por qué tartamudeaba de aquella forma? Nunca había visto tartamudear a Karoi.
Se acercó a ella para darle la extraña píldora.
Y a partir de entonces, todo el mundo se puso patas arriba demasiado deprisa como para poder asimilarlo.
El viento volvió a aullar. Cara a cara con Karoi, de su mano derecha surgió el inconfundible silbido del metal desenvainándose. El traicionero kunai destelló en la oscuridad de la noche, y los arbustos se agitaron violentamente. Ayame quiso gritar, apartarse de la trayectoria del arma, licuar su cuerpo para evitar un daño mortal, pero la traición había sido tan imprevista y rápida que fue incapaz de reaccionar a tiempo. Sus ojos contemplaron sin comprender el baile del metal dirigido hacia ella y entonces una sombra surgió entre los dos y atravesó el pecho de su tío de parte a parte como si fuera de mantequilla en lugar de carne y huesos.
—Tú, maldito hijo de puta... Sabía que irías a por mi hija...
Como sacada de una pesadilla, aquella voz que despedía tanta ira contenida se le antojó terriblemente familiar. Pero, aunque oía las palabras pronunciadas, era como si fuera incapaz de comprenderlas. Se había tapado los labios, sin poder apartar la mirada de su tío e incapaz de comprender cómo aquel hombre, que había aparecido de la nada prometiéndole entrenarla en las artes de los Hōzuki, que se había mostrado tan cálido y paternal hacia ella; había intentado traicionarla y había terminado muerto.
Zetsuo sacó el filo de la katana del cuerpo del traidor y de una patada lo hundió en las aguas del lago. Justo en ese momento, el cuerpo de su tío estalló en una voluta de humo, y aquel hombre dejó de ser Karoi para ser un simple desconocido con gafas cuadradas, una barba de tres días que cubría sus mejillas...
Y una máscara que representaba el rostro de una morena atada a la cintura. ¿Por qué aquel hombre que había tratado de matarla tenía una máscara tan similar a la de Karoi? Se había transformado en su tío, por lo que era evidente que lo conocía. Pero...
—¡Ayame! ¡Necesito una explicación! —volvió a rugir la voz familiar; sin embargo, Ayame seguía con la mirada clavada en el hombre de la máscara de morena. Su cuerpo temblaba con violencia.
Sólo cuando sintió unas manos cerrándose sobre su hombros y agitarla con brusquedad pareció despertar momentáneamente. Ayame se encontró con los ojos aguamarina de Zetsuo y se sorprendió al ver, quizás por primera vez en su vida, estaba llorando.
—Papá... —balbuceó, e incapaz de contenerse por más tiempo, rompió a sollozar, aterrorizada—. Q... ¿Qué haces... aquí?
Difícil. Aquello era demasiado difícil. Dejar una nota y abandonar el lugar sin ser vista por nadie habría sido lo más fácil, ¿pero cómo iba a encarar ahora a su padre?
Sus ojos se desviaron inevitablemente a las aguas del lago. Quizás podría convertirse en agua para escapar del agarre de su padre y esconderse en el lago y...
—Ay, Ayame, qué inocente que eres —le dijo su tío, y Ayame ladeó la cabeza hacia él—. ¿Qué crees que es lo que un ninja haría a estas horas de la noche? Es una misión, por supuesto. De parte directa de la Arashikage.
«¿Una misión en mitad de la noche? ¿De parte directa de Yui...? ¿Fuera de los dominios de Amegakure...? ... ¿En plena celebración del Torneo de los Dojos?» Había algo en sus palabras que no terminaba de cuadrar en su cabeza, pero cuando estuvo a punto de preguntar al respecto el viento volvió a levantarse contra ella, arrancándole las palabras de la boca y obligándola a encorvarse y cruzar los brazos delante del rostro para seguir caminando.
De todas maneras, si su tío no quería contarle nada al respecto o si era información confidencial de la misma Arashikage, no lograría sonsacarle nada al respecto. Y tampoco debería importarle demasiado, puesto que en pocas horas habría cortado todos y cada uno de los lazos que la unían a los que la rodeaban... Tan solo tendría que seguir a su tío hasta las afueras de los dojos, dejar que la acompañara a un punto donde acordarían reunirse cuando terminara con su supuesto entrenamiento y, simplemente, no aparecer nunca más por allí.
Era todo muy fácil. Quizás demasiado. Pero Ayame estaba tan concentrada en su objetivo como para darse cuenta de ello.
Y así, tío y sobrina continuaron su camino hostigados por el incesante viento que no dejaba de bramar en sus oídos y de empujarles atrás, como si tratara de hacerles abandonar su campaña.
«El viento está en mi contra...» Se repitió, una vez más. «Pero la luna...» La luna no estaba, comprobó enseguida, horrorizada. El viento no sólo los empujaba a ellos. Había empujado también a las nubes, que cubrían ahora el cielo y habían sumido el valle en una terrorífica oscuridad.
Ayame se pegó aún más al cuerpo de Karoi.
En cuestión de minutos llegaron al límite del valle. El samurai que vigilaba la salida les salió al paso y el viento estuvo a punto de arrancarle de las manos a Karoi el papel que los acreditaba a entrar y salir del lugar cuando así lo desearan. Y cuando al fin se despidieron del guardia y salieron al exterior, Ayame sintió su pecho súbitamente más pesado. Como si tuviera una piedra por corazón.
«Aún no puedo derrumbarme... Sólo un poco más...» Tenía la victoria al alcance de la mano, y tuvo que hacer un soberano esfuerzo por no mirar atrás una última vez mientras atravesaban los bosques perseguidos por los aullidos del viento, que parecía lamentar su partida.
El bosque se abrió pasado un tiempo, y Ayame se sintió aún peor cuando observó como sus aguas rompían contra la orilla con una furia que le llevó a recuerdos lejanos, en una tierra que ya debía ser lejana para ella.
—Bueno, ya estamos aquí, Ayame. Te dejo en el lago, seguro que te vendrá bien una masa de agua muy grande, ¿eh? —dijo su tío repentinamente, sacándola de sus pensamientos.
—S... sí... Este lugar será perfecto —se obligó a responder, sobreponiéndose al doloroso nudo que atenazaba su garganta.
—Pero antes, deja que... que te dé algo. Te vendrá bien.
Ante su sorpresa, Karoi sacó de su bolsa una especie de canica de color pardo. Casi inmediatamente, un atractivo olor a frutas le llegó hasta la nariz.
—Si te cansas, te tomas esto y estarás al cien por cien en un p... periquete.
¿Por qué tartamudeaba de aquella forma? Nunca había visto tartamudear a Karoi.
Se acercó a ella para darle la extraña píldora.
Y a partir de entonces, todo el mundo se puso patas arriba demasiado deprisa como para poder asimilarlo.
El viento volvió a aullar. Cara a cara con Karoi, de su mano derecha surgió el inconfundible silbido del metal desenvainándose. El traicionero kunai destelló en la oscuridad de la noche, y los arbustos se agitaron violentamente. Ayame quiso gritar, apartarse de la trayectoria del arma, licuar su cuerpo para evitar un daño mortal, pero la traición había sido tan imprevista y rápida que fue incapaz de reaccionar a tiempo. Sus ojos contemplaron sin comprender el baile del metal dirigido hacia ella y entonces una sombra surgió entre los dos y atravesó el pecho de su tío de parte a parte como si fuera de mantequilla en lugar de carne y huesos.
—Tú, maldito hijo de puta... Sabía que irías a por mi hija...
Como sacada de una pesadilla, aquella voz que despedía tanta ira contenida se le antojó terriblemente familiar. Pero, aunque oía las palabras pronunciadas, era como si fuera incapaz de comprenderlas. Se había tapado los labios, sin poder apartar la mirada de su tío e incapaz de comprender cómo aquel hombre, que había aparecido de la nada prometiéndole entrenarla en las artes de los Hōzuki, que se había mostrado tan cálido y paternal hacia ella; había intentado traicionarla y había terminado muerto.
Zetsuo sacó el filo de la katana del cuerpo del traidor y de una patada lo hundió en las aguas del lago. Justo en ese momento, el cuerpo de su tío estalló en una voluta de humo, y aquel hombre dejó de ser Karoi para ser un simple desconocido con gafas cuadradas, una barba de tres días que cubría sus mejillas...
Y una máscara que representaba el rostro de una morena atada a la cintura. ¿Por qué aquel hombre que había tratado de matarla tenía una máscara tan similar a la de Karoi? Se había transformado en su tío, por lo que era evidente que lo conocía. Pero...
—¡Ayame! ¡Necesito una explicación! —volvió a rugir la voz familiar; sin embargo, Ayame seguía con la mirada clavada en el hombre de la máscara de morena. Su cuerpo temblaba con violencia.
Sólo cuando sintió unas manos cerrándose sobre su hombros y agitarla con brusquedad pareció despertar momentáneamente. Ayame se encontró con los ojos aguamarina de Zetsuo y se sorprendió al ver, quizás por primera vez en su vida, estaba llorando.
—Papá... —balbuceó, e incapaz de contenerse por más tiempo, rompió a sollozar, aterrorizada—. Q... ¿Qué haces... aquí?
Difícil. Aquello era demasiado difícil. Dejar una nota y abandonar el lugar sin ser vista por nadie habría sido lo más fácil, ¿pero cómo iba a encarar ahora a su padre?
Sus ojos se desviaron inevitablemente a las aguas del lago. Quizás podría convertirse en agua para escapar del agarre de su padre y esconderse en el lago y...