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Le parecía que llevaba siglos arrodillado y mirando al suelo.
—Levántate —Le susurro una voz apenas más audible que el pasar del viento, pero que le llegaba con la contundencia de una lluvia helada.
Percibía su cuerpo etéreo e inconsistente, como si su carne fuera niebla a punto de dispersarse. Pero también se sentía pesado y rígido, como si sus huesos se hubieran vuelto plomo. Sus sentidos parecían dispuestos a lo absurdo. En su piel un calor quemante y abrazador le acariciaba, mientras que un frio lacerante y calador atenazaba sus pulmones. Sus oídos estaban a punto de sangrar por el intenso retumbar de su propio corazón, mientras que en su exterior un silencio desolador lo cubría todo.
—Tómame —Exigió con una voz que resonaba en todo su ser y que le impedía saber si la estaba escuchando o sintiendo.
No podía apartar la vista de aquel suelo negro por un manto de cenizas, pues aquello estaba más allá de su voluntad. Percibió la luz gris que bañaba su ser y supo donde estaba. Los cuerpos quemados, la sangre derramada y el perfume de la muerte que le asfixiaba.
—Déjame ir… —Pidió con esfuerzo.
—Este eres tú —aseguro dulcemente—. Tú me has traído hasta aquí por que querías que mirara en lo profundo de tu ser —dijo con toda la razón de alguien que le comprendía—. La duda y la vergüenza son lo que te mantiene así.
—No es la manera —replico un poco más calmado.
A pesar de no poder apreciar su rostro… Lo sabía. Sabia con quien hablaba y que era lo que buscaba. Podía percibir el aura de amor y muerte que expelía. A su alrededor un mundo infinito, gris y monótono. Pero solo estaban ellos dos; él arrodillado mirando al suelo y ella tendiéndole la mano con la esperanza de que voltease a verla.
—Quiero que seamos uno… Pero temes alimentar el abismo que hay en ti —dijo con pesar—. Seguiré atendiendo a tu llamado, y así lo seguiré haciendo hasta que me aceptes en ti.
De repente el mundo a su alrededor se volvió difuso y el clamor de los gritos lo arrebataba hacia otro lugar. No pudo ver la expresión de ella, pero bien sabia que al final se despidió con una sonrisa piadosa, tal y como lo hacía siempre.
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Se despertó agitado y con el corazón desbocado, tal como lo hacía siempre que tenía aquel sueño. Quito las mantas, pues aquel sudor frio le empapaba. En su mano pudo ver a Bohimei, como solía ocurrir. Desde el día que perdió su hogar había tenido aquel viaje onírico hacia ese lugar congelado en el tiempo. Pero siempre había estado solo allí, al menos hasta poco después de haberse graduado de la academia. En ese entonces todo cambio; Al momento en que le devolvieron su espada, paso a tener una compañera de sueños.
«Otra vez… Bueno, al menos creo que pude dormir un par de horas —aseguro mientras bostezaba—. No sé que resulta peor. El seguir teniendo esa pesadilla, el sentir cierto alivio por no estar solo en ella o que se aproxime el amanecer»
Kazuma se levanto tambaleante hacia le ventana. Necesitaba calmarse y respirar un poco de aire fresco. Extrañamente en ningún momento soltó su katana, pero poco le preocupaba. De alguna manera podía percibir un atisbo de consideración. Pues solo tenía aquel sueño cuando estaba en contacto con Bohimei y solo una vez por noche, por lo que después de relajarse podría dormir plácidamente, al menos eso esperaba.
Para su mala suerte; no llegaría a conciliar el sueño aquella noche.
En cuanto sus sentidos se aclararon se dio cuenta de algo perturbador. Los gritos que había escuchado hacia el final no eran parte del sueño, eran lo que le había arrastrado fuera del mismo. Eran claros y fuerte y provenían de fuera. Inmediatamente supo lo que pasaba, pues demasiado bien conocía la diferencia entre los alaridos de una pelea o un accidente y los aullidos de terror que hay en medio de una masacre.
Ni siquiera se dio tiempo a pensar. Se vistió como pudo, tomo su equipo y a toda prisa se dirigió a la entrada de la casa. Con un horrible presentimiento de lo que pudiera estar pasando en el pueblo.
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Sentado y con los ojos cerrados, Karamaru seguía en su sueño pronto a terminarse. Comenzó a sentir un zumbido, uno molesto y fuerte. Se sentía en su oído derecho y aunque se movía para quitárselo aun estaba allí. Poco a poco lo fue despertando, de una manera insoportable, pero lo despertó al fin. Una mosca revoloteaba alrededor de su calva cabeza que, casi a propósito, se fue al ver al pelado despertar. Obviamente, el monje la maldijo un largo rato hasta despertarse y despabilarse del todo.
La cortina de la ventana estaba cerrada y el brillo que entraba por ellas parecía mostrar que ya había amanecido. La casa estaba en silencio, aunque para ese momento ya era una costumbre. Se revisó su herida, ya no le dolía, pero seguía con la venda sobre su hombro. Seguramente estaría así un par de días más, tal vez solamente hasta llegar a su hogar.
«¿En serio dormí tanto?» de preguntaba asombrado a si mismo.
Se paró y vio la blanca habitación iluminada por una tenue luz rojiza. El Sol la iluminaba, pero lejos de asombrarse por eso, el calvo camino lentamente frotándose los ojos hacia la puerta. En ese momento se llevó una sorpresa. Vio a la anciana, acompañada de su nieta, salir a toda velocidad por el pasillo principal para pasar por la puerta de calle. Asombrado, el calvo se quedo congelado, tratando de deducir que pasaba. Fue a la sala, la misma en la había visto a la familia cerca de la chimenea la noche anterior, pero no pasaba nada. Estaban todas las cortinas cerradas, nuevamente, y la misma luz rojiza se encontraba en ese lugar. Fue cuando Karamaru la comenzó a sentir un poco rara, no parecía ser la luz común de un amanecer. Algo raro estaba pasando.
Fue entonces, cuando escucho gritos a la salida. Rápidamente comenzó a correr para llegar al exterior junto a la anciana e Iori. Ahora entendía porque ambas salieron corriendo, ahora entendía porque la iluminación rojiza. Se quedó mirando la gente correr, la madera quemarse y en el medio del incendio una palabra se le cruzó por la cabeza.
«Kazuma...»
"El miedo es el camino al lado oscuro. El miedo lleva a la ira, la ira al odio, el odio al sufrimiento, y el sufrimiento al lado oscuro"
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La situación era desconcertante, y los gritos en el exterior emporaban todo. Kazuma corrió por el pasillo principal a toda prisa, mientras trataba de esquivar los destrozos dejados por algún intento de asalto. Mientras se movía buscaba al anciano que lo había hospedado, pero pronto se le hizo evidente que no se encontraba en aquel lugar. Habiendo llegado a la puerta principal, tiro con fuerza para abrirla, y en aquel instante el viento cargado de ascuas le segó.
—¿Pero qué ha pasado? —se pregunto a si mismo mientras trataba de quitar las cenizas de sus ojos. Pero aun consiguiéndolo le tomo un tiempo el poder ver con normalidad.
El humo le dificultaba a un más la ya difícil tarea de orientarse. Pudo darse cuenta que el pórtico de la casa estaba en llamas. Necesitaba salir de ahí pronto. No sabía que estaba sucediendo pero tenía que ser algo realmente grave.
—Joven Kazuma —le grito una débil voz que provenía de alguna parte a su alrededor.
El Ishimura busco con la vista hasta que dio con quien le había hablado. Frente a unas cuantas cajas y debajo de unos escombros de madera medio quemada se encontraba aquel el líder del pueblo. Atrapado, herido y jadeando por el humo.
—Resista un poco… Lo sacare de ahí —prometió mientras hacia un esfuerzo para levantar aquellos trozos de madera.
—Debe buscar refugio joven Kazuma —apremio con una voz débil que apenas se escuchaba por encima de los gritos y el crepitar de las llamas—. Te mataran si te encuentran.
—¿Quiénes viejo? ¿Qué es lo que ha pasado? —Pero en su interior ya sabía la terrible respuesta.
—Fue el grupo de bandidos de Tonmei… Llegaron en medio de la noche, ocultos entre las sombras. Irrumpieron en mi casa mientras atacaban al resto del pueblo —dijo casi sollozando—. Le han prendido fuego a todo. Jamás habían subido el acantilado para atacar el pueblo y menos con tanta brutalidad… Kazuma, temo por nuestros habitantes —dijo para luego desvanecerse.
«Claro... Jamás habían llegado tan lejos, pero ahora están buscando venganza —pensó mientras revisaba el pulso del anciano antes de colocarlo en algún lugar seguro—. Pero si creen que pueden hacer lo que les plazca conmigo por aquí, están fatalmente equivocados»
Pero el problema resultaba ser posiblemente más grande de lo que pudiese manejar. En cuanto llego a terreno despejado lo vio. Como una malévola danza de fuego y sombras, el pueblo se encontraba parcialmente en llamas, con bandidos cubiertos de negro correteando de un lado a otro mientras cumplían con sus intenciones.
El de ojos grises se tomo un momento para analizar la situación, pues era bastante grave. Habría una veintena de asaltantes y los guardias del pueblo apenas si podían contener a unos cuantos. Por el momento se encontraban enfocados en sus incendiarios propósitos, pero pronto dejarían salir sus macabros instintos y con ello comenzaría las violaciones y los asesinatos.
En aquel momento el joven de piel morena pudo ver como un sujeto vestido de negro que cargaba un pequeño barril, trataba de escabullirse bajo los cimientos de la casa. Aquel hombre se encontraba distraído y no pudo ver cuando Kazuma se acerco con trozo de viga de punta ardiente hacia él. Solo pudo soltar leve grito antes de que el fuerte golpe en la mandíbula lo dejara inconsciente.
«Esto es demasiado… Necesito encontrar a Karamaru. Necesito su ayuda —pensó mientras un grupo de seis hombres bastante seguros y coordinados se acercaban a él—. Por supuesto… Han venido a buscarme —inquirió mientras que las sombras le rodeaban a la vez que las llamas danzaban alrededor—. No hay de otra, acabare con ellos, luego buscare al calvo y luego... Luego ire por mas»
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Mientras Kazuma se preparaba para el intenso combate venidero; Otro sujeto de negro portando un pequeño barril trataba de escabullirse en la clínica. Por supuesto en toda guerra y batalla, el lugar donde curan a los heridos es un punto clave. Karamaru tendría que lidiar con aquel sujeto y hacerse una idea de la situación antes que un pequeño escuadrón fuera a por él.
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Las dos mujeres y Karamaru se encontraban congelados frente a la puerta de la casa viendo las llamas consumir todo a su paso. Sombras deambulaban de cabaña en cabaña creando explosiones a su paso. Eran bandidos dedicados a destruir el pueblo, y por qué no, llevarse cosas de él. El shinobi sabía que tenía que ayudar pero cómo era el problema. Eran demasiados incluso para la pequeña guardia local, una sola persona no podría hacer mucho. Sin embargo, el momento de ver y pensar había acabado, tenía que actuar y rápido. Antes de buscar a Kazuma debía de hacer cuanto pudiera para ayudar a los residentes.
Vayan adentro de la enfermería y preparen material médico- les dijo a las dos mujeres- Buscaré a los heridos y ayudaré a la guardia en cuanto pueda
Sin contestar ambas corriendo al interior bajo la mirada del calvo. Misma mirada que vio un barril entrando por la ventana que hace poco le permitía a Karamaru ver el exterior. Había lanzado a una señora mayor y a su nieta a una muerte segura. Se lanzó lo más rápido que pudo a la enfermería en donde lo habían atendido para ver un lago de sangre.
Iori lloraba en una esquina mientras que el bandido sacaba su kunai de la cabeza de la anciana. Seguramente se llevarían a su nieta de esclava a no ser que el monje los detuviera. Sorprendido por la rápida entrada del pelado, el criminal no pudo hace más que solamente mirarlo mientras le clavaba un kunai en el estómago. La sangre corrió por su boca y manchó la ropa de Karamaru que guardó su kunai y fue a ver a la nieta de la difunta. Sin rasguños ni moretones, permanecía intacta.
No puedo pedirte que te quedes aquí, no con dos cadáveres en el piso. Si puedes correr, sígueme
Tomó el barril y salió por la ventana seguido de una muchacha que apenas podía moverse pero sabía que si no lo hacia moriría. El barril lo lanzó bien lejos, y seguramente se rompió al llegar al suelo liberando toda la pólvora que contenía. Ya sin enfermería donde llevar heridos era hora de buscar a Kazuma pero antes de poder echarse a correr cuatro hombres rodearon a él y a su protegida.
Se preparó para la pelea, aunque sabía que sería prácticamente imposible defender de cuatro flancos. Simplemente se pegó lo más que pudo a Iori y espero el ataque rival.
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Sin duda ya había estado en situaciones peores, pero le costaba recordar alguna. Encontrándose rodeado por bandidos, era consciente de que los superaba fácilmente en habilidad individual, pero los números no eran alentadores. A su espalda solo una pared de fuego, que dejaba por descartado cualquier intento de escape. No es que tuviera intenciones de huir, pero tener opciones siempre proporcionaba algo de calma.
«Seis contra uno y confían en que ya tienen la victoria —Pensó el Ishimura, tomando una kunai en su mano izquierda y tres shurikens en la derecha, mientras se colocaba en postura de combate—. No se han dado cuenta… No soy yo el que está atrapado por ellos, son ellos lo que no podrán escapar de mi.»
Ante el muro de llamas, el cuerpo del peliblanco dibuja una silueta oscura de detalles difusos. Mientras que sus seis oponentes, puestos en semicírculo para rodearlo, eran claramente visibles. En ellos había ojos brillante y muecas torcidas, un gesto inequívoco de que daban a su víctima por muerta.
El primero en atacar fue el más joven, un chico bajo e impetuoso, listo para demostrar su valía en su primer asalto. Se arrojó a bocajarro, con las manos vacías y grandes zancadas, como si fuera a capturar una gallina. El shinobi, lanzó tres certeras estrellas de acero, que mordieron hasta el hueso la carne de su rodilla derecha mientras la pierna estaba en el aire. Para cuando tocó suelo, su cuerpo entero colapso, como lo haría un edificio derrumbándose, con fuerza y emitiendo un grito agudo.
El segundo casi le toma por sorpresa, pues iba corriendo detrás del primero. Cuando estuvo a dos metros de su objetivo, alzó el brazo con intención de asestar un golpe con el cuchillo que sostenía. El Ishimura aprovechó la luz emitida por el fuego cercano, y proyecto desde su arma un destello cegador. El sujeto alcanzó a darle un codazo en la mejilla, pero para entonces un kunai ya se había enterrado profundamente en la parte inferior del hombro.
El tercero era el de aspecto menos amenazante y el único que no tuvo oportunidad de luchar. El ojos grises, tomo de la cintura del segundo un látigo. Su reacción fue oportuna, pues para cuando acabo de desenrollarlo con un chasquido, uno de sus enemigos tensaba una flecha en un arco y otros se preparaban para arrojar cuchillos. En cuanto el dueño se desplomó, utilizó el alcance del arma para sujetar por el cuello a uno de sus agresores. Lo atrajo hacia sí mismo, y lo utilizó como barrera. Un buen escudo la verdad, pues detuvo una flecha y cuatro cuchillas.
—Maldición, deténganlo!—gritó aquel que portaba el arco.
El cuarto apenas ni siquiera tuvo tiempo de obedecer las órdenes, pues el aquel de blanca cabellera se había puesto en carrera hacia él. El chico lo rodeó hasta interponer el cuerpo del villano entre él y sus enemigos. Pero el hombre de negro no se quedaría de brazos cruzados. Rápidamente tomó un par tantōs y los agito buscando un blanco. Con mucho esfuerzo alcanzó un mecho de cabello, y el chico se lo pago; desarmandolo de ambos filos y clavando uno en su rodilla y otro en su torso.
El quinto estuvo a punto de ser demasiado rápido, pues cuando aquel de tez morena recién había tomado y desplegado un fūma shuriken y estaba arrojándolo, lo atrapó en el metálico abrazo de una kusari. El moreno se debatía, y a pesar de que su arma salió volando hacia el cielo de forma errática, permanecía tranquilo. Pudo ver como preparaban una flecha para él, pero en un instante las cadenas se aflojaron. El arma retorno a la tierra, cercenado parcialmente el brazo enemigo.
El nativo de Uzushio, se hizo a un lado, y pudo sentir como las plumas de la saeta silbaron cerca de su oído.
El sexto dejó su hankyu, ahora impráctico, a un lado, y sacó una daga larga. Se lanzó hacia Kazuma, esgrimiendola de forma torpe y apresurada. Este le dio una bofetada y arrancó el carcaj que llevaba en la espalda. El bandido arremetió de nuevo, pero su objetivo no era el cuerpo del joven. Vio la oportunidad de tomar la espada que llevaba en la espalda. Pero antes de llega a poner sus dedos sobre ella, se encontró con una flecha clavada en la mano.
—Mal, mal, mal… Nadie toca mi espada —aseguro caminando alrededor del sujeto. Este le atacó, pero de nuevo; una flecha se le clavó, ahora en la mano contraria, provocando que soltara la daga entre maldiciones de dolor—. Quedan aproximadamente veinticinco flechas… Me parece que lo justo es que te ensarte una por cada habitante del pueblo que han herido.
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Se encontraba rodeado, a cada punto cardinal un enemigo. Lo primero que hizo Karamaru fue un análisis de la situación. Dos bandidos traían pequeños cuchillos, uno una katana y el otro simplemente estaba desarmado. Seguramente ese transportaba alguno de esos barriles que tanta explosión y dolor causaron. Poco lugar tenía para escapar, además de que si lo hacía, algunos de los tantos criminales que seguían dando vueltas por el lugar se enterarían.
El enemigo que tenía frente a él fue el primero en actuar corriendo y dando un salto para atacar por arriba al calvo. Desarmado y con alguien a quien cuidar, tomó de la mano a la nieta de la anciana ya muerta y podrida y se movió rápidamente hasta la antigua posición del atacante. Simplemente habían cambiado sus puestos, pero esto le permitía tener a los cuatro rivales en un solo frente. Puso a Iori a sus espaldas y se dispuso a combatir a las cuatro amenazantes figuras.
Nuevamente, el poseedor de la katana corrió hasta Karamaru tratando de lastimarlo con una simple estocada. Un rápido movimiento hacia un costado, un golpe en la mano y el hombre había soltado el acero como si quemase. Se encontraba indefenso, pero el segundo bandido desarmado le quitó toda posibilidad de contraataque al monje haciendo que se tenga que defender.
Una patada baja para desestabilizar era lo que buscaba pero el shinobi fue rápido y dio un pequeño salto para esquivarlo. En el aire, como estaban a corto alcance, trató de girar sobre si mismo con las piernas abiertas para tratar de impactar a los rivales al mismo tiempo. Fue una mala idea que hizo el calvo cayera de culo al piso. Sin embargo, sin dar tiempo a que los otros cuatro reaccionen, se levantó de golpe y su puso frente a su protegida nuevamente. Los dos desarmados estaban a unos pocos metros, los otros dos se acercaban lentamente esperando el momento oportuno.
A pesar de no ser un genio con las armas, el monje sacó un kunai y lo colocó en su mano derecha esperando poder apuñalar a los adversarios. Todavía podía escuchar el llanto de Iori y hasta se podía ver que estaba temblando de miedo todavía. Si vivía con la abuela vaya a saber en donde estaban los padres para cuidarla cuando todo esto terminase.
El espadachín volvió a recoger su katana, suponiendo de nuevo un peligro mayor para Karamaru, y se dispuso a atacar. Nuevamente. Era el más insistente de los cuatro, pensaba poco y se arriesgaba mucho y eso le pasaría factura. Trató de realizar un corte horizontal a la altura de la cabeza del calvo pero de poca velocidad. Lo esquivo fácilmente y en movimiento rápido y ascendente un kunai le atravesó el mentón chorreando de sangre tanto su cuerpo como el de su acompañante. El cuerpo cayó como plomo al igual que su espada. Un grito se escuchó a sus espaldas, la chica estaba aterrada por sentir la sangre en su piel, y eso que era unos años mayor que Karamaru.
¿Quién sigue?- dijo el shinobi para tratar de intimidar.
Pero de poco serviría ya que el hombre desarmado, el segundo, arremetió. Cuando se encontró simplemente a un metro, a un mísero metro, casi por instinto y sin pensarlo, el calvo arrojó su kunai que se calvo en su cuello. Cayó al suelo creando una fuente de chorro fino y potente de sangre que duró varios segundos.
Tanto tiempo de entretenimiento le dio a los dos hombres armados, al parecer mas inteligentes, analizar al pelado. Uno de ellos localizó su punto débil en el hombro y casi sin que Karamaru se de cuenta trató de clavar su cuchillo en el lugar. Afortunadamente para él, solamente llego a cortar las vendas ya que el monje pudo esquivar el ataque apenas por centímetros. Esta pelea estaba siendo mucho mejor que la de la playa, ya no estaba tan oxidado como antes y podía pelear con más libertad. Un poco de ardor le surgió al sentir la corriente de aire sobre su herida, pero no era nada para alarmarse. En el fragor de la batalla apenas se podían sentir los dolores pequeños.
Un derechazo justo en el medio de la cara hizo que cayera el tercer bandido. El calvo pudo sentir con la mano como la nariz se quebraba en dos partes. Trató de localizar al cuarto hombre, pero parecía que no estaba, se había esfumado. Trató de tomar un kunai para ponerse en guardia por si aparecía de golpe pero en su portaobjetos no había nada de nada.
Se dio vueltas y vio a Iori en cuclillas tomando el kunai con las dos manos, todavía temblando. Al parecer tenía un poco de instinto de supervivencia después de todo. Karamaru tomó el kunai, lo guardó y ayudó a la mujer a levantarse.
Hay que irnos. Vamos a buscar a alguien y nos vamos, te lo prometo.
Debería de ser al revés, el más grande cuida al más chico, pero parece que un shinobi siempre cuida al civil lógicamente. Tomó a su acompañante de la mano y comenzó a correr en busca de Kazuma. Mientras tanto, con su otra mano trataba de sacarse lo que sea que tenía en los ojos que le estaban picando demasiado. Además el humo ya le estaba empezando a molestar, por suerte había entrenando bastante como para poder vivir con un poco oxígeno. Sin embargo, estaba aspirando mucho humo y eso tal vez le pasa factura al final del conflicto.
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De la veintena de hombres que había atacado el pueblo, ahora solo quedaban unos ocho. Aquello le permitiría a la guardia local el poder lidiar con ellos. Aún faltaba cerca de una hora para el amanecer, pero las llamas del asalto comenzaban a apagarse gracias a las rápidas acciones de los pobladores.
—De momento, parece que ya hemos pasado lo peor —Se permitió aquella esperanza, mientras yacía sentado frente a un cuerpo inerte lleno de flechas, emulando a un alfiletero, quien en vida fuera un bandido muy bravo y también estúpido.
En aquel momento recordó al anciano, tenía que buscarlo y asegurarse de que estuviera bien. Al final lo encontró a unos metros de donde lo había dejado, posiblemente se arrastró desorientado y en busca de ayuda.
—Está mal… Resista por favor —dijo con voz baja, mientras veía un poco de sangre goteando de aquel cuerpo viejo.
—Tráelo por favor… —pidió jadeando.
—No hable, por favor. Buscare alguien que le cure.
—¡No! —gritó con voz polvorienta—. No me queda mucho, así que escúchame —el anciano tenía razón, a simple vista se apreciaba que no le quedaban más que unos cuantos respiros. Él lo sabía y aun así estaba determinado a cumplir con el deber de un líder—. Los piratas… Los piratas se llevaron el dinero del pueblo… Solo era un poco de oro, pero era lo que necesitábamos para el resto del año —En aquel momento, con sus ultimas energías aquel hombre abrió de gran manera los ojos y sujeto con fuerza desesperante el cuello del ropaje del ojos grises—. Sé que es demasiado, pero por favor… Te pido que nos ayudes.
—Espera viejo, no te mueras ¿Qué pasará con el pueblo? ¿Quién los guiará?
—Jejeje… Mi nieta es una muchacha fuerte, lista y bondadosa —aseguro, con la mirada ahora perdida en el cielo estrellado—. Aún es bastante joven, pero ha aprendido bien… Estoy seguro de que ella podrá cuidar de la aldea... —su cuerpo se relajo, sus ojos se cerraron y su corazón se detuvo. Ahora por fin descansaba.
El joven Ishimura no estaba seguro de que sentir. Una parte de su ser emanaba una gran admiración y respeto por las personas de aquel lugar. Pero en otro lugar de sí mismo se sentía culpable, por lo sucedido y por no poder derramar lágrimas, ni por sentirse abatido por aquella vida perdida. Al final un sentimiento se impuso, algo que no sentía hacía mucho tiempo. Una sensación de ira helada, como si la sangre ardiera en sus venas mientras la bombeaba un corazón de acero.
—Así se hará viejo. Lo prometo —Juro aquello mientras se levantaba y alejaba del cuerpo.
Se decidió por ir al centro del pueblo, en aquel lugar había un poso bastante visible. Ahí esperaría ver a Karamaru y plantearle la situación. El viento agitaba su cabello, mientras que casi podía sentir a Bohimei palpitando en su vaina. El amanecer se encontraba cercano, pero aquello no le preocupaba. Sabía que de una forma u otra, todo habría acabado para cuando el sol saliese. Si… para bien o para mal, todo se terminaría donde comenzó, bajo el manto de la noche.
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En su recorrido pudo ver como las sombras negras poco a poco disminuían sus números ante la presión de los guardias locales que además de pelear también apagan el fuego que cada vez era de menor tamaño. El humo se había dispersado lo bastante como para que deje de molestar la respiración de las personas cercanas al lugar pero a Karamaru todavía le molestaban los ojos de lo que el suponía era ceniza.
Con Iori a sus espaldas pudo ver a lo lejos que los habitantes se juntaban lentamente en un lugar del pueblo. Se encontraban unos cuantos muchos metros desde su posición pero por lo grande y vacía que estaba la zona parecía algún tipo de plaza principal. Seguramente allí es donde deberían estar todos, incluido Kazuma, y si no estaba podría preguntar a alguien por que lugar podría encontrarlo. Después de todo no podría haber muerto, no era para nada malo con esa espada. Algo había podido observar de reojo Karamaru en su batalla costera.
Mientras pasaba cerca de un guardia lanzando varios Mizurappa a las casas aledañas, pudo sentir como la temblorosa mano de su acompañante se desprendía de la suya. La pudo ver moviendo un poco la cabeza, y lo único que vio fue una mirada cargada de decisión. Parecía que el miedo y el terror se le había ido y dejó al lado el shock que le habían propiciado para tener un poco más de convicción en sus acciones. El por qué, él no lo sabía.
Al llegar a la plaza, ambos en silencio, atravesó los grupos de gente para buscar a Kazuma. Iori lo seguía atrás sin ningún problema pero no podían encontrarlo. Una mano en el hombro lo detuvo en seco. No sabía si se conocían o no, pero se dio vuelta y Iori apuntaba con el dedo índice una calle ancha. Por ella se acercaba su buscado, y el calvo también comenzó a caminar hacia él un poco más relajado. Sin llegar a acercarse demasiado todavía, desde la distancia comenzó a hablar. Tal vez un poco elevado de tono, pero solo era para asegurarse de que lo escuchara.
Al fin nos encontramos- dijo un poco serio. La situación no ameritaba ninguna sonrisa de su parte- ¿Te encuentras bien?
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Regularmente las noches de aquel pueblo solían ser pura tranquilidad, una brisa fresca, silencio y un cielo estrellado, pero hacía ya un rato que el aire danzaba seco y llenos de cenizas, mientras que los gritos aseguraron que la paz fuera cosa del pasado. No fue mucho el tiempo que Kazuma descanso en aquel sitio, pero ya extrañaba aquel aire helado que ardía en los pulmones y el silencio cordial que le envolvía. Le hubiese gustado mirar un rato las estrellas y olvidarse de todo, pero el humo de los incendios recién apagados le negaba aquel privilegio.
«Solo espero que la nieta del viejo aun siga con vida» —su expresión se torcía solo de pensar en que no tuviera tanta suerte.
Después de buscar por unos minutos, por fin dio con Karamaru. Se detuvo un instante a verlo, y parecía estar en buenas condiciones, sin sangre y con su herida medio vendada, como para seguir combatiendo si hiciera falta, y mucha falta haría en el futuro inmediato.
—Si estoy bien, y es bueno verte en las mismas condiciones, compañero —respondió él.
Al Ishimura le hubiera gustado preguntarle algunas cosas, pero el tiempo apremiaba, faltaba poco para el amanecer y quería cumplir su promesa. No había tiempo para preguntar al monje a que se enfrentó, ni cómo le fue y menos para averiguar quién era la joven que le acompañaba tan de cerca.
—¡No hay tiempo para saludos! —Se reprocho así mismo—. El líder del pueblo murió, Karamaru. Me dijo que los bandidos le habían arrebatado los fondos de los que dependían —trago saliva y continuo—. Sé que puede parecer demasiado, pero debemos recuperar lo que les fue arrebatado.
—Necesito que me ayudes con esto Karamaru —. Sabía lo que hacía, sabía que estaba siendo egoísta y temerario, pero no había espacio ni tiempo para las dudas. No deseaba llevar el asunto a mayores y tampoco deseaba involucrar a más gente. Pese a todo aquello, tenía claros dos hechos; primeramente el crimen no podía quedar impune y luego… Que aquello no podría hacerlo solo.
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Todavía no había amanecido y desde el atardecer dos batallas de gran envergadura se habían dado en el viaje de Karamaru. Y todavía podía pasar de todo, como por ejemplo, tener que enfrentarse una vez más al mismo grupo de bandidos. El reencuentro con Kazuma le había alegrado un poco la noche, aunque sea así se aseguraba de tener a alguien que le cubra la espalda, pero al poco de tiempo de hablar ya le había dejado un mal sabor de boca.
Con la noticia de la muerte del anciano, de reojo pudo ver como Iori comenzaba a llorar nuevamente. Era normal, el mundo se le venía abajo en tan solo un par de horas. Y pensar que en parte, Karamaru y Kazuma fueron culpables de los hechos. Si tan solo no hubiesen estado en ese lugar esa noche...
Poco podía hacer por ella que se había sentado en el piso acurrucada con las piernas dobladas y la cabeza metida entre los brazos cruzados.
«Pobre mujer» era lo único que se le pasaba al monje en ese momento.
Lo siento, pero no creo que estemos en condiciones de hacerlo- dijo llevándole la contraria al espadachín- No hay nada que podamos hacer, por lo menos no ahora y al instante.
Tenemos que ir a buscar una guarida que no sabemos donde esta, y que si la encontramos, vete tu a saber cuantos de ellos nos encontraremos allí. Podríamos ir con la guardia local y dividirnos en grupos y buscar y al encontrarlos atacar, pero no creo que sea lo mejor pedirles a estos hombres y mujeres combatientes que sigan luchando. Tienen que buscar a sus familiares.
Tal vez no le caería bien la respuesta a Kazuma, pero el calvo trataba de ser lo más realista posible. Era de locos ir a buscar una base de bandidos siendo solo dos personas. Y aún más sin conocer su ubicación. Tal vez podría haber una manera, pero no pasaba ninguna por la cabeza del shinobi.
Si consigues averiguar localización y cantidad de bandidos en el lugar, por lo menos, pero no te podré acompañar en estas condiciones. Salvo que tengas un plan, claro, pero prefiero quedarme a proteger la aldea en caso de un segundo ataque. No quiero dejar sola a la nieta de los ancianos en un momento así tampoco.
Además, tienes que tener la mente clara y asegurarte que esto no lo haces por venganza. Nunca es bueno actuar bajo su influencia.
Parecía raro, pero por primera vez Karamaru actuaba según lo enseñado en el templo. Era la primer ocasión en la que durante un momento tenso y crítico pensaba y reflexionaba y, además, daba consejos a sus compañeros.
"El miedo es el camino al lado oscuro. El miedo lleva a la ira, la ira al odio, el odio al sufrimiento, y el sufrimiento al lado oscuro"
-Maestro Yoda.
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En cuanto las palabras abandonaron la boca de Kazuma, toda la situación cambió. La chica que estaba al lado de Karamaru colapso con la noticia de la muerte del anciano. Entonces el Ishimura lo entendió. Aquella debía ser la nieta del líder del pueblo, y seguramente el calvo se quedó protegiéndola luego de abandonar la clínica.
La respuesta del calvo no fue la que el peliblanco esperaba… Sin embargo podía sentir que su compañero de oficio hablaba con la verdad. La temeridad no les traería nada bueno en aquel momento, menos aun si no tenían los pensamientos en su lugar. El ojos grises seguía escuchando con atención, sin duda lo que decía Karamaru tenía sentido, pero aun así pensaba lo mismo en cuanto a lo que buscaba hacer. Podía sentir que ambos tenían parte de razón, solo que uno trataba de hacer lo correcto y el otro lo justo, pero en aquel momento el joven de Uzu no pudo distinguir cuál de las dos opciones defendía.
«¿Qué debería hacer?» —se preguntó.
—Ustedes—de entre el humo se acercó a ellos un sujeto con aspecto de soldado, con una vieja armadura y algunos vendajes en su cabeza—. Necesito que vean algo. —Aseguro con un tono de urgencia imposible de ignorar por aquellos ninjas.
En cuanto lo siguieran, el sujeto los guiaría por entre la aún oscura madrugada, hasta la parte más cercana al precipicio en el que estaba el pueblo. En cuanto estuvieran allí, verían una especie de elevador, hecho de madera y con cuerdas y poleas, que parecía bajar por la cara del risco hasta llegar al agua.
—Observen —dijo mientras señalaba el horizonte. El mar era negro, pero en la superficie se pudo apreciar una figura de madera iluminada por las típicas lámparas de aceite—. Aquel barco es la guarida de los bandidos, van y vienen con el oleaje, por eso jamás hemos podido atraparlos. Pero ahora están “atrapados”. En la banda era unos treinta cuando mucho, y aquí han caído unos veinte. Por otro lado la razón de no haberse alejado ya, es que la marea es baja y no puede cruzar la parte rocosa.
Aquel sujeto se giro hacia ambos y con una cara casi suplicante les hablo.
—Como jefe de la guardia del pueblo, esto es lo más cerca que hemos estado de capturarlos, y es gracias a ustedes, pero ahora no tenemos nada, si se van la venganza será peor. Escuche lo que hablaban, y si quieren una oportunidad creo que es esta —dijo poniéndose el casco en el pecho—. Antes he visto a ninjas hacer cosas increíbles, estoy seguro de que ustedes podría hacer algo para ayudarnos.
La voz de aquel hombre sonaba rogante y desesperada, más de lo esperable en un soldado de mediana edad de aspecto tan rudo.
—Entiendo… ¿podrías traerme el barril que quedó frente a la casa del jefe?
—Se los traeré al instante.
En cuanto la silueta del hombre desapareció en medio de la noche, Kazuma volvió a dirigirse al calvo. Esta vez con una respuesta.
—¿Entiendes lo que implica el comportamiento de aquel hombre Karamaru?
—Debemos hacer algo —dijo sin esperar respuesta—. Si los piratas huyen todo acabara. No podemos quedarnos para siempre en este pueblo y nadie se ofrecerá a ayudar en un lugar tan lejano. Aquellos bandidos lo saben, y en cuanto salgamos de aquí, volverán para terminar su asalto. Por si fuera poco se han llevado todo su dinero, así que no tienen la opción de simplemente abandonar el lugar.
El peliblanco esperaba que su compañero entendiera las pocas opciones que tenían. De una forma u otra, el pueblo estaba condenado. Solo tenían dos opciones razonables, o acabar con las debilitadas fuerzas de los piratas o recuperar lo que fue robado.
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Si trataban de hacerlo a propósito no iba a salir ni en mil años. Apenas el calvo terminó de hablar un guardia se acercó para tirar por la borda todo lo que había dicho. Parecía que el peliblanco estaba de suerte ese día. El defensor del pueblo hizo un ademán para que ambos lo siguieran y eso hicieron. Pero antes, Karamaru tomó a Iori de la mano levantándola lentamente e hizo que los acompañara. Todavía tenía lágrimas en los ojos pero parecía un poco más calmada.
Atravesaron el camino rodeado de casas destruidas y cenizas, pero al final del recorrido se encontraron en un precipicio con vista al mar y al horizonte. Era bastante alto y por eso tenía lo que parecía una especie de ascensor que el pueblo debía de utilizar para algo. Después de todo tenían la salida común y corriente del pueblo para llegar hasta las costas.
El discurso del guardia le dio más energía a Kazuma y parecía que realmente cada vez estaba más convencido de asaltar a esos bandidos. Lo que Karamaru no se daba cuenta, es que esa actitud se le empezaba a contagiar.
Esta bien, esta bien. Creo que podemos ir hasta allí sin ningún tipo de riesgo. Eso si, mientras esperas el barril ve planeando un plan para entrar al barco. Supongo que tienes intención de hundirlo con tu barril, ¿No es así?
Solo me gustaría opinar que ya hemos hecho suficiente matanza por el esta noche. No son shinobis, no controlan el chakra, no podrán siquiera nadar. Si detenemos el barco los podremos apresar fácilmente, y no correrá ni una gota de sangre. Es más, si no destruimos el barco podría ser un buen regalo para la aldea, tal vez hasta puedan salir a pescar, o venderlo para conseguir dinero.
Es tu plan, en esta misión tu eres el líder, te acompañare pero piensa bien como la harás. Podríamos salvar más vidas de lo que ya hicimos.
En unos segundos de silencio después de las palabras del calvo, antes siquiera de darle tiempo a contestar al peliblanco, una voz femenina un poco quebrada se escuchó a sus espaldas.
Mátenlos
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Está bien, está bien. Creo que podemos ir hasta allí sin ningún tipo de riesgo. Eso sí, mientras esperas el barril ve planeando un plan para entrar al barco. Supongo que tienes intención de hundirlo con tu barril, ¿No es así?
Solo me gustaría opinar que ya hemos hecho suficiente matanza por el esta noche. No son shinobis, no controlan el chakra, no podrán siquiera nadar. Si detenemos el barco los podremos apresar fácilmente, y no correrá ni una gota de sangre. Es más, si no destruimos el barco podría ser un buen regalo para la aldea, tal vez hasta puedan salir a pescar, o venderlo para conseguir dinero.
Es tu plan, en esta misión tu eres el líder, te acompañare pero piensa bien como la harás. Podríamos salvar más vidas de lo que ya hicimos.
Las palabras de aquel joven cenobita insuflaron confianza en él ya determinado corazón del moreno. Desde la oscuridad del momento pudo escuchar una voz lastimosa que decía “Mátenlos”. Aquello lo perturbo un poco, pero no tenía tiempo para saber él porque pues tenía que trazar un plan y ni el amanecer ni los saqueadores esperarían por él.
—Doy gracias por tu opinión, pues admito que hay cosas que no he considerado —agradeció, aunque le parecía extraño que existieran piratas que no supieran nadar—.Debo admitir que mi plan original era matarles a todos y hundir el navío, pero como en una verdadera misión hay que concentrarse en solo lo que es necesario. —Admitió recordando las enseñanzas ninjas, pues sabía que en aquel momento la prioridad no era castigarlos.
—Aquí traigo lo que me pediste —gritó el viejo guardia que se acercaba corriendo hacia ellos con un barril en los brazos.
El peliblanco le hizo un gesto y el hombre reaccionó destapando tonel. El contenido en su interior causó que la cara del joven se retorciera en gesto preocupación. Era un fanático de las armas pero aun así jamás había visto una disposición tan extraña en ningún artefacto explosivo.
—Esto… Esto es una monstruosidad —aseguro horrorizado el viejo soldado, mientras todos prestaban atención a sus palabras—. Solo he visto algo así una vez, y fue cuando trabajaba escoltando a un sujeto experto en explosivos —recordó, mientras analizaba el cilindro de metal dentro del barril—. Son dos bombas en una, la primera estalla dispersando una pegajosa brea que arde con fuerza y que resulta difícil de apagar, la segunda explota un poco después destrozando el contenedor de metal y arrojando esquirlas afiladas en todas direcciones.
—Ya veo. Entonces no podría hundir un barco, pero sí resultaría ideal para reducir una casa y a sus habitantes —inquirió con amargura.
El hombre dejó con sumo cuidado la bomba en la tierra y salió corriendo a atender algún grito de ayuda.
—Esto cambia un poco las cosas… —admitió—. Me he dado cuenta que estos bandidos no son muy inteligentes que digamos, pero quien les dirige es alguien en extremo peligroso y si es capaz de fabricar estas cosas, representa una seria amenaza criminal.
El ojos grises suspiro pensando en todo lo que tendrían que hacer.
—Mi plan va en este orden: Acercarse a la nave sin que se den cuenta, detonar la bomba en cubierta para causar caos y recuperar el dinero del pueblo. También está la cuestión de apresar al capitán, pero si es demasiado peligroso para ambos no tendremos otra opción más que ejecutarlo.
No hacía falta preocuparse por los demás, pues como ratas que eran, en cuanto el capitán y la nave se vieran comprometidos cada quien huiría por su lado. Por otra parte tenían el elemento sorpresa, ya que seguramente esperaban que los botes de sus compañeros regresaran con algún botín y no con dos ninjas dispuestos a darles escarmiento.
—¿Qué te parece compañero? —le pregunto a Karamaru, quien seguramente ya estaría pensando en una forma de hacer creer a los piratas que tuvieron éxito destruyendo el pueblo.
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Como esperaba el calvo, Kazuma corría el riesgo de ser imprudente y el calvo se felicitó a si mismo en su cabeza cuando detuvo esa acción. Era un paso más en su camino de sabiduría y estaba contento de poder transmitir las enseñanzas que le habían inculcado. Por suerte, su compañero reflexionó. Seguía sorprendido por la reacción de Iori, pero eso era un tema para después. No podía dedicarse a dos situaciones completamente distintas al mismo tiempo, tenía que estar concentrado para ayudar al peliblanco, que poco tiempo después recibió el producto que mando a buscar.
El guardia arribó rápidamente, barril en mano, hasta donde había partido. Lo destapó frente a los dos shinobi y la muchacha y las cuatro personas contemplaron el tubo metálico que se erigía en su interior. Era una bomba, pero una de las el monje no entendía. No era un experto en armas pero tal vez podía deducir algo, ni siquiera eso.
Esto… Esto es una monstruosidad. Solo he visto algo así una vez, y fue cuando trabajaba escoltando a un sujeto experto en explosivos. Son dos bombas en una, la primera estalla dispersando una pegajosa brea que arde con fuerza y que resulta difícil de apagar, la segunda explota un poco después destrozando el contenedor de metal y arrojando esquirlas afiladas en todas direcciones.
Era impresionante. No solo prendía fuego su alrededor si no que se aseguraba de matar cualquier cuerpo animal con metralla. Si Kazuma tenía pensado usar el barril en el barco iba a matar gente, seguramente a todos. Era una cuestión que al calvo le comenzaba a molestar, matar por defender tu vida tal vez pero si no lo haces incluso mejor. Esto ya era matar por matar, asesinar solamente por querer ver a alguien sufrir. El venenoso camino de la venganza. Le hubiese recordado al peliblanco su propio concepto de justicia, qué hubiesen pensado sus superiores de él al saber lo que había realizado. Pero había que esperar que decía y reaccionar en consecuencia.
Me he dado cuenta que estos bandidos no son muy inteligentes que digamos, pero quien les dirige es alguien en extremo peligroso y si es capaz de fabricar estas cosas, representa una seria amenaza criminal.
Estoy de acuerdo, escucho ideas...- dijo Karamaru en respuesta.
Aunque nuevamente, el calvo no concidía.
Lamento diferir tantas veces, pero es que... ¿Crees que prender fuego el barco, que seguramente se comenzará a hundir, nos va a dar tiempo a infiltrarnos y localizar el dinero sin que nadie nos vea? Sigo creyendo que hay maneras mas fáciles de resolverlo sin estar buscando dinero, que puede estar en cualquier parte, en un barco grande con tripulación hostil. Y además hay que sumarle, posiblemente, un combate contra alguien que seguramente tenga mayor nivel que nosotros. Y eso hay que hacerlo disimuladamente para no alertar al resto de bandidos.
Pero tal vez se estaba equivocando. Tal vez no terminaba de comprender a su compañero, tal vez si estaba en lo cierto y el monje se estaba equivocando.
Aunque puede ser que.... si.... tal vez tienes razón....
Si tomamos la ropa de los muertos y nos disfrazamos podremos entrar sin que nos detecten en realidad. De hecho tu plan era más que bueno, y es más, tal vez así ni siquiera combatamos. Apoyo tu idea, vayamos a buscar algo de ropa. Ahora me emocionó yo- finalizó entre risas.
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Lamento diferir tantas veces, pero es que... ¿Crees que prender fuego el barco, que seguramente se comenzará a hundir, nos va a dar tiempo a infiltrarnos y localizar el dinero sin que nadie nos vea? Sigo creyendo que hay maneras mas fáciles de resolverlo sin estar buscando dinero, que puede estar en cualquier parte, en un barco grande con tripulación hostil. Y además hay que sumarle, posiblemente, un combate contra alguien que seguramente tenga mayor nivel que nosotros. Y eso hay que hacerlo disimuladamente para no alertar al resto de bandidos.
El peliblanco escuchó atentamente cada palabra del monje. Puede que aquel chico de Ame no fuera muy osado e intrépido, pero lo compensaba siendo bastante prudente. De momentos le costaba comprender el por qué le preocupaban al calvo las vidas de bandidos como esos, pero aunque no llegase a entenderlo le seguía respetando.
—Se me ocurren un par de cosas —contestó al calvo.
Llamó a uno de los guardias de pueblo y le pidió que trajera a uno de los bandidos que habían quedado con vida. Sacarle información no costó mucho, unas cuantas bofetadas nada más. El sujeto les dijo que el capitán siempre contaba y revisaba el botín en cubierta, ya fuera en la proa o en la popa. Luego de que se le “convenciera” un poco más, le relató que para acercarse al barco sin ser atacados, utilizaban algunas señas específicas.
—Bueno, con eso ya tenemos una idea de cómo proceder —aseguro mientras se llevaban al sujeto—. Podemos disfrazarnos y acércanos al barco. Cuando estemos por abordar lanzamos la bomba por sobre cubierta, así solo creará un incendio pequeño que anula a los que están esperando. Luego solo queda recuperar el dinero, destrozar el timón, para que no puedan marcharse, y largarnos sin matar a nadie más.
—¿Qué te parece?
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