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Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
#1
Entre la eterna lluvia y el aburrido pavimento, la cotidianidad gris de Amegakure no se veía perturbada en ningún momento. O al menos eso parecía hasta que se pasaba enfrente del hospital de la aldea. Allí en la calle solían verse cantidades regulares de gente saliendo y entrando del edificio, pero ese día en particular se había formado un tumulto de personas alrededor de un extraño espectáculo.

—¡Damas y cabelleros! ¡Kunoichis y shinobis!— La voz de un hombre se escucha desde en medio de la multitud, siendo en él en que todas las miradas se enfocaban —¡Aprecien ahora al muñeco del diablo!— Se trataba de un extraño peluche humanoide de color rojo y una gran nariz naranja, el cual estaba danzando sin que ningún hilo le hiciese moverse.

El joven Isa iba de camino al nosocomio para ver de nuevo a su abuela internada. Ya habían pasado unas semanas desde la última vez que la había visitado, aunque en esa ocasión ni siquiera le dejaron verla. En esos momentos serían las horas cuando el agonizante sol deja de regalo su última lumbrera, más la perpetua tempestad nunca permitía que aquel espectáculo fuese apreciado. Kagetsuna era conciente de la hora, pero sus entrenamientos y demás desvaríos no le habían permito irla a visitar desde antes. En algún momento se topó con la multitud que se había conglomerado ante el artista callejero.

"Me lleva la que me trajo, no veo nada."

Su altura le impedía ver por encima de los adultos y abrirse paso no era una opción muy buena que se diga. No le importaba aplazar un par de minutos su llegada, tenía curiosidad por el supuesto juguete endemoniado.

En ese mismo lugar estaban un par de vendedores callejeros a las afueras ofreciendo chucherías, aprovechándose de ser un sitio concurrido para menudear a los familiares de los pacientes. Sin embargo, por la misma hora muchos ya se habían retirado, dejando únicamente en el sitio a un viejo guardando su mercancía y a una muchacha que tenía dulces y frutos secos en variedad. Lentamente, la gente dejó de prestar atención al espectáculo, mientras las luces de las lámparas empezaban a prenderse en las calles.
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#2
Sucede que en aquél día Daruu estaba sentado en un banco, en la calle del hospital. Se había detenido, fatigado, después de una dura mañana de entrenamiento. A pesar de que los entrenamientos con su abuela sucedían mientras estaba en una especie de sueño o trance, tanto los golpes como el esfuerzo que tenían lugar dentro de los pergaminos se reflejaban también fuera de ellos.

Así pues, estaba recuperando el aliento mientras observaba con interés una especie de espectáculo callejero que estaba teniendo lugar y que desde luego estaba atrayendo mucho la atención. Se trataba de un peluche rojo con una nariz naranja bien grandota, que parecía moverse y bailar solo.

Podría haber activado su Byakugan, pero eso sería contraproducente: fatigaría aún más su cuerpo por el uso del chakra y sus ojos... Bueno, por el uso del Byakugan. De modo que simplemente empezó a darle vueltas a cómo debía funcionar el muñeco, y llegó a la conclusión de que probablemente aquél tipo lo estuviera manejando con algún tipo de control del chakra.

—¿Quieres una piruleta, chavalín? —Un hombre con una sonrisa enorme se le acercó ofreciéndole una piruleta roja con forma de corazón—. Las vendo baratas. Sólo 2 ryo.

«Vete a la mierda, ¿no ves la bandana? Soy todo un adulto serio y responsable», pensó decir.

—Por qué no, deme una —dijo.

Así pues, compró la piruleta, la abrió y se la metió en la boca. Se despidió del vendedor callejero, se levantó, hizo un pequeño estiramento y procedió a marcharse hacia casa.
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No hay marcas de sangre registradas.
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#3
El espectáculo iba perdiendo público con el transcurso de los minutos, pues debido a la hora muchos debían regresar a sus casas. Uno que otro le dejó algunas monedas al titiritero mientras el resto de los espectadores se iba sin más. Obviamente el artista no estaba para nada contento con el resultado. Quizás en otro sitio y en otra época hubiese sido una maravilla a los ojos, pero muchos fácilmente podían deducir el cómo funcionaba su truco.

Por su parte, Kagetsuna por fin logró abrirse paso entre la multitud de gente ~sólo porque esta se disipó~. Pero, la función ya había terminado. Era curioso apreciar su carita de niño decepcionado al darse cuenta de que se lo había perdido, mientras observaba al hombre guardar el pañuelo con el dinero y a su muñeco.

—Fuuuu...

No le quedaba de otra que seguir su camino hasta el interior del hospital. Le dio la espalda al hombre, pero no dio ni dos pasos cuando escuchó un fuerte golpe tras de sí. Se dio la vuelta por acto de reflejo y pudo percatarse de que el sujeto se había desmayado repentinamente.

"¿Qué demonios?"

Este no sería el único suceso extraño ahí mismo, pues cerca de una banca del sitio se desplomó también una de las vendedoras de dulces. El Senju dudaba si ayudar al hombre o la comerciante, a su vez que algunos de los pocos curiosos que aún quedaban se sorprendieron y empezaron a murmurar al respecto.

—¡Qué alguien me eche una mano con esto joder!— Gritó molesto el pelimorado, pues ninguno de los presentes se atrevió a intentar socorrer a los desmayados. Además, él no tenía intenciones de cargar a ambos para adentro del edificio, por algo estaban frente al centro médico.
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~Ausente los fines de semana~
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#4
Cuando estaba a punto de salir de la calle, escuchó una sorpresa grupal a sus espaldas, seguida de un murmullo acelerado. Daruu se dio la vuelta, pero la muchedumbre no le dejaba ver lo que pasaba detrás. El Hyuuga se encogió de hombros, volvió a voltearse, y siguió su camino, despreocupado.

—¡Que alguien me eche una mano con esto joder! —Un grito de alguien, joven, a sus espaldas de nuevo. Otra vez los murmullos.

Curioso, Daruu volvió a girarse, ya casi en la otra calle, y activó su Byakugan para ver mejor. Al parecer dos personas se habían desmayado, una de ellas el artista y la otra una comerciante. Probablemente por exceso de esfuerzo, por el calor humano, o por agobio.

Daruu hizo entonces lo que todo el mundo haría en una situación como aquella, pero lo que nadie admitiría directamente. Desactivó su dojutsu, se dio la vuelta de nuevo, y echó a caminar calle abajo, no solucionando el problema pero sí quitándoselo de la vista. Su trabajo era el de ser ninja, y el trabajo de los médicos era ayudar a esa gente. Y estaban delante del hospital, así que supuso que nadie corría peligro.

—Mmh... —pensó un momento, al girar la esquina. Pareció reflexionar unos instantes, con el rostro ladeado.

Entonces giró a la derecha y entró en una taberna con taburetes donde hacían un ramen cojonudo.
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No hay marcas de sangre registradas.
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#5
A pesar de su llamado, nadie acudió. Muchos sólo se amontonaron a su alrededor, dejándole el trabajo pesado al joven Isa.

"¿Pero qué le pasa a esta gente?, ¿qué están esperando?, ¿qué se levante sólo para meterse al hospital?"

Por suerte, alguien se había dignado a llamar a unos enfermeros del centro asistencial, los cuales al llegar a la escena empezaron a brindarle atención a los dos caídos. Kagetsuna suspiró, pues vió cómo se los llevaban al interior con todo y sus cosas. Él no es que fuese metiche, pero siguió al grupito ya que de por sí había ido para visitar su abuela. Lo que no se esperaba era que le impidiesen verla por ser más de las seis de la tarde.

"¿Desde cuándo hay horario para visitas?"

Él recordaba que la última vez había permanecido hasta la media noche, de hecho quiso usarlo como excusa, pero la negativa fue contundente. La razón que le dieron es que la vez anterior había ingresado mucho más temprano, aunque en esa ocasión estuvo horas de horas sin que le autorizaran el acceso. Estaba furioso, había caminado nuevamente en vano. Se sumaba también la frustración de cuando nadie le ayudó con los vendedores, no porqué de verdad se preocupase por el bienestar de los afectados sino por el hecho de que siempre terminaba haciendo el trabajo que nadie más quería. Era muy bueno encontrando cosas para añadir a su lista de razones para odiar al mundo.

Se fue del sitio lanzando improperios, odiaba cuando le hacían perder el tiempo. Hubiese seguido así de no ser por el repentino ruido de su estómago. La necesidad biológica se imponía a su rabia.

Volteó a ver si había algún puesto de comida cerca, pero lo único que alcanzó a divisar fue una taberna. ¿Qué demonios tendría que hacer un menor de edad en una taberna? Nada, pero eso a él no le importaba. Tenía hambre y mal humor, al menos podría quitarse lo primero. Sin más, ingresó al local con su mala cara, yendo a sentarse a uno de los taburetes, apoyando su brazo derecho en la barra a la vez que colocaba su pierna en el asiento de a la par, dejándola colgar.

—Un ramen, de res, picante.—. Ordenó autoritariamente sin siquiera decir por favor, mientras se componía el flequillo con la zurda.

Iba a pedir algo de beber, pero no sabía si allí habría una bebida legal para su edad. Ese no era su día.
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#6
Aquél puesto de ramen se llamaba El fideo bailongo, y era un lugar que no solía frecuentar, pero que sin temor a equivocarse tenía los fideos más ricos de aquél barrio. Era un local estrecho, con el suelo cubierto de azulejos blancos y negros, siempre un poco resbaladizos o pegajosos, una de dos, por el aceite, las manchas del caldo, o el vapor de agua de la cocina condensado. Aquél día estaba pegajoso. Sus sandalias hicieron sclack, sclack un par de veces, y se sentó en uno de los taburetes de color rojo intenso. La barra era de caoba, siempre con un aspecto impoluto, y del techo al otro lado colgaban innumerables recuerdos de otra época: cucharas antiguas, fotos con Arashikages y con jounin populares de la villa...

Y estaba Ryuuichi, claro. Ryuuichi era un hombre enjuto, muy viejo, pero se movía con una velocidad pasmosa y llevaba el establecimiento él sólo. El cuerpo lo tenía en mejor sitio que la cabeza, no obstante. Cada vez que alguien entraba al fideo bailongo, Ryuuichi solía decir que...

—Ahh, tengo tres hijos y los tres piensan que necesito ayuda, ¡pero joven: sigo teniendo los huesos en su sitio, y mis codos y rodillas no necesitan aceite! ¡No lo necesitan!

—Claro que no, Ryuuichi-san, si se le ve más joven hoy todavía que la última vez que le vi —rio Daruu—. Por favor, póngame un ramen con carne de cerdo y curry. Picante. Y una lata de Amecola

Ryuuichi carraspeó mientras se agachaba y extraía de debajo de la mesa una lata de Amecola bien fresquita. Daruu la abrió y disfrutó del satisfactorio sonido que hacen las latas de refresco con gas cuando las abren. El viejo se dio la vuelta, y de otro estante le puso un vaso al lado.

—No necesito el vaso, tranquilo.

—Ay, los jóvenes —negó con la cabeza Ryuuichi—. Se te va a subir el gas a la cabeza, hombre. —Volvió a poner el vaso donde estaba, y se metió en la cocina, que estaba tras una puerta, detrás de la barra.

Daruu le pegó un sorbo a la Amecola. La cortina metalica de la puerta anunció un nuevo visitante. Miró de reojo. Era un muchacho extravagante que ya había visto alguna vez. No tenía ojo, eso destacaba. El pelo era morado, eso destacaba más. ¡Llevaba un parche con una guardia de katana! ¡Eso sí que destacaba!

En contraposición, no destacaba por ser hablador. Se sentó dos taburetes más allá que Daruu. Parecía malhumorado, pero eso no era excusa para ser también un maleducado y poner el pie en el asiento de al lado, casi rozándole a él el muslo.

—Un ramen, de res, picante.—.

—¡Oído cocina! —contestó Ryuuichi, sin salir de los fogones.

—Disculpa, ¿Kagetsuna-san? —llamó la atención educadamente Daruu—. No es de buena educación ocupar otro asiento con tu pierna, y el señor Ryuuchi se va a poner de muy mal humor si te encuentra así. Por favor, ¿puedo pedir que la retires?
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No hay marcas de sangre registradas.
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