A la cuchillada del mozo le faltó fuerza y precisión. Nue se retorció a la par que la de por sí maltrecha presa del Uchiha se derrumbaba, rompiendo a llorar. Trató de hacer más fuerza en un intento desesperado de rematar al mercenario, pero Akame le arrebató el arma de las manos. Lo que aconteció a continuación fue una lección de lo más explícita que quedaría grabada a fuego en las retinas de Ralexion hasta que le llegase el día de unirse a Kurosaki en el Yomi.
El muchacho quedó de rodillas sobre el piso, llorando desconsoladamente. Tanto sus manos como sus ropas estaban manchadas de la sangre ajena. El sonido de Nue al retorcerse de dolor o el seco suspiro al desangrarse por el corte en el gaznate, el olor a hierro que le impregnaba sus orificios nasales... era horrible.
—Vamos, ayúdame. Hay que deshacerse del cuerpo.
Ralexion rompió a vomitar de forma incontrolable, ensuciando todavía más el suelo. Temblaba como un enfermo de gripe. Necesitó arquear su figura hacia delante y apoyar los brazos sobre el mejunje, aún sin parar de arrojar su cena.
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«Dioses...»
La escena que estaba presenciando arrancó un pinchazo de culpa en Akame, por debajo de la coraza de frialdad y apatía que envolvía todo su ser. Aquel muchacho, tan cándido e inocente, acababa de aterrizar de lleno sobre la Tierra. Y la toma de contacto no había sido un suave descenso, sino una hostia contra la realidad en toda regla. El llanto de Ralexion sonaba desgarrador y agónico, y retumbaba en las paredes del almacén. Fuera, en la calle, nada se oiría; Akame se había asegurado de que aquel local estaba debidamente insonorizado antes de alquilarlo.
Mientras su pariente se derrumbaba, Akame lo observaba todo con rostro imperturbable. Podría haberle dado la espalda de nuevo, haber empezado a limpiar o a envolver el cuerpo sin vida de Kurosaki Nue en varias telas viejas que había comprado a un mercader, para distraer la mente. Pero no lo hizo; miró. Se forzó a mirar. Aquello también era parte del trabajo de un shinobi... Aceptar las consecuencias sin volver la vista hacia otro lado.
No dijo nada, sin embargo. Él nunca había sido bueno con las palabras y carecía de las habilidades sociales suficientes como para consolar a su semejante. Cualquier cosa que hubiera dicho habría caído en saco roto o —peor— habría agravado la pena que aflijía al joven genin de la Hierba.
En lugar de ello, se limitó a rebuscar entre la pila de escombros y chismes hasta que dio con un revoltijo de mantas apolilladas. Luego las extendió en el suelo —empapado de sangre y vómito— para que abarcasen las dimensiones del cadáver; entonces empujó al mismo hacia el suelo. El cuerpo cayó con un pesado "BUM", y Akame empezó a desatar sus brazos y piernas. Envolvió el cadáver en las mantas y las ató con el hilo que acababa de recuperar, asegurándose de que el nudo sería lo bastante firme como para no soltarse.
Entonces hizo rodar el cuerpo para apartarlo hasta uno de los laterales del local. Tomó un saco de serrín que reposaba junto a la mesa escritorio y lo volcó sobre la sangre oscura y el vómito de Ralexion, que ya empezaba a oler a mil demonios. Fue generoso con la cantidad, cubriendo por completo cada mancha de color bermellón. Entonces dejó el saco a un lado y se sentó en la silla sobre la que habían interrogado a Nue, con los brazos cruzados y la vista fija en el suelo enserrinado.
Minutos más tarde las entrañas de Ralexion ya iban apaciguándose. Entre sus sollozos y desesperados sonidos de indigestión el muchacho había quedado apartado de la realidad, ignorante de las acciones de Akame. Apestaba, tanto él mismo como los restos de sustancias en el suelo. Un sabor tan inconfundible como desagradable, el del vómito, quedó en sus papilas gustativas y se negó a marcharse. Tenía la boca más seca que el serrín que el otro Uchiha utilizaría en breves para ir aclarando la escena.
Se incorporó, quedando de rodillas y el torso recto. Tanto su expresión como su mirada estaban perdidas en el abismo del infinito. Instantes más tarde le echó un vistazo a la estancia; encontró al uzujin pero no al difunto Kurosaki Nue. El de la nariz torcida no había estado perdiendo el tiempo.
Se alzó entre tambaleos, revelando el pésimo estado en el que se encontraban sus ropajes, cubiertos de manchas amarillentas y rojizas. Con un paso similar al de un beodo se desplazó hasta la segunda silla que había quedado relegada fuera de la acción, apenas iluminada por la lámpara de aceite. Se dejó caer —con toda la literalidad de la expresión— sobre la referida, lo que generó un sonido estridente proveniente de la madera del mueble, que crujía.
Quedó inmóvil con la vista en el suelo. Su semblante se asemejaba al del captivo minutos antes de su muerte, lo que resultaba irónico.
—¿Y tú... has matado alguna vez a alguien...? —le preguntó a Akame con voz ronca, que andaba haciendo uso del serrín para limpiar el desastre ocasionado.
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El del Remolino observó cómo Ralexion se iba recuperando del shock mientras el serrín se secaba y absorbía la sangre y vómito del suelo. Akame le miraba con curiosidad e incluso una suerte de envidia; hacía tiempo que a él le habían arrebatado la inocencia y candidez, siendo mucho más joven que Ralexion. En ese momento lo había entendido —el motivo de hacerle pasar por algo así— pero por no ello eso había hecho su pérdida más soportable. En aquellos tiempos, Akame se había aferrado a la idea de que todo era en favor de un bien superior, de una causa más grande que él mismo. Sin embargo, allí, sentado sobre una silla desvencijada en un almacén mugroso de las plataformas bajas de Tane-Shigai, esperando a que el serrín se secara, no encontraba semejante consuelo.
Entonces oyó la voz de Ralexion que le preguntaba algo, y sacudió la cabeza. Alzó la mirada y meditó la respuesta durante unos segundos.
—Sí. Alguna vez —respondió, lacónico—. Todos lo hacemos, tarde o temprano, Ralexion-san. Es parte de nosotros, de aquello en lo que nos convertimos.
Por crudo que pudiera sonar, para Akame aquella era la simple e innegable verdad. En un lugar como Oonindo —donde el valor de tu vida normalmente estaba ligado al contenido de tu billetera—, los shinobi eran la perfecta expresión de la muerte. ¿Quién sabía matar mejor que ellos?
El Uchiha se levantó, tomando una escoba que había apoyada junto al archivador metálico. Empezó a barrer el serrín —ya convertido en una pasta negruzca— y trató de amontonarlo todo en un único punto. Luego cogió un cubo, una fregona, vertió algo del agua que quedaba en el balde dentro del cubo y fregó el serrín.
Tardó unos minutos, pero cuando hubo acabado el almacén no olía tanto a vómito y a muerto. Dejó todos los utensilios donde los había encontrado y se volvió hacia Ralexion.
—Voy a necesitar que me ayudes a cargar con esto, Ralexion-san —le pidió, refiriéndose al cadáver envuelto en mantas que reposaba a un lado del local.
Con el mismo semblante arrobado y de respiración irregular, Ralexion percibió las palabras tan duras y concisas de su compañero. A un novato le resultaba muy difícil comprender la frialdad de un veterano, el genin no fue una excepción, pero se encontraba demasiado aturdido como para replicar al escuálido individuo. Se limitó a escupir un gruñido terco.
—Voy a necesitar que me ayudes a cargar con esto, Ralexion-san —el kusajin posó su campo de visión sobre el objeto al que Akame se refería.
—¿Eso es lo que creo que es...?
El cadáver de Kurosaki Nue, sin lugar a dudas, listo para su "procesamiento". Ralexion no deseaba en absoluto acercarse un solo metro más al fallecido. Volvía a sentirse enfermo de tan solo pensarlo.
—¿No puedes crear uno de tus clones y que te ayude a llevarlo...? —solicitó con voz lastimera— No quiero ni verlo...
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28/01/2018, 16:18
(Última modificación: 28/01/2018, 16:19 por Uchiha Akame.)
La respuesta de Ralexion le arrancó un bufido de reprobación al genin del Remolino. Akame pensó en insistir, mas no dijo nada. «Ha tenido suficiente por esta noche», se dijo. En un alarde de compasión y empatía muy poco propio de él, el Uchiha se limitó a darse media vuelta y empezar a afianzar los hilos que ataban las mantas envolviendo el pesado cadáver. Durante unos instantes sólo hubo silencio.
—Hay una caravana que sale de la ciudad esta noche, de madrugada, cerca de la plataforma donde por el día hay un gran mercado lleno de puestos y demás. Te dejarán montarte con ellos si les dices que vienes de parte de Murasaki-san. Ya está pagado de antemano —anunció, de repente, el de Uzushio—. Se dirigen hacia Uzu no Kuni, pero tomarán la ruta hacia el Este hasta llegar a los arrozales del Silencio.
En principio aquella vía de escape había sido pensada para el propio Akame, pero visto lo visto, prefería cedérsela a Ralexion para que se largase de Tane-Shigai cuanto antes. Claro, el Uchiha ignoraba dónde estaba Kusagakure, pero era cuanto él podía hacer.
—Vete a casa, Ralexion-san. Te mandaré los libros a la dirección que me dijiste en una semana o dos.
A pesar de las palabras de Akame, el genin de Kusagakure se mantuvo en silencio, como si lo ignorase todo. Se planteó la posibilidad de obedecer a su congénere y escapar de aquella mala noche, pero a pesar de todo no estaba dispuesto a marcharse sin más. Si se había metido donde no debía prefería llegar hasta el fondo y salir por el otro lado antes que darse la vuelta y retroceder. Emanó un suspiro molesto, casi como si hubiese retornado a la normalidad.
—¿Me haces matar a alguien y ahora quieres que me vaya...? —su zarrapastroso tono de voz aseguraba que seguía igual de maltrecho psicológicamente— Tocado pero no hundido, joder... ¿Quieres que te ayude a llevar al puto cadáver? Lo haré...
Se levantó. Fingiendo normalidad se aproximó hasta el saco que ocultaba al muerto. Haciendo en pos de ignorar su paupérrimo aspecto y estado, el joven se cruzó de brazos y quedó pendiente de Akame.
—Cuando quieras, ¿qué vamos a hacer con él?
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Akame no dijo palabra alguna ante el repentino cambio de opinión de su pariente. ¿Acaso le había tocado la fibra del orgullo? ¿Se sentía utilizado y deshechado como un pañuelo? Al de Uzu no le importaba. Fuera como fuese, aquello era parte de lo que un ninja tenía que hacer. Ocuparse de sus asuntos hasta el final.
—Está bien, Ralexion-san —respondió, con un suspiro—. Tú lo agarras de las piernas y yo de los brazos, lo levantamos a la vez y nos lo echamos al hombro.
Los genin se acuclillarían para poner en práctica la maniobra. Sorprendentemente el cuerpo se sentía mucho menos pesado que cuando habían tenido que llevarlo a rastras desde el callejón junto a la taberna hasta aquel almacén; sin duda era porque los hilos apretaban las telas, haciéndolo mucho más compacto.
Akame giró el picaporte con una mano y abrió la puerta. El viento nocturno les enfrió el cuerpo y obligó al Uchiha a entrecerrar los ojos para que no empezaran a llorarle. Se asomó con la cabeza primero a un lado y otro de la calle. No había nadie, y la única y tenue luz en toda la plataforma provenía de un par de farolas ubicadas a los lados de un puente colgante que ascendía hacia zonas menos turbias de Tane-Shigai. El Uchiha apagó la luz del almacén e indicó a su compañero que salieran.
—No hay kusare... Enemigos en la costa —se corrigió.
Salieron del almacén y Akame cerró la puerta dándole cuatro vueltas a la llave para asegurar cada uno de los cerrojos. Luego echó a andar, seguido por Ralexion, en dirección a las callejuelas que se mantenían en penumbra en aquella plataforma.
Conforme caminaban se iba haciendo evidente que aquella zona de la ciudad estaba mayormente desierta. Todos los edificios parecían corresponder a almacenes, locales abandonados y demás lugares poco transitados por las fuerzas del orden. Akame siguió andando durante cinco minutos hasta que torció a la derecha en una esquina. Anduvieron un poco más y finalmente se detuvieron ante un pequeño edificio en ruinas.
—Para.
El Uchiha indicó a su compañero que dejasen el bulto en el suelo un momento. Luego atravesó el portal del edificio abandonado —que no tenía puerta— y echó un vistazo por los alrededores. Ventanas con cristales rotos, basura que se amontonaba aquí y allá y algún animalillo nocturno que se movía, alertado por el ruido de los recién llegados. Ninguna persona.
Volvieron a coger el cadáver y entraron en el edificio. Akame buscó alguna zona más interior y acabaron llegando a una habitación con varias ventanas desvencijadas. «Aquí valdrá». El de Uzu indicó a su compañero que dejaran el cuerpo en el suelo. Luego se apartó unos cuantos pasos, formó una serie de sellos y expelió un reguero de llamas desde su boca. El fuego lamería las mantas y el cadáver, prendiéndolo todo durante unos instantes.
Un par de minutos después, del cadáver de Kurosaki Nue sólo quedarían algunas cenizas.
—Está hecho... Ahora larguémonos de aquí.
Ralexion asintió.
Se pusieron manos a la obra, cargando con el endemoniadamente pesado cadáver del mercenario. El kusajin esperaba que bastase con un esfuerzo similar a cuando lo habían llevado inconsciente, pero no. Era como si hubiese ganado una palpable cantidad de kilos tras su partida al otro mundo; la venganza del difunto.
El pelinegro dejaba escapar, de tanto en tanto, gemidos y suspiros de esfuerzo. Todo ello se agravó cuando necesitó quedarse unos instantes quieto mientras Akame se aseguraba de que las calles estaban en una condición transitable. Finalmente su pariente dio el visto bueno a la situación del exterior y salieron.
—No hay kusare... Enemigos en la costa —Ralexion alzó la ceja derecha.
¿Iba a decir "kusareños"? Sí, estaban en territorio del País del Bosque, pero Tane-Shigai no formaba parte de Kusagakure. Vaya un comentario más fuera de lugar.
Además de sentir el azote del frío, el joven notó con mayor prominencia la insoportable hedor que despedían los residuos anclados en su ropa. Se habría tapado la nariz si fuera posible, pero sus manos estaban muy ocupadas cargando con el féretro improvisado por el uzujin. No tuvo más remedio que aguantarla a lo largo de la travesía.
Cuando arribaron al edificio en ruinas y Akame le indicó que podía soltar a Nue, el muchacho aprovechó el descanso para echarle un buen vistazo a sus atavíos. «Blegh... ¡estoy hecho un asco!», se lamentó. No le vendría mal un baño, además de un cambio de ropa.
Entonces llevaron el cadáver hasta el que sería su lugar de descanso eterno, las ruinas de un edificio en las entrañas de Tane-Shigai. El Uchiha trató de evitar pensar en ello, solo le ponía de peor humor. El uzujin se ocupó de cremar el cuerpo, consumiendo su piel, músculos, huesos y todo lo demás hasta que solo quedaron cenizas. Ralexion no apartó sus ojos del proceso, como si estuviese hipnotizado. No olvidaría el nombre de Kurosaki Nue.
Akame, tan práctico como siempre, indicó sin pena ni gloria que debían marcharse ahora que ya no quedaban pruebas.
—Akame-san, necesito quitarme esta ropa, no puedo ir a ninguna parte así, por no mencionar el olor... —el pelinegro puso sobre la mesa lo obvio— ¿Tienes algo que pueda utilizar?
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Ralexion formuló su razonable petición nada más salieron del edificio en ruinas que había servido de lugar de descanso eterno para Kurosaki Nue, el joven mercenario que había aceptado un trabajo que no debía. Akame asintió con la mirada perdida en las alturas, en las plataformas superiores de Tane-Shigai.
—Sí, tengo alguna muda de sobra. Vamos.
Los genin empezaron a caminar por las solitarias y oscuras calles nocturnas de la capital. Conforme iban ascendiendo el camino estaba mejor iluminado y más transeútes aparecían; aunque, a aquellas horas de la noche —ya debían ser más de las doce— tampoco es que hubiera mucho tráfico por aquella zona.
Cuando ya la afluencia de gente y farolas en las calles fue mayor, Akame se detuvo y pidió a su compañero que se cubriese. Al fin y al cabo, estaba manchado de sangre y vómito.
—Será mejor que te hagas un Henge no Jutsu antes de seguir.
En ese momento estaban en una pequeña plataforma salpicada de farolas que ardían tenuemente con una luz amarillenta. Había varios edificios esféricos y no se veía a nadie por la calle en ese momento, pero ya habían dejado atrás los barrios más bajos y a partir de ese punto la gente con la que pudieran cruzarse —guardias del Daimyo incluídos— no tendían a hacer la vista gorda y preocuparse tan sólo de sus asuntos.
La respuesta de Akame llevó al kusajin a suspirar de alivio.
—Muchas gracias... —afirmó con sinceridad, agotado.
Discurrieron por los barrios bajos —una denominación muy irónica en el caso de Tane-Shigai, dado que todas las plataformas colgaban por encima del suelo— en silencio. Ralexion mantenía una actitud distraída, pensativa. Aún mostraba signos de su crisis emocional, pero unos mucho más discretos. No podía parar de revivir en la privacidad de su mente todo lo que había ocurrido en el transcurso de, aproximadamente, una hora.
Cuando se encontraron de vuelta en una zona de mayor standing social, el de la nariz torcida le indicó al pelinegro que sería mejor que utilizarse el Henge para adoptar un aspecto distinto, algo que no llevase sangre y vómito encima.
—Buena idea —realizó el sello del Carnero—. Pero no puedo disimular el olor, así que será mejor que no nos acerquemos demasiado a nadie.
Tras un pequeño "plof" y una cortina de humo, el Uchiha presentaba su mismo aspecto físico, pero con ropas distintas, sin detalle lúgubre alguno. Se trataba de una camiseta de manga larga y color azul marino además de unos pantalones largos de color negro. Portaba las mismas sandalias. Ropajes simplones, más fáciles de falsear con la técnica, ya que no gozaba de ningún ánimo para esforzarse.
—Vamos.
Supuso que retornarían hasta el hotel donde se hospeadaba el otro Uchiha, a no ser que este contase con algún tipo de plan de contención para incidencias así, ya que siempre se mostraba preparado para todo.
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Akame asintió, complacido, con las nuevas —falsas— vestimentas de su compañero. Aunque siguiera apestando, el simple hecho de ir apropiadamente vestido debería bastar para alejar cualquier tipo de ojos curiosos de la pareja Uchiha. Así pues, el de Uzu reanudó la marcha hacia el hotel donde se alojaba.
Caminaron durante unos veinte minutos más hasta que ascendieron a una plataforma muy amplia, excelentemente iluminada y con un ambiente festivo y animado pese a las altas horas de la noche que eran. Al otro lado de la plaza donde se podía ver a varios grupos de jóvenes charlando, cantando, bebiendo y tocando instrumentos musicales estaba el hostal donde Akame se había alojado. El genin le hizo señas a Ralexion y ambos cruzaron la plaza, mezclándose entre los grupos de adolescentes.
Cuando llegaron al hotel, Akame cruzó el umbral y sin saludar a la mujer de buen ver y bien vestida que les dedicó un distraído "buenas noches" cuando pasaron frente a ella. La chica arrugó la nariz y miró a izquierda y derecha por encima del mostrador de recepción. Al no encontrar nada que pudiera explicar aquella peste que acababa de golpearla directamente en las narices, se encogió de hombros y siguió leyendo el libro que tenía entre manos.
Unos momentos más tarde, Akame sacó una llave y abrió la puerta de su habitación. Indicó a Ralexion que pasara y la cerró tras él después de echar un vistazo al ovalado pasillo. Una vez dentro el Uchiha se quitó la capa, se desató sus portaobjetos y los dejó sobre una mesa escritorio.
La habitación era bastante modesta, de apenas veinte metros cuadrados. Consistía en una cama —impecablemente hecha—, la mesa anteriormente mencionada, un par de sillas, un armario ropero y una ventana que daba a la concurrida plaza frente al hotel. A un lado, una puerta llevaba al cuarto de baño.
—Hay una toalla de sobra y un par de botes de jabón —indicó el Uchiha.
Ralexion podría ver, además, un mapa de Oonindo desplegado sobre el escritorio, así como un par de libros de fantasía. En el suelo, apoyada en la mesa, la pesada mochila militar de Akame.
El uzujin siguió la estela de Akame. Efectivamente, se dirigían de vuelta al hostal que el de Uzu utilizaba como base de operaciones en Tane-Shigai. El problema era que por las celebraciones de fin de año, a pesar de que eran altas horas de la noche, aún había gente festejando en la plataforma y sus inmediaciones.
A nivel visual el aspecto de Ralexion era más que normal. Sin embargo, como ya había mencionado, su olor dejaba mucho de qué desear. Por eso mismo le puso nervioso el tener que atravesar la distancia que los separaba del edificio entre grupos de juerguistas. Afortunadamente, todos parecían demasiado enfrascados en sus propios asuntos —y borrachos, también— como para sospechar nada.
No fue el caso con la recepcionista, sin embargo. La fémina de loable aspecto se percató de que algo podrido había rondado por las inmediaciones de la entrada, pero el dúo de Uchihas fue demasiado rápido como para que la situación escalase. Ralexion ni la miró, tan apresurado como iba.
Ya en el interior del habitáculo temporal de Akame —el cual el genin de Kusa escaneó cual detective que reunía pistas— el ya mencionado le indicó la localización del baño, así como que disponía de todo lo necesario para pegarse una bien merecida ducha. El joven asintió con semblante lacónico.
—Gracias —y sin añadir nada más se internó en la habitación.
Ralexion encendió la luz y deshizo el Henge, que generó su habitual sonido tan característico. Dejó caer al suelo su capa, la cual había rescatado del suelo del almacén antes de abandonarlo —por fortuna se había librado del vómito y la sangre al quedar algo apartada del epicentro— y comenzó a desnudarse raudo; soltó el resto de prendas sucias también sobre el suelo, pero lejos de la capa. Acto seguido se metió en la tina y accionó el grifo del agua caliente. El pelinegro acostumbraba a bañarse o ducharse con el líquido a una temperatura considerable, incluso en verano.
Se tomó su tiempo, relajándose hasta decir basta. Quería que el agua, agente purificador, eliminase no solo la roña, si no todas las malas vivencias sufridas ese día, pero por supuesto, era imposible. Al menos calmó sus nervios de maravilla. También lavó su anatomía y cabello con los mismos jabones, cortesía del hostal, mencionados por Akame.
Cuando se sintió satisfecho cerró el grifo y salió de la ducha. Tomó una de las toallas colgadas de la pared y se secó con brío. Al finalizar se colocó la susodicha cubriéndole la cintura para ocultar así sus partes nobles. Salió del baño en busca de su compañero uzujin.
—¿La ropa, Akame-san? —preguntó, echándole un vistazo a la plaza desde el ventanal.
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Akame esperó paciente a que su compañero kusajin se duchara. Estaba sentado en una de las incómodas sillas de la habitación, con la mirada perdida en el ventanal desde el cual se podía ver la plaza, así como el resto de la plataforma, y más pasarelas, edificios y construcciones iluminadas entre los troncos de los inmensos árboles.
Cuando oyó el grifo de la ducha cerrarse, el uzujin se levantó y se dirigió hacia el ropero. Para cuando Ralexion salió —con la toalla tapándole las vergüenzas—, Akame ya tenía en sus manos un pantalón largo de color arena y una camisa de cuello alto de tono azul marino, con el símbolo del clan Uchiha en la espalda.
—Sírvete —le dijo a Ralexion mientras le daba la ropa—. Conserva la capa y las botas, te van a hacer falta. Aunque me hayas echado una mano hasta el final, cosa que agradezco, mi oferta sigue en pie. Tengo un pasaje pagado para una carvana que sale dentro de cuarenta y cinco minutos.
Se cruzó de brazos, bajando la mirada.
—Yo me quedaré unos días, pero tú deberías irte ya. No sabemos qué puede pasar con el tipejo de las cicatrices, y ya te hirieron una vez por mi culpa.
El joven tomó las prendas ofrecidas. Retornó al baño, donde comenzó a cambiarse, pero no cerró la puerta, así que podía continuar escuchando a Akame sin problemas. Tras ponerse todo adecuadamente y comprobar que le quedaban sorprendentemente bien, se calzó, tomó sus ropajes sucios así como la capa y salió al encuentro del uzujin, que justo terminaba su monólogo.
—Mira, Akame-san... entiendo que soy un novato y en comparación con alguien de tu experiencia y capacidades puedo parecer una carga. Sigo pensando que lo que le hemos hecho a Nue es inhumano... —se mordió el labio inferior— Pero supongo que de una manera muy jodidamente retorcida quisiste ayudarme al ofrecerme el darle el golpe de gracia yo, de igual manera que ahora me quieres ayudar a retornar a Kusa. Eres frío la mayoría del tiempo, y a veces un cabrón, pero supongo que de alguna manera te importo lo suficiente como para que te tomes estas molestias...
»Pero tampoco soy un inútil, maldita sea. ¡No quiero dejar este asunto a medias después de tener que matar a alguien! Al revés, preferiría rajarles el cuello al de las cicatrices y su jefe por haber comenzado todo esto. Quizás estoy arriesgando mi vida de una forma muy estúpida, no te lo voy a negar... pero en ese caso supongo que no soy muy inteligente, ¿qué le voy a hacer? Además, necesitas un compañero, alguien que te cubra las espaldas. Si sigues en solitario lo vas a tener muy complicado, ¡puede ser que hasta te maten! ¿Y entonces quién me va a mandar esos libros, eh?
Su último comentario le llevó a sonreir.
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