22/03/2016, 13:52
Anzu asistió, perpleja, a un espectáculo digno de elogio; como si Datsue se hubiese convertido en cierta figura de un folclore lejano, convirtió con el sólo toque de sus manos, un fajo de hojas resecas en billetes de color verdoso. Sin pedir permiso, la Yotsuki cogió uno de los fajos de ryos falsos y se lo pasó por la nariz, aspirando con fuerza. Es una copia perfecta, o al menos lo parece. Incluso huele a imprenta... No me extraña que no enseñen esta técnica en la Academia. Un escuadrón de ninjas capaces de hacer esto podrían desestabilizar una ciudad entera. ¿Cómo habría aprendido aquel Uchiha semejante técnica? No era más que un gennin, así que no podía ser difícil. Pero, aun así, Anzu nunca había visto algo como eso.
—¿Dónde demonios has aprendido a hacer eso? Dudo que tu sensei te lo haya enseñado, y más si te conoce la mitad de lo que te conozco yo. Que es bastante poco —apostilló la chica.
Sea como fuese, ya tenían el 'dinero'. Ahora sólo faltaba conseguir que no los echaran a patadas nada más intentar entrar —y Datsue, otra vez, tenía la solución—. Fue algo tan básico que Anzu apretó los dientes, furiosa. Henge no Jutsu, maldita sea. ¿¡Cómo no se me ha ocurrido a mí antes!? Las palabras de su compañero no hicieron otra cosa que acrecentar la frustración; se sentía como una estúpida.
—Cállate, listillo, o te prometo que te salto los dientes de un puñetazo —respondió la kunoichi, entre dientes.
Hizo una sencilla secuencia de sellos y con un característico 'puf' y una nube de humo, Anzu se transformó en una versión mayor de sí misma. O, al menos, en lo que ella creía que era. No guardaba muchos recuerdos de su madre, pero había recogido los pocos que tenía para adoptar la apariencia de Yotsuki Anzu: era alta, atlética, de piel café y pelo casi blanco que le caía hasta media espalda en una cola de caballo lisa y bien arreglada. Vestía con sencillez ropas típicas de los ninjas, y calzaba sandalias del mismo estilo. No llevaba bandana ninguna, eso sí, y tampoco portaobjetos. Parecía una mujer guerrera, aunque no exhibía cicatrices de ningún tipo; tampoco tatuajes. Sus ojos, dorados como la miel, eran vivaces y esperaban impacientes a que Datsue completase su propio disfraz.
—Listo. Tú hablas, socio —ordenó, con una voz audiblemente más grave y adulta que la suya.
—¿Dónde demonios has aprendido a hacer eso? Dudo que tu sensei te lo haya enseñado, y más si te conoce la mitad de lo que te conozco yo. Que es bastante poco —apostilló la chica.
Sea como fuese, ya tenían el 'dinero'. Ahora sólo faltaba conseguir que no los echaran a patadas nada más intentar entrar —y Datsue, otra vez, tenía la solución—. Fue algo tan básico que Anzu apretó los dientes, furiosa. Henge no Jutsu, maldita sea. ¿¡Cómo no se me ha ocurrido a mí antes!? Las palabras de su compañero no hicieron otra cosa que acrecentar la frustración; se sentía como una estúpida.
—Cállate, listillo, o te prometo que te salto los dientes de un puñetazo —respondió la kunoichi, entre dientes.
Hizo una sencilla secuencia de sellos y con un característico 'puf' y una nube de humo, Anzu se transformó en una versión mayor de sí misma. O, al menos, en lo que ella creía que era. No guardaba muchos recuerdos de su madre, pero había recogido los pocos que tenía para adoptar la apariencia de Yotsuki Anzu: era alta, atlética, de piel café y pelo casi blanco que le caía hasta media espalda en una cola de caballo lisa y bien arreglada. Vestía con sencillez ropas típicas de los ninjas, y calzaba sandalias del mismo estilo. No llevaba bandana ninguna, eso sí, y tampoco portaobjetos. Parecía una mujer guerrera, aunque no exhibía cicatrices de ningún tipo; tampoco tatuajes. Sus ojos, dorados como la miel, eran vivaces y esperaban impacientes a que Datsue completase su propio disfraz.
—Listo. Tú hablas, socio —ordenó, con una voz audiblemente más grave y adulta que la suya.