— Que grandes es el país del fuego... — murmuró Juro, para sí.

Juro, en ese momento, caminaba tranquilamente por las calles de Taikarune. Sus ojos, hambrientos, bebían del paisaje. No se perdía ningun detalle. Era la primera vez que llegaba a un sitio así.

Las casas estaban hechas de completa madera, cosa que le recordaba un poco a casa. Había visto la ciudad ladeada, el acantilado y el mar. Algo casi mágico para un chico que no había visto prácticamente mundo. Su visita ahí era la primera.

A partir de esa misma semana, su vida había cambiado. Tras el torneo, había decidido que ya no era un niño necesitado de su hermana para ir a todos los sitios. Si pudo llegar a los dojos, puede ir a cualquier sitio por sí mismo. Y ya era hora de conocer mundo. Hasta ahora, solo se había limitado a ver Kusagakure y poco más.

« Y claro esta, lo que se dice no esta mal... »

Juro había escuchado mucho de aquel lugar. ¿Y quien no? Un enorme museo que antes había sido el hogar del señor feudal, lleno de armas de todas las épocas.

— Quizá esto me de alguna idea para ti, Gen — murmuró otra vez. Sin embargo, se había olvidado. A su espalda, ya no había nada.

El joven paseaba tranquilamente por un sendero hecho de asfalto que encaminaba a la dirección del museo, como una persona normal y corriente. Había bastante gente a su alrededor, en ambas direcciones. La bandana de Kusagakure adornaba su frente, sin miedos. Su espalda, estaba libre de toda carga. Ya no parecía un jorobado, si no un ninja de estatura baja. En su cintura, ocultos bajo la camisa verde que llevaba, había dos pergaminos.

En su pequeño periplo hacia Taizaku Gai, Eri terminó por optar a pasar las noches en ciudades y pueblos más que pasarlas a la intemperie. ¿Por qué? Fácil, porque por la noche hacía un frío que pelaba y no estaba dispuesta a ser atracada mientras dormía. Lo normal era que hubiese pensado eso antes, pero no había salido de la aldea tanto como le hubiera gustado.

Así que allí estaba, haciendo una pequeña parada en aquella ciudad conocida por su museo de armamento que anteriormente fue la casa del Señor Feudal. Normalmente no se sentía atraída por ese tipo de cosas, pero ya que estaba allí un poco de turismo no iba a hacerle ningún daño.

Por ello paseaba por un sendero, el que habían dicho de tomar para poder subir al tan famoso museo. Justo delante de ella paseaba un joven de cabello oscuro y camisa verde, pero al estar de espaldas no podía verle la cara. Tampoco es que le interesase del todo, simplemente cambiaba su vista del suelo a la nuca del chico y viceversa todo el rato, porque era su costumbre.

Hasta que...

— Quizá esto me de alguna idea para ti, Gen...

—¿Perdona? —preguntó la kunoichi a la espalda del muchacho, juraría que lo había escuchado hablar, pero no había nadie más que él y ella por aquel sendero, ¿le habría pillado mirándole por detrás? —. ¿Es a mí? —volvió a preguntar para asegurarse de que no era a ella a quien había dirigido la palabra.

Tan distraído iba en el camino, que no se dio cuenta de que tenía a alguien a la espalda. Alguien que podría darse por aludido muy facilmente.

—¿Perdona?. ¿Es a mí?

« ¿Uh? »

Juro se volvió, para toparse con una chica de mediana estatura, con un pelo llevado con dos coletas de un color rojo intenso, y dos ojos azules que le miraban con duda. En su frente, Juro notó al instante la presencia de una bandana, aunque los mechones de pelo rebelde dificultaban bastante que pudiese ver de que aldea era.

« No. Solo estaba hablando con mi inexistente marioneta inanimada »

— ¿Eh! ¡No, no! Solo estaba hablando con... déjalo, no es importante — murmuró, algo incómodo por la irrupción de la chica en sus pensamientos —. Siento si te he molestado.

Tras eso, se disculpó con una pequeña reverencia y se dirigió nuevamente a la chica.

— Ya que estamos, podríamos presentarnos. Soy Eikyu Juro — dijo, sonriente.

Cuando el chico se volteó, Eri pudo apreciar sus rasgos más detenidamente, como su piel pálida, su cara de niño todavía y sobre todo, la bandana de Kusagakure en su frente, brillando gracias a los rayos de sol que caían desde el cielo.

«¿Con que Kusagakure, eh?»

No tenía nada en contra de Kusagakure ni de Amegakure, vamos, que en verdad pocos había conocido en sus catorce años de vida, pero encontrar uno justamente en el lugar en el que se encontraba... Bastante lejos del País del Bosque, ¿no?

—Hablando solo, ¿eh? No te preocupes, yo también lo hago a veces —coincidió la joven mientras formaba una pequeña sonrisa —. Pero ten cuidado, te pueden tomar por loco.

Aunque la formalidad de la reverencia estaba de más para ella, lo aceptó sin mediar palabra pues a lo mejor el chico había sido educado de tal manera y no era quien para decir nada al respecto.

— Ya que estamos, podríamos presentarnos. Soy Eikyu Juro.

—Vaya, Eikyu Juro, shinobi de Kusagakure... —alegó en un tono más profundo para darle énfasis a su nombre —. Es un buen nombre, ¿de dónde proviene? Yo soy Uzumaki Eri, vengo de Uzushiogakure.

Tras su presentación se retiró los mechones rebeldes que habían estado obstaculizando la vista de Juro para descubrir el símbolo de su villa que tenía grabado en su bandana. Bajó su mano y sonrió.

—¿Y qué hace un chico como tú en Taikarune? No me malinterpretes, pero... ¿Tu aldea no está un poco lejos? —preguntó con cierto tono curioso en su voz.

—Hablando solo, ¿eh? No te preocupes, yo también lo hago a veces. Pero ten cuidado, te pueden tomar por loco.

Juro se ruborizó un poco. Nunca se imaginó que una chica fuese a decirle cosas así. Además, técnicamente era cierto que hablaba solo. ¿Cuánto demonios había empezado a hacerlo? Antes era una broma para la gente, pero ahora realmente no podía parar.

« Para que luego digan que los marionetistas están locos »

La chica recibió gratamente su nombre, y lo meditó, como si lo hubiese escuchado de antes. O quizá simplemente le había impactado.

—Vaya, Eikyu Juro, shinobi de Kusagakure... Es un buen nombre, ¿de dónde proviene? Yo soy Uzumaki Eri, vengo de Uzushiogakure.

— Bueno, la verdad es que no lo sé. Mi hermana fue la que me lo puso, pero no es muy raro — comentó Juro, rascandose la nuca —. Uzumaki Eri... Encantado. Es curioso, ya conocí a una Eri de Uzushiogakure.

Eri se desnudó la frente y permitió ver su bandana del remolino. Así es, era una kunoichi de Uzushiogakure. Juro sonrió un poco. Ya no le tenía tanta fobia a los shinobis extranjeros tras eso. Y ella se veía amable.

—¿Y qué hace un chico como tú en Taikarune? No me malinterpretes, pero... ¿Tu aldea no está un poco lejos?

— Oh bueno, vengo a ver el museo, por supuesto — comentó Juro, con un curioso brillo en sus ojos — ¡Armas de todos los tiempos! ¿¡No te parece genial!? ¿A que has venido tu?

— Bueno, la verdad es que no lo sé. Mi hermana fue la que me lo puso, pero no es muy raro —comentó el joven mientras se rascaba la nuca. Bueno, para ella no era tan común así que le había resultado un tanto raro de escuchar —. Uzumaki Eri... Encantado. Es curioso, ya conocí a una Eri de Uzushiogakure.

—Sí, bueno, la otra Eri, Furukawa Eri, un año menor, Yuki... Yo también la conozco, es algo tímida, nunca hablé con ella... —se sinceró la joven mientras jugaba con uno de sus mechones de pelo que caían por su coleta izquierda —. Ojalá fuera tan popular como ella...

Divagó por unos momentos.

— Oh bueno, vengo a ver el museo, por supuesto. ¡Armas de todos los tiempos! ¿¡No te parece genial!? ¿A que has venido tu?

Fue lo que respondió a su segunda pregunta.

—¡Qué coincidencia! Yo también iba para allá —comentó la chica —. Podríamos ir los dos juntos, así me enseñas un poco, no estoy muy puesta en esto de las armas...

A lo mejor conseguía un guía.

Para su sorpresa, Eri si que conocía a la otra Eri, que era un año menor que ella. Nunca supo exactamente su edad, pero Juro había supuesto que más o menos tendría su edad. Con esta, sin embargo, tampoco sabría que decir.

Las chicas eran complicadas en muchos aspectos.

—¡Qué coincidencia! Yo también iba para allá Podríamos ir los dos juntos, así me enseñas un poco, no estoy muy puesta en esto de las armas...

Juro sacudió la cabeza, reaccionando a sus palabras al momento. Que cosas. Bueno, en realidad, ya lo había supuesto. La mitad de la gente de ahí probablemente estaría para ver el gran museo de Taikarune. Después de todo, era una atracción turística importante.

— ¡Claro! — exclamó, felizmente —. Bueno, tampoco soy un experto. Es mi primera visita. Pero he oído muchas cosas. ¡Dicen que tienen armas usadas en la guerra ninja!

Los dos estaban caminando por un sendero que llevaría directamente hasta el famoso lugar. No tenían porque preocuparse. Por muy malo que fuese orientados, con que lo siguieran, bastaría.

— ¿Y tú? ¿Has venido sola desde Uzushiogakure? — le preguntó, por sacar un tema de conversación, mientras caminaban.

— ¡Claro! — exclamó Juro, y la joven sonrió —. Bueno, tampoco soy un experto. Es mi primera visita. Pero he oído muchas cosas. ¡Dicen que tienen armas usadas en la guerra ninja!

—Un momento... ¿No dirás que aún conservan sangre? ¿No? —preguntó, exaltada. Normalmente los museos que había objetos bien cuidados, limpios, en vitrinas para que nadie las tocase o rompiese. Pero si esas armas, herramientas de guerra y armaduras habían sido utilizadas anteriormente... ¿Habrían intentado dejarlas en perfecto estado aunque eso conllevase a no limpiarlas?

«No me debería dar tanto repelús, yo también soy una kunoichi al fin y al cabo...»

— ¿Y tú? ¿Has venido sola desde Uzushiogakure?

—¡Oh! —exclamó saliendo de sus pensamientos sobre sangre —. Sí, estoy de paso por Taikarune ya que quiero ir a Taizaku Gai por unos asuntos —alegó la kunoichi mientras señalaba su... Su nada, no había nada en su espalda pues lo había dejado en la habitación del hostal —. Sí, asuntos familiares.

Retiró su mano de la espalda y lanzó un breve y corto suspiro, a lo mejor Juro podría haber sido un buen público.

En lugar de emocionarse como él, la kunoichi pareció alterarse con sus palabras.

—Un momento... ¿No dirás que aún conservan sangre? ¿No?

— No lo creo. Estarán bien conservadas, pero no tanto — murmuró, con una carcajada. Menuda chica más graciosa.

Juro sonrió un poco, al tiempo que caminaban. No pudo evitar compararla con la otra Eri que conocía. Pero esta era mucho más distinta. Parecía más... decidida.

. Sí, estoy de paso por Taikarune ya que quiero ir a Taizaku Gai por unos asuntos — Eri realizó un movimietno que a Juro le resultó familiar, ya que él se había pasado todo el viaje realizandolo: el no acostumbrarse a que lo que fuese que estuviera antes en tu espalda ya no setaba —. Sí, asuntos familiares.

— Ya veo... — murmuró Juro, sin llegar a insistir demasiado en el tema —. A mi me encanta viajar. Antes mi hermana no me dejaba alejarme de la villa por mucho.

Juro se ruborizó. ¿Por qué le había dicho eso? Supuso que quería decirle algo. Lo que fuese.

A lo lejos, ambos shinobi podrían apreciar facilmente la gran edificación a la que se dirigían. Una gran masa de gente — turistas, como ellos — también se dirigía al museo. Pronto, se vieron sumergidos en ella.

— No lo creo. Estarán bien conservadas, pero no tanto.

Al escuchar aquello no pudo evitar soltar un suspiro de alivio. Imaginándoselo, ¿cómo estaría oliendo el museo si todavía conservarse la sangre en las armas? ¿Y si algunas tuviesen partes de gente? Le daban escalofríos solo de imaginarlo.

A medida que avanzaban por el sendero, la conversación se hacía más personal, incluso Juro había metido a su familia de por medio. A la pelirroja no le importaba en lo absoluto, ella siempre había sido curiosa desde nacimiento y no le desagradaba escuchar a los demás.

— Ya veo... — murmuró el chico ante lo dicho por la joven, sin entrar mucho en el tema —. A mi me encanta viajar. Antes mi hermana no me dejaba alejarme de la villa por mucho.

—¿Ah no? Yo tengo dos hermanos un poco sobreprotectores también... —coincidió ella mientras ladeaba la cabeza, dejando que su coleta derecha hiciera cosquillas sobre su hombro —. Pero como me fui de casa no saben muy bien qué hago, además creo que sé cuidarme sola...

Eri se mantuvo a su lado, sin articular palabra en primer momento. Tras mencionar a su hermana, esta pareció espabilar.

—¿Ah no? Yo tengo dos hermanos un poco sobreprotectores también... Pero como me fui de casa no saben muy bien qué hago, además creo que sé cuidarme sola...

— ¿Te fuiste de casa? — preguntó Juro, boqueabierto. ¿Cuántos años tendría? ¿Un poco más que su edad? —. Si que eres independiente...

¿Qué podía decir después de algo así? Juro se había sentido orgullo del lento proceso de cambio que había tenido en su interior. El como le había indicado a su hermana que ya no era un niño y que había peleado en un torneo. Que sabría cuidarse solo. Pero eso a esta chica no le iba a afectar en anda. Ella ya vivía sola.

— Yo también se cuidarme solo — añadió, no queriendo quedar mal —. Es solo que mi hermana es así... después del torneo, pude convencerla por fin de que me dejase ver mundo...

— ¿Te fuiste de casa? Si que eres independiente...

—Oh, ¡no me malinterpretes! Lo hice por mi madre, creo que estaba agobiada por tener tres hijos y una floristería que mantener... —mintió la joven mientras se rascaba la nuca. Bueno, en parte no era mentira; pero por otra no quería confiarle a Juro su secreto, todavía no eran ni conocidos —. Así que decidí pillar un pequeño cuarto y comenzar a vivir por mi cuenta.

»Lo peor que llevé fue lavarme la ropa...

Río la kunoichi, la verdad es que recordar como los primeros días llevaba ropas desteñidas era bastante gracioso, menos mal que el vecino se ofreció a ayudarla...

— Yo también se cuidarme solo. Es solo que mi hermana es así... después del torneo, pude convencerla por fin de que me dejase ver mundo...

—¿Participaste en el torneo? ¡Vaya! ¿Y qué tal te fue? Yo solo pude ver la final, no me llamaron para participar... —su tono de emoción por conocer que Juro había participado se entremezcló con el de tristeza por no haber sido escogida, sin embargo la primera fue más fuerte que la segunda —. Habrás demostrado que eres muy fuerte, ¡seguro que tu hermana lo vio! —agregó mientras le sacaba el dedo pulgar a modo de aprobación.

--Oh, ¡no me malinterpretes! Lo hice por mi madre, creo que estaba agobiada por tener tres hijos y una floristería que mantener... Así que decidí pillar un pequeño cuarto y comenzar a vivir por mi cuenta. Lo peor que llevé fue lavarme la ropa...

Eri se echó a reír, aunque Juro no se quedó del todo conforme con esa explicación. ¿Él habría hecho algo así también? Un niño no debería tomar unas decisiones tan fuertes como irse casa. Al menos, si no fuese muy independiente, como parecía ser su caso. Por mucho que no fuese capaz de lavar la ropa.

De eso mejor ni hablar. Su hermana se encargaba de la lavadora permanentemente desde cierto incidente con ropa de color en una tanda de ropa blanca.

—¿Participaste en el torneo? ¡Vaya! ¿Y qué tal te fue? Yo solo pude ver la final, no me llamaron para participar... . Habrás demostrado que eres muy fuerte, ¡seguro que tu hermana lo vio!

— En la primera ronda vencí a un shinobi de Uzushiogakure, llamado Nara Rain. En la segunda fui vencido por mi compañero de equipo, Yota — mencionó, examinando el rostro de la kunoichi, por si alguno de los nombres significaba algo para ella —. Es una lastima. Fue una buena experiencia y todo eso, pero también me enseñó que aun me falta bastante. Los ninjas que había ahí...

Pensó durante unos segundos en la frialdad del Uchiha Akame el día que lo había conocido. O mientras disparaba jutsus del elemento katon sin piedad contra su contrincante en la final. Nunca podría quitarse de la cabeza eso.

— Pero bueno. Eso ya no importa. Con un par de misiones y algo de entrenamiento, seguro que entras en la lista para el siguiente torneo — dijo, volviendo a sonreír.

Juro no dijo nada ante su cháchara sobre la independencia. No lo culpaba, ojalá pudiera haber seguido con su madre un poco más de tiempo. Sin embargo era quedarse y no poder seguir su sueño o irse y dejar a su madre. No había sido una decisión fácil y por ello quería enmendarlo, lograr hacer algo que su padre no...

«Basta.»

Parpadeó varias veces para salir del pequeño trance en el que se había sumergido para volver a mirar a Juro. El museo parecía verse a la distancia así que el paseo pronto llegaría a su fin. Así que centró toda su atención en el shinobi de Kusagakure que tenía al lado antes de que aquello acabase.

— En la primera ronda vencí a un shinobi de Uzushiogakure, llamado Nara Rain. En la segunda fui vencido por mi compañero de equipo, Yota. Es una lastima. Fue una buena experiencia y todo eso, pero también me enseñó que aun me falta bastante. Los ninjas que había ahí...

«...Eran demasiado.»

Se atrevió a imaginar lo que Juro no se atrevió a decir.

—Oye, al menos llegaste a la segunda ronda, ¡eso es digno de ver! Seguro que eres un gran shinobi, pero prefiero no comprobarlo en mis propias carnes —alegó la joven mientras le daba un par de palmaditas reconfortantes en el hombro.

— Pero bueno. Eso ya no importa. Con un par de misiones y algo de entrenamiento, seguro que entras en la lista para el siguiente torneo.

—Y tu podrás pasar de la segunda ronda haciendo lo mismo, seguramente —concedió ella con una sonrisa, luego se llevó las manos a la espalda, uniéndolas para dejarlas quietas en algún sitio y ambos continuaron el trayecto.

Y así llegaron al museo.

Eri le escuchó, con aire ausente, al tiempo que Juro contaba sus penas. Quizá no le interesaba oír nada de sus quejas acerca de lo mucho que le faltaba. Después de todo — por alguna extraña razón — él había sido escogido y ella no en su momento. Realmente se preguntaba porque. En aquel momento de su vida, no era para nada un ninja poderoso.

« Morikage-sama vio algo en mí... »

—Oye, al menos llegaste a la segunda ronda, ¡eso es digno de ver! Seguro que eres un gran shinobi, pero prefiero no comprobarlo en mis propias carnes... — dijo, mientras palmeaba su espalda, con aire reconfortante —. Y tu podrás pasar de la segunda ronda haciendo lo mismo, seguramente.

Juro se puso rojo como un tomate, al escuchar los variados intentos de la chica de animarle. Definitivametne no se merecía un trato tan bueno.

— Eres muy buena... — murmuró, casi como protesta, mientras trataba de que su rostro volviese a la normalidad —. No me gusta mucho pelear, pero no exageres tanto. Una chica tan independiente como tú debe tener sus recursos en batalla.

Antes de poder seguir la conversación, la masa de gente en la que se internaba llegó finalmente al museo. Ahí lo tenían, delante. Sin embargo, un gran masa de gente se empezó a acumular, como un embudo, sobre la puerta. En ella, había dos hombres, con deje autoritario. Uno de ellos, alto y bronceado, que vestía completamente de negro. Tenía el pelo rapado al cero y unos ojos marrones oscuros. El otro era mucho más bajito en comparación, era rubio y tenía el pelo en forma de cresta. Llevaba unas gafas de sol, aunque no había demasiado sol en aquel lugar.

— ¡Pasad de uno en uno! — exclamó el hombre alto y bronceado, acompañandolo de movimientos manuales.

Poco a poco, se fue formando una gran fila de gente.