22/03/2016, 00:26
Datsue se atrevió a asomar media cabeza por encima de su yegua, y Ayame apretó las mandíbulas hasta que le rechinaron los dientes al verle aparecer. En aquel momento no deseaba otra cosa que lanzarse contra él, gritarle toda su rabia a la cara, golpearle...
Ah... Ojalá el caballo se diera media vuelta y le arrease una coz en la sien.
—Oye, oye… —murmuró el chico, con voz suave, como si intentara aplacar sus ánimos—. Es cierto que soy un malnacido, en el sentido estricto de la palabra, vaya… ¿Pero abandonarte? ¿Yo? ¡Pero si te estaba esperando! —exclamó, y la convicción de sus propias palabras sólo avivó el fuego de sus entrañas—. Te dije que había que irse… pero te entretuviste hablando con Okura… y Tormenta se asustó y… ¿Qué querías que hiciese? —preguntó, como si no hubiese tenido otra opción—. Además, lo dices como si te hubiese abandonado en pleno campo de batalla y no en una posada, donde el peligro más grande que puedes correr es que te siente mal el estofado…
—Miente. Me crucé con él de camino al pueblo y gritaba "Yeeeeeeehaaaaa" encima del caballo —intervino Kōri, e incluso Ayame se sorprendió al escucharle hablar. Su hermano mayor no solía entrar en disputas, y mucho menos cuando no le incumbían. Sin embargo, el tono de su voz, incluso cuando llegó a la imitación de la exclamación de júbilo de Datsue, era tan desangelado y carente de emoción que podría pasar como el comentario de un mal lector de cuentos. Ni siquiera sus ojos reflejaban emoción alguna, tan sólo estaba constatando lo evidente.
Ayame volvió la mirada hacia Datsue. Una mirada cargada de hostilidad y rencor acumulado. Ya no iba a lanzarse contra él para golpearle, y aseguró de demostrar aquella disposición cuando su hermano la soltó y ella hundió los hombros.
—Suficiente... —sentenció, e hirviendo de ira se dio media vuelta para marcharse del lugar.
Datsue no tenía ni idea de lo que había estado a punto de sufrir en aquella posada por culpa de querer ayudarle. Ayame dudaba siquiera que fuera consciente de que jamás podría volver allí por su causa.
Ah... Ojalá el caballo se diera media vuelta y le arrease una coz en la sien.
—Oye, oye… —murmuró el chico, con voz suave, como si intentara aplacar sus ánimos—. Es cierto que soy un malnacido, en el sentido estricto de la palabra, vaya… ¿Pero abandonarte? ¿Yo? ¡Pero si te estaba esperando! —exclamó, y la convicción de sus propias palabras sólo avivó el fuego de sus entrañas—. Te dije que había que irse… pero te entretuviste hablando con Okura… y Tormenta se asustó y… ¿Qué querías que hiciese? —preguntó, como si no hubiese tenido otra opción—. Además, lo dices como si te hubiese abandonado en pleno campo de batalla y no en una posada, donde el peligro más grande que puedes correr es que te siente mal el estofado…
—Miente. Me crucé con él de camino al pueblo y gritaba "Yeeeeeeehaaaaa" encima del caballo —intervino Kōri, e incluso Ayame se sorprendió al escucharle hablar. Su hermano mayor no solía entrar en disputas, y mucho menos cuando no le incumbían. Sin embargo, el tono de su voz, incluso cuando llegó a la imitación de la exclamación de júbilo de Datsue, era tan desangelado y carente de emoción que podría pasar como el comentario de un mal lector de cuentos. Ni siquiera sus ojos reflejaban emoción alguna, tan sólo estaba constatando lo evidente.
Ayame volvió la mirada hacia Datsue. Una mirada cargada de hostilidad y rencor acumulado. Ya no iba a lanzarse contra él para golpearle, y aseguró de demostrar aquella disposición cuando su hermano la soltó y ella hundió los hombros.
—Suficiente... —sentenció, e hirviendo de ira se dio media vuelta para marcharse del lugar.
Datsue no tenía ni idea de lo que había estado a punto de sufrir en aquella posada por culpa de querer ayudarle. Ayame dudaba siquiera que fuera consciente de que jamás podría volver allí por su causa.