23/03/2016, 16:14
(Última modificación: 23/03/2016, 16:15 por Amedama Daruu.)
Su hija inspiró hondo y tragó saliva un par de veces antes de responder. Zetsuo intentó recomponerse —todo lo que pudo—. Parece ser que uno de esos momentos que había estado esperando estaba a punto de llegar. El de convertir a su hija en una kunoichi adulta.
—Entonces... ¿qué debo hacer? ¿Quedarme... Quedarme en Amegakure obedeciendo las órdenes de Yui-sama cuando soy incapaz de mirarla a la cara después de lo que me ha obligado a hacer? ¿Y esperar a que decida volver a utilizarme como un arma de destrucción masiva en contra de mi voluntad? Yui está haciendo exactamente lo mismo que hicieron las Cinco Grandes Aldeas justo antes de ser destruídas. ¡Tú mismo me lo contaste!
Zetsuo dio un largo y tendido suspiro. Observó a Ayame con más que una brizna de cansancio reflejado en sus pupilas aguamarina, y se agachó, arrodillándose para quedar a su altura. Entonces, en un gesto que Ayame hacía mucho tiempo que no vivía, su padre la abrazó, la apretó bien fuerte y, por lo que parecía, no tenía intención de soltarla, ni siquiera cuando siguió insistiendo en su ideario:
—Quedarte con nosotros —dijo Zetsuo—. ¿Qué vas a hacer si no? Eres de nuestra familia, por mucho que te empeñes como una cría pequeña en ocultar nuestro orgullo. No te creas que no me he dado cuenta, maldita idiota.
»Quedarte en Amegakure, con tu otra familia —continuó—. ¿Qué vas a hacer si no? Hay mucha más gente que no sabe lo que Yui ha hecho y que sin duda, si se entera, lo reprochará. ¿Eso hará que todos quieran marcharse en masa? No. Sin duda, Yui vivirá tiempos difíciles, y Amenokami sabe qué pasará entonces. O se sobrepone a ello, o tendrá que enfrentarse a una retirada... pacífica o forzada.
Se apartó, finalizando al fin aquél frío, pero sin saber por qué, también cálido abrazo.
—Ser un shinobi no conlleva sólo acceder a participar en torneos y demás mamandurrias. A veces, hay que enfrentarse a la realidad. Pero nosotros le debemos fidelidad a Amegakure y a su gente además de a su líder. Y además...
Cerró los ojos y suspiró.
—Yui es una muchacha muy joven y llena de temperamento. Si me pides mi opinión, sólo vale como líder porque ha sido la única capaz de unirnos, por primera vez. Ha hecho muchas cosas bien. Pero todo el mundo comete errores. Yo los he cometido.
Levantó la mirada y la fijó más allá de Ayame.
—He cometido muchos. Y tú también los cometerás. ¿Qué harás, entonces? ¿Dejar de lado a tu familia?
Se levantó, y se dio la vuelta.
—No. Protegerás a tu familia, porque quieres lo mejor para ella. Lo sé. Porque eres una Aotsuki. Eres mi hija. Sangre de mi sangre.
»Así que espabila y sobreponte a esto, cojones. ¿Para qué te entreno todas las semanas si no?
—Entonces... ¿qué debo hacer? ¿Quedarme... Quedarme en Amegakure obedeciendo las órdenes de Yui-sama cuando soy incapaz de mirarla a la cara después de lo que me ha obligado a hacer? ¿Y esperar a que decida volver a utilizarme como un arma de destrucción masiva en contra de mi voluntad? Yui está haciendo exactamente lo mismo que hicieron las Cinco Grandes Aldeas justo antes de ser destruídas. ¡Tú mismo me lo contaste!
Zetsuo dio un largo y tendido suspiro. Observó a Ayame con más que una brizna de cansancio reflejado en sus pupilas aguamarina, y se agachó, arrodillándose para quedar a su altura. Entonces, en un gesto que Ayame hacía mucho tiempo que no vivía, su padre la abrazó, la apretó bien fuerte y, por lo que parecía, no tenía intención de soltarla, ni siquiera cuando siguió insistiendo en su ideario:
—Quedarte con nosotros —dijo Zetsuo—. ¿Qué vas a hacer si no? Eres de nuestra familia, por mucho que te empeñes como una cría pequeña en ocultar nuestro orgullo. No te creas que no me he dado cuenta, maldita idiota.
»Quedarte en Amegakure, con tu otra familia —continuó—. ¿Qué vas a hacer si no? Hay mucha más gente que no sabe lo que Yui ha hecho y que sin duda, si se entera, lo reprochará. ¿Eso hará que todos quieran marcharse en masa? No. Sin duda, Yui vivirá tiempos difíciles, y Amenokami sabe qué pasará entonces. O se sobrepone a ello, o tendrá que enfrentarse a una retirada... pacífica o forzada.
Se apartó, finalizando al fin aquél frío, pero sin saber por qué, también cálido abrazo.
—Ser un shinobi no conlleva sólo acceder a participar en torneos y demás mamandurrias. A veces, hay que enfrentarse a la realidad. Pero nosotros le debemos fidelidad a Amegakure y a su gente además de a su líder. Y además...
Cerró los ojos y suspiró.
—Yui es una muchacha muy joven y llena de temperamento. Si me pides mi opinión, sólo vale como líder porque ha sido la única capaz de unirnos, por primera vez. Ha hecho muchas cosas bien. Pero todo el mundo comete errores. Yo los he cometido.
Levantó la mirada y la fijó más allá de Ayame.
—He cometido muchos. Y tú también los cometerás. ¿Qué harás, entonces? ¿Dejar de lado a tu familia?
Se levantó, y se dio la vuelta.
—No. Protegerás a tu familia, porque quieres lo mejor para ella. Lo sé. Porque eres una Aotsuki. Eres mi hija. Sangre de mi sangre.
»Así que espabila y sobreponte a esto, cojones. ¿Para qué te entreno todas las semanas si no?