23/03/2016, 17:29
Esta vez, los comentarios mordaces de Zetsuo y Kiroe eran más propio de un dúo humorístico. Era un humor sádico, como la ardiente danza de dos comediantes que se lanzaban insultos y bromas entre estocadas de sendos sables untados de brea y prendidos en llamas. Pero humor, al fin y al cabo, y Daruu se ocupó de rellenar las pausas con su buena tanda de pequeñas risotadas.
Pero el dueto fue silenciado por la voz distorsionada y agonizante de una arcada de Ayame, a la que la siguieron multitud de toses y gemidos. La muchacha se había inclinado sobre su propio torso, y se agarraba el pecho con ambas manos. Fuera de contexto, aquello hubiera tenido toda la pinta de ser un infarto, pero estaba bastante claro que lo que había pasado era muy diferente.
—¿¡Pero qué cojones has hecho, niña!? —intervino Zetsuo, y empezó a darle una palmada tras otra en la espalda.
Daruu se llevó una mano a la frente. «Pero qué animal, se ha metido todo el mochi en la boca».
Los mochi estaban hechos de una pasta especial de arroz, por lo que podía uno no ser un delicado y comérselo a bocados, sí, pero tampoco eran tan pequeños como para que uno se los metiera en la boca de golpe. Además... «¿Es que no quiere disfrutar un poco del sabor de las cosas? Lo ha engullido como un pato».
Pasado el susto y acabado el postre, lo único que quedaba era volver a sus habitaciones, ya que la cuenta de la cena corría a cargo de la organización del Torneo de los Dojos, también. Daruu se preguntó si en el fondo todo aquél evento trataba de promover un poco el turismo en aquella zona, y si volverían a celebrar nuevos torneos si aquella experiencia les había dado bonanza económica. Aunque con los gastos que les supondrían todos los participantes...
No, claro. Por cada participante a lo mejor había veinte espectadores. Si obviamos que al menos cinco de esos espectadores eran familiares de los combatientes, todavía les salía bien la jugada.
—Bueno, Zetsuo, ¿qué te ha parecido el sitio? La leche, ¿verdad? —dijo Kiroe, después de que las dos familias salieran por la puerta trasera del jardín del restaurante. Ahora paseaban por una plazoleta empedrada, con un estanque en el centro y rodeadas con árboles de cerezo en flor.
—Oye, Kori-san —le preguntaba, por otro lado, Daruu al hermano mayor de Ayame—. ¿Recuerdas que se hayan celebrado este tipo de eventos en otras ocasiones?
Pero el dueto fue silenciado por la voz distorsionada y agonizante de una arcada de Ayame, a la que la siguieron multitud de toses y gemidos. La muchacha se había inclinado sobre su propio torso, y se agarraba el pecho con ambas manos. Fuera de contexto, aquello hubiera tenido toda la pinta de ser un infarto, pero estaba bastante claro que lo que había pasado era muy diferente.
—¿¡Pero qué cojones has hecho, niña!? —intervino Zetsuo, y empezó a darle una palmada tras otra en la espalda.
Daruu se llevó una mano a la frente. «Pero qué animal, se ha metido todo el mochi en la boca».
Los mochi estaban hechos de una pasta especial de arroz, por lo que podía uno no ser un delicado y comérselo a bocados, sí, pero tampoco eran tan pequeños como para que uno se los metiera en la boca de golpe. Además... «¿Es que no quiere disfrutar un poco del sabor de las cosas? Lo ha engullido como un pato».
Pasado el susto y acabado el postre, lo único que quedaba era volver a sus habitaciones, ya que la cuenta de la cena corría a cargo de la organización del Torneo de los Dojos, también. Daruu se preguntó si en el fondo todo aquél evento trataba de promover un poco el turismo en aquella zona, y si volverían a celebrar nuevos torneos si aquella experiencia les había dado bonanza económica. Aunque con los gastos que les supondrían todos los participantes...
No, claro. Por cada participante a lo mejor había veinte espectadores. Si obviamos que al menos cinco de esos espectadores eran familiares de los combatientes, todavía les salía bien la jugada.
—Bueno, Zetsuo, ¿qué te ha parecido el sitio? La leche, ¿verdad? —dijo Kiroe, después de que las dos familias salieran por la puerta trasera del jardín del restaurante. Ahora paseaban por una plazoleta empedrada, con un estanque en el centro y rodeadas con árboles de cerezo en flor.
—Oye, Kori-san —le preguntaba, por otro lado, Daruu al hermano mayor de Ayame—. ¿Recuerdas que se hayan celebrado este tipo de eventos en otras ocasiones?