13/08/2015, 21:15
"El Camino de la Sabiduria"
Tras cientos de charcos al norte de la majestuosa ciudad de Shinogi-To, capital del País de la Tormenta, un pequeño templo se yergue sobre el terreno. Los misterios y rumores lo rodean desde hace años. Muchos vieron sus puertas abrirse y cerrarse pero nunca pudieron entrar. Salían pequeños, niños vestidos con túnicas doradas y con una cabeza calva, que se dirigían a la academia de Amegakure. Algunos simpáticos, otros un poco mas serios, pero todos parecían personas normales. Llegaban a la academia, hablaban lo justo y necesario, y volvían al templo. Ellos, junto al resto de residentes, dedicaban cada acto de sus vidas al “Chie no Kami”. Este era el Dios de la Sabiduría, antiguamente llamado profeta, que dedico su vida a conseguir la paz, la tranquilidad mental y como meta personal la afinidad con los animales. Solía decir: “La paz debe reinar entre los hombres, pero también, con las bestias que nos rodean”. Este templo de oración estaba habitado por varios monjes, hombres y mujeres, divididos en cuatro clanes. Los Sao, los Hashima, los Habaki, y los Tinshen. Cada uno con sus rasgos familiares definidos.
Esta es la historia de uno de ellos. De uno de los descendientes de Yukio Hatoyama y Habaki Ten. Como su gran ancestra, la familia posee cabellos rubios y ojos ámbar y en su gran mayoría la habilidad de controlar el Raiton. Este relato cuenta la historia del nieto de uno de los cuatro sabios. Su nombre, Habaki Karamaru.
Como todos los nacidos del templo, Karamaru era de sangre pura. Provenía directamente del linaje de Yukio Hatoyama, conocido como el "Dios de la Sabiduría", y su tercera esposa Habaki Ten. Sus padres habían pasado sin pena ni gloria sus vidas apoyando al clan. Su madre era una de las jardineras, estas se encargaban de la comida para el resto de los residentes, y su padre un herrero, dueño del local que daba armas a los niños y adultos para su entrenamiento. Ambos eran amables, y a pesar de no lograr alcanzar el equilibrio entre la mente y el cuerpo, ocuparon sus puestos de trabajo con felicidad y actuaron con orgullo cumpliendo con su tarea. El templo era auto-sustentable, no necesitaban la ayuda del exterior, y por esa situación los padres de Karamaru no pudieron criarlo durante sus seis primeros años, el período de prueba para demostrar ser apto y conseguir ir a la academia y continuar con el proceso de entrenamiento de combate y equilibrio de chakra. Por eso mismo, Habaki Furimaro, uno de los cuatro maestros del templo, maestro del Raiton y abuelo del niño, comenzó a entrenarlo personalmente para que pueda seguir el camino que él había realizado.
Hoy es día para un entrenamiento ¿No, mi niño?- recitaba todas las mañanas el abuelo a su nieto. Era estricto y obligaba a Karamaru a esforzarse más allá de su límite. Quería que siga su camino, quería que el pequeño sea un gran maestro como lo era él. Su hijo le había defraudado, termino como simple herrero del clan pero esta vez no fallaría. Prometía todos los días que su nieto se convertiría en lo que una vez él fue. Un prodigio entre los de su clase, y conocedor experto del “Dōbutsu-shin no chikara”. A pesar de estar cansado de escuchar las mismas palabras una y otra vez, Karamaru colocaba una sonrisa en su rostro y asentía con firmeza a las palabras del anciano.
Estoy listo abuelo. ¿Hoy toca hacer formas no?- pregunto el niño con curiosidad.
¿Formas? Hoy quiero que sepas un poco de historia, quiero que sepas porque eres especial- comento apuntado con el índice a su nieto- Sabes que somos de la familia Habaki, descendientes de Ten, maestra del Raiton. Pero teniendo cuatro años, ya debes de saber por qué hay cuatro clanes y por qué tienen sus diferencias. Nuestro Dios, un hombre que creía que el amor propio no debía ser guardado para una sola mujer, nos enseño que el haren es lo correcto. Ya sabrás que es eso cuando seas grande, pero te contaba eso para que entiendas que nuestro Dios decidió tener descendencia, y regalarle a ella su propio poder, con cuatro mujeres. Esto formó las cuatro familias, una experta en Doton, otra en Futon, otra en Suiton, y otra en Raiton. Por orden, los Hashima, los Tinshen, los Sao y los Habaki. Rara vez nace un hombre o una mujer con afinidad al Katon, uno de ellos eres tú.
Karamaru entendía poco y nada. La boca abierta y los ojos como platos confirmaban que el pequeño hombre no sabía mucho del templo.
¿Y eso quiere que decir que podré manejar el fuego?
Exactamente- replico el abuelo- Y es por eso que te estoy entrenando personalmente, así como cada maestro del templo es tutor de su propio familiar con manejo del Katon. Esta generación es prodigiosa, y las cuatro familias tuvieron el mismo año un niño con esta naturaleza de chakra. Tomalos como rivales, son los cuatro que tendrán permitido salir del templo, asi que hazme orgulloso y empecemos a entrenar, ¿Querías formas verdad?
«¿Rivales? ¿Tendre que pelear contra ellos?»- los pensamientos de Karamaru se vieron interrumpidos por la pregunta del anciano.
Emm, si claro, un entrenamiento tranquilo.
A Karamaru le quedaba una pequeña duda.
Osea que… ¿Me entrenaras ocho años? Por qué si soy elegido para ir a la academia iré a los seis, y por lo general te gradúas a los doce. O eso me dijo mi papi. Y tu me entrenaras mientras voy a la academia ¿no?
Exactamente, eres inteligente, pero por ahora dediquémonos al entrenamiento- sentencio la conversación el anciano poniendo sus manos en la espalda y saliendo de la habitación a paso lento.
Dos años pasaron y los cuatro dominantes del Katon se juntaron para recibir la bendición de sus maestros y salir por primera vez al exterior. Karamaru se sentía más preparado que nunca, iba a lograr lo que sus padres no pudieron, incluso con tres rivales a sus espaldas. Tal vez, y solo tal vez, nunca se volverían a ver una vez graduados, pero estarían en sus pensamientos. Hashima To, Tinshen Furimura, y Sao Lao. Los cuatro, vestidos de la misma manera con su túnica dorada su pantalón gris y su cintúron azul, se dirigieron a las puertas para comenzar el viaje hasta a la academia. Un viaje en silencio y sin dirigirse la mirada.
Sin embargo, al volver, los cuatro se llevarían una sorpresa. Los maestros habían llamado a un anciano, uno que nunca habían visto, llamado Kiyon. Y tras las palabras del abuelo de Karamaru se enteraron quien era.
Este es Kiyon. Decidimos acabar con su peregrinación para que los entrené a ustedes. El tiene el mismo o incluso mayor poder y habilidad que nosotros. Y como se imaginaran, maneja el Katon. Él no es maestro por su naturaleza de chakra, y por eso ocupamos los puestos de sabios, pero creemos que es el mejor para entrenarlos.
El hombre parecía simpático y amable. Tenía una barba en forma de candada y de color blanco como la nieve.
Varios entrenamientos sucedieron a ese evento, se podría decir que hasta incontables. Kiyon era un maestro duro, y Karamaru se entero desde el primer momento. Sin embargo, el paso del tiempo dio la razón a Kiyon y los frutos que dio como resultado se notaron increíblemente en Karamaru. No solo era más grande y tenía un mejor físico, si no que también había madurado. En seis años había completado el primer paso del largo camino. Junto a sus otros tres rivales, habían terminado el entrenamiento con Kiyon y se habían graduado de la academia. Karamaru era el peor manejando el Katon, pero había superado al mismísimo Kiyon en otro aspecto, era muy hábil manejando el Dōbutsu-shin no chikara.
Los cuatro maestros dieron su visto bueno, después de sus halagos y de los de su querido maestro, con el cual formaron un gran vinculo durante ese tiempo, para que los cuatro salieran del templo. No era algo que Karamaru se tomase con calma, estaba nervioso, pero sabía que para eso se había preparado toda su vida. A partir de ese momento tenían prohibida la entrada, se tenían que fortalecer en el exterior, vivir solos o buscar compañía. Valerse por ellos mismos. Nadie quería alargar el asunto y por eso uno por uno fue saliendo del templo. Karamaru al final.
Espera- escucho Karamaru mientras se dirigía a la puerta exterior una calida mañana de Otoño. Su primer mañana como chico de 12 años. Eran palabras de su abuelo- Siempre espere este momento. Tristemente no podre verte cuando vuelvas, mucho tiempo pasara, y por eso quiero regalarte algo. Un último recuerdo mío, espero que lo lleves contigo a donde quiera que vayas. No es mucho pero tal vez, pero llévalo para recordar al templo.
El anciano le había dado una cadena de oro. Sin nada especial a la vista pero con un recuerdo imborrable. Finalmente, la despedida estaba hecha. Con los cuatro maestros a las lejanías, Karamaru pudo irse en paz esperando con ansías sus aventuras fuera del templo,
Ambas caras tuvieron unas sonrisas. El pelado, que ya no era un niño, dejo escapar una lágrima sabiendo que era la última vez que vería a su familiar más cercano. Las puertas gigantes de color zafiro se abrieron lentamente y sin dar vuelta atrás Karamaru cruzo el umbral. Estaba en el exterior, ya no estaba bajo cuatro paredes. Podía ir donde quisiera, su estancia en las afueras del templo ya no eran solo el camino hasta a la academia. Él ya tenía su plaqueta de metal que lo denominaba ninja de Amegakure en su cinturón.
Y así fue como se dirigió a Amegakure, por recomendación de su abuelo, a conseguir una casa en la que vivir. Tenía pocos ryos encima pero suponía que le iba a alcanzar para encontrar una estancia. Pero lo que él más quería era seguir el consejo de Kion.
No traten de hacer esto solos, busquen un equipo. Busquen un maestro que los guie en las afueras.
Esta es la historia de uno de ellos. De uno de los descendientes de Yukio Hatoyama y Habaki Ten. Como su gran ancestra, la familia posee cabellos rubios y ojos ámbar y en su gran mayoría la habilidad de controlar el Raiton. Este relato cuenta la historia del nieto de uno de los cuatro sabios. Su nombre, Habaki Karamaru.
Como todos los nacidos del templo, Karamaru era de sangre pura. Provenía directamente del linaje de Yukio Hatoyama, conocido como el "Dios de la Sabiduría", y su tercera esposa Habaki Ten. Sus padres habían pasado sin pena ni gloria sus vidas apoyando al clan. Su madre era una de las jardineras, estas se encargaban de la comida para el resto de los residentes, y su padre un herrero, dueño del local que daba armas a los niños y adultos para su entrenamiento. Ambos eran amables, y a pesar de no lograr alcanzar el equilibrio entre la mente y el cuerpo, ocuparon sus puestos de trabajo con felicidad y actuaron con orgullo cumpliendo con su tarea. El templo era auto-sustentable, no necesitaban la ayuda del exterior, y por esa situación los padres de Karamaru no pudieron criarlo durante sus seis primeros años, el período de prueba para demostrar ser apto y conseguir ir a la academia y continuar con el proceso de entrenamiento de combate y equilibrio de chakra. Por eso mismo, Habaki Furimaro, uno de los cuatro maestros del templo, maestro del Raiton y abuelo del niño, comenzó a entrenarlo personalmente para que pueda seguir el camino que él había realizado.
Hoy es día para un entrenamiento ¿No, mi niño?- recitaba todas las mañanas el abuelo a su nieto. Era estricto y obligaba a Karamaru a esforzarse más allá de su límite. Quería que siga su camino, quería que el pequeño sea un gran maestro como lo era él. Su hijo le había defraudado, termino como simple herrero del clan pero esta vez no fallaría. Prometía todos los días que su nieto se convertiría en lo que una vez él fue. Un prodigio entre los de su clase, y conocedor experto del “Dōbutsu-shin no chikara”. A pesar de estar cansado de escuchar las mismas palabras una y otra vez, Karamaru colocaba una sonrisa en su rostro y asentía con firmeza a las palabras del anciano.
Estoy listo abuelo. ¿Hoy toca hacer formas no?- pregunto el niño con curiosidad.
¿Formas? Hoy quiero que sepas un poco de historia, quiero que sepas porque eres especial- comento apuntado con el índice a su nieto- Sabes que somos de la familia Habaki, descendientes de Ten, maestra del Raiton. Pero teniendo cuatro años, ya debes de saber por qué hay cuatro clanes y por qué tienen sus diferencias. Nuestro Dios, un hombre que creía que el amor propio no debía ser guardado para una sola mujer, nos enseño que el haren es lo correcto. Ya sabrás que es eso cuando seas grande, pero te contaba eso para que entiendas que nuestro Dios decidió tener descendencia, y regalarle a ella su propio poder, con cuatro mujeres. Esto formó las cuatro familias, una experta en Doton, otra en Futon, otra en Suiton, y otra en Raiton. Por orden, los Hashima, los Tinshen, los Sao y los Habaki. Rara vez nace un hombre o una mujer con afinidad al Katon, uno de ellos eres tú.
Karamaru entendía poco y nada. La boca abierta y los ojos como platos confirmaban que el pequeño hombre no sabía mucho del templo.
¿Y eso quiere que decir que podré manejar el fuego?
Exactamente- replico el abuelo- Y es por eso que te estoy entrenando personalmente, así como cada maestro del templo es tutor de su propio familiar con manejo del Katon. Esta generación es prodigiosa, y las cuatro familias tuvieron el mismo año un niño con esta naturaleza de chakra. Tomalos como rivales, son los cuatro que tendrán permitido salir del templo, asi que hazme orgulloso y empecemos a entrenar, ¿Querías formas verdad?
«¿Rivales? ¿Tendre que pelear contra ellos?»- los pensamientos de Karamaru se vieron interrumpidos por la pregunta del anciano.
Emm, si claro, un entrenamiento tranquilo.
A Karamaru le quedaba una pequeña duda.
Osea que… ¿Me entrenaras ocho años? Por qué si soy elegido para ir a la academia iré a los seis, y por lo general te gradúas a los doce. O eso me dijo mi papi. Y tu me entrenaras mientras voy a la academia ¿no?
Exactamente, eres inteligente, pero por ahora dediquémonos al entrenamiento- sentencio la conversación el anciano poniendo sus manos en la espalda y saliendo de la habitación a paso lento.
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Dos años pasaron y los cuatro dominantes del Katon se juntaron para recibir la bendición de sus maestros y salir por primera vez al exterior. Karamaru se sentía más preparado que nunca, iba a lograr lo que sus padres no pudieron, incluso con tres rivales a sus espaldas. Tal vez, y solo tal vez, nunca se volverían a ver una vez graduados, pero estarían en sus pensamientos. Hashima To, Tinshen Furimura, y Sao Lao. Los cuatro, vestidos de la misma manera con su túnica dorada su pantalón gris y su cintúron azul, se dirigieron a las puertas para comenzar el viaje hasta a la academia. Un viaje en silencio y sin dirigirse la mirada.
Sin embargo, al volver, los cuatro se llevarían una sorpresa. Los maestros habían llamado a un anciano, uno que nunca habían visto, llamado Kiyon. Y tras las palabras del abuelo de Karamaru se enteraron quien era.
Este es Kiyon. Decidimos acabar con su peregrinación para que los entrené a ustedes. El tiene el mismo o incluso mayor poder y habilidad que nosotros. Y como se imaginaran, maneja el Katon. Él no es maestro por su naturaleza de chakra, y por eso ocupamos los puestos de sabios, pero creemos que es el mejor para entrenarlos.
El hombre parecía simpático y amable. Tenía una barba en forma de candada y de color blanco como la nieve.
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Varios entrenamientos sucedieron a ese evento, se podría decir que hasta incontables. Kiyon era un maestro duro, y Karamaru se entero desde el primer momento. Sin embargo, el paso del tiempo dio la razón a Kiyon y los frutos que dio como resultado se notaron increíblemente en Karamaru. No solo era más grande y tenía un mejor físico, si no que también había madurado. En seis años había completado el primer paso del largo camino. Junto a sus otros tres rivales, habían terminado el entrenamiento con Kiyon y se habían graduado de la academia. Karamaru era el peor manejando el Katon, pero había superado al mismísimo Kiyon en otro aspecto, era muy hábil manejando el Dōbutsu-shin no chikara.
Los cuatro maestros dieron su visto bueno, después de sus halagos y de los de su querido maestro, con el cual formaron un gran vinculo durante ese tiempo, para que los cuatro salieran del templo. No era algo que Karamaru se tomase con calma, estaba nervioso, pero sabía que para eso se había preparado toda su vida. A partir de ese momento tenían prohibida la entrada, se tenían que fortalecer en el exterior, vivir solos o buscar compañía. Valerse por ellos mismos. Nadie quería alargar el asunto y por eso uno por uno fue saliendo del templo. Karamaru al final.
Espera- escucho Karamaru mientras se dirigía a la puerta exterior una calida mañana de Otoño. Su primer mañana como chico de 12 años. Eran palabras de su abuelo- Siempre espere este momento. Tristemente no podre verte cuando vuelvas, mucho tiempo pasara, y por eso quiero regalarte algo. Un último recuerdo mío, espero que lo lleves contigo a donde quiera que vayas. No es mucho pero tal vez, pero llévalo para recordar al templo.
El anciano le había dado una cadena de oro. Sin nada especial a la vista pero con un recuerdo imborrable. Finalmente, la despedida estaba hecha. Con los cuatro maestros a las lejanías, Karamaru pudo irse en paz esperando con ansías sus aventuras fuera del templo,
Ambas caras tuvieron unas sonrisas. El pelado, que ya no era un niño, dejo escapar una lágrima sabiendo que era la última vez que vería a su familiar más cercano. Las puertas gigantes de color zafiro se abrieron lentamente y sin dar vuelta atrás Karamaru cruzo el umbral. Estaba en el exterior, ya no estaba bajo cuatro paredes. Podía ir donde quisiera, su estancia en las afueras del templo ya no eran solo el camino hasta a la academia. Él ya tenía su plaqueta de metal que lo denominaba ninja de Amegakure en su cinturón.
Y así fue como se dirigió a Amegakure, por recomendación de su abuelo, a conseguir una casa en la que vivir. Tenía pocos ryos encima pero suponía que le iba a alcanzar para encontrar una estancia. Pero lo que él más quería era seguir el consejo de Kion.
No traten de hacer esto solos, busquen un equipo. Busquen un maestro que los guie en las afueras.
"El miedo es el camino al lado oscuro. El miedo lleva a la ira, la ira al odio, el odio al sufrimiento, y el sufrimiento al lado oscuro"
-Maestro Yoda.
◘ Hablo ◘ Pienso ◘
-Maestro Yoda.
◘ Hablo ◘ Pienso ◘