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Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
#46
Pasaron los minutos en aquel oscuro callejón. Cinco, diez, quince... quizás llegó la media hora. Y entonces volvieron a escucharse pasos en aquel suelo adoquinado, maloliente y absolutamente antihigiénico. Eran pasos pequeños y ágiles como los de un cervatillo, inquietos y al mismo tiempo cautos. La figura se acercó al indigente, que se había encogido entre sus cartones y se había tapado parcialmente por aquella vieja manta y terminó por detenerse a unos pocos metros por delante de él. Llevaba una bolsa, y el olor de la comida recién hecha se abrió paso entre la podredumbre como el aroma una flor en mitad de una pradera devastada por el fuego.

No sabía qué te podía gustar, así que te he traído una hamburguesa, unas patatas fritas y una Amecola. Ah, también hay una botella grande con agua —dijo Ayame, dejando la bolsa sobre los cartones. Se negaba a dejarla en un suelo tan sucio como aquel. La muchacha se encogió de hombros, con las mejillas encendidas—. A mí no me gusta la Amecola, pero parece ser muy popular, así que supuse que a lo mejor a ti sí... Bueno, eso.

Volvió a darse la vuelta, con las manos en los bolsillos, pero apenas había dado dos pasos cuando volvió a detenerse, con la cabeza gacha.

Siento mucho la patada de antes... No sé en qué estaba pensando...




1 AO mantenida
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#47
Era la segunda vez que Aotsuki Ayame hacía algo completamente inesperado y loco a ojos del joven caído en desgracia. Sus motivos sólo los conocía ella, pero para Calabaza aquello era un completo enigma que, pese a que las tripas le rugían y no era capaz de recordar la última vez que había comido una hamburguesa, le hacía desconfiar. ¿No era natural? Como un gato callejero, el joven adicto estaba acostumbrado a recibir poco más que patadas de aquel mundo hostil que le rechazaba, como si ya no perteneciese a esa realidad. No pocas veces el propio Akame se había planteado si su lugar en verdad no era otro, si el simple hecho de que estuviese con vida contravenía las leyes más básicas de la Naturaleza. Él era una anomalía, una muy molesta y persistente.

Con movimientos cautos, sin perder de vista a Ayame, el joven Calabaza alargó un brazo y tomó la bolsa. Lo hizo como si temiera que ella iba a caerle a palos en cualquier momento; cosa que, evidentemente, no sucedió. Así, el yonqui terminó por confiarse lo suficiente como para tomar la hamburguesa, desenvolverla lentamente y olisquear. ¿Parecía comestible? Entonces daría un primer bocado, y el sabor de la carne en sus papilas gustativas le arrancó varias lágrimas, que rodaron por su rostro. Silenciosamente el indigente empezó a comer con cada vez más ansia, tomando entre bocado y bocado un buen buche de Amecola y agua. Cuando terminó su particular banquete, Calabaza volvió a recogerse en su feudo. Una simple pregunta le rondaba la mente.

¿Por... Por qué?
Diálogo - «Pensamiento» - Narración

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#48
Calabaza se mostró sumamente receloso ante la inesperada acción de Ayame. De hecho, le costó varios valiosos segundos decidirse acercarse a inspeccionar la bolsa con el logo de Tanzaku Burger, y varios más en atreverse a dar el primer bocado. En efecto, no había nada raro en aquella hamburguesa, era carne de vacuno entre dos rebanadas de pan con semillas de sésamo y acompañada por queso, lechuga y bacon, además de alguna salsa más para hacerla más sabrosa.

¿Por... Por qué?

Aquella fue su pregunta cuando terminó de engullir la comida y parte de la bebida. Y entonces Ayame se volvió hacia él. Las sombras del callejón ensombrecían sus facciones, ocultando sus ojos húmedos y brillantes.

¿Por qué? —repitió, aunque parecía que se estaba haciendo la misma pregunta a sí misma. No habían sido pocas las veces que había pasado frente a un mendigo, y aunque había sentido la misma pena no se había parado más que para darle unas monedas. ¿Qué había ocurrido con Calabaza? ¿Por qué él era diferente? ¿Había sido porque había interactuado con él y sin querer había llegado a crear una conexión empática? ¿Era porque se sentía culpable después de haberle dado un golpe así y de no devolverle su droga? ¿O había una razón más allá? No lo sabía. No podía saberlo. Pero algo dentro de ella la había empujado a actuar así, acudiendo al restaurante más cercano para comprar una comida para él—. Supongo... que es lo mínimo que podía hacer.

»Pero estaría bien que gastaras ese poco dinero que ganas en comida y no en... eso.
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#49
Snif, snif. Aquel pútrido olor... Incluso en su estado actual, acostumbrado a la peste de aquella vía de servicio, de los tachos de basura y la vida en la calle, Calabaza era capaz de reconocer aquella asquerosa sustancia. Queso. Lo reconoció al primer bocado y, probablemente como fruto de reminiscencias de una mala experiencia ocurrida durante su vida anterior, el yonqui se esmeró con dedos hábiles en quitarle la loncha de queso fundido a la hamburguesa antes de devorarla tal y como se ha descrito. Mientras lo hacía, era ignorante de que la propia Ayame estaba planteándose toda la cuestión de forma introspectiva.

¿Por qué?

Cuando finalmente —se— dió la respuesta, Ayame parecía sincera. Calabaza alzó la mirada y escudriñó por primera vez sus ojos avellanados, que desprendían una pura bondad. «¿Cómo puede ser un ninja así?» No se trataba sólo de una pregunta existencial; el mero hecho de que Aotsuki Ayame existía de aquella manera, con su caridad, su candidez y bondad intactas pese a la vida del ninja, era un ariete que amenazaba con derribar sin miramientos todas las barreras de Akame. Porque, realmente, toda su nueva vida —penosa como era— estaba basada en la confirmación de lo retorcido del Ninshuu. De el error tan garrafal que eran las Villas ninja, máquinas expendedoras de juguetes rotos en el pulso por el poder.

«Entonces, ¿por qué ella... Por qué ella es así?»

La muchacha que tenía ante sus ojos no se parecía a ningún shinobi o kunoichi que Akame hubiese conocido. «¿Cómo es eso posible?»

Calabaza terminó su almuerzo.

G... Gracias... Yo... Lo haré, lo prometo. Seré mejor... —aventuró, e incluso en su voz podía notarse que lo decía con sinceridad. Entonces se secó las lágrimas, y sus labios se curvaron por primera vez en meses, en lo que parecía una sonrisa rota—. Eres... Eres buena persona. Me recuerdas a alguien... Alguien que conocí hace mucho, mucho tiempo.
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#50
G... Gracias... Yo... Lo haré, lo prometo. Seré mejor... —dijo Calabaza, y Ayame de verdad deseó con todo su corazón que fuera verdad. Pero sabía muy bien que aquella era una tarea difícil. Muy difícil. La tentación de la droga era demasiado suculenta, y era mucho más fácil dejarse llevar por la adicción y seguir consumiéndola que cortar de raíz una relación tan tóxica como placentera. Ella misma lo había visto de cerca, dentro de su propia casa. En su propia familia. Del hombre al que ella consideraba el más fuerte del mundo.

Sin embargo, se sorprendió al verle frotarse los ojos y sus labios curvándose en una sonrisa rota.

Eres... Eres buena persona. Me recuerdas a alguien... Alguien que conocí hace mucho, mucho tiempo.

Un cálido sentimiento aleteó en el pecho de la muchacha, que no pudo reprimir una radiante sonrisa. La primera, quizás, que Calabaza -incluso como Akame- habría visto en ella jamás. La muchacha se acuclilló para quedar a una altura más cercana a la suya y no seguir mirándole desde lo alto.

Todos necesitamos ayuda en algún momento. Y puede que yo no haya pasado por lo mismo que tú, pero me han tendido la mano más de una vez para salvarme la vida... o incluso para salvarme de mí misma. Quiero hacer lo mismo por los demás, aunque lo que pueda hacer sea pequeño y minúsculo... Además, esa fue una de las razones por la que me hice kunoichi: ayudar a los demás.

»¿Sabes? —añadió, ladeando la cabeza. Y un mechón de cabello oscuro como la noche, resbaló por delante de su hombro—. Tú también me recuerdas a alguien... No sé si será tu cara, o tu voz... o quizás tus ojos —Pocas veces había visto unos ojos tan oscuros como los suyos—. Pero lo siento como si nos hubiéramos visto antes. O quizás es mi mente jugándome un déjà vu —rio.
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#51
La primera reacción del joven Calabaza cuando Ayame se inclinó frente a él fue la de volver a encogerse, de vuelta a su madriguera como una rata asustada. Sin embargo, la reprimió, contra todos sus instintos más básicos. Se quedó mirándola, allí, sentado sobre sus cartones y con su fiel manta cubriéndole las piernas delgaduchas. Parpadeó, y por un momento creyó ver en el rostro de aquella kunoichi a una chica, una chica que conocía muy bien. Una chica de pelo blanco como el algodón y ojos tan dispares como penetrantes. Un escalofrío le recorrió la espalda.

Las palabras de Ayame, como pronunciadas por algún dios, parecían tener tanto la propiedad de aliviar sus heridas como de hacerle zozobrar. «¿Ayudar a los demás? No, no... Los ninja... Eso es una mentira... Una mentira...» Se estremeció, e incluso la kunoichi podría notarlo. Calabaza no era un tipo precisamente estable. Cuando ella le confesó que su rostro le resultaba familiar, el yonqui retrocedió para encogerse de nuevo, incómodo. Uchiha Akame estaba muerto. Él era Calabaza...

Yo... No... Lo siento, señorita... Yo... No me suena para nada. No nos hemos visto antes, no lo creo —negó categóricamente, y luego se revolvió en su manta. «Quiero que me deje en paz... ¡Aotsuki Ayame!»—. Lo... Lo siento. Es mi... El mon... El... Ya sabe.

Los ojos del yonqui buscaron instintivamente su preciado chivato entre los dedos de Ayame, aun sin hallarlo.

Solo necesito... Dormir... Se me p... p... pasará.
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#52
Allí estaba de nuevo: la desconfianza, la inseguridad, el recelo, el miedo... Cada vez que Ayame intentaba acercarse un poco más a él, tenderle una mano, lo único que conseguía era ahuyentarlo aún más. Era como intentar capturar una mariposa; aunque, en este caso casi sería más adecuada una polilla.

Yo... No... Lo siento, señorita... Yo... No me suena para nada. No nos hemos visto antes, no lo creo —volvió a negar, de forma rotunda, encogiéndose sobre sí mismo de nuevo, protegido por aquella raída manta vieja a modo de escudo contra ella. Y cuanto más lo negaba, más dudaba Ayame de sus palabras—. Lo... Lo siento. Es mi... El mon... El... Ya sabe. Solo necesito... Dormir... Se me p... p... pasará.

El semblante de Ayame se ensombreció ligeramente. Era consciente de que los ojos del indigente no abandonaban sus manos, buscando sin descanso entre los barrotes que conformaban sus dedos su preciado tesoro encerrado. Pero Calabaza no lo encontraría allí. Ni siquiera lo encontraría aunque cacheara a Ayame de arriba a abajo, pues hacía ya tiempo que la muchacha se había desecho de tan despreciable droga.

«Lo siento. Pero eso es lo único que no puedo darte.» Pensó, antes de reincorporarse con un largo suspiro. «No seré yo quien alimente tu adicción, Calabaza.»

Lo entiendo. No te molestaré más entonces, Calabaza —le dijo, volviéndose para abandonar aquel lugar de mala muerte de una vez por todas—. Cuídate, ¿vale? —añadió, con una última sonrisa antes de echar a caminar.
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