20/03/2016, 23:48
No fue hasta que vio el aspecto del hombre que vino a buscar a la supuesta víctima, que Daruu creyó realmente que se trataba de una de ellas. Gigantesco y bien fornido, moreno, cabello negro y ojos más negros todavía, vestía varias cicatrices como prenda relevante en el rostro. Su sonrisa amarilla y hecha trizas contrastaba más que igualaba el pulcro aspecto del noble que había venido pidiéndoles ayuda.
—¡Satoru-sama, por fin os encuentro! Vuestro padre estará muy preocupado, ¿lo sabéis? —el noble, abatido, bajó los brazos y sus facciones se tornaron las de alguien con un profundo desasosiego. Ese fue el segundo signo que le indicó que decía la verdad, y que ahora estaba en peligro.
Por supuesto, seguía sin ser su problema. Pero una cosa es no meterse donde a uno no le llaman, y otra cosa muy distinta es quedarse parado sin hacer nada, aunque fuese un gesto insignificante.
Resulta irónico, porque lo que hizo Daruu fue precisamente eso, un gesto muy insignificante... Por debajo del kimono. Un simple sello de la Serpiente.
—¡Meh, vaya tío más raro! Bueno, Daruu-san, ¡creo que me marcho! Debo entrenar muy duro si quiero aprender una técnica más poderosa que tu Rasengan. Espero que te haya gustado el ramen, ¡ja!
—Espera un momento, por favor —indicó Daruu.
Clavó la mirada entonces en el tal Satoru, si es que se llamaba realmente así. El hombre le miraba con un resentimiento escalofriante, como si estuviera intentando clavarle un cuchillo envenenado con la mirada. Tampoco es que pudiera reprobarlo por ello, pero ¿qué quería que hiciera, liarse a ostias contra aquél tipo y trasladar su problema a él mismo? No podía hacer eso.
Pero había algo que sí podía hacer.
«Corre» —le dijo a Satoru moviendo los labios, sin pronunciar palabras, y se dio la vuelta encarando su ramen, disimulando como si no hubiera pasado nada.
Pero lo cierto es que de debajo de tierra había aparecido un pilón de madera, de apenas dos decenas de centímetros, que antes no estaba allí. Pretendía que el matón tropezara y cayese al suelo, y que Satoru pudiera entonces salir corriendo.
—Me odio a mí mismo por esto, Anzu, pero creo que no voy a poder resistir a ayudar a ese tío si el cabrón ese sale corriendo tras él o algo —confesó—. ¿Has visto sus cicatrices? Deben estar torturándolo, o algo. No puedo soportarlo.
»No estoy en condiciones de pelear mucho. Me encuentro algo mejor y va siendo la hora de los calmantes. Pero sigue siendo problemático que esto tenga que pasar ahora.
—¡Satoru-sama, por fin os encuentro! Vuestro padre estará muy preocupado, ¿lo sabéis? —el noble, abatido, bajó los brazos y sus facciones se tornaron las de alguien con un profundo desasosiego. Ese fue el segundo signo que le indicó que decía la verdad, y que ahora estaba en peligro.
Por supuesto, seguía sin ser su problema. Pero una cosa es no meterse donde a uno no le llaman, y otra cosa muy distinta es quedarse parado sin hacer nada, aunque fuese un gesto insignificante.
Resulta irónico, porque lo que hizo Daruu fue precisamente eso, un gesto muy insignificante... Por debajo del kimono. Un simple sello de la Serpiente.
—¡Meh, vaya tío más raro! Bueno, Daruu-san, ¡creo que me marcho! Debo entrenar muy duro si quiero aprender una técnica más poderosa que tu Rasengan. Espero que te haya gustado el ramen, ¡ja!
—Espera un momento, por favor —indicó Daruu.
Clavó la mirada entonces en el tal Satoru, si es que se llamaba realmente así. El hombre le miraba con un resentimiento escalofriante, como si estuviera intentando clavarle un cuchillo envenenado con la mirada. Tampoco es que pudiera reprobarlo por ello, pero ¿qué quería que hiciera, liarse a ostias contra aquél tipo y trasladar su problema a él mismo? No podía hacer eso.
Pero había algo que sí podía hacer.
«Corre» —le dijo a Satoru moviendo los labios, sin pronunciar palabras, y se dio la vuelta encarando su ramen, disimulando como si no hubiera pasado nada.
Pero lo cierto es que de debajo de tierra había aparecido un pilón de madera, de apenas dos decenas de centímetros, que antes no estaba allí. Pretendía que el matón tropezara y cayese al suelo, y que Satoru pudiera entonces salir corriendo.
—Me odio a mí mismo por esto, Anzu, pero creo que no voy a poder resistir a ayudar a ese tío si el cabrón ese sale corriendo tras él o algo —confesó—. ¿Has visto sus cicatrices? Deben estar torturándolo, o algo. No puedo soportarlo.
»No estoy en condiciones de pelear mucho. Me encuentro algo mejor y va siendo la hora de los calmantes. Pero sigue siendo problemático que esto tenga que pasar ahora.