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Tras haber claveteado correctamente los tablones interiores, cuanto restaba por reconstruir del santuario eran las tejas de la parte superior y el letrero. Claro que, con la incesante lluvia sería muy difícil que los caracteres del cartel quedaran decentes si los chicos no ideaban alguna manera de cubrir el pincel y la tinta de la lluvia mientras escribían. De lo contrario, el cartel simplemente se mojaría y la tinta escrita en él se diluiría como una mancha de aceite.
Colocar las tejas sería mucho menos complicado, pues apenas necesitaban irlas apilando correctamente sobre las vigas de madera que sujetaban el tejado del santuario.
—Entendido —respondió una única palabra que sería válida para las dos frases de la muchacha.
Su voz sonó ronca, denotando una rasposidad que dejaba claro que su garganta estaba sintiendo el azote de la enfermedad incipiente. Ralexion quiso ignorarlo, optando por ponerse manos a la obra. Ritsuko no parecía encontrarse en un estado mucho mejor que el suyo. Era ridículo si uno se paraba a pensar en ello; parecían dos sintecho, esclavizados por algún usurero que les obligaba a trabajar en harapos bajo la inclemente furia de tal temporal con el único objetivo de tener un mendrugo mohoso de pan que llevarse a la boca aquella noche. «Nada más lejos de la realidad... somos dos genins idiotas cegados por nuestro propio orgullo... no me gustaría saber lo que Raiden nos diría si nos viese ahora mismo.».
Pero el pelinegro se entretuvo poco con aquellas cavilaciones derrotistas que no le llevarían a ningún puerto, ya fuese malo o fuese bueno. Su amor platónico le había delegado la tarea de ocuparse del cartel, así que el Uchiha debía dar con un método que le permitiese escribir bajo la lluvia y le otorgase a la tinta una oportunidad para secarse y unirse a la posteridad.
No optó por nada descabellado: se aproximó al set de herramientas y materiales protegido de la lluvia gracias al toldo. Allí buscó el trozo de madera que más se asemejase al cartel del templo; en caso de necesitarlo lo cortaría con uno de los serruchos él mismo. Acto seguido abrió el bote de tinta y mojó el pincel en él, para entonces escribir "Jizō" en la superficie, un nombre asociado con las deidades protectoras de los viajeros y los infantes. Temblaba como un flan atrapado en un huracán, lo cual le fastidiaba el pulso, pero el joven mostró diligencia para con su trabajo e hizo en pos de cortar y escribir con la mayor firmeza que logró.
Todo esto lo hizo sin retirar el tablero de la protección del todo, sentado de rodillas frente a la reunión de herramientas. Contaba con que el líquido pudiese fijarse sin problemas gracias a este auspicio.
Con toda la paciencia que alguien pudiera tener estando con los mocos colgando y un malestar general causado por una enfermedad, Ritsuko comenzó a poner teja tras teja, que por suerte no necesitaba demasiado trabajo, simplemente apilar una tras otra hasta finalizar cada línea. Lo malo era que luego de ubicar una buena cantidad, la pelirroja se vio obligada a bajar de nuevo para buscar más tejas.
Al hacer eso, vio a su compañero buscando los materiales para preparar el cartel, aprovechó incluso el toldo que protegía las herramientas para poder llevar a cabo su tarea, pero seguramente temblaría tanto como ella, aunque no había nada que pudiera hacer al respecto.
La kunoichi siguió con lo suyo, se dirigió al montón de tejas, cargó con tantas como pudo y las subió al tejado para luego subir ella y seguir con su pequeña tarea.
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Un rato después —quizá más largo de lo esperado, pues en su estado actual los genin eran considerablemente más lentos a la hora de realizar cualquier tipo de tarea— las tejas del pequeño santuario estaban apiladas sobre las vigas con más o menos coherencia y fijeza. El cartel ya se había secado y estaba listo para ser colgado de un par de anillas metálicas que se agarraban, a su vez, al mástil de madera que había junto a la construcción.
Todavía les quedaban tres santuarios más por arreglar y, contando con el tiempo que ya habían perdido, probablemente se les haría de noche antes de que pudieran llegar al último. La tos, el dolor de cabeza y los mocos les fastidiarían de sobremanera y ralentizarían su paso, que debía conducirles ahora hacia el siguiente santuario, a más o menos una hora de camino.
El nuevo cartel para el santuario yacía frente a sí. Ralexion trató de sonreir pero lo único que logró en su lugar fue que le castañetearan los dientes. Temblaba y temblaba, incontrolable, por mucho que tratase de mantenerse firme para dar una imagen de bienestar que no se asemejaba con la realidad.
«Solo hay que terminar este santuario y hacer los demás, ya está, no es nada del otro mundo...», se dijo con su creación en las manos, queriendo mentalizarse y extraer fuerzas de donde no las había.
Se alzó y procedió a poner el cartel en el lugar correcto, sostenido por las anillas que se alzaban sobre el área de ofrendas. Crujió sus agarrotados nudillos, los cuales chasquearon con notoriedad.
—Vamos para el siguiente, Ritsuko... —pidió a su acompañante.
Entonces le dio un fuerte ataque de tos que le obligó a quedarse quieto durante más de un minuto, apresado por la urgente necesidad que su esófago le impuso. Su garganta no logró dar con el alivio que buscaba con tal penosa demostración, y cuando el kusajin retornó a la normalidad su expresión dejaba bien patente lo desagradable que había sido. La voz del muchacho se iba quedando más y más ronca en el proceso.
El trabajo se estaba prolongando más de lo esperado justamente por la enfermedad que se habían cogido ambos, pero no les quedaba de otra que seguir con ello o dar por perdido el caso que no era una opción para ninguno de los dos. Ritsuko al menos no quería ni enterarse de lo que podría llegar a hacer Raiden si se enteraba que habían fallado algo tan estúpido como reparar unos templos.
—Sí —respondió algo ahogada mientras bajaba torpemente del tejado.
Pensar que les quedaban otros tres templos por reparar hacía que la kunoichi se retorciera pero no le quedaba de otra, por lo que comenzó a avanzar en una dirección que probablemente era la equivocada. Quedaba en el Uchiha el avisarle o dejarla que se vaya a cualquier parte.
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Los muchachos caminaron durante una hora bajo la incesante cortina de agua. Para su fortuna, cuando llegaron al segundo santuario la lluvia había amainado considerablemente, y ahora era sólo una fina capa que apenas les molestaba en el rostro. El cielo, antes plagado de nubes oscuras, iba clareándose por algunos puntos; sugiriendo que tal vez pudieran ver la luz del Sol un poco más tarde.
El segundo santuario estaba tan maltrecho como el primero, y no obstante los daños no eran esta vez físicos, sino espirituales. De la estructura material del santuario poco había que arreglar —salvo quizás limpiar las sucias tejas del techo y el cubículo de las ofrendas bajo él—, para lo cual los ninja tenían a su disposición un par de trapos y un balde con agua. Había un detalle, además, que era cuanto menos llamativo... Porque el lugar de las ofrendas yacía completamente vacío.
Sin embargo, no sería eso lo que llamaría la atención de los genin, sino una figura solitaria que yacía de rodillas junto al sitio espiritual. Al acercarse más verían que era un hombre mayor —debía rondar la cincuentena— que vestía ropas sencillas y viejas; probablemente un campesino o trabajador que no tenía para subsistir más que la fuerza de sus brazos y su espalda. Era calvo, y sus ojos marrones estaban surcados de lágrimas.
Sollozaba amargamente, musitando de vez en cuando.
—Ay... Ay, po los dioze... ¿Po qué a mí? —se quejaba—. ¿Qué zerá ahora de mih pobres y muchoh hijoh...? ¿¡PU QUÉ ZEÑÓ, PU QUÉ!?
Antes de que Ritsuko pudiese dar un solo paso en la dirección contraria Ralexion la agarró del hombro con suavidad, apretando lo justo y necesario para detenerla.
—Ritsuko, es por aquí... —afirmó con tono lastimero para acto seguido capear otro fastidioso ataque de tos.
Se puso en marcha, asegurándose de que su compañera no tomaba otra dirección equivocada. Quedó en silencio, perturbado únicamente por el incesante rumor de la lluvia y su carraspeo irregular. Daba igual lo que tratase de hacer, le era imposible parar de temblar. Por todo ello sus pasos no resultan tan firmes como al Uchiha le hubiese gustado. Pensó en abandonar la misión, pero por mucho que le resultase como una alternativa de lo más seductora no quería pensar en las posibles consecuencias de un acto así, no solo por parte del indudablemente furioso Raiden. Así que continuó caminando.
Entonces, casi como si el mundo se apiadase de la penosa situación de los dos genins, la penumbra, la lluvia y el viento fueron amainando de manera paulatina. Demasiado tarde, desde luego, pero se agradecía igualmente.
El joven ya había perdido la noción del tiempo cuando llegaron al siguiente templo. Le echó un rápido vistazo desde la lejanía al estado del santuario, pero su atención se vio arrebatada poco después por la figura frente al referido. El kusajin se aproximó al campechano individuo con una expresión de curiosidad en su rostro.
—Disculpe —expresó con voz ronca—. ¿Qué le ocurre?
Una vez más, la kunoichi estuvo a punto de irse en una dirección completamente errada y por suerte su compañero la advirtió a tiempo para regresarse sobre sus pasos.
Seguía igual de enferma, tosía y también estornudaba bastante seguido mientras los mocos le colgaban y los ojos se le cerraban continuamente dejando en claro lo cansada que se sentía. No quería seguir con aquello, prefería abandonar e internarse en su habitación a agonizar hasta que se le pasara el resfriado, pero como fallasen aquel encargo tan sencillo, Raiden les daría una paliza como mínimo.
La chica prácticamente se movía por inercia, no estaba pensando y la mayoría del tiempo se la pasaba con los ojos prácticamente cerrados, de vez en cuando los abría para asegurarse de que no se iba a tropezar con nada y apenas si notó que la lluvia estaba cediendo al fin. Pero poco importaba, la peste ya se le había pegado.
Finalmente llegaron al segundo santuario, sí, apenas era el segundo de cuatro. Donde se les apareció un curioso individuo con el que el azabache entablaría conversación rápidamente, ahorrándole todo tipo de esfuerzo a la pelirroja por abandonar su naturaleza introvertida.
«Parece que esta vez será limpiar y ya »se dijo a sí misma al ver que la estructura no parecía dañada.
Si nada se interponía en su camino, mientras su compañero se encargaba de hablar con el campesino, ella se pondría a trabajar en la limpieza del santuario, comenzando por las tejas.
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La reacción de los genin de Kusa ante aquella peculiar situación fue, cuanto menos, dispar.
Ritsuko ignoró deliberadamente al afligido campesino y se acercó al santuario. Pudo comprobar que las tejas tenían restos de una sustancia pegajosa y maloliente que también estaba presente manchando el interior del cubículo de ofrendas. Pese a que tenía a su disposición un par de trapos limpios y un balde con agua, la kunoichi —por razones que, probablemente, escapaban al entendimiento de los otros presentes— empezó a limpiar el lugar sagrado utilizando sus propias manos. Fue inevitable entonces que acabase pringada hasta las muñecas de aquella melaza marrón y apestosa. Empleando aquel método tardaría el doble, o el triple, de tiempo en limpiar el tejado del santuario. Seguramente sería más eficiente utilizar las herramientas que le habían sido proporcionadas para este cometido.
Por su parte, Ralexion se acercó al campesino, que gimoteaba amargamente. Ante la pregunta del kusajin, el hombre alzó la vista —aun sin ponerse en pie— y respondió de forma lastimera.
—¡Loh dioze me han abandonado! —argumentó—. Y tó poque alguien za robado mih ofrendah... Zin la ayuda de loh dioze mis hombroh jamáh podrán encontrar la fuerza necezaria pa trabajá... —ahogó un grito—. ¡Y zin trabajo, no hay dinero! ¡Mi familia va a morí de hambre!
El muchacho se aproximó al afligido. Le habría costado entenderle si no fuera porque se había criado en lugares donde un acento así era el pan de cada día; casi creyó haberse transportado de vuelta a aquellos tiempos de su infancia. No le encontró sentido al problema del señor, pero era consciente de que los campesinos tendían a ser extremadamente supersticiosos, creyentes y religiosos, así que se podía hacer una idea de lo que ocurría.
Le echó un rápido vistazo a Ritsuko. Lo que captó con su campo de visión le llevó a masajearse las sienes durante unos instantes. La irritación de su psique crecía como los granos de un adolescente que sufría de acné.
«Estoy demasiado enfermo como para ocuparme de estas cosas...».
Se acuclilló, devolviendo su atención al campechano campesino.
—Mire, somos ninjas de Kusagakure, nos han encargado arreglar los templos. ¿Imagino que le robaron su ofrenda los vándalos que se han dedicado a dañar los santuarios de esta zona? —expresó con tono ligeramente tosco— Podrá poner otra cuando lo arreglemos todo.
Alguna fuerza extraña pareció adueñarse del cuerpo de la pelirroja obligándola a impregnarse las manos de aquella porquería que estaba pegada en los templos. Su expresión en esos momentos era un poema, es decir, ¿por qué había hecho tal cosa? ¿en la cabeza de quien entra una idea tan estúpida? Ni siquiera ella lograba dar con una buena respuesta y decidió dejar todo, tomar un trapo y humedecerlo en el balde para luego comenzar de nuevo con la limpieza.
Dejaría que su compañero se ocupase del anciano mientras ella adelantaba un poco el trabajo. Cuanto antes terminen mejor ya que se le hacía imposible contener la tos o incluso los mocos que siempre amenazaban con caer.
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24/01/2018, 18:25
(Última modificación: 24/01/2018, 18:26 por Uchiha Akame.)
Mientras Ritsuko —esta vez sí— se esforzaba claramente por tomar el paño, mojarlo en agua y empezar a limpiar las tejas del santuario, Ralexion conversaba con el aflijido campesino. La kunoichi se empleó a fondo en limpiar las tejas y gracias a su ímpetu no tardó tanto como había previsto. La parte de dentro —el cubículo de ofrendas vacío— no le supondría ni la mitad de tiempo. Probablemente en cinco minutos más habría terminado, y podrían pasar al siguiente santuario.
Ante las palabras del Uchiha, el hombre le miró con palpable confusión.
—¿Vándaloh? ¿Qué vándaloh? —parecía evidente que aquel tipo no tenía ni idea de lo que había estado ocurriendo con los santuarios—. ¡Yo te ehtoy hablando de mih ofrendah, mozo! —replicó—. ¿Cómo voy a poné otrah, si no tengo ni pá coméh? ¡Ay, zeñó, ay, zeguro que ezoh vándaloh ze han llevaoh mih ofrendah!
Rompió a llorar de forma lastimera mientras seguía emitiendo aquellas quejas a su mala suerte y el poco favor que le brindaban los dioses.
—¿Cómo, zeñó, cómo voy a alimentah a mis chiquilloh, zi no puedo trabajah? ¡Ay!
El mozo suspiró. «Hoy no quiere colaborar nada ni nadie...», se lamentó en su fuero interno. ¡Menudo calvario de primera misión! ¿Iban a ser todas así? Le salía más rentable arriesgar una escapada de Kusagakure y vivir como un hermitaño, perdido en las montañas, viviendo de hierbas y algún animal doméstico que produjese leche o huevos agenciado de la aldea agrícola más cercana...
Todo vanas ilusiones, por supuesto. Además de que Ralexion no quería vivir en calidad de fugitivo, no podía abandonar a su hermana de aquella manera, por motivos tan superfluos. La única alternativa era ocuparse del presente encargo, a ser posible, de una forma satisfactoria para la villa, los clientes, y en general, todos los implicados... a excepción de los vándalos. A aquellos capullos se los podía llevar el Diablo y los podía violar analmente por toda la eternidad en lo que respectaba al Uchiha.
—Mire, ¿qué ofrenda, exactamente, se han llevado? ¿Qué le otorgó al santuario? —interrogó con seriedad, interrumpiendo los llantos ajenos.
Si sabía lo que había sido sustraído, al menos tendría claro a qué atenerse. ¿Era dinero, comida, o algo distinto?
Siguió tosiendo. Al menos la conversación le estaba desviando la mente de sus temblores y, a grandes rasgos, de su patéticamente cochambroso estado físico.
Aquel templo estaba consumiendo mucho menos tiempo del que se hubiese imaginado así que en muy poco tiempo ya estaría terminado así se haya encargado ella sola.
Al terminar con las tejas, bajó del tejado y se dispuso a limpiar el interior del santuario, asegurándose de que el trapo estuviese bien húmedo para la tarea.
Respecto de la conversación, simplemente la ignoraba. Si normalmente tenía problemas para socializar con la gente, ahora que estaba enferma sería mucho menos capaz.
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