2/08/2017, 12:20
(Última modificación: 2/08/2017, 12:20 por Aotsuki Ayame.)
—A eso quería llegar, Kōri-sensei —replicó Daruu—. Me preocupaba que Dōkan conociera las instalaciones, no solo por eso sino porque significaría que nos mandó a morir allá abajo. Pensándolo de esa manera, dudo que las conociera, no se habría arriesgado así con Arashikage-sama... ¿No?
Kōri sacudió la cabeza.
—No. No tiene sentido. Dōkan-san no os conoce de nada para tener nada en contra vuestra. Y aunque lo hiciera por un mero deseo sádico, como parecía hacer su antepasado, no habría podido mantenerlo en secreto mucho tiempo. Vuestras desapariciones le habrían apuntado a él directamente como único culpable y enseguida se habría descubierto el pastel. Por eso dudo que conociera siquiera de la existencia de ese laberinto.
Daruu sacudió la cabeza.
—Da igual. Hay otra cosa que quiero preguntarte, Kōri-sensei —añadió, muy serio y se detuvo un momento. Kōri se paró junto a él, interrogante—. Sobre Ayame... ¿Qué es lo que tiene sellado en la espalda, Kori-sensei?
El Hielo se mantuvo unos instantes en silencio. Sus iris, fijos como dagas en Daruu, eran una auténtica pared de hielo. Inmutable. Inalterable. Impenetrable. Habló al cabo de varios segundos. Y cuando lo hizo su voz sonó lenta, gélida y, de algún modo que escapa a su impasibilidad, incluso peligrosa.
—Hay temas en los que es mejor no indagar demasiado, Daruu-kun.
Le dio la espalda sin más explicación, y siguió la marcha cuesta abajo por las calles de Amegakure.
—Vamos. Tenemos trabajo que hacer.
Al llegar a la torre, Daruu y Kōri se vieron obligados a subir por las escaleras. El ascensor que habían utilizado en su primera aventura no era ahora más que un armatoste de chatarra metálica con el suelo abierto, dando al profundo y oscuro agujero por el que habían caído los dos genin. Así, tras varios largos minutos de ascenso, llegaron al fin al último piso de la torre, que estaba constituída por una sala amplia, sin ninguna ventana ni puerta y solamente iluminada por velas colgadas aquí y allá. Recorriendo las paredes de piedra, diferentes tuberías inusualmente gruesas y con varias válvulas aguardaban a ser reparadas. A consecuencia de las constantes averías, el suelo estaba completamente encharcado.
—Debe haber varios puntos de fuga —constató Kōri, mirando a su alrededor. Al final dejó la caja de herramientas que llevaba consigo y se dirigió hacia Daruu—. ¿Puedes verlos?
Kōri sacudió la cabeza.
—No. No tiene sentido. Dōkan-san no os conoce de nada para tener nada en contra vuestra. Y aunque lo hiciera por un mero deseo sádico, como parecía hacer su antepasado, no habría podido mantenerlo en secreto mucho tiempo. Vuestras desapariciones le habrían apuntado a él directamente como único culpable y enseguida se habría descubierto el pastel. Por eso dudo que conociera siquiera de la existencia de ese laberinto.
Daruu sacudió la cabeza.
—Da igual. Hay otra cosa que quiero preguntarte, Kōri-sensei —añadió, muy serio y se detuvo un momento. Kōri se paró junto a él, interrogante—. Sobre Ayame... ¿Qué es lo que tiene sellado en la espalda, Kori-sensei?
El Hielo se mantuvo unos instantes en silencio. Sus iris, fijos como dagas en Daruu, eran una auténtica pared de hielo. Inmutable. Inalterable. Impenetrable. Habló al cabo de varios segundos. Y cuando lo hizo su voz sonó lenta, gélida y, de algún modo que escapa a su impasibilidad, incluso peligrosa.
—Hay temas en los que es mejor no indagar demasiado, Daruu-kun.
Le dio la espalda sin más explicación, y siguió la marcha cuesta abajo por las calles de Amegakure.
—Vamos. Tenemos trabajo que hacer.
. . .
Al llegar a la torre, Daruu y Kōri se vieron obligados a subir por las escaleras. El ascensor que habían utilizado en su primera aventura no era ahora más que un armatoste de chatarra metálica con el suelo abierto, dando al profundo y oscuro agujero por el que habían caído los dos genin. Así, tras varios largos minutos de ascenso, llegaron al fin al último piso de la torre, que estaba constituída por una sala amplia, sin ninguna ventana ni puerta y solamente iluminada por velas colgadas aquí y allá. Recorriendo las paredes de piedra, diferentes tuberías inusualmente gruesas y con varias válvulas aguardaban a ser reparadas. A consecuencia de las constantes averías, el suelo estaba completamente encharcado.
—Debe haber varios puntos de fuga —constató Kōri, mirando a su alrededor. Al final dejó la caja de herramientas que llevaba consigo y se dirigió hacia Daruu—. ¿Puedes verlos?