22/03/2016, 19:08
Pero antes de que pudiera hacer cualquiera de aquellas pequeñas tonterías que había pensado que podría hacer, el brazo de su padre se interpuso como una impenetrable barrera entre ella y las aguas del lago. Aún temblando como una hoja de otoño, una inexplicable fuerza le llevó a apartar la mirada de su posible vía de escape para volverla hacia la imponente y sombría figura de Zetsuo. Allí, plantado frente a ella, el médico parecía la viva representación de lo que debía ser un líder, un Kage, y Ayame se sintió instantáneamente tremendamente pequeña e indefensa. Como un pequeño gorrión bajo la cerniente sombra de las alas de un águila.
Sin embargo, cuando se cruzó con los profundos ojos de su padre le sorprendió descubrir un matiz que nunca antes había visto ahí, una pequeña fractura en aquella máscara de adustez que derramaba de lo que parecía...
¿Miedo? ¿Preocupación? ¿Zetsuo era capaz de sentir aquellas cosas?
—Ayame —repitió; y aunque su voz seguía poseyendo aquel tono duro que le caracterizaba, Ayame percibió una pizca de calma—. Podríamos tener enemigos por todas partes. Y como acabas de ver, tenemos enemigos entre nuestra propia aldea. En tu propio clan. ¿A dónde ibas a ir? ¿Con quién ibas a ir? ¿Crees que puedes valerte por ti sola?
Ayame se mordió el labio inferior, incapaz de responder a eso, y Zetsuo dio un largo y tendido suspiro.
—Decías en la nota que no te volverán a usar en contra de tu voluntad. ¿Qué crees que estaba pasando aquí? —señaló tras de sí, y Ayame se vio obligada a mirar de nuevo el cadáver del hombre que flotaba en el río. El cadáver del hombre que había creído ser su tío... El cadáver del hombre que le había sonreído de aquella forma tan cálida y la había abrazado... El cadáver del hombre que había tratado de...—. ¿Qué crees que pasaría si alguien más descubre que eres una jinchuuriki?
Ayame hundió la mirada en la tierra ante aquella última palabra. La palabra maldita. La palabra tabú.
Ni siquiera percibió que Zetsuo se había acercado más a ella. Y, si lo había hecho, lo había ignorado.
—¿Es que no piensas en lo que podría pasarte, niña?
—Yo... no lo sé... —respondió al cabo de varios segundos, con un ahogado hilo de voz. Ni siquiera apretando los puños era incapaz de contener el temblor que sacudía todo su cuerpo como un furioso terremoto. Había cerrado los ojos, en un vano intento de que las lágrimas no la traicionaran. Pero todo fue inútil. Toda su determinación se había derrumbado como un castillo de naipes frente a la presencia de Zetsuo.
Y entonces comprendió que, precisamente por eso, no había querido enfrentarse cara a cara con él.
—Yo... sólo soy una jinchūriki para vosotros... —gimió, y entonces extendió las palmas de sus manos frente a sus ojos—. Soy un... ¡un monstruo! Cuando me sellaron el bijū de niña me dijeron que lo hacían para proteger a mis seres queridos, ¡no para mancharme las manos de la sangre de miles de inocentes sin ni siquiera saber de ello! Llevo meses sin poder dormir, las visiones de lo ocurrido en Kusagakure me acosaban cada noche, y ahora que conozco la verdad soy incapaz de conciliar el sueño pensando en todas esas personas que...
»Por eso pensé en una solución... algo que pudiera hacer para remediar lo que hice... Pero no puedo devolver la vida a los muertos. Sólo puedo evitar que volviera a suceder... Por eso... Por eso decidí marcharme... Porque no soy lo suficientemente valiente para hacer desaparecer el bijū de la otra forma que se me ocurrió...
Lloraba. Lloraba como hasta el momento no lo había hecho. Se tapó el rostro, profundamente avergonzada y terminó por caer de rodillas al suelo.
—No... no quiero... que vuelvan a utilizarme para una matanza así... No puedo llevar esta carga sobre mis hombros... ¿Por qué tuve que ser yo? ¿Por qué...? ¿Por qué dejaste que Yui hiciera esto conmigo, papá...?
Sin embargo, cuando se cruzó con los profundos ojos de su padre le sorprendió descubrir un matiz que nunca antes había visto ahí, una pequeña fractura en aquella máscara de adustez que derramaba de lo que parecía...
¿Miedo? ¿Preocupación? ¿Zetsuo era capaz de sentir aquellas cosas?
—Ayame —repitió; y aunque su voz seguía poseyendo aquel tono duro que le caracterizaba, Ayame percibió una pizca de calma—. Podríamos tener enemigos por todas partes. Y como acabas de ver, tenemos enemigos entre nuestra propia aldea. En tu propio clan. ¿A dónde ibas a ir? ¿Con quién ibas a ir? ¿Crees que puedes valerte por ti sola?
Ayame se mordió el labio inferior, incapaz de responder a eso, y Zetsuo dio un largo y tendido suspiro.
—Decías en la nota que no te volverán a usar en contra de tu voluntad. ¿Qué crees que estaba pasando aquí? —señaló tras de sí, y Ayame se vio obligada a mirar de nuevo el cadáver del hombre que flotaba en el río. El cadáver del hombre que había creído ser su tío... El cadáver del hombre que le había sonreído de aquella forma tan cálida y la había abrazado... El cadáver del hombre que había tratado de...—. ¿Qué crees que pasaría si alguien más descubre que eres una jinchuuriki?
Ayame hundió la mirada en la tierra ante aquella última palabra. La palabra maldita. La palabra tabú.
Ni siquiera percibió que Zetsuo se había acercado más a ella. Y, si lo había hecho, lo había ignorado.
—¿Es que no piensas en lo que podría pasarte, niña?
—Yo... no lo sé... —respondió al cabo de varios segundos, con un ahogado hilo de voz. Ni siquiera apretando los puños era incapaz de contener el temblor que sacudía todo su cuerpo como un furioso terremoto. Había cerrado los ojos, en un vano intento de que las lágrimas no la traicionaran. Pero todo fue inútil. Toda su determinación se había derrumbado como un castillo de naipes frente a la presencia de Zetsuo.
Y entonces comprendió que, precisamente por eso, no había querido enfrentarse cara a cara con él.
—Yo... sólo soy una jinchūriki para vosotros... —gimió, y entonces extendió las palmas de sus manos frente a sus ojos—. Soy un... ¡un monstruo! Cuando me sellaron el bijū de niña me dijeron que lo hacían para proteger a mis seres queridos, ¡no para mancharme las manos de la sangre de miles de inocentes sin ni siquiera saber de ello! Llevo meses sin poder dormir, las visiones de lo ocurrido en Kusagakure me acosaban cada noche, y ahora que conozco la verdad soy incapaz de conciliar el sueño pensando en todas esas personas que...
»Por eso pensé en una solución... algo que pudiera hacer para remediar lo que hice... Pero no puedo devolver la vida a los muertos. Sólo puedo evitar que volviera a suceder... Por eso... Por eso decidí marcharme... Porque no soy lo suficientemente valiente para hacer desaparecer el bijū de la otra forma que se me ocurrió...
Lloraba. Lloraba como hasta el momento no lo había hecho. Se tapó el rostro, profundamente avergonzada y terminó por caer de rodillas al suelo.
—No... no quiero... que vuelvan a utilizarme para una matanza así... No puedo llevar esta carga sobre mis hombros... ¿Por qué tuve que ser yo? ¿Por qué...? ¿Por qué dejaste que Yui hiciera esto conmigo, papá...?