2/01/2025, 23:02
—Buenos días, conejita.
Ranko abrió los ojos, pero no vio a Lyndis a su lado, sino el delgado resquicio en su cortina, el cual dejaba pasar la primera luz. La joven suspiró.
—Buenos días. —le dijo al recuerdo de su amor.
Se quedó acostada en su cama, suave para su cuerpo, rasposa para su alma. No hizo nada más que ver el techo de su habitación, o voltear hacia un lado y ver al haz de luz bañar la pared de la estancia.
Le había costado tanto dormir desde hacía un poco de tiempo, y le costaba tan poco despertarse en la mañana. Pero levantarse, eso sí que era un trabajo titánico. Su cuerpo no quería responderle, y se sentía pesado como nada.
Pasadas dos horas, se abrió la puerta. Una joven de piel morena llena se cicatrices, de cabello corto rojo, nariz grande y de ojos verdes, entró cargando una bandeja con desayuno.
—Vas a tirar eso. Deja que yo lo haga. —dijo una voz detrás de Meme. Se trataba de otra joven, de rasgos muy similares a Ranko, pero de mucha menor estatura, y de cabellos rojos.
—No lo voy a tirar. Nunca lo hago.
Kuumi resopló, un poco molesta.
—Buenos días, hermana—dijo Meme mientras colocaba la bandeja en la mesita de noche —. ¿Has dormido bien?
—Un poco —aceptó Ranko —. No tienen que hacer esto, Meme, Kuumi...
—¿Ya ves? Dale espacio, Meme.—soltó Kuumi, cruzándose de brazos. Sin embargo, Meme fue al otro lado de la cama, se sentó al lado de Ranko y la abrazó.
—Meme... Esto... Gracias.
Ranko le devolvió el abrazo y, al hacerlo, miró su mano derecha. No tenía pulgar. La mano seguía vendada, aunque sabía que la herida ya había cerrado. Y le dolía, como cuando uno se machuca con una puerta. Y no le dolía la mano, le dolía el pulgar. Se preguntó si su madre pasaba por algo así.
—¡Hooolaaa! ¡Buenos días, Princesa Conejo! —Una nueva voz sonó. Era una mujer alta, madura, de rostro y cuerpo atractivo, aunque de expresión cansada. Le faltaba el antebrazo derecho, así como la pierna derecha hasta la rodilla.
Ranko no pudo evitar sentir una fuerte presión en el estómago al ver a su madre entrar con una muleta a su habitación.
"Es... Es mi culpa. Todo es mi culpa."
—Woah, ¡Pero si el día está precioso! —dijo Komachi —. ¿No quieres ir a pasear hoy, Ranko?
Meme dejó de abrazar a su hermana adoptiva, pero siguió sentada a su lado. El labio de Ranko tembló.
—No. G-gracias.
—¡Oh, vamos, Ranko! ¡Ya es hora de...!
—Kuumi, deja —la interrumpió la madre —. Está bien, cariño. Descansa lo que necesites. Si quieres algo, no dudes en pedirlo. Si quieres hablar, todos estamos para ti.
Komachi se acercó y besó su frente. Acto seguido salió de la habitación, y le hizo un gesto a Kuumi para que le siguiera. Ésta se acercó a Ranko y la abrazó muy breve pero cálidamente, y luego salió. Meme le abrazó una vez más, por casi un minuto entero, y luego salió también.
Y Ranko permaneció allí, mirando el resquicio en la cortina, deseando que los rayos del sol matutino la incineraran.
Ranko abrió los ojos, pero no vio a Lyndis a su lado, sino el delgado resquicio en su cortina, el cual dejaba pasar la primera luz. La joven suspiró.
—Buenos días. —le dijo al recuerdo de su amor.
Se quedó acostada en su cama, suave para su cuerpo, rasposa para su alma. No hizo nada más que ver el techo de su habitación, o voltear hacia un lado y ver al haz de luz bañar la pared de la estancia.
Le había costado tanto dormir desde hacía un poco de tiempo, y le costaba tan poco despertarse en la mañana. Pero levantarse, eso sí que era un trabajo titánico. Su cuerpo no quería responderle, y se sentía pesado como nada.
Pasadas dos horas, se abrió la puerta. Una joven de piel morena llena se cicatrices, de cabello corto rojo, nariz grande y de ojos verdes, entró cargando una bandeja con desayuno.
—Vas a tirar eso. Deja que yo lo haga. —dijo una voz detrás de Meme. Se trataba de otra joven, de rasgos muy similares a Ranko, pero de mucha menor estatura, y de cabellos rojos.
—No lo voy a tirar. Nunca lo hago.
Kuumi resopló, un poco molesta.
—Buenos días, hermana—dijo Meme mientras colocaba la bandeja en la mesita de noche —. ¿Has dormido bien?
—Un poco —aceptó Ranko —. No tienen que hacer esto, Meme, Kuumi...
—¿Ya ves? Dale espacio, Meme.—soltó Kuumi, cruzándose de brazos. Sin embargo, Meme fue al otro lado de la cama, se sentó al lado de Ranko y la abrazó.
—Meme... Esto... Gracias.
Ranko le devolvió el abrazo y, al hacerlo, miró su mano derecha. No tenía pulgar. La mano seguía vendada, aunque sabía que la herida ya había cerrado. Y le dolía, como cuando uno se machuca con una puerta. Y no le dolía la mano, le dolía el pulgar. Se preguntó si su madre pasaba por algo así.
—¡Hooolaaa! ¡Buenos días, Princesa Conejo! —Una nueva voz sonó. Era una mujer alta, madura, de rostro y cuerpo atractivo, aunque de expresión cansada. Le faltaba el antebrazo derecho, así como la pierna derecha hasta la rodilla.
Ranko no pudo evitar sentir una fuerte presión en el estómago al ver a su madre entrar con una muleta a su habitación.
"Es... Es mi culpa. Todo es mi culpa."
—Woah, ¡Pero si el día está precioso! —dijo Komachi —. ¿No quieres ir a pasear hoy, Ranko?
Meme dejó de abrazar a su hermana adoptiva, pero siguió sentada a su lado. El labio de Ranko tembló.
—No. G-gracias.
—¡Oh, vamos, Ranko! ¡Ya es hora de...!
—Kuumi, deja —la interrumpió la madre —. Está bien, cariño. Descansa lo que necesites. Si quieres algo, no dudes en pedirlo. Si quieres hablar, todos estamos para ti.
Komachi se acercó y besó su frente. Acto seguido salió de la habitación, y le hizo un gesto a Kuumi para que le siguiera. Ésta se acercó a Ranko y la abrazó muy breve pero cálidamente, y luego salió. Meme le abrazó una vez más, por casi un minuto entero, y luego salió también.
Y Ranko permaneció allí, mirando el resquicio en la cortina, deseando que los rayos del sol matutino la incineraran.
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