7/08/2018, 12:26
(Última modificación: 7/08/2018, 12:27 por Aotsuki Ayame.)
El examinador se levantó y se acercó a las ventanas.
—¿Y eso es todo? Vaya, supongo que no todo pueden ser preguntas suspicaces —preguntó, y Ayame se sintió enrojecer hasta las orejas. Sabía que su pregunta había sido rematadamente estúpida, pero era lo único que se le había ocurrido y que de verdad le intrigara—. Soy...
Pero el examinador nunca llegó a responder a su pregunta. En cuanto abrió las ventanas para airear el aula y dejar entrar de nuevo la luz, todo se volvió patas arriba. Ayame ni siquiera tuvo tiempo de gritar. Un potente estruendo laceró sus oídos y la impulsó hacia atrás. Se le cortó la respiración cuando su espalda dio contra el suelo, y durante un instante perdió toda noción del espacio y el tiempo. No oía nada, sólo un incesante pitido que se le clavaba en los tímpanos. Profundamente aturdida y mareada, Ayame puso todo su esfuerzo en reincorporarse, tratando de ignorar el escozor de las heridas que había sufrido en diversas partes del cuerpo y tosiendo por el polvo que ahora inundaba el aula en forma de nubes que dificultaban la visión. Y cuando miró a su alrededor fue cuando se dio cuenta de lo que había pasado: La pared de los ventanales se había desplomado y, bajo los escombros, un brazo colgaba inerte. El brazo del examinador.
—¡Aquí hay una viva! —De forma casi milagrosa pudo escuchar una voz desde su espalda que se elevaba por encima del intenso zumbido de sus oídos. Al darse la vuelta, se encontró con el hombre sin brazo—. ¡Hey, chica! ¡Tienes que salir de aquí ahora mismo! ¡Nos atacan!
Ayame sacudió la cabeza y se llevó una mano a la frente, aún aturdida.
—Pero... ¿Quién? Y... ¡¿Y por qué?! —Todo daba vueltas a su alrededor, y la información llegaba a su cerebro en forma de ráfagas. Aquí y allá se fueron encendiendo diferentes alarmas y Ayame contuvo el aliento al darse cuenta de algo, y volvió a darse la vuelta hacia el examinador sepultado—. ¡Espera! ¡Puede que siga vivo!
Y, tambaleante, se abalanzó sobre él todo lo rápido que sus temblorosas piernas y el aturdimiento de su cabeza le permitía. En su mente sólo estaba el deseo de mover los escombros y ni siquiera le importaba lo grandes o pesados que fueran. Si era necesario, usaría sus habilidades como Hōzuki para hacerlos a un lado. Lo más importante era rescatar al examinador.
—¿Y eso es todo? Vaya, supongo que no todo pueden ser preguntas suspicaces —preguntó, y Ayame se sintió enrojecer hasta las orejas. Sabía que su pregunta había sido rematadamente estúpida, pero era lo único que se le había ocurrido y que de verdad le intrigara—. Soy...
Pero el examinador nunca llegó a responder a su pregunta. En cuanto abrió las ventanas para airear el aula y dejar entrar de nuevo la luz, todo se volvió patas arriba. Ayame ni siquiera tuvo tiempo de gritar. Un potente estruendo laceró sus oídos y la impulsó hacia atrás. Se le cortó la respiración cuando su espalda dio contra el suelo, y durante un instante perdió toda noción del espacio y el tiempo. No oía nada, sólo un incesante pitido que se le clavaba en los tímpanos. Profundamente aturdida y mareada, Ayame puso todo su esfuerzo en reincorporarse, tratando de ignorar el escozor de las heridas que había sufrido en diversas partes del cuerpo y tosiendo por el polvo que ahora inundaba el aula en forma de nubes que dificultaban la visión. Y cuando miró a su alrededor fue cuando se dio cuenta de lo que había pasado: La pared de los ventanales se había desplomado y, bajo los escombros, un brazo colgaba inerte. El brazo del examinador.
—¡Aquí hay una viva! —De forma casi milagrosa pudo escuchar una voz desde su espalda que se elevaba por encima del intenso zumbido de sus oídos. Al darse la vuelta, se encontró con el hombre sin brazo—. ¡Hey, chica! ¡Tienes que salir de aquí ahora mismo! ¡Nos atacan!
Ayame sacudió la cabeza y se llevó una mano a la frente, aún aturdida.
—Pero... ¿Quién? Y... ¡¿Y por qué?! —Todo daba vueltas a su alrededor, y la información llegaba a su cerebro en forma de ráfagas. Aquí y allá se fueron encendiendo diferentes alarmas y Ayame contuvo el aliento al darse cuenta de algo, y volvió a darse la vuelta hacia el examinador sepultado—. ¡Espera! ¡Puede que siga vivo!
Y, tambaleante, se abalanzó sobre él todo lo rápido que sus temblorosas piernas y el aturdimiento de su cabeza le permitía. En su mente sólo estaba el deseo de mover los escombros y ni siquiera le importaba lo grandes o pesados que fueran. Si era necesario, usaría sus habilidades como Hōzuki para hacerlos a un lado. Lo más importante era rescatar al examinador.