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- ¿Por qué paramos aquí, Kisho-sensei? No sabía que eras religioso.
La chica que preguntaba era joven y esbelta, y su piel pálida destacaba sobre el lienzo del bosque de bambúes. El color de sus ojos, brillantes y atentos, se fundía sin embargo con la gama de verdes que teñía el paisaje. Frente a ella, un modesto templo construido enteramente con madera del propio bosque. Incluso las lámparas, que ahora estaban apagadas, consistían en una caña de bambú con una vela envuelta en papel de arroz en un extremo. Las escaleras del santuario, construidas con el mismo material, ascendían hasta una plataforma elevada donde cada dios gozaba de su propio altar.
- Todos los hombres deben creer en algo más grande que ellos mismos, Kunie-chan. - respondió con solemnidad su padre adoptivo y mentor.
Ciertamente, el veterano shinobi tenía pinta de todo menos de santo; alto, robusto y con el rostro sembrado de cicatrices. Pálido y de pelo moreno igual que Kunie, hasta el punto de que se les podría considerar verdaderos parientes de no ser porque él era más feo que picio. Ni aunque su hipotética mujer fuera la más bella del continente ninja podría haber dado a luz a una joya como Kunie.
Ella asintió, callada, como hacía siempre -o casi siempre- que Asahina Kisho hablaba con aquel tono tan solemne. Nunca había sido religiosa, ni mucho menos. De hecho, ni siquiera se había planteado jamás aquella cuestión. Dioses, ofrendas, adoración... Eran palabras vacías de contenido para la joven Asahina. Por eso mismo decidió esperar a su maestro a los pies de la escalinata, mientras él subía en silencio para pedirle vete tú a saber qué a tal o cual deidad.
"Al fin y al cabo, ¿no es para eso que la gente quiere creer en dioses? Para pedirles lo que no son capaces de conseguir por sí mismos..."
Jamás pude imaginar que en mi corta vida como shinobi, pudiera lograr tantos enemigos, o eso era lo que pensaba. A mi regreso del país de la Espiral decidí que no había tiempo que perder, debía perfeccionar aquella técnica que estaba elaborando minuciosamente. Era necesario estar preparado para mis futuras trifulcas, que daba por sentado que las tendría, y muchas.
Conocí a tres shinobis de Uzushiogakure, y cada uno de ellos poseían sus singularidades. Pero lo más importante, es que me enfrenté con uno de ellos y casi murió por un descuido. "Seguro que cuando lo vuelva a ver tendré con él más que palabras y debo estar preparado. Al contrario que yo, Uchiha Yota dominaba muy bien el arte del taijutsu, pero yo podía emplear cuerpo a cuerpo mi kinjutsu. "Gané por que no se había enfrentado a nadie como yo, pero de seguro que la próxima vez, tomara más precauciones.
Para llevar a cabo mi entrenamiento, me dirigí al Paraje del bambú, aquel lugar que me traía recuerdos de infancia, pues es aquí donde la viví. El enigmático bosque repleto de bambúes en donde todo podía ocurrir, en donde mi padre me enseñó a manejar el elemento Bakuton y en donde tenía claro que sería el lugar en donde alcanzaría la cúspide de todo mi poder explosivo. Sin duda era el lugar donde más seguro me sentía, en donde podía despejar mi mente, y podía centrarme por completo en llevar a cabo mi propósito.
Cuando entrenaba con mi padre, siempre era costumbre antes de empezar ir a visitar uno de los pequeños templos que hay ubicados por toda la región del bosque de bambú. No era muy religioso, pero la nostalgia fue suficiente para conducirme hasta allí. Me conocía el camino de memoria, incluso sería capaz de ir con los ojos cerrados. Me encaucé por unos de los senderos que conducía hasta mi destino, era inconfundible, los torii se sucedían indicando el camino a todo peregrino que tuviera la intención de visitar la morada de los Dioses, el gran puente hecho de bambú que ayudaba a cruzar un afluente de agua cristalina en donde habitaban carpas de todos los colores. Aquel sonido del fluir del agua, era realmente entrañable.
Seguí el sendero y ya podía ver la entrada al templo a lo lejos, forcé la vista, y me pareció ver que había alguien justo donde comenzaban las escaleras. A pesar de ello, continué mi camino despreocupado hasta llegar a aquel lugar y cuando finalmente llegué hasta donde se encontraba aquella persona, me percaté de que se trataba de una muchacha, una chica muy bella, tanto que mi rostro no pudo evitar dibujar un sonrisa. Jamás había visto en mi vida una piel tan bonita, que hacían resaltar sus ojos ambarinos, y su melena oscura y lacia que caía por su espalda era perfecta. Aquella visión me impactó de tal modo, que me detuve en seco.
-Hola.... Salió de mi boca de forma autómata, que aún permanecía con una sonrisa pícara. El sentimiento de nostalgia que me condujo hasta aquí se desvaneció súbitamente, y fue reemplazado por otros sentimientos que resultaban confusos para mí. Las bocas de mis manos también parecían estar entusiasmadas, que reaccionaban de igual modo y me estaba costando más que nunca someterlas para exigirles compostura.
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Sin darse cuenta, Kunie fue cayendo poco a poco en el relajante abrazo de aquel bosque. El susuro del viendo al pasar entre las cañas de bambú, el rumor lejano de un arroyuelo, el canto ocasional de los pájaros... Era como un paraíso en la tierra. Nada que ver con la lluviosa Amegakure, siempre llena de cemento, fango y hierro. Y no digamos ya de Shinogi-to, que al lado de semejante bosque parecía poco más que un vertedero. En general, el País del Bosque parecía haberse quedado tranquilamente rezagado en la época de la tecnología, y sus habitantes parecían disfrutarlo. Con razón.
Tan absorta se había quedado la Asahina, que no se dio cuenta de que ya no estaba sola al pie de aquellas escaleras de madera. Un chico, un niño de poco más de trece o catorce años, la observaba con una sonrisita nerviosa en el rostro. Kunie le devolvió la sonrisa, recorriéndolo de arriba a abajo con sus ojos dorados. Aunque posiblemente sólo hubiera dos o tres años de diferencia entre ambos, en aquel punto de la adolescencia parecía un mundo.
"Nunca había visto a nadie con el pelo tan rojo... Y esa cara. Parece un chiquillo travieso", concluyó, riendo para sus adentros. A pesar de su apariencia rebelde, el chico se había quedado petrificado.
- Hola. - respondió Kunie, divertida.- ¿Cómo te llamas, amiguito?
Después de todo, quizás la espera no se le haría tan larga.
"Ostías sonrió, creo que es buena señal, o eso creo..."
Aquella chica por raro que pareciera me devolvió aquella sonrisa que se me escapó de forma involuntaria, en circunstancias normales, para cualquier otra persona le hubiera podido resultar una situación de lo más bochornosa, pero en mi caso eran cosas que no afectaban en absoluto, pues lo veía desde otra perspectiva, le acababa de regalar a una desconocida una sonrisa sincera y verdadera, algo con verdadero valor.
Me devolvió el saludo y preguntó por mi nombre, me alegro mucho su interés por conocer mi identidad, pero terminó la frase con una coletilla que me dejó un sabor de boca agridulce. Me llamó "amiguito" y capté el mensaje al instante, fue en ese momento cuando regresé un poco a la normalidad, poco a poco en mi rostro se fue desdibujando aquella sonrisa y adoptó un semblante más neutral.
"Que lastima..."
Fue en ese momento cuando pude despegar mis ojos de su bello rostro y vi, como lucia atado en su delicado cuello un hitai-ate de Amegakure. Antes de presentarme, divagué en mis adentros por un instante, pensando bien las palabras que usaría durante la conversación, para evitar meter la pata y parecer idiota. Eran cosas que me pasaba siempre cuando entablaba conversación con chicas bonitas, me ponía muy nervioso.
-Me llamo Bakuhatsu Yoshimitsu, genin de Kusagakure. Acompañé mis palabras con una cordial y breve reverencia. -¿Y tu, cómo te llamas? Le pregunté con verdadero interés.
"Seguro que tiene un nombre bonito"
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El chico se había quedado totalmente absorto mirándola, como si estuviera ante un espejismo. No es que fuera algo nuevo para Kunie, simplemente había cosas a las que nunca terminabas de acostumbrarte. Al menos, al ser un niño, la situación era mucho menos incómoda; diría que incluso divertida. Asahina sabía de su belleza, y aunque no le gustaba presumir de ella, sí que podía llegar a ser un poco coqueta. Como, por ejemplo, en aquel momento. La coletilla de su saludó pareció molestar al muchacho, que cambió su semblante de repente, pero Kunie no le dio importancia; siguió con aquella sonrisa deslumbrante dibujada en el rostro.
Cuando Yoshimitsu, que así se llamaba el chico, se presentó con una reverencia, ella soltó una risita agradable, acompañada de un suave gesto de su mano izquierda para recogerse la melena azabache que le caía por los hombros. Llevaba ropa cómoda para el viaje: camiseta de mangas cortas, escotada, sobre una interior de rejilla típica de las kunoichi; falda corta y sandalias ninja, todo de colores negros, añiles y azules. Al cuello, la bandana de Amegakure, y en el cinturón su fiel portaobjetos.
- Vaya, los shinobi de Kusagakure sois muy caballerosos. - respondió, sonriéndole.- Yo me llamo Asahina Kunie, de Amegakure. Encantada, Yoshimitsu-kun.
Los dedos de su mano zurda se habían quedado entrelazados en la negra melena y, casi de forma inconsciente, empezaron a juguetear con los cabellos. Kunie miraba al gennin, divertida e intrigada a partes iguales.
- Bakuhatsu, ¡qué apellido tan peculiar! ¿Es literal?
"Además de guapa, tiene una voz bonita y huele muy bien"
Aquella chica complació mi demanda y se presentó por el nombre de Asahina Kunie, que por desgracia pertenecía a Amegakure, no me reveló su rango, pero imaginaba que sería genin, o como mucho, chunin. Además agradeció la caballerosidad de los shinobi de Kusagakure, comentario que me instó a hacer una pequeña puntualización.
-No encontrarás a nadie más caballeroso que yo. Dije con pleno convencimiento. -Además de shinobi, soy artista, se valorar el arte y la belleza... "Y tú, posees ambas cualidades"
Me extrañó nuevamente que me llamará Yoshimitsu-kun pero no le dí más importancia de la que debía. La verdad que Kunie parecía en comparación a mí, mucho más adulta. A su lado, no era más que un niño y ella toda una mujer, pero a estas edades tempranas, era cierto que las mujeres se desarrollaban antes que los hombres. Su estatura insinuaba que tendría una edad similar a la mía, quizás unos pocos años más que yo.
La muchacha tenía toda su atención puesta en mí, y la verdad era que, era muy femenina en sus gestos, y en la forma de expresarse. Mientras conversábamos ella jugueteaba con su pelo y me mirada con una sonrisa radiante. Tanto era así que apenas podía pensar con claridad, me invadía una sensación que me provocaba una extraña sequedad en la garganta, que me hacía tragar saliva.
A Kunie le llamó la atención mi singular apellido, no era la única que le pasaba lo mismo. Me preguntó si el significado era literal, le sonreí y le respondí con tono jocoso. -Eso es, literal se queda pequeño en cuanto a definición. Soy todo un maestro de las explosiones. Le comenté. -Había venido para llevar a cabo un entrenamiento especial, hasta que te vi. Y de repente, di un vuelco a la conversación, quería saber de ella, que hacía en un lugar sagrado como era éste lugar. -Debes ser muy devota para estar en un lugar así ¿Verdad?
"¿Que podría querer una chica como Kunie pedirle a los Dioses?, si poseía todas las virtudes que toda mujer desearía tener"
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Kunie rió ante la resultona contestación del pelirrojo. Parecía que la conversación se iba a alargar, quizás hasta que Kisho-sensei volviese, de modo que la chica tomó asiento en uno de los escalones y cruzó ambos brazos sobre sus rodillas para adoptar una postura más cómoda. Yoshimitsu por su parte, parecía empeñado en impresionarla, cosa que divertía mucho a la Asahina.
- ¡Vaya! Además de shinobi, ¿eres artista? - preguntó, verdaderamente intrigada.- ¿Cuál es tu especialidad?
Hasta la fecha, Kunie nunca había conocido a un ninja-artista. Ni a un ninja-cocinero, ninja-pastelero, ninja-carnicero, ninja-arquitecto... A decir verdad, jamás había conocido a un ninja-algo. La profesión no daba mucha libertad para desarrollar otras aptitudes que no estuvieran relacionadas directa, o indirectamente, con matar, destruir, torturar, espiar, chantajear, demoler, embaucar, sobornar, engañar, y muchos otros verbos de mala reputación entre la gente decente, que también terminaban en -ar. ¿Estaba ante el primer ninja-otra cosa de la historia? Tenía que saberlo.
Su curiosidad acerca de aquel muchacho con un nombre y apellido que rimaban tan bien no hizo sino aumentar cuando éste le confesó que estaba allí para llevar a cabo un entrenamiento especial. Algo acerca de explosiones. Kunie cambió ligeramente el gesto.
"¿Explosiones? ¿Aquí? No puede ser tan literal como suena..."
- Parece que eres una caja de sorpresas, Yoshimitsu-kun. - sonrió con picardía al tiempo que le halagaba.- Estaría encantada de ver esas habilidades de las que me hablas.
Parecía que Kunie hizo caso omiso ante mi pregunta, sobre de que hacía por aquí. No le di importancia, en realidad no me interesaba cual era su propósito. Solo quería conocerla, era bueno entablar amistades con otros shinobi, si eran kunoichis mejor que mejor. Se sentó en un escalón que daba acceso al templo e hice lo mismo, me senté justo a su lado.
Una vez sentados la conversación continuó, y a Kunie pareció sorprenderle mi faceta artística, tanto que me preguntó con entusiasmo cual era mi especialidad en concreto, algo que le revelé con gusto. -Si eso es, se podría decir que soy escultor, trabajo la arcilla. No hay nadie en el mundo que pueda superar mi arte, y no es simple fanfarronería, es la pura verdad. Mis palabras estaban acompañadas de una fuerte convicción, que no dejaban lugar a dudas.
Y como no, una pregunta no podía ir acompañado de la petición que me acababa de hacer la kunoichi de la lluvia, le encantaría ver mis habilidades, para ello, intentó picarme diciéndome una especie de alago, o eso supuse, me dijo que era una "caja de sorpresas" -No lo sabes bien, soy una caja de sorpresas muy grande. Solté unas leves carcajadas. -¿Cómo cuanto de encantada estarías? pregunté con verdadera intriga.
Me quedé esperando a la reacción de Kunie ante mi pregunta, que daba igual por donde se mirase, era sin duda una pregunta muy fácil de mal interpretar, pero antes de que mi pregunta diera paso a un silencio incómodo añadí. -No es por nada, es que no debo enseñar mi arte a cualquiera, pero si me dieras un motivo de peso...quizás me lo podría replantear.
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21/06/2015, 21:17
(Última modificación: 21/06/2015, 23:57 por Uchiha Akame.)
La kunoichi de Amegakure escuchaba atentamente lo que le decía Yoshimitsu. Según él era un artista único en su estilo, y no sólo eso, sino que se definía como el mejor del mundo. Era cosa difícil de creer, principalmente por su corta edad, pero Kunie no hizo ningún comentario al respecto. Se podía notar en la voz de aquel niño que estaba firmemente convencido de lo que decía... Lo cual no hizo sino acrecentar la curiosidad que devoraba a la Asahina. No vería saciada esta intriga, no al menos de momento, porque Yoshimitsu le respondió con una picardía quizás desmedida para un crío.
- ¡Oye! No seas tan espabilado. - replicó la kunoichi, volteando ligeramente el rostro en un amago de darle la espalda al ninja.- Esa no es forma de tratar a una dama.
Aunque en el fondo le resultaba divertido lo pícaro que resultaba ser Yoshimitsu, haciendo fiel honor a la primera impresión de niño travieso que Kunie había tenido de él. Sin embargo, tampoco quería que el chico se enfadara y la dejara allí con dos palmos de narices. La kunoichi se hizo de rogar unos instantes, dándole la espalda a Yoshimitsu, como si realmente la hubiese ofendido. Calculó la medida de tiempo con la precisión de un maestro de cocina en plena faena, y sólo se dio la vuelta cuando lo creyó necesario.
- No puedes ir diciendo esas cosas a la primera chica que te encuentras, Yoshimitsu-kun. - regañó, poniendo ojitos de cordero degollado.- Aunque claro, si me dejaras ver una muestra de ese arte tuyo, ¿qué tonta no podría perdonarte?
Sonrió ligeramente, clavando sus ojos color ámbar en los del joven shinobi.
"Oh..."
Kunie se molestó advirtiéndome de que no fuera un espabilado. -¿Cómo? Contesté cuando la kunoichi se giró como símbolo de desaprobación, asegurando que esa no era forma de tratar a las mujeres.
-Hmmm...Bueno, míralo de este modo. Tengo tanto interés en ti, como tú en mi arte. Cómo te dije antes, me interesan las cosas bellas. Son cosas que me inspiran...¿Sabes? Era cierto, era muy atrevido, quizás demasiado, pero esas eran las cosas que me hacían sentir vivo. La vida sin atrevimiento no era vida para mi, reprimirse no era una opción.
Al cabo de un rato Kunie se giró nuevamente y trató de darme una lección, afirmaba que no era buena idea ser tan atrevido con una chica, sobre todo si era una completa desconocida. Entendía perfectamente a lo que se refería, pero lo veía como las normas de un manual de etiqueta, algo que no me interesaba en absoluto. Cada uno podía regirse por aquella filosofía, pero la mía era actuar así, sin dudar. -Entiendo, si te molesta, no lo haré más. Me comportaré para ti como un monje incorruptible, si te hace feliz...
Aún así, me confesó poniéndome una mirada tierna. "Es verdad, nadie puede entender a las mujeres..." que si le mostraba mi arte, me compensaría de alguna forma, o eso creí entender. -Te lo enseñaré, pero quiero que sepas que lo único que pido a cambio, a pesar de que seamos de villas diferentes. Es que seamos amigos, nada más. Aunque si me quieres dar otra cosa no me importará en absoluto jaja. Adorné mis palabras con una leve carcajada final
-Bueno, allá va. Observa atentamente. Aparté mi túnica para que pudiera ver como mi mano que se encontraba más próximo a ella se introducía en mi portaobjetos que se encontraba abierto de par en par, pudiendo verse su contenido, estaba repleto de arcilla blanca en su totalidad. Agarré con la palma de la mano un puñado de aquella arcilla, pero algo fue mal, se pudo escuchar un sonido grotesco, como si algo hubiera engullido aquella arcilla y la masticara durante un instante. Saqué la mano del portaobjetos con el puño cerrado. Cuando el proceso terminó, abrí la mano y Kunie pudo observar un pequeño y minúsculo pajarillo blanquecino que tenía las alas recogidas en la palma de mi mano y que tenía aspecto de ser un pájaro de otro planeta.
-Aquí está, mi arte.
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Yoshimitsu trató de explicarse en cuanto Kunie llevó a cabo su pícara maniobra, haciéndole creer que realmente estaba molesta por su forma de dirigirse a ella. Sí que era verdad que aquel niño era un espabilado para su edad, probablemente a causa de unos hermanos mayores que le hubieran empapado con sus enseñanzas ya adultas; pero eso no molestaba a la Asahina, en absoluto. Ella tenía el don de saber qué verdaderas intenciones tenía un hombre cuando la abordaba, y por eso pudo ver que no había maldad en los pensamientos de Yoshimitsu. Sólo la inquietud propia de la edad... Y ciertas hormonas.
- Vaya, eso es muy galante. - respondió Kunie cuando el niño volvió a alabar su aspecto físico de manera ingeniosa.- Quizás sí que sabes cómo hablar a una chica, después de todo.
Kunie sentía curiosidad, y no iba a dejar que una simple broma hundiera sus posibilidades de satisfacerla. De modo que, sonriendo de nuevo, se cruzó de piernas y centró toda su atención en el artista. Le observaba con aquellos ojos dorados, que parecían dos soles, mientras éste le pedía a cambio su amistad. Ella enarcó una ceja, escéptica.
"Somos ninjas de distintas aldeas... ¿No es un poco imprudente?"
Sin embargo, sus pensamientos no se transformaron en palabras. Se limitó a asentir, sin alterar aquella sonrisa plácida ni por un momento, mientras se apoyaba con ambos brazos en las rodillas.
Yoshimitsu se llevó una mano al portaobjetos shinobi que le colgaba del cinturón. Se pudo oír un crujido sumamente desagradable, y por un momento la chica creyó que el Bakuhatsu iba a devolverle la broma de una forma más pesada. Sin embargo, apenas instantes después supo que no tenía motivos para preocuparse; Yoshimitsu abrió la mano y descubrió un pajarito de arcilla.
- ¡Increíble! - exclamó Kunie, con un suspiro de asombro.- ¿Has podido hacer eso sólo con una mano? ¡Pues la verdad es que estoy impresionada!
De repente, su mirada color oro captó algo más en la palma de aquella mano. No era otra figura, ni muchísimo menos se podía llamar arte, sino una costura extremadamente grotesca que atravesaba la piel del muchacho. Entre asombrada y cauta, Kunie se atrevió a preguntar.
- ¿Qué es eso, Yoshimitsu-kun?
Parecía que había acertado de lleno al escoger mis palabras, ya que la desaprobación de Kunie dio un giro de ciento ochenta grados. -Es cierto que a veces puedo resultar brusco, pero es que me aburren tanto los formalismos.... Respondí ante las palabras de Kunie que aseguró que había sido galante en mi comentario. -Oh! La verdad que el mérito es tuyo Asahina Kunie. Sonreí.
Después de que todo volviera a un punto intermedio, comencé mi demostración, a lo que Kunie no despegó su mirada sobre mí. Cuando mi obra fue acabada, alucinó en colores, y no era para menos. Puesto que no se trataba de un simple pájaro, era la técnica que estaba perfeccionando y que tanto quebraderos de cabeza me estaba dando, pero gracias a ella, me dio suficiente inspiración para lograrlo a la primera, algo que jamás hubiera imaginado.
A pesar de todo, pareció que Kunie no fue capaz de entender lo que había sucedido, lo que acababa de crear y me preguntó con incredulidad. -Pues es un pájaro con sorpresa. Veras, veras, si aquí no acaba la cosa.
De repente arrojé el pájaro que había creado al aire, de repente este creció en una pequña explosión de humo blanco. El pájaro aumentó hasta alcanzar unos veinte centímetros de largo aproximadamente y, comenzó aletear con fuerza y huir hacía el cielo. -Ahora es cuando deberías taparte los oídos. Le aseguré a mi espectadora.
El pájaro voló poco más de una decena de metros, se iluminó en un instante y generó una fuerte explosión desde los cielos, acompañado de un potente estruendo. El lugar donde detonó, quedó cubierto de una humareda blanca que cubrió el sol y nos proporcionó sombra, hasta que poco a poco, el viento la fue dispersando.
-Mi arte es efímero. Dije mientras aún contemplaba el cielo
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27/06/2015, 14:48
(Última modificación: 27/06/2015, 14:49 por Uchiha Akame.)
Kunie se dejaba halagar con la habilidad de una auténtica reina, premiando las palabras de Yoshimitsu con una sonrisa y una mirada pícara de tanto en tanto. Era consciente de que el chico estaba siendo honesto en sus palabras, pero para la kunoichi era tan sólo un juego. Eso no significaba que hubiera malicia o crueldad en él, más bien entretenimiento. Y, si además podía conocer las habilidades de un shinobi de Kusagakure, mejor que mejor. Kisho, su padre adoptivo y maestro, siempre le repetía una mística frase para ilustrar la filosofía del ninja.
"Conoce a tu enemigo y conócete a ti mismo; en cien batallas, nunca saldrás derrotado. Si eres ignorante de tu enemigo pero te conoces a ti mismo, tus oportunidades de ganar o perder son las mismas. Si eres ignorante de tu enemigo y de ti mismo, puedes estar seguro de ser derrotado en cada batalla."
Como buena alumna, Kunie se aplicaba el cuento. Aunque aquel niño pelirrojo no era su enemigo ni mucho menos, ¿qué daño podía hacer indagar un poco en su bolsa de trucos? Curiosidad y deber satisfechos a partes iguales. La Asahina podía hinchar el pecho orgullosa aquella mañana.
El vuelo del pajarillo la sobresaltó de tal forma que casi se cae del escalón. Impresionada, observó cómo la figura de arcilla sobrevolaba sus cabezas, como si estuviese tan viva como los verdaderos pájaros que cantaban entre las cañas de bambú. Yoshimitsu la advirtió de que se tapase los oídos, y así hizo. Con un estallido atronador, el pájaro explotó en una bola de fuego y humo.
- Oh... - fue cuanto pudo decir la chica, todavía asombrada de que existiera una técnica así.- Eso sí que ha sido... Inesperado. - apartó la mirada del lugar de la explosión para fijarla de nuevo sobre el niño.- Nunca había conocido a un ninja que fuese capaz de hacer algo así, Yoshimitsu-kun. ¡Ha sido increíble!
Kunie se sentía en deuda con el Bakuhatsu, de modo que decidió dejarle caer alguna perla. Se llevó una mano a la sien de forma dramática, mientras cerraba los ojos fingiendo concentración. Quizás estaba a punto de revelar demasiado sus cartas, pero... En cierto modo se sentía en deuda con el shinobi de Kusagakure.
- Yo también me sé un truco muy bueno, ¡ya verás! Piensa en un número. El que quieras.
Kunie quedó impactada por mi arte, tanto fue así que incluso estuvo a punto de caerse del escalón en donde se encontraba. Algo que no me sorprendió, los que no acostumbran a tratar con explosiones, les suele coger por sorpresa el fuerte estruendo.
"Es elegante hasta cuando pierde el equilibrio"
-De veras!? Respondí sonrojado ante los halagos de la kunoichi de Amegakure, mientras me frotaba la nuca. -Suficiente explosivo como para hacer añicos una gran roca maciza de granito. Dije orgulloso. -Y he logrado perfeccionar la técnica gracias a ti...Muchas gracias.
Llevaba mucho tiempo intentándolo y no hubo forma de crear nada parecido a un ave, y de repente, con ella, lo he conseguido a la primera.
"¿Casualidad? No lo creo"
Cuando todo volvió a su lugar, Kunie cerró los ojos, se llevó una a la sien en plan seria, y aseguró que sabía hacer un truco fantástico. -¿En serio? Pregunté con intriga. Me pidió que le dijera un número.
"¿Un número?¿Para qué?" Pensé dubitativo.
En realidad tenía la mente muy ocupada en la kunoichi como para si quiera poder concentrarme en pensar en un mísero número. Pero hice un esfuerzo, y me busqué una motivación para poder atender a su petición.
"A lo mejor será que quiere saber el número de besos que necesita..."
Por lo que cuanto más grande fuera el número mejor sería para mí, y me puse manos a la obra.
"A ver... ver... me gustan varios números...para empezar, me gusta el el tres, seguido del cinco...y para terminar el siete. Entonces pensaré en el tres cientos cincuenta y siete. Jejeje"
-Bueno, creo que ya está...¿Y ahora? Respondí con picardía.
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La chica de Amegakure se sonrió ante la reacción de Yoshimitsu, que parecía totalmente entregado a ella. Ver a los hombres, aunque en este caso fuera más bien un niño, rendirse ante una siempre producía un ligero cosquilleo en el estómago. Una sensación fugaz pero intensa de placer, una pequeña victoria sobre el mundo. Asahina Kisho, sensei de Kunie, siempre decía que había que tener amigos hasta en los siete reinos espirituales... Y ella, pese a su juventud, lo encontraba muy acertado. ¿Quién sabe si en el futuro aquel pequeño shinobi de Kusagakure podría sacarle las castañas del fuego, en el momento menos esperado? Kunie nunca había llegado a entender la actitud de hacerse enemigos por todas partes, tan propia de la Aldea Oculta de la Lluvia.
Con un dedo en la sien, Kunie se concentró unos breves instantes, expandiendo su consciencia más allá de los límites de su propia mente. Como quien alarga un brazo invisible, la chica notó su pensamiento extenderse, abrazando al chico que tenía a su lado. En apenas unos instantes, podía oír la voz que resonaba dentro de la cabeza de Yoshimitsu tan claramente como escuchaba la que salía de sus labios.
Oyó los pensamientos del gennin, que se centraban mayormente en cuestiones quizá demasiado subiditas de tono para ser un chiquillo.
"Deben ser las hormonas... Al fin y al cabo, está en la edad."
No tardó mucho Kunie en averiguar el número que había pensado su acompañante. Sin embargo, decidió darle un poco más de dramatismo, y apretando el dedo contra la sien, hizo una mueca de tremendo esfuerzo. Tras unos momentos, se relajó, abrió los ojos y exclamó, triunfante.
- ¡Demasiado fácil! Estás pensando en el trescientos cincuenta y siete. - ensanchó la sonrisa hasta que casi parecía que iba a tocar ambas orejas.- ¿A que sí?
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