Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
Érase una vez,
un dragón pequeño,
que no tenía alas ni fuego,
pero que soñaba con alzar el vuelo.
Érase una vez un hombre que caminaba por un bosque. Sus botas negras aplastaban la hierba, los líquenes y los piñones caídos de las coníferas como lo harían las patas de un elefante. Su túnica, también negra y que ondeaba azuzada por el viento otoñal, cubría su figura como la melena al león. Sabía bien hacia dónde se dirigía, con el conocimiento de quien ha recorrido aquel bosque en innumerables ocasiones y se sabe cada recoveco y cada árbol como cada callo y cada grieta de su propia mano.
No obstante, cuando llegó junto a una conífera de cuarenta metros de altura con una hendidura en el tronco, dudó. Hacía mucho tiempo que no tenía aquella sensación —la de dudar—, y tuvo que tomarse unos momentos para contemplar la idea de que, quizá, se hubiese equivocado en algún punto. Alzó la vista al cielo. El sol, en lo alto, ligeramente a su izquierda; el musgo, creciendo en la madera y en las rocas, pero solo por cierto lado. Con una navaja, creó una segunda hendidura debajo de la primera y siguió al musgo.
Pasó una hora, pasaron dos. Sus pasos ya no avanzaban con tanta firmeza. Se detenía, volvía a avanzar, volvía a detenerse; hasta que dio con un árbol con dos hendiduras en el tronco. Gruñó al verlo, y una pareja de piquituertos salió volando de unas ramas cercanas. Sus ojos siguieron las aves hasta dar con el sol, luego de nuevo al musgo. Pese a que no percibía nada extraño, estaba claro que algo no iba bien.
Se sentó en el frío suelo, piernas y brazos cruzados. Bajó los párpados; meditó. Cuando creyó encontrar la solución, formó el sello del Carnero mientras movía los labios gesticulando la palabra: Kai.
Se levantó, dejó una nueva señal y reemprendió la marcha. Pasaron dos horas y se encontró con un árbol con tres cortes. Gruñó por segunda vez. Alzó la vista al cielo: el sol ya no brillaba en el firmamento.
Gruñó por tercera vez.
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Érase una vez un hombre perdido que sabía dónde se encontraba. Conocía el sitio al que se dirigía, y también el camino que le llevaba a él. Pero el camino no le conducía hacia su destino; sus conocimientos no le servían de nada. Era de noche, sin luna, y la luz de las débiles estrellas apenas formaban sombras en la oscuridad. Demasiada poca visibilidad como para poder seguir caminando sin darse de bruces contra matorrales o tropezar con raíces que sobresalían de la tierra.
Mas en la oscuridad, es donde la luz más puede brillar. Mas perdido en las tinieblas, es dónde a veces uno puede encontrar su propio camino.
El hombre saltó hasta la rama más alta del árbol más alto que encontró. Luego dio otro salto, hacia arriba, y vomitó una llamarada tan inmensa a las nubes que por unos segundos el cielo se convirtió en un mar rojo.
Nada funciona mejor que el fuego para sacar a las ratas de su escondrijo.
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Érase una vez un hombre que dormía recostado sobre un tronco, hasta que el sonido de una rama al partirse le despertaba. De parecerse él a algún animal que pululaba aquel bosque, como un ciervo, hubiese abierto mucho los ojos, alzado la cabeza y preparado para huir. Un prehistórico dientes de sable, no obstante, apenas hubiese entreabierto un párpado por mera curiosidad mientras seguía recostado. Su reacción fue más parecida a la segunda que a la primera, solo que sin el tinte curioso.
No existe curiosidad sobre lo ya conocido.
Pasaron varios minutos más hasta que oyó unos pasos, exageradamente fuertes y firmes, como si pretendiesen ser escuchados, como si pretendiesen aparentar seguridad.
—¡Buenos días! ¿Todo bien, my friend? —habló el recién llegado. Se trataba de un hombre de piel pálida, demasiado pálida para aquellas tierras, que rozaba la treintena y vestía un abrigo de piel. Sobre su hombro colgaba un arco y un carcaj, y poseía varios cuchillos amarrados a la cintura. Un cazador. Un cazador que, por alguna razón, sujetaba un tallo de trigo con los labios.
—Dile que he vuelto —replicó él, sin incorporarse. Tras meses sin usarla, su voz sonó áspera y oxidada—. Dile que la espero aquí.
El cazador dudó, con el tallo de trigo moviéndose de izquierda a derecha. Miró a ambos lados, como si quisiese asegurarse de que no había nadie más.
—No te entendí. ¿Estás desorientado, my friend? ¿Necesitas ayuda? Aquí tengo algo de agua y yo puedo hacerte de guía. Este bosque es traicionero. ¡Demasiados árboles y demasiado iguales entre ellos! —afirmó, riéndose de su propio comentario. Se acercó un paso más, intentando distinguir el rostro que se escondía bajo la capucha negra—. ¿Cómo te llamas, my friend? ¿Qué has venido hacer por estos lares perdidos de la mano del Daimyō?
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Érase una vez un hombre tranquilo, tan calmado y sosegado como la superficie de un estanque. Había pocas cosas que le molestasen o que perturbasen su quietud. Una de esas cosas era que le hiciesen preguntas cuya respuesta era evidente, y que de hecho el interlocutor ya sabía.
Era el caso del cazador. ¿Por qué alguien haría eso? Quizá fuese porque le gustaba demasiado el sonido de su propia voz, o porque el silencio le provocase angustia. Fuese como fuese, le estaba empezando a incordiar.
Se levantó, y tuvo que inclinar la cabeza hacia abajo para poder verle.
—Ya sabes las respuestas. Te las he dicho y las estás viendo.
—¿M-my friend? —preguntó, tan confuso como un púgil que acabase de recibir un directo en la sien.
El incordio empezaba a ser un quemazón que le subía por el pecho.
—¿Quién soy yo?
El cazador abrió la boca, pero esta vez no le salieron las palabras. La duda había asomado a sus ojos y el tallo de trigo se le cayó de entre los labios. En su fuero interno ya conocía la respuesta, pero seguía negándose a verla, como aquel que cierra los ojos por instinto justo antes de encajar un puñetazo en la cara.
—¿Quién soy yo? —volvió a preguntar, por última vez.
El viento arrastró la capucha de su túnica y dejó su rostro al descubierto. El cazador cayó al suelo de culo y se llevó una mano a la empuñadura de un puñal, temblando. Hizo el amago de sacarlo, pero se lo pensó mejor. Tenía los ojos desorbitados y la mandíbula desencajada. ¿Era aquella la expresión de una gacela al ver a un león? ¿Era aquel el sentimiento de un cervatillo al oír el aullido de un lobo?
Si no lo eran, debían de ser condenadamente parecidas.
—Eres… Eres… —Entre balbuceos, pronunció su nombre.
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En algún lugar del bosque, invisible a ojos normales, imposible de encontrar salvo para aquellos que ya saben dónde se encuentra y, además, conocen el camino que no lleva a él, un hombre corría despavorido.
Atravesó un campo de trigo hasta alcanzar un asentamiento de cabañas; tropezó contra una rueca, que se desplomó en el suelo y provocó los improperios de un anciano que la estaba utilizando; pisoteó unas peonzas con las que jugaban unos críos, despertando unos insultos todavía más feos, que niños de su edad desde luego no deberían ni conocer; y llegó hasta la última cabaña, la más alta de todas, cuya chimenea escupía una columna de humo.
Entró dando un portazo y se dejó caer, apoyando rodillas y manos en el suelo. Gotas de sudor caían de su rostro, rojo por la extenuación, formando un diminuto charco en la madera.
Había dos mujeres en el interior de aquella cabaña. Una de ellas, de ojos color avellana y cabello castaño claro recogido en trenzas, que poseía una mirada tan fiera, vibrante y eléctrica como un relámpago en una noche cerrada. Detrás de ella, una mujer de aspecto todavía más fiero, pero con unos ojos verdes más calmados, le observaba con aprensión. La mujer de ojos avellana, tras mirar a la de ojos verdes, se acercó a ofrecerle un paño.
—P-perdón… —dijo el cazador, tomando el paño entre sus manos y secando con mucho cuidado las gotas de sudor que se habían formado en los tablones de madera.
No fue hasta que lo dejó impoluto que la mujer de ojos verdes le habló:
—¿Tiene que ver con el fuego de anoche?
—No… Sí… No sé.
—¿Qué pasó, Rinu?
—Es… Es…
»Es tu hijo.
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Érase una vez una mujer, de pelo largo y recogido en rastas, que caminaba con la tranquilidad de una pantera paseando por su territorio. Vestía un chaleco oscuro que le terminaba por encima del ombligo, unos pantalones largos y de color beis y unas botas negras.
De pie, pero apoyado junto a un árbol, encontró a un hombre. Tenía la piel negra, el pelo corto y era tan alto que ella ni siquiera tenía necesidad de inclinarse hacia abajo para mirarle a la cara. Sus ojos eran verdes, poseía una mandíbula que asemejaba a un yunque de acero y la mera sombra que proyectaba sobre el suelo daría miedo a la mayoría.
Mas no a ella. ¿Por qué iba a tenerlo? Todos aquellos atributos no los había heredado de su padre, precisamente.
—Así que eres tú.
No fue una pregunta, así que no le culpó por no responder.
—Imagino que el pequeño espectáculo de fuego de anoche te lo debo a ti. ¿De qué sirve esconderse, si alguien se pone a tu lado y empieza a gritar? Ingenioso —le concedió. Su hijo sabía que estaba obligada a salir a averiguar lo que había sucedido antes de que otros ojos menos convenientes viniesen a hacerlo y encontrasen otra cosa por el camino.
Él tampoco respondió a aquello. Con lo mucho que había berreado para mamar de su teta, y ahora no abría ni la boca.
—¿Cuántos años han pasado desde la última vez? Dioses, no me llegabas ni por la cintura, y mira lo mucho que has crecido. —Le miró de arriba abajo, con ternura—. ¿Cómo te haces llamar ahora? Antes era Ryūnosuke, el Heraldo del Dragón. Luego fue solo Ryū, el Dragón. ¿Vuelves a ser Ryūnosuke? Tendrás que perdonarme, pero es que ya me pierdo con tanto cambio. Aunque no es como si fuese a llamarte por otro nombre que el que te di cuando te parí, ¿hmm? Suficiente trabajo pasé aquel día como para no ganarme el derecho de al menos eso.
Su madre era tal y como la recordaba. Poseía una enorme cicatriz blanquecina en el hombro derecho, y una línea blanca bajaba desde su labio inferior hasta el mentón. Quizá contase con alguna arruga más, con alguna cana más, pero por el resto era igual de alta e igual de fornida. Cada tendón sobresalía de su piel como las cadenas que atenazaban el ancla de un enorme navío, y cada curva en su rostro y en su cuerpo parecía esculpido de forma tosca, como si su piel y sus huesos fuesen un material demasiado duro como para ser moldeado al gusto del escultor.
También era igual de charlatana, para irritación suya. Esperó a que le preguntase lo obvio antes de molestarse en responder.
—¿A qué has venido?
—A entrar en el Santuario de los Despojos.
Su respuesta era obvia. ¿Por qué habría venido sino? A su madre la noticia pareció pillarla por sorpresa, no obstante.
—¿Eso quiere decir que admites tu condición de despojo? —preguntó, con una mueca que Ryūnosuke intuyó pretendía ser una sonrisa. Casi se tomó un minuto antes de continuar. Cuando lo hizo, masticó muy bien sus palabras:—. Necesitas esconderte, lo entiendo. Pero el Santuario de los Despojos también necesita permanecer en la sombra, y a poder ser en paz. Te conozco, hijo, y sé que no pasará ni una cosa ni la otra contigo allí dentro. Solo hay que ver el numerito de anoche —añadió, dedicándole una larga mirada—. Puedes decirme que has cambiado, pero oyendo la fama que te precede, diría que no fue para mejor. Lo siento, no puedo permitírtelo.
Se produjo un breve silencio, muy parecido al instante que se produce entre el relámpago y el trueno. Fue su gutural voz quien lo rasgó:
Tenían los mismos ojos, tenían la misma sangre y tenían los mismos puños. Por eso supo lo que iba a venir.
—No quieres enfrentarte a mí, hijo. Te lo aseguro.
—Entonces cierra la boca y échate a un lado.
Sintió que la vena de la frente empezaba a palpitarle. Pese a que se había ganado una fama nada merecida, ella era una mujer tranquila y sosegada. Pocas cosas la enfurecían o lograban romper su sosiego. Una de esas cosas eran las faltas de cortesía. ¿Por qué a algunos les costaba tanto mantener un mínimo de educación? Parecían estar pidiendo a gritos una buena cachetada para aprender una cosa o dos sobre el respeto, pero ella no era la madre de nadie como para ir haciendo esas cosas.
Bueno, de nadie salvo, de hecho, del hombre que tenía enfrente.
—¿Es que tu padre no te enseñó modales? Tiempo tuvo, desde luego.
—A padre lo maté, ¿recuerdas? —Ella puso los ojos en blanco. Pues claro que lo recordaba. No era una de esas cosas que se olvidaban con el tiempo, precisamente—. Fue con esta espada —continuó, tomando una espada sin vaina que llevaba colgada tras los hombros, sujetada por unas correas de cuero.
Se trataba de un gigantesco mandoble capaz de partir a un mamut por la mitad. Al menos, estaba segura, en manos de su hijo. La punta emitió un peligroso silbido cuando bajó hasta apuntarle el pecho.
Ella quedó tan impresionada como si la estuviese señalando con una aguja.
No, desde luego que no lo era. Pero quizá sí podía morir como él.
Sus brazos se impulsaron hacia adelante, el tronco de un ariete cargando contra las murallas. Se sorprendió, no obstante, cuando su madre no se hizo a un lado para evitar la tremenda puñalada de su mandoble. Se volvió a sorprender, más si cabe, cuando la hoja no logró atravesar su torso aún dándole de lleno.
Tomó el ricasso con la mano zurda y empujó con más fuerza, estrellando a su madre contra un árbol. Se oyó el crujido del tronco al partirse por dentro, pero la afilada punta siguió sin hundirse en el nudo de músculos que era el abdomen de aquella mujer.
(Resistencia 140) El personaje es inmune incluso a los desmembramientos. Los cortes se convierten automáticamente en cortes superficiales. Se vuelve inmune a perforaciones, que se convierten además en cortes de ser posible.
Un hilo de sangre descendió tras la punta de acero. Eso fue todo lo que consiguió sacarle.
Apartó el mandoble con el dorso de la mano desnuda y con la otra propinó un tremendo puñetazo al pecho de su hijo, que salió disparado hacia atrás. Fue tal el impacto, que su cuerpo partió por la mitad un tronco con la misma rapidez que una flecha lo haría con un papel, y la inercia le hizo continuar hasta desaparecer completamente de su vista.
Tras unos largos segundos, escuchó un fuerte sonido, como el de la piedra de una catapulta colisionando contra la muralla.
Lo había visto venir. Desde el momento en que le había visto palpitar la vena de la frente, lo había visto venir. Por eso la Armadura del Dragón le había protegido justo a tiempo, partiéndose en añicos al recibir el impacto pero amortiguando el golpe lo suficiente como para no acabar con las costillas rotas.
Dio un paso al frente, saliendo del cráter que había generado al chocar contra un enorme pilar de roca. Formó un sello, y varios clones aparecieron a su lado, dispersándose rápidamente para perderse en la inmensidad del bosque. Si su madre quería ir con todo desde el principio, no sería él quien se contuviese.
Miró arriba: nubes de tormenta se formaban en el cielo. Hubo un tiempo en el que una bocanada suya las hubiese aspirado a todas. Ahora contaba con solo un pulmón, y sabía que tenía que medirse más que antes. Por eso permaneció en el sitio, impertérrito, esperando a la mujer a la que un día había llamado madre.
¤ Ryū no Yoroi ¤ Armadura del Dragón - Tipo: Defensivo - Rango: S - Requisitos:Senjutsu 70, Resistencia 60 - Gastos: 20 CK, +0'4X para regenerar una cantidad (divide regen. de chakra) - Daños: - - Efectos adicionales: Defiende 50 PV, puede regenerarse X salud - Sellos: - - Velocidad: Muy lenta (formación), Lenta (regeneración) - Alcance y dimensiones: -
Técnica aprendida por Ryū en el Dominio de los dragones de Komodo, consistente en crear sobre su piel la armadura que dichos animales poseen. Esto es, duras escamas sobre diminutos pero centenares de huesos entrelazados entre sí como si de una malla se tratara.
Para hacerlo, Ryū debe permanecer un turno entero concentrado (sin recibir daños o realizar otros ataques), y es capaz de regenerar dichas escamas con un pequeño gasto de CK. Si recibe un golpe mayor a la defensa que proporcionan, la armadura se deshace en ceniza, y Ryū no es capaz de volver a crearla hasta pasados 5 turnos.
¤ Hachimon Tonkō: Kaimon ¤ Liberación de las Ocho Puertas: Puerta de Apertura - Tipo: Apoyo - Rango: S - Requisitos:Hachimon Tonkō 80 - Gastos: 75 CK - Daños: - - Efectos adicionales:
Es necesario activarla para acceder a cualquier otro estado de las puertas.
Durante cinco turnos, Fuerza+30.
Durante la ejecución, no puede usarse ningún tipo de arte ninja ajena al Taijutsu, debido al descontrol del chakra.
Al finalizar, el usuario sufre 50 PV de penalización, y se encontrará tan agotado que no podrá utilizar las puertas de nuevo en ese combate. Además, le costará moverse con facilidad.
Las Ocho Puertas son ocho puntos específicos en el sistema circulatorio del chakra. Limitan el flujo total del chakra dentro del cuerpo de una persona, de modo que limitan mucho la fuerza de un usuario normal, pero hacen que el cuerpo no expire demasiado pronto. Un ninja con altos conocimientos de Taijutsu es capaz de desbloquear estas puertas, sobrepasando sus propias capacidades físicas con el coste de un daño extremo a su propio cuerpo. La primera puerta se encuentra en el cerebro, y abrirla elimina los límites de la fuerza física humana, que por defecto permanece bloqueada al 20%. Cuando un usuario activa esta puerta, una vena en su frente aumenta de tamaño.
¤ One Inch Punch ¤ Puñetazo de Una Pulgada - Tipo: Ofensivo - Rango: A - Requisitos:Taijutsu 60 - Gastos: 72 CK - Daños: 120 PV - Efectos adicionales:
Repele al oponente 10 metros hacia atrás
(Taijutsu 80), (Fuerza 100) Se duplican los metros de expulsión
(Taijutsu 100), (Fuerza 140) Se triplican los metros de expulsión
- Carga: 2 - Velocidad: Muy rápida - Alcance y dimensiones: Cuerpo a cuerpo
Esta técnica se realiza a muy corta distancia, de 0 a 6 pulgadas (unos 15 cm), y consistente en un rápido movimiento de muñeca y un golpeo explosivo con los nudillos inferiores. Es un golpe de Taijutsu muy difícil de predecir al ser un movimiento tan corto, y que otorga al adversario un tiempo de reacción casi nulo.
La fuerza del impacto es tal, que expulsa al oponente varios metros hacia atrás, pudiendo incluso destruir objetos sólidos por el camino o creando cráteres en paredes o rocas (a efectos interpretativos, se puede considerar que el daño total se reparte entre el golpe por el puñetazo y la colisión posterior, de haberla).
Pasaron varios minutos hasta que le encontró: de pie, esperándole exactamente igual que antes, sin siquiera un moretón en su pecho desnudo. Una túnica negra yacía en el suelo, a su lado.
—Veo que has aprendido un truco o dos —dijo, observando la armadura de escamas que empezaba a recubrir la piel de su hijo. «Así que fue eso»—. ¿Seguimos?
—Hmm.
—Lo tomaré como un sí.
Ōwatatsumi se abalanzó sobre él con el brazo extendido en horizontal. El poderoso Lariat, tan letal como una guillotina sobre el cuello y tan destructivo como un mamut cargando. Su hijo decidió responder con su propia espada al envite, una que si bien no podía penetrarla, sí podía cortarla como ninguna otra. «Como ninguna otra salvo una», pensó, sintiendo un pequeño escalofrío en el hombro derecho.
No obstante, todo había sido una treta. Su hijo conocía aquel movimiento de Taijtsu —lo había realizado delante de él en una ocasión—, pero esta vez no iba cargado de chakra. Tan solo lo había simulado, conocedora de que él respondería con un golpe demasiado directo, algo que le dejaría expuesto.
Bajó el brazo y se echó a un lado en el último momento; una corriente de aire generada por el filo de la espada le acarició el torso con la delicadeza de la lengua de una serpiente, haciéndole cosquillas en la piel. La inercia le llevó a ponerse al lado de su hijo, costado con costado, y volvió a alzar la mano para tomarle de la cara y estrellarle la nuca contra el pilar de roca.
—¡Grrgghh…!
—¿Qué tal sabe la roca, hijo? ¡Sabes que siempre me he preocupado por tu alimentación! —rio, y pegó el codo al costado, atrapando por el camino el brazo de su hijo para impedirle cualquier maniobra con el mandoble.
Acto seguido llevó los pies al pilar de la roca y empezó a correr hacia arriba, sin soltarle la cara, cuya cabeza ejerció de punta de arado labrando tierra. Roca, en este caso, creando un surco que discurría por toda la losa de piedra de más de diez metros de altura.
—¡Come, hijo, come, que estás en los huesos!
Cuando llegó al final, Ōwatatsumi se encaramó en la cima y tiró de la cabeza de su hijo como si estuviese en unas olimpiadas y quisiese lanzar aquella bola de acero y escamas lo más lejos posible.
(Fuerza 100) Es capaz de mandar volando a los adversarios con golpes simples, y de levantarlos con una sola mano para arrojarlos contra objetos o las paredes por un daño de 40 PV + (Fuerza/10). (Fuerza de Ōwatatsumi = 110)
El cielo y la tierra se convirtió en una vorágine azul y marrón hasta que colisionó contra otro pilar de roca. Su cuerpo empezó a resbalar por este y tuvo que hundir su mandoble en la piedra para frenar la caída al vacío, usándolo de anclaje. Colgado de la empuñadura únicamente sujetándose con una mano, se impulsó hacia arriba y apoyó los pies en el ricasso.
Escupió al vacío restos de piedra que se le habían quedado en la boca y observó a su alrededor. El bosque había quedado atrás y ahora se encontraba en el principio de un valle inundado de agua y enormes pilares de piedra y formaciones rocosas alzándose a más de cincuenta metros de altura.
Su madre, todavía al otro lado, le saludaba desde lo lejos con una mano.
—Hmm.
Volvió a escupir, esta vez un esputo sanguinolento, mientras las escamas de su armadura volvían a brotar allí donde habían caído, principalmente en la coronilla y cima de la cabeza. Sentía que empezaba a cabrearse, y eso era bueno. Iba a necesitar de su rabia para aplastarla.
Ōwatatsumi cerró los ojos por un momento y cuando los volvió a abrir, eran blancos como los de un Hyūga. La sangre del corte en su abdomen se evaporó, y el chakra que fluía por su cerebro corrió a raudales sin ningún tipo de presa que la limitase. La segunda de las Ocho Puertas había sido abierta. Rara vez había pasado de ahí. Aunque, considerándolo mejor, su oponente no era meramente excepcional. Había salido de sus propias entrañas, después de todo. Algo así merecía ir un paso más allá. Sonriendo, abrió la puerta de la médula espinal, y su piel se volvió tan roja como la sangre que estaba a punto de derramar.
Flexionó las rodillas, contrajo los músculos de las piernas y sus pies se hundieron en la roca, agrietándola como si no fuese más que barro seco. Justo un instante después su cuerpo salió disparado como la bala de un cañón. En el aire, extendió un codo como pico de lanza para atravesar la mandíbula de su hijo. Él, no obstante, se apartó un instante antes, y fue el pilar quien recibió el golpe en su lugar.
Se oyó un pequeño ruido, como el de una katana al cortar el aire, cuando su codo atravesó la roca. Aquel pilar medía al menos veinte metros de diámetro, pero se dibujó una línea en toda su circunferencia por la que salió propulsada restos de polvo y roca aniquilada. A los pocos segundos se oyó un segundo estruendo, esta vez más grave y profundo, cuando el pilar se resquebrajó a la altura de la línea, haciendo que la gran masa de roca de encima se separase y deslizase sobre la de abajo hasta desplomarse sobre el lago, provocando un tercer estruendo al colisionar contra el agua del fondo.
Fue justo en ese momento cuando consideró que el nombre con el que habían bautizado a aquella técnica en la antigua Konoha, el Ascenso Destructor de Rocas de la Hoja, no podía ser más apropiado.
—Hmm.
Por el rabillo del ojo, vio a su hijo formando sellos. Lanzó una patada a su antebrazo y le cortó la tanda, al mismo tiempo que le empujaba al vacío. Él aprovechó la circunstancia para volver a formar sellos en el aire, pero ella se impulsó en el pilar y saltó tras él, lanzándole una segunda patada al estómago que vació sus pulmones de cualquier Fūton que estuviese cargando.
—¡Hmmmgggppfff…!
Ambos empezaron a caer al vacío. Mientras descendían vertiginosamente, Ōwatatsumi le lanzó un puñetazo a la mandíbula y otro a la sien, pero él los desvió con el canto de las manos. Sabía manejarse mejor que antaño, eso tenía que reconocérselo. Al tercer desvío, percibió un brillo en los dedos índice y corazón de su hijo que…
- PV:
470/480
–
+50
–
- CK:
87/200
–
-63
–
+10
–
- Daño provocado: 140 PV * 150% (Puerta de Curación) = 210 PV
-Daños recibidos en turnos anteriores: Corte de Kioku (75PV) - 20% (por Resistencialegendaria) = 60 PV
-Gastos de turnos anteriores: 75 CK + 75 CK
-Bonificaciones: Fuerza110; 150% al daño por Taijutsu; 25% menos de gasto en Taijutsus.
Píldora de soldado superior (4/5 turnos)
¤ Hachimon Tonkō: Kyūmon ¤ Liberación de las Ocho Puertas: Puerta de Curación - Tipo: Apoyo - Rango: S - Requisitos:Hachimon Tonkō 85 - Gastos: - - Daños: - - Efectos adicionales:
Efectos positivos anteriores.
Durante 5 turnos más, las técnicas de Taijutsu tienen un daño de un 150% a su valor original, y el usuario se revitaliza, recuperando 50 PV momentáneamente.
Durante la ejecución, no puede usarse ningún tipo de arte ninja ajena al Taijutsu, debido al descontrol del chakra.
Al finalizar, el usuario sufre 100 PV de penalización, y se encontrará tan agotado que no podrá utilizar las puertas de nuevo en ese combate. Además, le costará moverse con facilidad.
Las Ocho Puertas son ocho puntos específicos en el sistema circulatorio del chakra. Limitan el flujo total del chakra dentro del cuerpo de una persona, de modo que limitan mucho la fuerza de un usuario normal, pero hacen que el cuerpo no expire demasiado pronto. Un ninja con altos conocimientos de Taijutsu es capaz de desbloquear estas puertas, sobrepasando sus propias capacidades físicas con el coste de un daño extremo a su propio cuerpo. La segunda puerta también se encuentra en el cerebro, y fuerza al máximo el poder físico del usuario, además de revitalizar temporalmente su cuerpo. Un usuario que active la segunda puerta del chakra volverá sus ojos a un blanco total.
¤ Hachimon Tonkō: Seimon ¤ Liberación de las Ocho Puertas: Puerta de Vida - Tipo: Apoyo - Rango: S - Requisitos:Hachimon Tonkō 85 - Gastos: - - Daños: - - Efectos adicionales:
Efectos positivos anteriores.
Durante 5 turnos más, las técnicas de Taijutsu tienen una rebaja de gasto de un 25% a su valor original.
Durante la ejecución, no puede usarse ningún tipo de arte ninja ajena al Taijutsu, debido al descontrol del chakra.
Al finalizar, el usuario sufre 120 PV de penalización, y se encontrará tan agotado que no podrá utilizar las puertas de nuevo en ese combate. Además, le costará moverse con facilidad.
Las Ocho Puertas son ocho puntos específicos en el sistema circulatorio del chakra. Limitan el flujo total del chakra dentro del cuerpo de una persona, de modo que limitan mucho la fuerza de un usuario normal, pero hacen que el cuerpo no expire demasiado pronto. Un ninja con altos conocimientos de Taijutsu es capaz de desbloquear estas puertas, sobrepasando sus propias capacidades físicas con el coste de un daño extremo a su propio cuerpo. La tercera puerta está en la médula espinal, y aumenta la fuerza del chakra del usuario al ser desbloqueada, además de agilizar el flujo sanguíneo, por lo que la piel del usuario adopta un color rojizo.
¤ Konoha Kaiganshō ¤ Ascenso Destructor de Rocas de la Hoja - Tipo: Ofensivo - Rango: C - Requisitos:Taijutsu 70 - Gastos: 84 CK - Daños: 140 PV - Efectos adicionales: Rompe cualquier tipo de defensa menor a 100 PV - Carga: 5 - Velocidad: Rápida - Alcance y dimensiones: Cuerpo a cuerpo
Una técnica de Taijutsu donde el usuario golpea su codo contra su enemigo, utilizando el otro brazo como soporte. El ataque está cargado de chakra, por lo que no causa dolor alguno al usuario y es capaz de romper la más dura de las defensas.
… la echó hacia atrás. El Fūton Kaze no Yaiba solo necesitaba eso: un simple movimiento de brazo con los dedos índice y corazón extendidos para lanzar una ráfaga tan cortante como el filo de una katana. El chaleco de su madre se rasgó por la mitad; su piel, tan afectada como si hubiese recibido una caricia.
—¡¿Eso es todo lo que tienes?! —exclamó ella, apoyando los pies en el pilar de roca cortado y saltando nuevamente hacia él, que descendía en caída libre sin posibilidad de cambiar su rumbo.
O eso pensaba ella. Con un simple sello a una mano sopló una Brisa Ligera que le movió en el aire hacia un lado, dejando pasar a su madre como una exhalación. Rápido y conciso, formó un nuevo sello con ambas manos:
—¡Katon: Gōryūka no Jutsu!
La Técnica del Gran Fuego del Dragón. Con ella había reducido a cenizas a varios oponentes en el pasado. Literalmente. Ryūnosuke no era de jugar con las palabras. La cabeza de un dragón chino que generó primero en su pulmón y luego expulsó por la boca salió despedido hacia Ōwatatsumi, imbuyéndola en sus llamas. La cabeza recorrió veinte metros con ella hasta colisionar contra una porción de tierra y roca que se elevaba hasta el cielo.
Ryūnosuke cayó con los pies por delante sobre el mar, atravesando su superficie como un arpón de ballena. El agua le recibió como el impacto de un muro de hormigón cayéndosele encima. Él lo encajó sin temor, había soportado cosas peores. En una ocasión incluso se le había venido encima medio estadio en una amalgama de hormigón, hierro y cadáveres. Literalmente. Ryūnosuke no era de jugar con las palabras.
Cuando su descenso frenó, empezó a nadar hacia la superficie y abrió la boca cuando asomó la cabeza para tomar una gran bocanada de aire. Justo en ese momento…
- PV:
170/240
–
- CK:
288/470
–
-12
–
-48
–
-72
–
-Armadura del Dragón:
50/50
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Aclaraciones: No separo el chakra por los clones creados anteriormente por pereza. Además, como en un mismo post ambos hacen acciones, no estoy siempre considerando una ronda como un turno per sé, sino a veces como dos, o tres . Por eso a veces recuperaré más CK de lo correspondiente a 1 turno, o si me paso del límite de Aguante igual no reciben penalización porque lo cuento como si fuesen dos turnos en un solo post. No sé si me explico, pero ea, lo digo por si os chirría a veces algún número.
¤ Fūton: Kaze no Yaiba ¤ Elemento Viento: Cuchilla de Viento - Tipo: Ofensivo (cortante) - Rango: A - Requisitos:Fūton 40 - Gastos: 48 CK - Daños: 80 PV - Efectos adicionales: - - Carga: 3 - Velocidad: Muy rápida - Alcance y dimensiones: El corte abarca 1 metro de ancho y recorre 2 metros antes de disiparse
El usuario emite chakra desde la punta de sus dedos índice y corazón, y realiza un movimiento en arco con su brazo, creando una ráfaga de aire cortante prácticamente invisible a cortas distancias, que avanza de forma rápida hacia el adversario como si se tratase de una cuchilla. De hecho, es tan cortante que su impacto equivale a un tajo directo y certero en el pecho con una katana larga.
¤ Fūton: Soyokaze no Jutsu ¤ Elemento Viento: Técnica de la Brisa Ligera - Tipo: Apoyo - Rango: D - Requisitos:Fūton 20 - Gastos: 12 CK - Daños: - - Efectos adicionales: Desvía el rumbo en medio del aire - Sellos: Carnero (una mano) - Velocidad: Rápida - Alcance y dimensiones:
Desvía al usuario 3 metros de su rumbo en mitad de un salto o una caída, en línea recta.
(Fūton 80) El usuario puede desplazarse parabólicamente.
Escupiendo un fino pero concentrado chorro de aire desde su boca, el usuario es capaz de cambiar la dirección de caída o aterrizaje de un salto en medio del aire a alta velocidad durante distancias cortas. Esto le permite amortiguar caídas o incluso esquivar ataques en pleno vuelo. Esta técnica puede utilizarse sobre el suelo para disipar bombas de humo o nubes de polvo.
¤ Katon: Gōryūka no Jutsu ¤ Elemento Fuego: Técnica del Gran Fuego del Dragón - Tipo: Ofensivo (fuego) - Rango: B - Requisitos:Katon 60 - Gastos: 72 CK - Daños: 120 PV - Efectos adicionales: - - Sellos: Tigre - Velocidad: Rápida - Alcance y dimensiones: El proyectil con cabeza de dragón mide 2 metros de ancho y de alto, 3 de largo, y avanza hasta chocar contra algo o hasta alcanzar los 20 metros
El ejecutor comprime una enorme cantidad de chakra en el interior de su cuerpo y la moldea, otorgándoles a los obuses flamígeros un llamativo aspecto: el de la cabeza de un dragón chino. La bola de fuego avanza hasta que choca contra algo, momento en el que estalla y se desestabiliza, reduciendo a un oponente con menos de 120 PV a meras cenizas.