23/03/2016, 19:48
(Última modificación: 23/03/2016, 19:51 por Uchiha Datsue.)
Joder… Ya no… Ya no quiero.
El Uchiha estaba a punto de dar media vuelta e irse cagando leches. Tenía el pulso a mil por hora, la boca seca por los nervios y no paraba de decirse que aquello no era una buena idea. Tanta preparación, tanta planificación… y ni siquiera sabía dónde se estaba metiendo.
No… A la mierda todo. Se acabó. Yo me piro a casa…
Entonces se imaginó la cara de sus padres, decepcionados, al ver que volvía con las manos vacías. Contentos, porque volvía a salvo, pero sobre todo tratando de disimular su decepción.
No. No podía enfrentarse a eso.
Tragó saliva y esperó, hasta que la rendija de la puerta se abrió.
—Por las tetas de Amaterasu...
¿¡Qué…!? ¿Ya nos han descubierto?
Sin embargo, el hombre que había tras la puerta les mandó pasar. El Uchiha no sabía si sentirse aliviado o decepcionado. Haciendo acopio del poco valor que le quedaba, terminó por seguir a Anzu, casi sin fijarse en el interior de la estancia. Estaba demasiado nervioso. No paraba de pensar qué si tenía que enfrentarse al gorila que se hacía pasar por hombre, probablemente moriría aplastado bajo sus puños. Era demasiado grande. Demasiado bestia.
Para empeorar las cosas les indicó que pasasen por un estrecho pasillo. Tan estrecho que no habría escapatoria posible si el gorila les cortaba el paso a la vuelta. Casi al instante, percibió un olor dulzón. Un olor demasiado profundo y empalagoso como para no vomitar en aquel instante del asco. Sin embargo, reprimió las arcadas y continuó hasta una nueva sala, de una escasa luz ambiental azulada.
—Este sitio me da un mal rollo... —susurró Anzu—. ¿Y ahora qué?
Joder, y a mí.
Aquel era el típico lugar prohibido para cualquier niño de su edad, aún siendo ninja. Datsue no sabía qué le daba más miedo: si las dos barras idénticas a cada lado, con idéntico camarero tras cada una de ellas; si las personas que permanecían sentadas, con cuencos de cristal en sus mesas, algunos vacíos y otros todavía con restos de polvo azul; o si el pequeño grupo musical que había al frente, cuya música llegaba a sus oídos como el sonido de un arroyo lejano.
—No te vayas a cagar ahora —espetó a Anzu, como si la sola idea de que la chica tuviese miedo le diese asco.
Por supuesto, él estaba igual de cagado. Pero si algo sabía de aquella chica es que tenía orgullo. Él no lo tenía, así que no podía valerse de él para superar su miedo. Lo único que podía hacer era fingir, cosa que solía dársele bien, y esperar a que Anzu le echase más pelotas que él.
—Diría que hay que ir a por uno de los camareros… —susurró—. ¿Pero por qué cojones hay dos? Es como si fuesen barras distintas… Como si sólo una fuese la correcta.
O quizá estaba desvariando. Quizá entre el olor, la presión y los Henges empezaba a pensar demasiado. Quizá ambos camareros sirviesen para lo mismo. Quizá, quizá, quizá. ¡Siempre quizá, joder! ¡Quiero certeza, no probabilidades, hostia…!
El Uchiha estaba a punto de dar media vuelta e irse cagando leches. Tenía el pulso a mil por hora, la boca seca por los nervios y no paraba de decirse que aquello no era una buena idea. Tanta preparación, tanta planificación… y ni siquiera sabía dónde se estaba metiendo.
No… A la mierda todo. Se acabó. Yo me piro a casa…
Entonces se imaginó la cara de sus padres, decepcionados, al ver que volvía con las manos vacías. Contentos, porque volvía a salvo, pero sobre todo tratando de disimular su decepción.
No. No podía enfrentarse a eso.
Tragó saliva y esperó, hasta que la rendija de la puerta se abrió.
—Por las tetas de Amaterasu...
¿¡Qué…!? ¿Ya nos han descubierto?
Sin embargo, el hombre que había tras la puerta les mandó pasar. El Uchiha no sabía si sentirse aliviado o decepcionado. Haciendo acopio del poco valor que le quedaba, terminó por seguir a Anzu, casi sin fijarse en el interior de la estancia. Estaba demasiado nervioso. No paraba de pensar qué si tenía que enfrentarse al gorila que se hacía pasar por hombre, probablemente moriría aplastado bajo sus puños. Era demasiado grande. Demasiado bestia.
Para empeorar las cosas les indicó que pasasen por un estrecho pasillo. Tan estrecho que no habría escapatoria posible si el gorila les cortaba el paso a la vuelta. Casi al instante, percibió un olor dulzón. Un olor demasiado profundo y empalagoso como para no vomitar en aquel instante del asco. Sin embargo, reprimió las arcadas y continuó hasta una nueva sala, de una escasa luz ambiental azulada.
—Este sitio me da un mal rollo... —susurró Anzu—. ¿Y ahora qué?
Joder, y a mí.
Aquel era el típico lugar prohibido para cualquier niño de su edad, aún siendo ninja. Datsue no sabía qué le daba más miedo: si las dos barras idénticas a cada lado, con idéntico camarero tras cada una de ellas; si las personas que permanecían sentadas, con cuencos de cristal en sus mesas, algunos vacíos y otros todavía con restos de polvo azul; o si el pequeño grupo musical que había al frente, cuya música llegaba a sus oídos como el sonido de un arroyo lejano.
—No te vayas a cagar ahora —espetó a Anzu, como si la sola idea de que la chica tuviese miedo le diese asco.
Por supuesto, él estaba igual de cagado. Pero si algo sabía de aquella chica es que tenía orgullo. Él no lo tenía, así que no podía valerse de él para superar su miedo. Lo único que podía hacer era fingir, cosa que solía dársele bien, y esperar a que Anzu le echase más pelotas que él.
—Diría que hay que ir a por uno de los camareros… —susurró—. ¿Pero por qué cojones hay dos? Es como si fuesen barras distintas… Como si sólo una fuese la correcta.
O quizá estaba desvariando. Quizá entre el olor, la presión y los Henges empezaba a pensar demasiado. Quizá ambos camareros sirviesen para lo mismo. Quizá, quizá, quizá. ¡Siempre quizá, joder! ¡Quiero certeza, no probabilidades, hostia…!
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado