Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
La posada del Sediento era una posada como otra cualquiera: con sus dos pisos de altura; su fuego en la chimenea; su zona de bar en el primer piso; y sus postes de madera en el lateral del edificio. Tan solo una yegua ocupaba aquellos postes, atada con una simple cuerda y con una marca blanca en forma de lucero en la frente, de un pelaje marrón.
—Así que quieres que te cuente esa historia, ¿eh? —decía Datsue, con un humeante plato de sopa frente a él.
Estaba sentado en una esquina de la taberna, con el cabello atado en un simple moño y una camisa blanca como única prenda que le cubría el torso, de manga larga. En su regazo, un bebé con ricitos de oro.
—Está bien, está bien. Te contaré cómo salvé a Ayame la Jinchuriki y Eri la Enanita de una muerte aciaga, sacrificándome por el resto y renunciando a un Bijuu que me correspondía por derecho de sangre.
»Pero luego te acabas la sopa, ¿vale?
Resopló, pasándose la mano por la barbilla mientras meditaba por dónde empezar. Su hermana, de ojos tan cristalinos como el Río de la Cascada, le observaba con impaciencia. Apenas rozaba el año, pero sus orbes parecían desprender más inteligencia de lo que un bebé de su edad debería tener. Datsue hubiese preferido que fuese más tonta. Eso le hubiese salvado de un par de disgustos en la vida.
—Todo empezó cuando Ayame se rebeló —empezó Datsue, con voz premeditadamente ronca. Una voz que apenas era un murmullo en la esquina del local, inundada de risas y palabras altisonantes—. Ayame no quería que me convirtiesen en jinchuuriki. Se negaba en redondo. “Convertir a más personas en jinchuurikis no es la solución”, había dicho —se aclaró la garganta—. Lo quería para sí, claro. Lo demandaba como premio del Torneo. —Su hermana le observaba con los ojos muy abiertos—. Sí, cariño, sí. ¡Y eso que ella ya tenía uno! Pero bueno, hay gente golosa… y luego están los de Ame. A esos hay que darles de comer aparte. Total, que Eri se negó en redondo. Ella también lo quería para sí. Fue culpa mía, lo admito —reconoció, con cara de culpa—. Hacía unos días me había cruzado con ella y le había llenado la cabeza de esperanza y frases motivacionales. De esas que venden a los soñadores más incautos. Y ya se sabe que los de Uzu ya tienen demasiadas flores en la cabeza de por sí. Total, que viendo que aquello podía convertirse en la Segunda Gran Guerra Ninja, renuncié al Bijuu que me correspondía por derecho de sangre para que la cosa no fuese a más.
»Pero la cosa no acabó ahí. No, no señor. La cosa se iba a poner mucho más tensa cuando…
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado
Grupo 0: Datsue y Uchiha Raito, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80
Grupo 1: Datsue y Reiji, (Ascua, 220), Poder 80 e Inteligencia 80
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Kazeyōbi, 17 de Caída del Pétalo del año 202
Posada del Sediento, Tierras de Llovizna. País de la Tormenta
Aunque la lluvía caía con la delicadeza de los pétalos de un cerezo en flor, el viento soplaba con una inusitada fuerza aquel día. Tal era así, que la capa en la que iba envuelta Ayame se arremolinaba y agitaba tras su espalda, creando un pesado lastre que dificultaba aún más la caminata. Si no hubiese sido por aquella súbita tormenta, no se habría detenido hasta llegar a El Túnel que habría de llevarla de vuelta a casa. Pero al final se vio obligada a refugiarse en el primer edificio que divisó en aquella eterna llanura de pastos verdes, con un letrero colgante que rezaba con el título de "La posada del Sediento".
«Ese caballo... me recuerda a algo y no sé a qué...» Pensó, al pasar junto a los postes de madera que se alzaban en un lateral de la posada. Sólo había un caballo, de color pardo y con una marca blanca en la frente, atado a aquellos con una simple cuerda. Sin embargo, Ayame sacudió la cabeza para apartar aquellos nimios pensamientos y se adentró en el albergue.
Un suspiro escapó de sus labios al sentir el calor del fuego abrazarla por encima de la humedad y el frío que llevaba encima. Con una sonrisa de alivio, Ayame hizo el amago de acercarse a la barra para pedir algo caliente y pasar así el tiempo mientras amainaba la tormenta. Sin embargo, fue una voz la que detuvo en seco sus pasos:
—Todo empezó cuando Ayame se rebeló —no estaba acostumbrada a escuchar su nombre en labios de otras personas, por lo que aquellas simples palabras bastaron para que girara bruscamente la cabeza. Para su sorpresa, no se estaban refiriendo a ella. El que hablaba era un chico con los cabellos peinados en forma de moño que se sentaba de espaldas a ella en una de las mesas más alejadas del local.
«Se debe estar refiriendo a otra Ayame. No soy la única que se llama así.» Se encogió de hombros, resuelto el misterio.
Pero entonces, el chico siguió hablando. Y en aquella ocasión perdió todo el color del rostro:
—Ayame no quería que me convirtiesen en jinchuuriki. Se negaba en redondo. “Convertir a más personas en jinchuurikis no es la solución”, había dicho.
«No... no puede ser...»
Pero sí. Sí podía ser. No se había fijado bien la primera vez que había echado un vistazo en su dirección, pero ya estaba segura de qué le sonaba el caballo que había en la entrada.
—Lo quería para sí, claro. Lo demandaba como premio del Torneo. Sí, cariño, sí. ¡Y eso que ella ya tenía uno! Pero bueno, hay gente golosa… y luego están los de Ame. A esos hay que darles de comer aparte.
Ayame apretó los puños junto a los costados. Sentía un calor abrasador a la altura del pecho, pero aquel ardiente sentimiento quedaba ya lejos de la apacible calidez de las llamas de la chimenea.
—Hacía unos días me había cruzado con ella y le había llenado la cabeza de esperanza y frases motivacionales. De esas que venden a los soñadores más incautos. Y ya se sabe que los de Uzu ya tienen demasiadas flores en la cabeza de por sí.
Ayame comenzó a acercarse hacia el chico de Takigakure por la espalda. Sus pies apenas hacían ruido sobre las tablillas de madera, pero si las miradas matasen, él ya habría muerto acuchillado varias veces.
—Total, que viendo que aquello podía convertirse en la Segunda Gran Guerra Ninja, renuncié al Bijuu que me correspondía por derecho de sangre para que la cosa no fuese a más. Pero la cosa no acabó ahí. No, no señor. La cosa se iba a poner mucho más tensa cuando…
—¿Cuándo te vendiste a ti y a tu aldea por un puñado de diamantes? Ah, no, que eso ocurrió en la primera ronda del torneo, qué despiste el mío...
Pegada a la espalda del de Takigakure, Ayame se había cruzado de brazos en un gesto claramente defensivo. Pero sus ojos castaños seguían acuchillándole sin ningún tipo de piedad.
—Mejor: "La cosa se iba a poner mucho más tensa cuando Kawakage-sama bajó de su palco y casi me enterró en la arena de la colleja que me metió por caradura".
»No te mereces que Rikudo-sama te devolviera a la vida. Ojalá te hubiese comido el Shukaku.
—¿Cuándo te vendiste a ti y a tu aldea por un puñado de diamantes? Ah, no, que eso ocurrió en la primera ronda del torneo, qué despiste el mío...
Un escalofrío recorrió su espina dorsal al oír aquella voz a sus espaldas. No necesitó girar la cabeza para darse cuenta de quién era. ¿Se podía tener más mala pata?
—Mejor: "La cosa se iba a poner mucho más tensa cuando Kawakage-sama bajó de su palco y casi me enterró en la arena de la colleja que me metió por caradura".
Su hermana, sentada sobre su rodilla, observaba todo con los ojos muy abiertos. Datsue, en cambio, levantó un dedo, como el niño que está siendo regañado por la profesora y pide el turno de palabra para protestar. Como toda profesora que le había tocado al Uchiha, Ayame hizo el mismo caso a su dedo como el que hacía él a las manos que pedían limosna.
Ninguno en absoluto.
»No te mereces que Rikudo-sama te devolviera a la vida. Ojalá te hubiese comido el Shukaku.
—¿Qué no me merezco…? —abrió los ojos como si no diese crédito a lo que acababa de oír. Le habían dicho de todo en su corta vida, pero jamás deseado la muerte—. ¿Y quién se lo merece, entonces? ¿Una genocida de masas? ¿Una asesina de hombres y mujeres, de niños y niñas, e incluso de bebés? —Datsue había sido uno de los primeros en enterarse que Ayame era jinchuuriki, o, al menos, uno de los primeros en oírlo. Recordaba haber tardado horas en procesar todo lo vivido, tiempo después de ser revivido por Rikudo—. ¿O la mujer que lo orquestó todo? —apostilló Datsue, que desde su conversación con Karamaru siempre había sido escéptico en cuanto a la inocencia de Yui-sama en aquel tema tan escabroso como la aniquilación de toda una Aldea—. Vamos, Ayame. Todos tenemos nuestros pecados. Yo sé que tu Villa es sangrienta por naturaleza… pero por Amateratsu, si nos ponemos a comparar…
»Y ya que me sacas el tema… ¿Sabes algo de Reiji? —preguntó, cambiando de tema con la misma facilidad que las prostitutas pasaban de la indiferencia más absoluta al mayor de los orgasmos. El causante era en ambos el mismo: el dinero. Ahora que recuerdo… ¿Quién me había comparado con una puta barata? Ah, sí… El bueno de Koichi. Menudo cabronazo está hecho.
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Datsue había sentido su presencia. Así lo confirmó la tensión que agarrotaba cada uno de los músculos de su espalda y el dedo que había levantado, como si estuviera pidiendo permiso para hablar. Pero la rabia que sentía Ayame no lo iba a permitir, y de manera casi automática continuó escupiendo palabras por su boca que ni siquiera pasaban por su cerebro.
—¿Qué no me merezco…?
Ayame se mordió la lengua de manera inconsciente. Se había arrepentido de aquellas palabras nada más las había soltado, pero Datsue estaba de espaldas a ella, por lo que jamás vería el brevísimo destello de aflicción que cruzó sus ojos en aquel momento.
—¿Y quién se lo merece, entonces? ¿Una genocida de masas? ¿Una asesina de hombres y mujeres, de niños y niñas, e incluso de bebés? —le replicó Datsue, y el golpe fue certero como una saeta y gélido como un cubo de agua congelada.
Una parte de Ayame sabía bien que se lo había merecido con todas las de la ley. Pero aún así no pudo hacer nada porque los ojos se le inundaran de lágrimas de un dolor que trascendía mucho más de lo físico. Ni siquiera apretando los puños consiguió mitigar o desviar aquel sufrimiento que llevaba anclado a su corazón como una espina.
—¿O la mujer que lo orquestó todo? —añadió Datsue, claramente apuntando ahora hacia la Arashikage—. Vamos, Ayame. Todos tenemos nuestros pecados. Yo sé que tu Villa es sangrienta por naturaleza… pero por Amateratsu, si nos ponemos a comparar…
Sin embargo Ayame no respondió enseguida. Había cerrado los ojos en un vano intento porque las lágrimas no desbordaran de sus ojos, y nada podía hacer nada por controlar los temblores que sacudían su cuerpo.
—No nos corresponde a nosotros juzgar las órdenes de nuestros superiores... —repitió, como un loro, las palabras que su hermano mayor le dedicó hacía un año—. ¿Qué vas a saber tú?
Y se dio media vuelta. Mientras se dirigía a la salida, le pareció oír la voz de Datsue preguntando algo, pero no llegó a escucharlo. Tal y como había entrado en la posada salió de ella, con el estómago igual de vacío, y la puerta chirrió tras ella como un débil lamento. Por suerte, aunque una débil llovizna seguía cayendo, el viento parecía haber amainado. Al mirar hacia un lado volvió a ver allí al caballo de Datsue, y de alguna manera recordó la visión que tuvo aquella vez cuando se enfrentó a los deseos de la Uzukage y su poder se volvió contra ella.
—Kokuō... —murmuró para sí, y en un gesto distraído alzó la mano para dejar que el caballo la olisqueara y le permitiera acariciarle el hocico.
Era la primera vez que había visto al bijuu cara a cara. Siempre se había dirigido a ella con palabras, y no precisamente demasiado amigables. Pero en aquel momento, ella ya parecía conocerla de algún momento en el psado... O al menos eso fue lo que entendió de las enigmáticas palabras de Rikudo...
—No nos corresponde a nosotros juzgar las órdenes de nuestros superiores...
Datsue alzó las cejas. En cierta parte, era cierto. Pero en otra…
—¿Qué vas a saber tú?
Datsue abrió la boca, incrédulo. Aquella pregunta tan directa dejó en un segundo plano su idea de preguntarle sobre Reiji.
—Pues saber, lo que se dice saber, sé unas cuantas cosas, Ayame. Unas cuantas cosas. Por ejemplo, sé que… —paró de hablar en cuanto se dio cuenta que la kunoichi ya había salido de la posada—. Oh, ¡pero venga ya! Siempre dejándome con la palabra en la boca.
Estos de Ame no tienen remedio.
Un par de minutos más tarde, tras ayudar a su hermana a terminar el plato de espinacas, la vistió con un chubasquero rosa y dejó que se quedase adormilada sobre su hombro. Pagó la cuenta, del mismo modo en que siempre hacía cuando viajaba al extranjero, y dejó que la camarera se quedase con la vuelta.
—Ains… Hoy me siento generoso —murmuró, mientras salía al exterior y se reencontraba con Ayame, ahora junto a Tormenta—. Ha crecido desde la última vez que la viste, ¿verdad? —comentó, señalando a la yegua con un gesto de cabeza—. Sí… la última vez. Lo cierto es que te debo una desde aquel día. Bueno, y por lo del Torneo también. No quiero ni imaginarme lo que es tener un monstruo viviendo en tu interior. Debe ser horrible… —dijo, sin darse cuenta de que Ayame lo estaba sufriendo en sus carnes—. Me salvaste de una buena.
Recortó la distancia que los separaba y su cara, siempre risueña, se tornó seria:
—Lo que quiero decir es que… —se rascó la nuca con la mano libre—. Bueno, sé que no se me dan muy bien estas cosas, pero… Que te debo una, vaya. Y que puedes reclamar esa deuda cuando quieras. Ahora, en un año o cuando sea… Pídeme lo que quieras, y juro por lo que más quiero que lo haré. Hablo en serio.
Por primera vez en mucho tiempo, no estaba mintiendo. ¿Cumpliría su promesa llegado el momento? Eso era otro cantar… Pero, en aquellos instantes al menos, así lo creía. No se podía recibir tanto de una persona sin dar nada a cambio.
No si se quería recibir una nueva ayuda en el futuro.
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—Ha crecido desde la última vez que la viste, ¿verdad? —La voz de Datsue volvió a resonar a su espalda y Ayame no pudo evitar pegar un brinco.
Tan sumida estaba en sus propios pensamientos que no había escuchado los pasos del de Takigakure tras de ella, siguiéndola a la salida de la posada. Y, sin embargo, fueron sus palabras lo que llamó su atención.
—Ah... este caballo... —balbuceó, mirando de manera alternativa a la yegua y al Uchiha. Incluso se le había pasado momentáneamente la rabieta. ¡Con razón le había parecido familiar! Pero hacía tanto tiempo de aquella loca aventura en el Puente Tenchi... ¿Cuánto exactamente? Por lo menos año y medio. Pero con todo lo ocurrido en el Torneo de los Dojos, el pasado parecía haberse estirado de manera incomprensible.
—Sí… la última vez. Lo cierto es que te debo una desde aquel día. Bueno, y por lo del Torneo también. No quiero ni imaginarme lo que es tener un monstruo viviendo en tu interior. Debe ser horrible… —continuó, y Ayame torció el gesto ante sus palabras—. Me salvaste de una buena.
—Yo...
—Lo que quiero decir es que… —Datsue se rascó la nuca—. Bueno, sé que no se me dan muy bien estas cosas, pero… Que te debo una, vaya. Y que puedes reclamar esa deuda cuando quieras. Ahora, en un año o cuando sea… Pídeme lo que quieras, y juro por lo que más quiero que lo haré. Hablo en serio.
—No me debes nada. No soy ninguna heroína —consiguió decir, con un largo y tendido suspiro. Aún intercambió el peso de una pierna a otra, con una mano agarrándose el kimono a la altura del pecho—. Lo cierto es que la lié buena al tratar de parar a la Uzukage... Lo único que conseguí fue que casi nos mataran a todos...
Y realmente habría sido así, si no hubiera sido por el milagro del Sabio de los Seis Caminos. Y aún así aquel fatídico día murió gente. Muchísima gente. Todos los civiles que Hagoromo no había podido revivir por no seguir la senda del Ninshuu... Y Ayame no había podido evitar repetirse, una y otra vez, desde el momento en el que había vuelto a la vida, que aquella catástrofe había sido por su culpa. Otra vez.
—Además... —añadió, sacudiendo la cabeza para apartar aquellos dolorosos pensamientos de su mente—. Lo siento, pero ni siquiera lo hice sólo por ti. Ellos no son monstruos...
Y con aquellas últimas cuatro palabras volvió a dirigirle la mirada. Una mirada directa a sus orbes negros. Estaba preparada para ver la alarma, la incredulidad o incluso la burla en ellos.
—No me debes nada. No soy ninguna heroína. Lo cierto es que la lié buena al tratar de parar a la Uzukage... Lo único que conseguí fue que casi nos mataran a todos...
No iba a negar aquello. Recordaba perfectamente cómo su chillido demencial casi le había reventado los tímpanos y había desestabilizado lo suficiente a los Kages como para perder la presa sobre el Ichibi. Podría haber dicho una mentirijilla piadosa, eso sí. Quitarle hierro al asunto y animarla. Pero ya que últimamente le cazaban todas sus mentiras, decidió ahorrárselo.
Como tampoco quería hurgar en la herida, permaneció callado.
—Además... —añadió Ayame—. Lo siento, pero ni siquiera lo hice sólo por ti. Ellos no son monstruos...
Un asomo de sonrisa apareció en el rostro del Uchiha, preparado para estallar en carcajadas en cuanto Ayame terminase de contar el chiste. Tras unos segundos de incertidumbre, en los que la kunoichi se dedicó a atravesarle el alma de parte en parte con su mirada, la boca de Datsue se abrió formando una “o”, y a punto estuvo de dibujar círculos en el aire con el dedo índice mientras se señalaba la sien y ponía los ojos bizcos, pues aquello era lo que pensaba en aquel momento de su interlocutora. En el último momento, sin embargo, refrenó su diestra.
—¿Q-que no son monstruos? Pero… ¿Lo dices en serio? —Todavía no estaba seguro de si le estaba tomando el pelo o no. Había oído historias de que los shinobis de Ame eran los más fríos y sangrientos de todo Oonindo, pero no considerar a Ichibi un monstruo ya era pasarse tres pueblos—. Pero si el Ichibi arrasó con los Dojos… Cientos y cientos de muertos, y serían más de no ser por el Sabio de los Seis Caminos. Y eso por no hablar de… de… —Inconscientemente, sus ojos se desviaron hacia el estómago de Ayame, como si pensase que en aquel punto en concreto se hallase el bijuu que guardaba en su interior—. Bueno, ya sabes. El bijuu que mantienes preso arrasó con una Villa entera, ¿no? Hombres, mujeres, ancianos, niños, bebés… Un bijuu muy igualitario, no seré yo quien lo discuta. Sin trato de favor hacia ningún tipo de persona… Pero, demonios, si eso no es ser un monstruo, ¿entonces qué?
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5/09/2016, 23:40 (Última modificación: 8/09/2016, 16:14 por Aotsuki Ayame.)
El aleteo de una temblorosa sonrisa asomó en los labios del Uchiha. No duró más que unos segundos, como si hubiera estado esperando que terminara sus palabras con un "¡Que era broma, hombre!" o algo similar. Sin embargo, Ayame mantenía el semblante y sus ojos fijos en él, y pronto sus labios formaron una "o" muda.
Aquella reacción había sido tan previsible que Ayame no terminó de comprender por qué, aún así, sintió una punzada de dolor.
—¿Q-que no son monstruos? Pero… ¿Lo dices en serio?[/color] —preguntó Datsue, al cabo de varios segundos, y Ayame tuvo que limitarse a asentir brevemente—. [sub=khaki]Pero si el Ichibi arrasó con los Dojos… Cientos y cientos de muertos, y serían más de no ser por el Sabio de los Seis Caminos. Y eso por no hablar de… de…
Un dardo directo al corazón. Ayame apartó la mirada, con los puños prietos a ambos lados del costado. Otra vez se veía obligada a rememorar su más terrible pesadilla.
—Bueno, ya sabes. El bijuu que mantienes preso arrasó con una Villa entera, ¿no? Hombres, mujeres, ancianos, niños, bebés… Un bijuu muy igualitario, no seré yo quien lo discuta. Sin trato de favor hacia ningún tipo de persona… Pero, demonios, si eso no es ser un monstruo, ¿entonces qué?
—Lo sé... —Había necesitado de varios segundos para poder responder, y aún así estaba haciendo verdaderos esfuerzos por no echarse a llorar de nuevo. Ayame respiró hondo varias veces, se llevó una mano a los cabellos y se los revolvió con profunda desesperación—. Pero... pero... —volvió a suspirar, incapaz de encontrar las palabras adecuadas para que no la tomara aún más por loca—. En realidad, la culpa es solo nuestra... ¡Estamos repitiendo los mismos errores que cometieron las cinco antiguas aldeas! Datsue... estamos encerrando a seres conscientes dentro de cuerpos humanos. Los estamos obligando a actuar en contra de su voluntad... como meras armas.
Se abrazó a sí misma, en un vano intento de controlar los temblores que sacudían su cuerpo. Pero recordaba la catástrofe de Takigakure como si hubiera sucedido la noche anterior. Había pasado más de un año y no había conseguido olvidar ni un solo detalle de lo ocurrido. Y ya comenzaba a sospechar que jamás lo haría.
—Esa noche que Kusagakure... —se mordió el labio inferior, incapaz de formular las palabras—. Kokuo... digo... el Gobi estaba terriblemente asustada. Ella sólo quería escapar antes de que volvieran a sellarla de nuevo. Lo sé... Y estoy segura de que el Ichibi debía sentir algo muy similar... ¡Los bijuu no son simples bestias o monstruos como creemos, tienen sentimientos! ¡Por eso no quería que lo sellaran en ti!
Su voz se vio ahogada en las últimas palabras, cuando Ayame se dio cuenta de que aquello no era del todo cierto. Aquella no era la única razón por la que había intentado por todos sus medios impedir que el Kawakage sellara al bijuu en Datsue pese al riesgo que se cernía sobre todos...
También había una razón más egoísta.
—Tampoco quería que te acabaran manipulando como hicieron conmigo... —susurró, de forma apenas audible.
9/09/2016, 20:17 (Última modificación: 9/09/2016, 20:18 por Uchiha Datsue.)
—Lo sé... —Ayame respiró hondo varias veces, como si estuviese a punto de ponerse a llorar—. Pero... pero... En realidad, la culpa es solo nuestra... ¡Estamos repitiendo los mismos errores que cometieron las cinco antiguas aldeas! Datsue... estamos encerrando a seres conscientes dentro de cuerpos humanos. Los estamos obligando a actuar en contra de su voluntad... como meras armas.
Datsue alzó una ceja mientras echaba la cabeza hacia atrás. ¿Repetir los mismos errores cometidos por las cinco antiguas aldeas? Eso eran, desde luego, palabras mayores. Según tenía entendido, las cinco Grandes habían sido reducidas a cenizas por utilizar, efectivamente, a los bijuu como armas. Pero tanto Kusagakure como Amegakure y Uzushiogakure habían firmado un pacto para sellar a las bestias en guardianes jinchurikis, cuya función era custodiar e impedir que los bijuus volviesen a surgir…
… y ya se ve lo bien que funcionó, con Kusagakure destruida por el propio bijuu que Ame debía mantener encerrado. En eso le doy la razón, pero…
—Esa noche que Kusagakure... —continuó Ayame, antes de que pudiese abrir la boca para replicar—. Kokuo... digo... el Gobi estaba terriblemente asustada. Ella sólo quería escapar antes de que volvieran a sellarla de nuevo. Lo sé... Y estoy segura de que el Ichibi debía sentir algo muy similar... ¡Los bijuu no son simples bestias o monstruos como creemos, tienen sentimientos! ¡Por eso no quería que lo sellaran en ti!
Datsue echó un vistazo rápido a su hermana, preocupado porque fuese a despertar con tanto chillido. Por suerte, dormía ajena a todo el alboroto que kunoichi y shinobi estaban montando. Luego su mirada volvió a dirigirse hacia Ayame. Se veía una chica de buen corazón, de buenas intenciones, comprensiva incluso y, especialmente, terriblemente ingenua. ¿Esos monstruos sentimientos? Sí, claro, y después yo soy el demonio por aceptar unas cuantas gemas. Anda ya, eso no hay quien se lo crea...
—Tampoco quería que te acabaran manipulando como hicieron conmigo...
—Quizá no lo hicieran —replicó Datsue, en un extraño arranque de patriotismo—. Quizá mi Kage sí cumpliría con el Pacto. Dices que estamos usando a los Bijuus como meras armas, incluyéndonos a todos —Se señaló el pecho con la mano libre, para luego apuntar con el dedo índice directamente a su interlocutora, como acusándola—. Pero te recuerdo que sois vosotros, los de Ame, los únicos que lo estáis haciendo. Los únicos que usasteis a un Bijuu para arrasar con una Aldea. Los únicos que rompisteis la misión más importante que todo Jinchuuriki debe tener: custodiar a su propia bestia.
»Y ahora lo que me pregunto es: ¿Qué harás cuando vuelvan a querer usar al Gobi? ¿Fallarás de nuevo en tu misión? ¿Volverás a dejarte manipular? —Y, casi simultáneamente, otra pregunta totalmente distinta asaltó la mente del Uchiha. Una mucho más importante. Hmm… Me pregunto cuánto me ofrecerían por un Bijuu. ¿Cincuenta mil? ¿Cien mil? ¿¡Un millón!?
De forma inconsciente, se llevó una mano a la barbilla y su mirada, que seguía clavada en Ayame, emitió un destello dorado repentino, seguramente al reflejar un rayo perdido del sol.
Las livianas gotas de lluvia seguían cayendo como antes de unas nubes que cubrían todo el cielo...
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Grupo 1: Datsue y Reiji, (Ascua, 220), Poder 80 e Inteligencia 80
Grupo 2: Datsue y Aiko, (Entretiempo, 220), Poder 100 e Inteligencia 80
Grupo 5: Datsue y Uzumaki Kaia, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80
—Quizá no lo hicieran. Quizá mi Kage sí cumpliría con el Pacto —replicó Datsue, obligando a Ayame a alzar de nuevo la mirada hacia él ante aquella acusación pobremente disfrazada—. Dices que estamos usando a los Bijuus como meras armas, incluyéndonos a todos —se señaló el pecho, antes de volver a señalarla a ella—. Pero te recuerdo que sois vosotros, los de Ame, los únicos que lo estáis haciendo. Los únicos que usasteis a un Bijuu para arrasar con una Aldea. Los únicos que rompisteis la misión más importante que todo Jinchuuriki debe tener: custodiar a su propia bestia.
En aquella ocasión la acusación no vino acompañada de ningún tipo de disfraz. La había lanzado como una saeta con su dedo índice al señalarla directamente como culpable de la masacre en Kusagakure. A ella y a toda su aldea. Y Ayame apenas conseguía contener toda la rabia que bullía en sus entrañas como un volcán en erupción en el puño que temblaba, apretado con todas sus fuerzas, junto a su costado.
—Y ahora lo que me pregunto es: ¿Qué harás cuando vuelvan a querer usar al Gobi? ¿Fallarás de nuevo en tu misión? ¿Volverás a dejarte manipular?
El Uchiha se llevó una mano a la barbilla y volvió a mirarla de arriba a abajo, pero en aquella ocasión de una manera mucho más evaluadora... mucho más... ¿avariciosa? Pero Ayame no estaba en condiciones de ponerse a analizar lo que podía estar pasando por la mente del de Takigakure.
—¿Acaso crees que estaba en mi mano elegir? ¿Crees que yo elegí convertirme en jinchuuriki= ¿Crees que yo habría... habría hecho algo así de manera voluntaria, Datsue? —le espetó con crudeza y un amargo sufrimiento inundando sus ojos.
¿Acaso sabía él todo lo que había desencadenado una orden tan atroz como era la total aniquilación de una aldea hasta ahora aliada? ¿Acaso sabía todo lo que había tenido que soportar después de aquella noche? ¿Las decisiones que había llegado a tomar después de enterarse de la verdad de lo ocurrido? No. Estaba claro que el Uchiha no sabía nada. Y sería incapaz de comprender todos los horrores que llevaba guardados como una vieja cicatriz en el centro del pecho y que ahora se había empeñado tanto en remover.
—Ya te lo he dicho: No nos corresponde a nosotros juzgar a nuestros superiores. Y mucho menos como simples genin. Nos debemos a nuestra aldea, y ya juramos lealtad absoluta cuando nos dieron esta bandana —afirmó, señalándose la frente con el dedo pulgar—. Pero te aseguro que no permitiré que me vuelvan a utilizar para una cosa así. A mí, ni a ningún otro bijuu. No permitiré que acabemos como las viejas Cinco aldeas.
—¿Acaso crees que estaba en mi mano elegir? ¿Crees que yo elegí convertirme en jinchuuriki? ¿Crees que yo habría... habría hecho algo así de manera voluntaria, Datsue?
Datsue asentía con vehemencia ante las preguntas de Ayame, como si no hubiese estado más convencido en su vida de la respuesta. Sí. Sí. Pues sí, claro. A ver… la cosa es que me sacaría una millonada. Datsue siguió asintiendo incluso cuando la kunoichi dejó de hacer preguntas. El problema es cómo le robaría el bijuu...
—Ya te lo he dicho: No nos corresponde a nosotros juzgar a nuestros superiores…—seguía hablando Ayame, ante un Datsue que ahora negaba con la cabeza. No, que va. Es imposible. Una paja mental. Además, aunque de algún modo lograse robárselo, ¿cómo demonios controlaría al monstruo hasta encontrar un posible comprador? Nah, lo dicho... una paja mental.
»… como las viejas Cinco aldeas.
—¿Eh…? —con efecto retardado, palabras sueltas emitidas por la kunoichi empezaron a penetrar su mente—. Ah, eso... Pues… ¿No crees que es un poco contradictorio? —preguntó, tras creer captar la esencia de sus últimas frases—. No permitirás que algo así suceda de nuevo, pero a la vez no te permites cuestionar las órdenes de tu Kage. ¿Cómo le llamaban a eso? ¿Paradoja? Aunque quizá haya una posible solución para eso —añadió, frunciendo el ceño y llevándose una mano al mentón—. Si alguien lo suficientemente bueno en fuuinjutsu hiciese un sellado extra sobre el tuyo… Un sello que ni tu Kage conociese… —Alguien lo suficientemente bueno como para, en realidad, robarte el bijuu sin que te enteraras…—. ¡Y permíteme decir una cosa! —exclamó de pronto, con una sonrisa de oreja a oreja y un destello eufórico iluminando sus ojos. A veces, hasta él mismo se sorprendía por la majestuosa y deslumbrante mente que poseía, capaz de improvisar planes maestros en pleno discurso—. Para ese propósito, nadie mejor que un servi…
—¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHHHHHHHHHHHHHHHHH!
Un chillido agudo y femenino procedente de la taberna le interrumpió, rompiendo todos sus esquemas e, incluso, su vanagloriada mente maestra. Casi por instinto, retrocedió un paso y cubrió la cabeza de su hermanita con la mano libre, asustado.
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado
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18/09/2016, 14:04 (Última modificación: 18/09/2016, 14:05 por Aotsuki Ayame.)
—¿Eh…? —murmuró Datsue al cabo de algunos segundos, y Ayame torció el gesto.
«¿Acaso me estaba escuchando?» Se preguntó, con cierta irritación.
—Ah, eso... Pues… ¿No crees que es un poco contradictorio? —preguntó el de Takugakure—. No permitirás que algo así suceda de nuevo, pero a la vez no te permites cuestionar las órdenes de tu Kage. ¿Cómo le llamaban a eso? ¿Paradoja?
Ayame hundió los hombros. La verdad era que no podía negarle la razón a Datsue. Estaba afirmando con toda su vehemencia que no permitiría que volvieran a utilizarla de la manera que lo habían hecho cuando se decidió la aniquilación de Kusagakure, pero al mismo tiempo sabía bien que era imposible negarse a los deseos de la Arashikage. Ya fuera voluntariamente o por la fuerza, como jinchuriki de Amegakure se vería obligada a doblegarse a sus deseos.
«¡Ah! Pero... no fue Yui-sama la responsable de esa decisión...» Recordó entonces, y se aferró a esa idea como a un tabla en mitad de una tormenta en el océano.
—Aunque quizá haya una posible solución para eso —añadió de repente Datsue, y Ayame levantó de golpe la cabeza.
—¿Q... Qué?
—Si alguien lo suficientemente bueno en fuuinjutsu hiciese un sellado extra sobre el tuyo… Un sello que ni tu Kage conociese…
—Espera, ¿qué estás...?
—¡Y permíteme decir una cosa! —añadió, con una sonrisa de oreja a oreja y un extraño destello brillando en sus ojos y que le puso los pelos de punta—. Para ese propósito, nadie mejor que un servi…
—¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHHHHHHHHHHHHHHHHH!
Un repentino chillido agudo rompió las palabras de Datsue. Sobresaltada, y con el corazón en un puño, Ayame se irguió en toda su estatura y, rígida como una tabla, dirigió sus ojos hacia el origen del sonido. La posada de la que habían salido ambos hacía apenas unos minutos.
—¿Qué ha pasado? —preguntó en apenas un susurro.
Pero sin esperar tan siquiera una respuesta, se acercó entre zancadas a la entrada del edificio. No llegó a entrar en ella, sin embargo. Sería una auténtica locura hacer algo así, entrar en las fauces del lobo completamente a ciegas. En su lugar, se apoyó en la pared y trató de mirar a través de la ventana más cercana.
A través del cristal, Ayame observó cómo varios clientes se levantaban de sus mesas, alborotados. Todas y cada una de sus miradas parecían dirigirse hacia la barra, donde la camarera sujetaba unos papeles en la mano y no paraba de gesticular. Hubo algún grito más, el sonido inconfundible de un puño contra la mesa y voces dispersas que Ayame no pudo descifrar.
Segundos más tarde, alguien abrió la puerta con tal fuerza que bien pudo haber desencajado los goznes que la sujetaban. Se trataba de un hombre que rozaba la cuarentena, de pelo negro y corto y barba descuidada. Sus ojos, oscuros, se toparon de lleno con los de Ayame.
—¡Tú! —rugió, señalándola con un dedo áspero e hinchado—. ¡¿Dónde está el malnacido?!
—¡Debes ayudarnos! —exclamó otro hombre, más menudo y sin barba, que también acababa de salir y miraba directamente a la bandana de la kunoichi—. ¡Es tu deber!
Media docena más de gente salió en tropel, mirando hacia todas partes.
—¡Somos tu pueblo! —aseguró otro, tras posar los ojos en la bandana de Ayame—. ¡¿Acaso no vas a defender a tu gente?!
—¡POR ALGO PAGAMOS NUESTROS IMPUESTOS! —añadió una mujer regordeta y de pelo rizado, con los ojos a punto de salírsele de las órbitas—. ¡NUESTROS IMPUESTOS!
—¡Ya no hay respeto por nada! —gritó otra mujer, que se coló entre el tumulto y llegó hasta Ayame. Era la camarera, fácilmente reconocible por su atuendo—. ¡Mira! ¡Mira esta broma de mal gusto! —chilló, plantándole varios trozos de papel higiénico a centímetros del rostro. En cada uno de ellos había dibujados varios símbolos con tinta azul. Símbolos sencillos y fácilmente reconocibles, como el de una carita sonriente sacando la lengua o la representación gráfica de una caquita...
... A espaldas de Ayame, y a una distancia apreciable, la figura de un caballo y la espalda de su jinete se difuminaban entre la cortina de lluvia…
—¡¡¡YEEEEEHAAAAAA!!!
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18/09/2016, 18:03 (Última modificación: 18/09/2016, 18:03 por Aotsuki Ayame.)
Dentro de la posada parecía haber cundido el más absoluto pánico. Los clientes se levantaban apresurados de sus mesas y todos se dirigían hacia la barra de la posada, donde la posadera sujetaba entre sus manos varios papeles y no dejaba de gesticular, tan alterada como el resto de los clientes. Alguien golpeó una mesa, hubo nuevos gritos, pero Ayame fue incapaz de comprenderlos desde su posición.
—Esto es malo... Tenemos que entrar, Dat... —comenzó a decir, pero entonces alguien abrió la puerta con tal fuerza que Ayame tuvo que apartarse rápidamente para no ser aplastada por ella.
De la posada salió un hombre adulto, de cabellos negros y cortos y barba de tres días. Parecía terriblemente enfadado, y en su afán de encontrar lo que quiera que fuera que estaba buscando dio con la asustada Ayame.
—¡Tú! —gritó, y ella se encogió en un acto reflejo preguntándose qué había hecho. Sin embargo, el hombre se limitó a señalarla con un dedo como una salchicha—. ¡¿Dónde está el malnacido?!
—Q... ¿Quién...? —balbuceó, confusa, pero enseguida salió otro hombre, más bajito y sin barba.
—¡Debes ayudarnos! —Sus ojos estaban clavados en su frente. En su bandana—. ¡Es tu deber!
Pero antes de que Ayame pudiera siquiera reaccionar, media docena más de personas salieron de la posada y prácticamente la acorralaron entre gritos desesperados.
—¡Somos tu pueblo! ¡¿Acaso no vas a defender a tu gente?!
—¡POR ALGO PAGAMOS NUESTROS IMPUESTOS! —aulló otra mujer, regordeta y de cabellos rizados. Estaba tan enfadada que sus ojos amenazaban con salir despedidos de sus órbitas y una vena palpitaba peligrosamente en su cuello—. ¡NUESTROS IMPUESTOS!
—¡Ya no hay respeto por nada! —Otra mujer se abrió paso entre el tumulto hacia Ayame. Aquella fue a la única a la que reconoció: era la misma camarera a la que le había pedido un plato anteriormente—. ¡Mira! ¡Mira esta broma de mal gusto! —le gritó, poniéndole varios fragmentos de lo que parecía ser papel higiénico a escasos centímetros del rostro. A aquella escasa distancia, y tan asustada estaba, que a Ayame le costó enfocar la visión para tratar de ver lo que le estaban enseñando. Pero enseguida pudo distinguir los trazos de tinta azul que dibujaban símbolos sencillos como el de una carita sonriente sacando la lengua o el dibujo de una caca.
—Pero... pero... —balbuceó, tomando los dibujos y alternando miradas extrañadas entre el cúmulo de gente y los papeles—. ¿Todo este ajetreo viene sólo por unos dibujos en el papel higiénico...?
A sus espaldas, un aullido familiar rasgó el aire y le revolvió las entrañas al recordarle una anécdota similar en el pasado:
—¡¡¡YEEEEEHAAAAAA!!!
Ella sola, atrapada en una posada, mientras Datsue escapaba a pleno galope con un grito de libertad...
Ayame miró hacia atrás con los ojos entornados y el ceño fruncido y apretó los puños, aplastando los dibujos en el proceso.
—¿Unos dibujos en el papel higiénico? —repitió la camarera, estridente—. Se suponía que esto eran ryos. ¡Ryos! Me dio tres billetes de diez, y el muy caradura hasta insistió para me quedase la vuelta. Pero minutos después de que saliera… cuando fui a la caja para dar el cambio, me encontré con esto. —La camarera no paraba de sacudir el papel higiénico—. ¡Esto!
—¡Brujería! —aseguró la mujer de cabellos rizados, cuya vena del cuello parecía a punto de reventar.
—¡Una estafa en toda regla, eso es lo que es!
—¡Te pagaremos! —rugió otro hombre, con la cara roja por la furia—. ¡Pero debes apresarlo y hacerle pagar! Ya no por el dinero, ¡sino por orgullo!
—¡Que le corte la mano! —se le ocurrió a un hombre que no había hablado hasta el momento.
La mujer regordeta de cabellos rizados parecía tener una mejor idea. Posó una mano sobre el hombro del hombre para apartarle y alzó el puño al cielo:
—¡QUE LE CORTEN EL CUELLO! —chilló, y un rastro de saliva salió despedida hacia la kunoichi—. ¡MUERTE AL LADRÓN!¡MUERTEEEEEE!
[...]
Datsue apremiaba una y otra vez a su yegua, que galopaba despavorida por la extensa planicie de las Llanuras de la Tempestad Eterna, dejando un rastro irregular en la tierra húmeda y encharcada.
—Pero, ¿¡es que no hay ni un jodido bosquecillo para esconderse!? —gritó Datsue, que con una mano sujetaba las riendas y con la otra a su hermana, que ahora lloraba, despierta hacía tiempo por los movimientos bruscos. No sabía si le daba más miedo la muchedumbre enfurecida que seguramente ahora le estaría buscando o la propia Ayame, probablemente igual de enfurecida y con un jodido bijuu en su interior para más inri—. Vamos, vamos. Tranquila. Solo hacemos lo que el Sabio de los Seis Caminos me dijo un día, ¿recuerdas? —se aclaró la garganta y puso voz ronca—. “Anzu, Datsue… Os recuerdo muy diferentes. No os metáis en problemas, ¿vale?”
Y, si algo había hecho el Uchiha desde aquel día, eso era hacerle caso. Cada vez que creaba algún problema, él salía huyendo.
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