Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
Al gyojin no le hizo falta inspeccionar durante demasiado tiempo para darse cuenta que aquel santuario prohibido no era un baño termal común y corriente, como todos los que abundaban en Yugakure. Éste, estratégicamente ubicado en las lejanías de la ciudad a lo alto de una colina y mimetizado entre matorrales y hierbas, atendía probablemente necesidades menos prácticas. Más exóticas. Y por tanto, no era un ambiente apto para familias convencionales.
Por eso no había sino jóvenes, la mayoría hombres, aguardando el visto bueno de los dos guaruras.
Entonces pensó en tener que pasar por ellos para poder ingresar. No debería tener problema, pensó; si se hacía pasar por un cliente con algún gusto raro. Desde luego que saltarse las vallas no era un opción, no sólo por los sellos o porque fuera físicamente incapaz, sino que le iba a dejar muy mal parado si le llegaban a pillar. Quería asegurarse de dar la impresión correcta, en el sitio correcto.
Kaido se puso a la cola y aguardó. Y aguardó. Y aguardó. A cada minuto que pasaba, un paso al frente, hasta que al fin llegó su turno. Desde allí, pudo ver que, si pasaba los portalones, llegaría hasta una pequeña recepción donde una mujer cobraba la entrada tras un mostrador.
El portero que le tocó, un hombre robusto, cabeza rapada y piel negra, le dio un rápido vistazo de arriba abajo. No le hizo falta más.
—Prohibida la entrada a menores —le espetó sin miramientos—. ¡Siguiente!
Y entonces, cuando llegó su turno, la realidad le pegó una bofetada demasiado evidente. De esas que te da la vida merecidamente.
«Pero que estúpido que eres, coño»
Y como el menor de edad que era, se pegó la vuelta y abandonó las inmediaciones.
. . .
Shirosame era un tipo no muy alto, aunque corpulento. De piel clara, una cara ortodoxa y simplona, con la nariz torcida y los dientes mal hilados. El cabello azul, también largo, y los ojos del mismo color.
Vestía un conjunto negro entero. Camisa, pantalón y bufanda. ¿Acaso estaba de luto? ¿Habría perdido a su esposa, tal vez? Seguro que la Nube de Oro era el destino más apropiado para ahogar sus penas. O para cumplir los deseos que esa zorra muerta no le otorgó en vida.
Muchas de las misiones de un ninja están basadas en la infiltración y el subterfugio. Este Ninjutsu, que se enseña en todas las academias shinobi de Oonindo, es la técnica más básica para hacerse pasar por lo que uno no es, pero no por ello es menos útil. El usuario realiza los sellos del jutsu mientras visualiza mentalmente aquello en lo que se va a transformar, que puede ser o bien otro ser humano, un animal, una planta, un arma o un objeto inanimado, siempre de tamaño medio (un poco más pequeño que una persona o un poco más grande). Tras una pequeña nube de humo, el shinobi se transforma adquiriendo las características físicas deseadas, pero manteniendo algunas de sus propiedades (no puede replicar extremidades que no tiene, por ejemplo, y si lo hace, serán evidentemente falsas).
La técnica es básica, pero muy pocos logran dominarla por completo debido a que requiere una excelente capacidad de memoria y concentración. Por ende o bien se tiene 60 o más puntos en el atributo de Inteligencia o bien se tienen 60 o más puntos en la facultad de Ninjutsu; si no se cumple al menos una de estas dos condiciones, la transformación en otras personas será evidentemente falsa, con obvias carencias o imprecisiones respecto al original.
Incluso así, desconcentrar al usuario, como por ejemplo hiriéndolo, derribándolo o causándole demasiado estrés podría deshacer la transformación.
Mismo ritual, mismo procedimiento. Si bien, esta vez, la cola se le hizo más corta. En aquella ocasión, le recibió el otro portero. Pelo largo, piel tan blanca que parecía no haber recibido en la vida ni un rayo de sol, e igual de fuerte que su compañero. Le miró de arriba abajo, con el ceño fruncido, y asintió.
—Adelante.
Cuando Umikiba Kaido cruzó la entrada, se encontró con un mostrador tras el que había una mujer, entrada en los cincuenta, de cabellos rizos y claros y mirada vacía. Una de esas miradas que se posaban en ti como se posaría en cualquier objeto mundano, sin verte realmente, sin darte importancia.
—Cincuenta ryos la entrada —le informó con voz monótona—. Cinco la toalla. Las habitaciones se pagan a veinte la hora.
Aparte del mostrador, poco más había. El suelo y las paredes eran de piedra —a excepción del falso techo, que parecía más bien de madera—. Y, a la derecha del mostrador, había unas cortinas rojas, enormes y cerradas, por la que iba pasando la gente una vez hubiese pagado.
Como era de esperar, su ingreso —ahora como alguien más, y no como el puto crío que era—. transcurrió sin ningún inconveniente. Pasado el primer anillo de seguridad, Shirosame se encontró entonces con otro obstáculo más, uno que se le venía haciendo constante desde que había llegado a Yugakure. Y es que todo, ¡todo! valía pasta. Pero él entendía que eso era parte de la vida adulta. De ser un puto exiliado que abandona su aldea sin un jodido duro.
Quizás tendría que haber metido mano a las arcas de Yui. Buen motivo ese para renegar, ¿no? una lástima que no lo hubiera pensado antes.
—No es una visita de ocio. Estoy buscando a alguien, me dijeron que podía encontrarlo aquí. Su nombre es Mutsuku.
Tras Kaido, un hombre regordete, de pelo corto y barba de candado, esperaba su turno. Vestía una chaqueta de piel, una boina gris y lucía un pedrusco dorado en el dedo corazón.
Kaido asintió y se dio vuelta, con las manos en los bolsillos; ignorando ávidamente al gordo impaciente, a la par de que dejaba paso libre para atender al resto de la fila.
Sólo entonces aguardó a la llegada de su socio. O al menos, del que esperaba que lo fuera.
El cielo estaba plagado de pequeñas nubecillas oscuras aquella noche. Aun así, se distinguía la luna, algo menguada, como si alguien le hubiese dado un mordisquito. También algunas estrellas. La Osa Mayor. El Perro Menor. El Gran Ninja. La Primera Kunoichi. Y alguna constelación más cuyo nombre Kaido desconocía.
El amejin reconoció todas estas estrellas y más, y lo hizo porque tuvo tiempo para hacerlo. Allí afuera, con la brisa nocturna traspasando sus falsas ropas, no había mucho más para hacer. Ni siquiera podía entretenerse imaginándose de dónde vendría cada cliente que hacía cola, o qué trabajo tendrían. Porque, llegado cierto momento, se terminó la cola.
Llegado cierto momento hasta uno de los porteros se retiró al interior.
Llegado cierto momento, incluso más de algún cliente empezó a retirarse del establecimiento.
«Cuán cierto eso que decías de que si has de querer algo, debes tomarlo con tus propias manos y no esperar que llegue a ti. Siempre tan acertado, Yarou-dono» —se recriminó introspectivamente, tras el severo tiempo de espera al que se vio humillantemente obligado.
Kaido aguardó un rato más, por las dudas. Nunca estaba de más. Después de todo, él tampoco abandonaría la seguridad de su madriguera si algún listillo llegaba ofreciéndose como socio. Aunque, si él fuera Mutsuku, investigaría para conocer quién le tiene los ojos clavados en la nunca.
Pero de no llegar él, el gyojin tenía que inventarse otra alternativa. Buscar la manera de llamar su atención.
Entonces recordó los nimios detalles de Bjowl respecto al negocio turbio que se escondía tras bambalinas. De los servicios que ese baño termal ofrecía, y de las especialidades de la casa que se rumoreaban que servían en vajilla de plata. Pero si algo era cierto es que si la Nube de Oro contrabandeaba, tenían que tener sí o sí un acceso más discreto que la puerta del frente. O bien tenían que hacerlo a largas horas de la madrugada, donde nadie pudiera chusmear a lo alto de aquella colina.
¿Podría dar él con la respuesta, tras un nuevo y más exhaustivo peinado del perímetro?
La suerte no estaba acompañándole. Allí, sumido en la oscuridad de la noche, nada halló que le fuese de utilidad. Ni una entrada oculta, ni huellas sugerentes… Nada. Con la poca luz que había, tampoco era de extrañar.
Estaban los sellos mencionados en las vallas de bambú. Matorrales. El sonido de los grillos canturreando. Pero nada más digno de mención.
La suerte se le resistía como una puta cara. No parecía muy dispuesta a abrirle las piernas así como así, sin habérselo ganado. Así que no tenía mucha más opción que la de actuar y probar suerte como el jodido ninja que era.
Ahora, la forma más expedita de hacerlo era escalando esas vallas. Y para ello, aguardó el momento exacto para que nada ni nadie pudiera verle, ni delatarle.
Pero antes de siquiera acercarse. Antes siquiera de pensar en tocarlos, quiso verlos más de cerca. ¿Se trataba de un sello con tinta, simplemente, o de una inscripción que le delataba como un posible Fūinjutsu?
Esperaba poder averiguarlo con un miramiento más cercano.
Si Kaido tuviese que buscarle algún parecido a aquellos sellos inscritos, sin duda lo haría con los sellos explosivos. De hecho, eran casi clavados, con la excepción de que el kanji escrito era Prohibido, y no el rango del explosivo en cuestión. Además, ahora que se fijaba con atención, aquellos papeles pegados eran algo más grandes. Medían, por lo menos, treinta centímetros de largo, y diez de ancho.
Poco más había que decir, más allá de que estaban espaciados a una distancia de diez metros, aproximadamente. Y que se encontraban a metro y medio de altura.
«Lucen como unos Kibaku Fuda, pero seguro que no explotan. Quizás trazan un perímetro de detección, o algo por el estilo. A ver, qué pasaría si ...»
Un shuriken voló por encima de las vallas. Si nada vistoso sucedía, cruzaría el mural; dejándose caer hasta el interior en clandestinidad. Sí y sólo si, abajo de todo, nada pudiera avistar su intromisión.
Aunque siempre estaban las habilidades de su clan para minimizar los riesgos, tan sólo tenía que se lo bastante atento como para activarlos ipso facto en caso de necesitarlo.