Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
14/01/2019, 19:51 (Última modificación: 14/01/2019, 19:52 por Umikiba Kaido. Editado 1 vez en total.)
Un tiburón azul nació de entre las aguas y rodeó a su invocador en un acecho fraternal hasta dejarse ver y sujetar la aleta superior. El rey del océano hecho del chakra más puro navego entre las calmas mareas y se introdujo, junto a su dueño, hasta sus oscuras profundidades. La luz de Luna se hacía cada vez más lejana con cada legua se sumersión.
Y el Valle de las sombras aceptó, finalmente; la intromisión de un loco enamorado.
Uchiha Datsue pisó el fondo del lecho marino. Sintió la arena abrazarle los pies desnudos. Podía escuchar las vibraciones del agua y de su corazón bombeando a cien por hora.
Entonces la vio. Al ras de una piedra caliza encadenada e inconsciente. Sus cabellos carmesí flotaban como cientos me medusas estupefactas alrededor de su rostro impoluto. Lucia igual que siempre. Aunque esta vez; más hermosa que nunca.
Cuando te han partido tantas veces el corazón como a Datsue, cuando te han engañado tantas veces como a él, sabes, muy en el fondo, que aquello no podía ser real. Y, aún así, ¿cómo darle la espalda a la esperanza? Por muy mínima que sea, ¿cómo nadar en dirección contraria a la luz y sumergirse en la oscuridad?
A Datsue podrían ponerle mil veces aquella piedra, y las mil veces tropezaría con ella.
Por eso, nadó y nadó hasta la luz carmesí. Hasta fundirse en un abrazo con ella, dejando que el llanto liberase todas sus emociones. Felicidad por el reencuentro. Éxtasis. Esperanza. Y una nota discordante de profunda tristeza. De melancolía. De adelantamiento.
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El llanto pasó desapercibido, sin embargo. Sus lágrimas se mezclarían con las profundidades del lago, que les acompañó en aquel abrazo sentido y puro. Pudo ver en su amada una sonrisa, un deje de esperanza. Sus brazos finalmente podían liberarla de su eterno cautiverio. ¿Cómo no sonreír por ello?
Sus frentes se tocaron, luego sus labios. Las manos de Datsue, víctima de la emoción, nadaron hasta el cuello de Aiko y lo acarició. Sus miradas se cruzaron, y trataron de mantener el contacto durante el mayor tiempo posible dado que la realidad siempre volvía para romper el sueño en los momentos menos esperados.
Entonces lo sintió. Sintió una ráfaga de agua en forma de una risa arenosa que quiso apartarle de Aiko. Él se sostuvo mucho más fuerte a su cuello, no quería dejarla... no debía. ¡No podía!
«Datsue... Dat... ¿Datsue?»
Luchaba por aferrarse, pero la corriente era muy fuerte. Apretó tanto que inesperadamente empezó a hacerle daño a su amada.
«Datsue...¡Datsue despierta!»
. . .
Sus manos, sudorosas, se aferraban fuertemente al cuello endeble de una dama que se había colado hasta su cama. Era Urami, que le gritaba asustada para que se liberase de tan horrenda pesadilla.
«No, ¡no, no, NO!» ¡No podía perderla de nuevo! ¡No podía dejar que se la arrebatasen otra vez! Si solo consiguiese apretarla con más fuerza, si solo consiguiese aferrarse a ella con mayor determinación…
Pero era débil.
Débil…
Débil…
Débil…
. . .
Abrió los ojos —¿o ya estaban abiertos?—, y su mente tardó unos segundos en volver a conectarse con su cuerpo. Ya no había agua a su alrededor. Estaba todo muy oscuro. Y Aiko…
Aiko…
—¿Urami? —preguntó, confuso, y no fue hasta entonces que se dio cuenta que la estaba estrangulando. Sus dedos, torpes, se ablandaron en el acto, liberándola. ¿Qué coño estaba pasando? ¿Qué hacía ella aquí? ¿Y por qué…? «Una nueva pesadilla de Shukaku. Tuvo que ser eso», se dijo. Estaba empapado en sudor, y su cuerpo temblaba, aunque no de frío—. Lo siento… ¿Estás bien? —preguntó, medio incorporándose.
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Datsue no necesitó de Sharingan en ese momento para sentir como suyo propio el terror que invadía a la pobre Urami. Tenía el cuello rojo de la presión y tosía a bocanadas tratando de recuperar el aliento. En el interín, no quitaba la mirada de los ojos de Gūzen, sin conocer el peligro que se escondía en la negrura de sus pupilas.
—No... n-no lo sé —respondió, aún consternada—. t-traté de despertarte, pero...
El Uchiha contempló con rostro preocupado las marcas rojas que había dejado en el cuello de Urami. ¿Tanto se había dejado llevar por la pesadilla? Maldito Shukaku. Justo en la primera noche de su misión, y le cambiaba el sueño de forma tan repentina y abrupta que se la volvía a colar como en sus inicios.
—¿Quién es Aiko?
Datsue endureció su mirada de manera inconsciente.
—No es nadie —replicó, más duro de lo que hubiese querido. Aflojó el gesto. Tenía que recordarse que era Gūzen. Nada más y nada menos que Gūzen—. ¿Qué haces aquí, Urami? Oh, ¿no me digas que ya llego tarde al encuentro con Furune y el resto? —preguntó, alarmado, incorporándose al momento y descorriendo las sábanas. ¿Qué puta hora era? Iba a colgarse del jodido barranco por el cuello como ya pasasen de las seis.
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Urami sonrió sombría ante la negativa de Datsue. No podía no ser alguien, si entre sueños la nombrabas con la añoranza de un Dios que cae a la tierra y pierde su lugar en lo más alto del olimpo.
—Son pasadas las tres. Yo... yo quise venir a disculparme, por cómo te traté esta mañana. Te iba a despertar pero balbuceabas entre sueños y... —se recompuso en la cama y se acercó un poco más a Datsue—. ¿una pesadilla?
Datsue, que poco a poco iba siendo más consciente de la situación, frunció el ceño, ligeramente escéptico. ¿Le habían entrado las ganas de venir a disculparse a las tres de la madrugada? ¿Solo había cometido un acto que debería estar penado con cárcel perpetua para eso?
Ella se acercó un poco más. Datsue se dio cuenta que estaba en calzoncillos y recuperó las sábanas para taparle un poco.
—¿Una pesadilla?
—Ehm… Sí. Una horrible —farfulló, mientras se quitaba las legañas de los ojos—. Oye, te agradezco que hayas venido, en serio. No había nada que disculpar. Pero… tengo que levantarme en apenas unas horas —¡O sea que ya podía largarse y dejarle dormir un poco!—. Me vendría bien… descansar.
»Además, si alguien nos ve aquí a estas horas… Podría parecer… inapropiado.
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Sin embargo, aunque pudiera parecer sospechoso, Datsue contempló en Urami un verdadero arrepentimiento. Con lo dicho no parecía querer jugar con el pobre Gūzen como bien lo había intentado durante su primera charla, en la cocina. ¿Entonces, por qué estaba ahí, ella; con el alma desnuda y aletargada por el sueño eterno al que se veía ella obligada a vivir en aquella mugrosa montaña?
—Y qué —dijo, sosteniendo ella la sábana con la que intentaba cubrirse Datsue, como si se tratase de un escudo de hierro a punto de detener una espada maciza y oxidada—. por mi madre no te preocupes, Soroku ha de estar haciéndola suya en estos momentos, en su habitación. Son amantes, ¿sabes? —otro arrastre. Sólo entonces Datsue comprendió que, después de tanto tiempo, tenía a una mujer con una sugerente bata de noche a su lado. Con el cuello rojo, con la respiración entrecortada, y con el rostro de un angel, susurrándole cantos gregorianos al oído—. y Furune-kun siempre ha estado celoso de ello. Cuando Soroku viene a visitar él nunca duerme en el Templo. ¿El resto? meros sirvientes que no se atreverían a interrumpir nuestro momento.
Le besó el cuello con aquel par de labios vírgenes.
«¡Lo sabía! ¡¡¡Lo sabía!!!», pensó, triunfal, cuando Urami le aseguró que su madre ahora mismo estaría con Soroku haciendo cosas más que indecentes. Aquella misma idea se le había pasado por la cabeza cuando les vio marchar juntos a la tarde, si bien no había intuido lo de Furune. Si Urami estaba en lo cierto, aquel hombre sabía esconder muy bien sus emociones y sus celos.
¿Era aquel el hilo del que debía tirar? ¿Era el motivo por el que Furune había traicionado a su maestra? ¿O es que pretendía, en realidad, asesinar a Soroku para quitarse la competencia de encima disimulándolo todo con un atraco al templo?
Sus pensamientos serios e importantes se vieron interrumpidos de pronto por un beso en el cuello que le hizo cosquillas y le arrancó los colores.
—U-urami… —se inclinó hacia atrás, apartándose un poco, sin saber muy bien cómo reaccionar. Sus ojos se encontraron con los de ella. Eran bonitos, sí. Pero no eran como los de Aiko. No te atravesaban el alma de parte en parte. No hacían que te perdieses en ellos y te olvidases del resto del mundo.
Aunque, ¿qué ojos lo hacían, si no eran los de ella? «Ninguno…» Y Datsue estaba harto de vivir así. De estar siempre triste, vagando como un alma en pena. Hanabi, Akame, todos le habían dicho que se olvidase de ella. Y él lo había intentado. Lo había intentado. Pero, cada vez que tenía una oportunidad con otra chica, se sentía sucio. Mal consigo mismo. La relación que había tenido con Aiko siempre había sido abierta en aquel aspecto, pero con ella sumergida bajo un lago…
¿Cómo disfrutar de ningún momento? ¿Cómo pasárselo bien mientras ella se ahogaba en un bucle infinito?
—Urami, yo… En cualquier otra circunstancia, no diría esto ni loco —le reconoció, esbozando una débil sonrisa mientras le apartaba un mechón suelto de la frente—. Me atraes muchísimo, en serio, pero esta pesadilla… Me ha traído viejos recuerdos y me ha dejado con muy mal cuerpo. Créeme cuando te digo que esta noche pasarías una noche muy decepcionante conmigo —se excusó, lo más suave y gentil posible, sin que sonase a rechazo. No por nada, Urami era la que mayor información útil le había dado para su misión. Más incluso que el propio Soroku. Ahora más que nunca, entendía que debía cuidarla. Hacer que estuviese contenta con él.
Por motivos estrictamente profesionales, por supuesto.
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El silencio, en una mezcla de desconcierto y estupefacción dominaron el cuerpo de Urami. Apretó las manos y arrugó el entrecejo, pero ésta vez no era la respuesta de una chica caprichosa, sino de una confundida. Así de miserable era su vida que incluso cuando las oportunidades de sentir algo llegaban a entrar a los muros de su hogar, ésta le rechazaba. Como antes. Como siempre.
Una lágrima rodó por su mejilla, inerte y repleta de sentimientos. Una sola. Pero en el reflejo de aquella mísera gota se veía la falta de afecto, la soledad. En ese instante la lágrima se convirtió en el reflejo de su alma, triste y afligida.
—Está bien. Buena suerte mañana —sentenció, antes de levantarse y cubrirse entera con su bata. Para luego darse vuelta y perderse en el pasillo, cerrando la puerta tras sí.
Datsue quedó sólo, tal como así lo quería. Deseaba dormir, pero luego iba a darse cuenta de que coinciliar el sueño después de aquella tortura iba a ser difícil, casi que imposible. Entendió que, quizás, la compañía de Urami no hubiese sido tan mala después de todo.
—Buenas noches, Urami —se despidió, en parte aliviado, en parte jodido. No jodido porque Urami se hubiese llevado un chasco, claro, sino por cierta parte de su cuerpo que se había puesto contento por la oportunidad.
Había que ver, y luego llamaban el Profesional a su Hermano. Habría que haberle visto a él. ¡Habría que verle!
Jodido por no haber aprovechado una oportunidad caída del cielo, jodido por Aiko, jodido por su vida en general, el Uchiha no hizo más que dar vueltas sobre la cama, apenas consiguiendo pegar ojo. Media hora antes de las seis, se levantó. Una hora indecente, aquella, que debería estar penada con cárcel para todo aquel que se levantase o hiciese levantar. Tras vestirse, recorrió el corredor malhumorado, todavía con rastros del Datsue que era, y no fue hasta que llegó al pasillo con balcón, que se espabiló. Un paso en falso, un resbalón y…
«Adiós Gūzen».
Bajó hasta la estatua de Lord Yunkai y se guió por el puño alzado, que señalaba un camino ascendente. De camino a la forja del Toro. De camino a su primera prueba.
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El sol, en el horizonte, nacía por detrás de una montaña contigua, hermana de la cúspide en la que se encontraba el Templo del Hierro. Datsue lo vio saliendo a su costado, comprobando que no habría día en el que sintiera aquella estrella tan cerca como ahora. Su calor. Su presencia imponente. Y sin embargo, no podría odiarlo más. Era por la somnolencia y la falta de un descanso digno. Era el insomnio haciendo estragos.
En plena marcha ascendente, Datsue se encontró con Soroku.
A él sí se le notaba feliz. Tan radiante como el sol que tras suyo. ¿Energías renovadas, tal vez?
—Buenos días, Gūzen-san. ¿Qué tal tu primera noche en el Templo del Hierro?
Joder, qué feliz se le veía al bribón. Vaya si había gozado. Esas cosas se notaban en la cara de uno sin necesidad de ningún Sharingan.
—No tan buena como la tuya, eso ya te lo… —carraspeó—. Muy buena noche, Soroku-san. Aunque no pude dormir mucho. Por los nervios —aseguró, consciente de que se le notarían las ojeras.
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