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—Buenos días, conejita.
Ranko abrió los ojos, pero no vio a Lyndis a su lado, sino el delgado resquicio en su cortina, el cual dejaba pasar la primera luz. La joven suspiró.
—Buenos días. —le dijo al recuerdo de su amor.
Se quedó acostada en su cama, suave para su cuerpo, rasposa para su alma. No hizo nada más que ver el techo de su habitación, o voltear hacia un lado y ver al haz de luz bañar la pared de la estancia.
Le había costado tanto dormir desde hacía un poco de tiempo, y le costaba tan poco despertarse en la mañana. Pero levantarse, eso sí que era un trabajo titánico. Su cuerpo no quería responderle, y se sentía pesado como nada.
Pasadas dos horas, se abrió la puerta. Una joven de piel morena llena se cicatrices, de cabello corto rojo, nariz grande y de ojos verdes, entró cargando una bandeja con desayuno.
—Vas a tirar eso. Deja que yo lo haga. —dijo una voz detrás de Meme. Se trataba de otra joven, de rasgos muy similares a Ranko, pero de mucha menor estatura, y de cabellos rojos.
—No lo voy a tirar. Nunca lo hago.
Kuumi resopló, un poco molesta.
—Buenos días, hermana—dijo Meme mientras colocaba la bandeja en la mesita de noche —. ¿Has dormido bien?
—Un poco —aceptó Ranko —. No tienen que hacer esto, Meme, Kuumi...
—¿Ya ves? Dale espacio, Meme.—soltó Kuumi, cruzándose de brazos. Sin embargo, Meme fue al otro lado de la cama, se sentó al lado de Ranko y la abrazó.
—Meme... Esto... Gracias.
Ranko le devolvió el abrazo y, al hacerlo, miró su mano derecha. No tenía pulgar. La mano seguía vendada, aunque sabía que la herida ya había cerrado. Y le dolía, como cuando uno se machuca con una puerta. Y no le dolía la mano, le dolía el pulgar. Se preguntó si su madre pasaba por algo así.
—¡Hooolaaa! ¡Buenos días, Princesa Conejo! —Una nueva voz sonó. Era una mujer alta, madura, de rostro y cuerpo atractivo, aunque de expresión cansada. Le faltaba el antebrazo derecho, así como la pierna derecha hasta la rodilla.
Ranko no pudo evitar sentir una fuerte presión en el estómago al ver a su madre entrar con una muleta a su habitación.
"Es... Es mi culpa. Todo es mi culpa."
—Woah, ¡Pero si el día está precioso! —dijo Komachi —. ¿No quieres ir a pasear hoy, Ranko?
Meme dejó de abrazar a su hermana adoptiva, pero siguió sentada a su lado. El labio de Ranko tembló.
—No. G-gracias.
—¡Oh, vamos, Ranko! ¡Ya es hora de...!
—Kuumi, deja —la interrumpió la madre —. Está bien, cariño. Descansa lo que necesites. Si quieres algo, no dudes en pedirlo. Si quieres hablar, todos estamos para ti.
Komachi se acercó y besó su frente. Acto seguido salió de la habitación, y le hizo un gesto a Kuumi para que le siguiera. Ésta se acercó a Ranko y la abrazó muy breve pero cálidamente, y luego salió. Meme le abrazó una vez más, por casi un minuto entero, y luego salió también.
Y Ranko permaneció allí, mirando el resquicio en la cortina, deseando que los rayos del sol matutino la incineraran.
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Después de varios días, Ranko logró salir de su habitación, y ahora pasaba las tardes sentada en el borde del jardín, sin hacer nada. Su larga trenza había sido quemada en la guerra, pero Kuumi se lo había arreglado, dejándolo corto, salvo dos delgadas y largas coletas. Meme solía llevarle té todos los días, sin excepción, una taza de té. Ranko le agradecía, pero no la bebía. La dejaba enfriarse, y la olvidaba allí antes de ir a la cama.
Comía muy poco y hablaba incluso menos. Respondía cuando su familia le hablaba, mas solamente con lo necesario. "¿Cómo estás?" "Mal" "¿Quieres salir? "No" "¿Quieres que me quede contigo?" "Si quieres."
No contestaba mal, ni groseramente, al contrario, su voz era muy dulce, más de lo normal.
Y de noche lloraba, lo hacía en silencio, pero Meme y Kuumi, quienes se escabullían de sus habitaciones, lograban apenas escuchar los sollozos ahogados de su hermana.
Y las actitudes de cada miembro de su familia eran distintas. Kizaemon sólo estaba alegre de que su hija hubiese sobrevivido, sin importar su estado, y aunque se preocupaba, no hacía nada para ayudarle, aunque no le juzgaba. Komachi estaba de un humor extra radiante, aunque era para mostrarle a Ranko que, a pesar de haber perdido media pierna, seguía siendo ella, y seguía amándola como una madre siempre hace, quería decirle que ella y todos estarían allí para ella cuando decidiese acercarse. Meme no decía nada, sólo le servía cosas a Ranko y la saludaba y abrazaba con cariño extra. Sabía que su adorada hermana mayor regresaría en algún momento en sí. Kuumi, por otro lado, estaba cansada, le desesperaba ver a su melliza tan... Rota.
—¡Levántate! —le dijo una vez, con brazos cruzados. Ranko, sentada sobre la madera al borde del jardín, sólo bajó la mirada. Meme les observaba a unos metros —. ¡Mírate! ¡Estás perdiendo músculo rápido! ¿Dónde está el Conejo Blanco? ¡Anda! ¡Levántate!
—Kuumi, creo que no...
—¡LEVÁNTATE!
Sin más, Kuumi tomó a Ranko de la pechera de sus ropas y tiró de ella. Aunque era más bajita y no tan musculosa como Ranko, Kuumi seguía siendo una kunoichi, así que no le costó levantarla un poco. Sin embargo, Ranko no respondió.
—¡Kuumi! ¡Baja a nuestra hermana! —Meme alzó un poco ambas manos, mostrando sus dorsos, y su kimono negro y rosa brillante se transformó en una masa amorfa: su Suiken.
—Bien. ¡Abajo!
Imbuyendo sus brazos y piernas con chakra, Kuumi lanzó a Ranko por encima de ella y la azotó contra la tierra.
—¡HERMANA! —gritó Meme, y lanzó una descarga de esferas metálicas desde su Suiken contra Kuumi, pero ésta esquivó la mayoría.
—¡Arriba, Ranko! ¿Crees que te tendré lástima por ser mi hermana? ¿Por haber perdido un dedo? ¡Yo te rompí el brazo una vez! ¿Recuerdas? ¡Vamos! ¡Golpéame! —Kuumi quería sonar seria y ruda, pero su voz se quebraba. Ver a su hermana derribada, sin ánimos de levantarse, le dolía inmensamente —. ¡Mamá perdió su pierna, y ella se levantaría más rápido que tú!
Kuumi se colocó encima de Ranko y la abofeteó. Y Ranko sintió tanto sus propias lágrimas como las lágrimas de Kuumi que caían sobre su rostro.
—¡Odio que estés así! ¡Odio que hayas dejado de entrenar! ¡Odio que sientas que es tu culpa! ¿Entiendes? ¡No es tu culpa! ¡Deja de tenerte lástima! —Kuumi le espetó, asiéndola de su kimono y prácticamente azotándola contra el suelo.
—Yo también me odio. —respondió Ranko en un susurro.
—¡Nadie te odia, Ranko! ¡Entiende!
Kuumi alzó la mano para abofetearla de nuevo, pero la vio cubierta de la Suiken. Meme la había detenido, y luego tiró de ella y jaló así a su hermana adoptiva pelirroja, derribándola también.
—¡Kuumi! ¡Nuestra hermana necesita tiempo, no golpes! —La chica estaba enojada como pocas veces.
Kuumi se sacudió la Suiken con fuerza y se puso en pie. Aguantaba el llanto con ganas, y a la vez se notaba furiosa.
—Bien. ¡Bien! ¡Ódiate todo lo que quieras!
La joven se vio envuelta en relámpagos, y usó un jutsu para salir disparada del lugar, saltando por encima del muro.
Meme se acercó a Ranko, intentando ayudarle a levantarse.
—Gracias, Meme. Pero quiero estar así un rato. —le dijo Ranko con calma. También lloraba.
—Está bien, hermana.
Meme se sentó a su lado y esperó. Ranko había sido muy comprensiva y paciente con ella, le había enseñado que las personas tienen distintas maneras de vivir y distintas maneras de curarse. Meme no entendía por qué Kuumi quería acelerar el proceso, y a su vez, Kuumi no entendía por qué Meme prefería que Ranko siguiera sumida en su tristeza.
—Gracias. —suspiró.
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«¡Lyndis! ¡Sakumi-san, atiéndela a ella!... Cuando estés lista seguiremos, Lyn-chan... ¡Lyndis! ¡Te necesito! ... Puedes desahogarte en un combate contra mí después. Al final... Al final de todas las cosas.»
«De nada.»
Esa madrugada fue distinta. Los sueños de Ranko le hacían despertarse constantemente desde que regresó, pero la mayoría eran pesadillas melancólicas. La voz de Lyndis, su energía al pelear, su actitud firme, aquella noche juntas antes de la guerra... Ranko recordaba todo lo dulce, y luego su espíritu moría con la amargura de despertar en un mundo sin Lyndis. Era eso lo que desgarraba su ser. Era por eso que lloraba.
Pero esa madrugada vio un rostro distinto. Ruhara. Ruhara riendo mientras Lyndis caía, mientras Ranko caía. Ruhara disfrutando de haber acabado con la oni. Ruhara. Ruhara. Aquella maldita perra RUHARA.
Ranko sintió su sangre hervir. Gritó. Gritó hasta que le dolió la garganta. Intentó ahogar su grito con la almohada, pero no sirvió. Despotricó y maldijo a aquella kunoichi como nunca. Ranko lloraba y gritaba. Hecha una fiera, salió al jardín, donde tantas veces había practicado contra rocas y troncos, y contra su hermana y su madre. Fue y partió una roca en dos de una patada. Luego hizo añicos cada mitad con sendas patadas. El crujir de la piedra sonaba como la risa de Ruhara en su cabeza, lo cual le hizo golpear con más y más fuerza, y gritar más y más alto.
Sintió sus energías renovadas, alimentadas for una furia inhumana. Casi como una ogresa. Sus músculos ansiaban ser usados, sus piernas anhelaban propinar patadas. Y, casi sin querer, puso en práctica lo que había estado aprendiendo y entrenando por tantos años. Cómo canalizar su fuerza, cómo enfocar el chakra, cómo dejar ir los límites. No era una furia ciega, era una furia dirigida. El suelo se llenó de rostros de Ruhara, así que Ranko siguió golpeándolo mientras dirigía cada mota de su ser a patear con más energía.
No fue sino hasta que vio a su madre y a sus hermanas observándole desde el borde del jardín que se detuvo. Fue entonces que notó también que desprendía un aura distinta. Sentía su cuerpo arder, y sus músculos tensos a más no poder. Las dos coletas que le quedaban se alzaban ante el flujo de energía, y Meme pensó que en efecto parecían orejas de conejo.
—M-madre...
—Golpea —Su madre no estaba molesta por el destrozo que había causado en el jardín, sino le miraba fija y seriamente. En su corazón estaba orgullosa de que Ranko usara al fin aquello por lo que tanto se había esforzado, aunque le rompía que haya tenido que usar el dolor y la pena para impulsarse —. No dejes de golpear. Una vez abierta la Primera Puerta, no debes de parar, ni un segundo. Cada instante cuenta.
Ranko asintió, y siguió aporreando el suelo a patadas. Había hecho agujeros en la tierra, y la fuerza había agrietado la pared más cercana. La chūnin siguió hasta que, varios minutos después, su aura decayó y sus golpes se hicieron más débiles. El jardín estaba destruido en su totalidad, y no quedaban ni adornos, ni rocas, y la tierra estaba irregular, con agujeros por doquier. Una pared había caído, y otras dos se habían agrietado. La chica cayó de rodillas, y apenas y pudo sostenerse debido al agotamiento. Kuumi y Meme se apresuraron a asistirle.
—S-si... Si hubiera podido... Si entonces hubiera podido hacer esto...
—Nada pasa a como hubiese podido pasar. Todo pasa a como pasó —le dijo su madre —. No des un paso atrás. Sólo puedes trabajar con lo que tienes ahora.
—El dolor... No ha disminuido... Ni un poco.
—Pero tú te hiciste más fuerte. Y no hablo de esto, del jardín, del Hachimon Tonkō. Hablo de que estás aquí, afuera, hablando conmigo como si fueras una persona de nuevo. Una persona furiosa y cansada, pero persona de nuevo. Ése es el paso que cuenta.
—G-gracias. Por... Por soportarme... A mí y a lo que siento.
—De nada. —le respondió Meme mientras la llevaban de vuelta a su habitación con cuidado.
—Ya, ya. Aunque puedas usar la técnica de nuestra madre te patearé el trasero. —Kuumi quiso sonar ruda, pero sus ojos se empañaban con un par de lágrimas.
—Ve a dormir. Mañana retomaremos entrenamientos de resistencia.
Ranko asintió. No había sido un cambio drástico. Había sufrido y mejorado y recaído a lo largo de semanas. Sentía que todavía le faltaba mucho camino para reconstruirse. Sus hermanas le ayudaron a recostarse, y a pesar del dolor intenso que sentía en todo el cuerpo, logró dormirse al cabo de un rato.
Ya no vio a Ruhara en sus sueños, pero sí a Lyndis. Soñó con aquella vez que una ancianita les confundió con su hijo y su nuera. Soñó con la pena de que le llamaran una esposa. Soñó con la primera vez que se dio cuenta de lo guapa que era Lyndis. Y le dolió. Le dolió como todos los días, y al despertar notó que las lágrimas le habían empapado la almohada de nuevo. Pero, por primera vez, no deseó regresar al mundo de sus sueños, ni deseó unirse a su amada en el más allá. Sólo respiró profundamente y dejó que el resto de las lágrimas saliera. Y luego se puso en pie. Se estiró. Se vistió. Se vistió bien. Todavía le dolían los músculos de todo el cuerpo, y recordó que así se sentía entrenar. Hay que rasgar los músculos para que crezcan. Peinó su cabello a como Meme lo hacía. Pasó varios minutos respirando. Sí. Estaba decidida. Arreglarse le había tomado casi el triple de tiempo que hacía mucho, pero lo había logrado, y estaba decidida a entrenar con su madre.
Abrió la puerta y oyó un grito de su padre.
—¡Pero por todos los cielos! ¡Mi jardín! ¿¡Qué le pasó a mi hermoso jardín!?
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