13/05/2015, 06:35
El día era radiante, de aquellos que reconfortaban el alma. El sol brillaba a todo motor y el cálido calor costeño no hacía más que darle la bienvenida al verano. Y como cada inicio de estación, Kota se dirigía al local de la señora Mizuki para comer uno de los platos más característicos de la aldea. Pero la verdadera razón estaba en que la mujer tenía una hija, de unos 20 años, tan hermosa como un lirio y no era para menos que la chica se haya convertido en el amor platónico de un Kota que a pesar de ser menor que ella, aspiraba poder conquistarla. Su equívoco intento no sólo le estaba costando una mensualidad en comprar comida en el local sino que le distraía de su entrenamiento y eso no le sentaba bien ni a su padre ni a su hermano. Pero le importaba un cojón, nada se comparaba a aquellos grandes pechos sobre los cuales deseaba apoyar la cabeza y tomar una linda siesta.
De cualquier forma, parecía que ese día todo iba a cambiar. La chica, llamada Yurei; se había encargado de atender personalmente al Uchiha e incluso compartió unas cuantas anécdotas en su mesa. Le guiñaba el ojo, le tocaba el brazo, algo que nunca había hecho, desde luego. Y aunque el rubor podía con un joven inexperto en las trivialidades del amor, se podía decir que Kota se había cargado de valor durante meses para intentar algo en el momento adecuado.
Esa era la señal. La señal de que Yurei quería a Kota y que era hora de darle un beso. Así que al final de la "velada" matutina, luego de haber acabado con su ramen y pagar el plato, se abalanzó hacia la muchacha con la intención de finiquitar el asunto. Cerró los ojos, paró el pico y cuando estuvo tan cerca de cumplir con su sueño; un sonoro estruendo inundó la ilusión, haciéndole caer de lleno en la realidad.
Lamentablemente, todo se trataba de un sueño. Un sueño, y nada más.
Kota reaccionó ante los gritos de su padre como quien estuvo muy cerca de alcanzar un tesoro perdido. Frunció el ceño, tiró la almohada y habló.
—Joder, papá... me lo has arruinado.
—¿Qué?—preguntó él, confundido.
—Nada, nada... ya bajo.
Y así lo hizo 10 minutos después, luego de lavarse la cara, los dientes y cubrir su cuerpo con la vestimenta común. El símbolo uchiha reposaba sobre su chaqueta en la parte posterior y desde luego no olvidó aquel importante medallón que nunca podía faltar sobre su cuello.
La familia le recibió en la cocina con un desayuno listo para ser injerido. Kota le dio un palmar en la espalda a su hermano, un abrazo a su madre, y pasó de su padre quien parecía reacio a dar tregua a sus dos jóvenes pupilos. Después de todo, ellos eran el futuro para su pequeño poderío y más de una de sus pretensiones estaban puestas sobre lo que ellos podrían hacer cuando se hicieran más fuertes. Eran un garante, que según él; podría usar a su favor. El Uchiha de cabellos blancos comió tranquilamente y lucía despreocupado por lo que estaba apunto de venir. El motivo no estaba claro, pero él siempre había sido alguien que sabía controlar sus emociones. Aún y cuando era apenas un joven inexperimentado, podía entender que sucumbir ante esas sensaciones le podría pasar una mala jugada. Una sola oleada de nervios y a la basura todo lo de convertirse en gennin y postrar su bandana en su cuerpo.
Aún así, su expectativa era muy alta. Le hacía ilusión la idea de convertirse en un gran shinobi. Sabía que era igual para su mellizo, así que en pro de no dejar nada al azar, interrumpió uno de los bocados de Yota para soltarle una interrogante.
—Eh, tú; Uchiha. ¿Practicaste tus Bunshin o aún te salen deformes? —preguntó, con una sonrisa en el rostro. Solo estaba bromeando, desde luego.
De cualquier forma, parecía que ese día todo iba a cambiar. La chica, llamada Yurei; se había encargado de atender personalmente al Uchiha e incluso compartió unas cuantas anécdotas en su mesa. Le guiñaba el ojo, le tocaba el brazo, algo que nunca había hecho, desde luego. Y aunque el rubor podía con un joven inexperto en las trivialidades del amor, se podía decir que Kota se había cargado de valor durante meses para intentar algo en el momento adecuado.
Esa era la señal. La señal de que Yurei quería a Kota y que era hora de darle un beso. Así que al final de la "velada" matutina, luego de haber acabado con su ramen y pagar el plato, se abalanzó hacia la muchacha con la intención de finiquitar el asunto. Cerró los ojos, paró el pico y cuando estuvo tan cerca de cumplir con su sueño; un sonoro estruendo inundó la ilusión, haciéndole caer de lleno en la realidad.
Lamentablemente, todo se trataba de un sueño. Un sueño, y nada más.
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Kota reaccionó ante los gritos de su padre como quien estuvo muy cerca de alcanzar un tesoro perdido. Frunció el ceño, tiró la almohada y habló.
—Joder, papá... me lo has arruinado.
—¿Qué?—preguntó él, confundido.
—Nada, nada... ya bajo.
Y así lo hizo 10 minutos después, luego de lavarse la cara, los dientes y cubrir su cuerpo con la vestimenta común. El símbolo uchiha reposaba sobre su chaqueta en la parte posterior y desde luego no olvidó aquel importante medallón que nunca podía faltar sobre su cuello.
La familia le recibió en la cocina con un desayuno listo para ser injerido. Kota le dio un palmar en la espalda a su hermano, un abrazo a su madre, y pasó de su padre quien parecía reacio a dar tregua a sus dos jóvenes pupilos. Después de todo, ellos eran el futuro para su pequeño poderío y más de una de sus pretensiones estaban puestas sobre lo que ellos podrían hacer cuando se hicieran más fuertes. Eran un garante, que según él; podría usar a su favor. El Uchiha de cabellos blancos comió tranquilamente y lucía despreocupado por lo que estaba apunto de venir. El motivo no estaba claro, pero él siempre había sido alguien que sabía controlar sus emociones. Aún y cuando era apenas un joven inexperimentado, podía entender que sucumbir ante esas sensaciones le podría pasar una mala jugada. Una sola oleada de nervios y a la basura todo lo de convertirse en gennin y postrar su bandana en su cuerpo.
Aún así, su expectativa era muy alta. Le hacía ilusión la idea de convertirse en un gran shinobi. Sabía que era igual para su mellizo, así que en pro de no dejar nada al azar, interrumpió uno de los bocados de Yota para soltarle una interrogante.
—Eh, tú; Uchiha. ¿Practicaste tus Bunshin o aún te salen deformes? —preguntó, con una sonrisa en el rostro. Solo estaba bromeando, desde luego.