Este foro utiliza cookies
Este foro utiliza cookies para guardar tu información de inicio de sesión si estás registrado, y tu última visita si no lo estás. Las cookies son pequeños documentos de texto guardados en tu ordenador; las cookies establecidas por este foro sólo pueden ser utilizadas en este mismo sitio y no poseen riesgos de seguridad. Las cookies de este foro también llevan un registro de los temas que has leído y cuándo fue la última vez que los leíste. Los administradores NO tienen acceso a esta información, sólo TU NAVEGADOR. Por favor confirma si aceptas el establecimiento de estas cookies.

Se guardará una cookie en tu navegador sea cual sea tu elección para no tener que hacerte esta pregunta otra vez. Podrás cambiar tus ajustes sobre cookies en cualquier momento usando el link en el pie de página.
Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
#1
Despedida del 219


Granizaba. Pedruscos de hielo que caían de todas partes, arrastrados por vientos huracanados que levantaban olas tan gigantescas que bien podían ser las hermanas pequeñas de un tsunami. El Gran Dragón, como así le habían bautizado algunos de los suyos, permanecía en lo alto del acantilado, como queriendo desafiar a la naturaleza. Estaba desnudo de cintura para arriba, mostrando sus grandes y recuperados músculos, que se movían como engranajes perfectamente sincronizados mientras danzaba con la Dai Tsuchi repartiendo golpes en el aire a un enemigo invisible.

Un golpe. Y otro golpe. Y otro. Levantaba la más pesada de las armas con una facilidad pasmosa y la hacía bajar con la contundencia de una avalancha. Oh, sí, Ryū estaba de vuelta. Con el último movimiento, dejó la cabeza de su martillo de guerra en el suelo, apoyando las manos en la base del mango.

Alguien acababa de llegar.

¿Sabes para qué te he llamado?



Hola, aquí Datsue, Hueco de Narrador. Esta trama sucede 2 meses después de De nuestras cenizas, y profundizará un poco más en la relación maestro-pupilo de Ryū y Kaido, así como en el lado más personal del primero. Va a ser cortita, ¡pero intensa! Así que...

¡LETS GO!

PD: Haciendo uso de la Reespecialización, Ryū recuperó su Fuerza 100. Mantiene el mismo nivel.
[Imagen: S0pafJH.png]
Responder
#2
Poderosas ventiscas azotaban sus largos cabellos aguamarina, que se mecían al son de los gélidos vientos de invierno. La figura indómita del tiburón rompió la penumbra del granizo y avanzó a paso decidido hasta encontrarse con la portentosa silueta del Gran Dragón. Ryū, al borde de un abismo infinito, azotaba su mastodóntica arma con una destreza que se antojaba olvidada, pero que finalmente había vuelto a él y que le permitía brillar con todo su esplendor.

La sombra de Umikiba Kaido se ciñó sobre su nuevo maestro. Acomodó su haori para arroparse del frío—una pieza de tela negra, gruesa y pesada; que cubría su vestimenta habitual. En varios puntos de la prenda, sendos dragones tribales danzantes de color azul bordados la adornaban—. y se detuvo sólo cuando no hubiese más pasos que dar. Asomó la mirada al vacío, y contempló la espesa neblina que impedía ver el final del acantilado.

—Para cortar las partes blandas.
Responder
#3
Ryū no respondió de manera inmediata, sino que su mirada estaba perdida en algún punto de su Dai Tsuchi. Distraído, uno de sus dedos rozó la inscripción tallada en la cabeza de hierro del arma. La inscripción que le daba nombre: Cometruenos.

Las tres villas celebran el fin de año plantando semillas, lanzando fuegos artificiales y echando farolillos al aire. Yo tengo otra tradición —le explicó, mucho más hablador de lo normal—. Me deshago de algo que me guste demasiado.

O, como Kaido acababa de decir, cortaba las partes blandas. Aquel año, había sido el tabaco. No por salud —pese a que ahora el único pulmón que le quedaba seguro se lo agradecía—, sino porque no soportaba la dependencia que había generado en él. La forma en que su cuerpo demandaba un cigarro cada pocas horas. Había llegado a la conclusión que le gustaba tanto que le costaba no consumirlo, y por eso, en Despedida del año 218 le había puesto fin, de golpe y porrazo.

En las últimas semanas había estado meditando mucho sobre qué desprenderse en esta Despedida. No había sido sino hasta aquel día que lo tuvo claro.

Cometruenos ha estado conmigo desde que nací. —Normalmente, esto sería una exageración en boca de otros. Ryū, por otra parte, no era de jugar con las palabras. Cuando hablaba, era literalmente—. La gente la ve, y me ve a mí. —La asociaban tanto a él como la melena a un león. Como el veneno a una serpiente. Como el Sharingan a un Uchiha—. Me he machacado para poder volver a empuñarla. —Ryū no le miraba, sino que sus ojos estaban puestos en el mar, en la línea difusa que se unía con el cielo, emborronada por la niebla. El granizo estaba dando una pequeña tregua y ahora solo llovía—. He hecho sacrificios para manejarla como ella se merece.

Había recuperado kilos y kilos de músculo. Tantos que Kyūtsuki tuvo que ponerle una máquina de oxígeno porque se ahogaba por las noches. Tanto que había citado a Kadio a aquella hora —sin subir juntos— porque no quería que le viese echando el pulmón que le quedaba por la boca por simplemente escalar el maldito acantilado que tenían sobre la guarida. Tanto que notaba su cuerpo como un lastre pesado con el que tuviese que cargar a todas horas. Tanto que se sentía cansado durante todo el día. Y, por eso…

Ryū lanzó la Dai Tsuchi al mar, al mismo tiempo que una luz lejana hendía las nubes. No se llegó a oír el característico rugido del relámpago, sin embargo. Justo en ese momento, la Dai Tsuchi había colisionado contra el océano, levantando una ola a su alrededor y produciendo tal golpetazo que eclipsó el trueno. Se lo comió.

Cometruenos había hecho honor a su nombre por última vez.

¿Entiendes por qué lo hago, Kaido?
[Imagen: S0pafJH.png]
Responder
#4
Las tres villas celebran el fin de año plantando semillas, lanzando fuegos artificiales y echando farolillos al aire. Yo tengo otra tradición —una tradición que bien Money y la Anciana habían tenido el decoro de contarle con el suficiente detalle como para que supiera de qué estaba hablando—. Me deshago de algo que me guste demasiado.

Y aquí, hemos de hacer un paréntesis. A lo largo de su vida como un servidor de Dragón Rojo, Ryū se había desecho tal y como dijo, de algo que le gustase demasiado. O, en pocas palabras, de algo que representase en él una debilidad. El tabaco había sido uno de ellas, y también la más reciente de todas —una medida que bien haría Akame considerar poner en práctica, porque al ritmo con el que fuma el Uchiha, probablemente perdiese primero un pulmón que alguno de sus ojos por el uso excesivo del sharingan—. así como seguramente otras tantas de las que Kaido no tenía conocimiento. Sin embargo, la debilidad extirpada que realmente importaba para entender quién es Ryū, el Gran Dragón, no era otra sino aquella que sentenció a una mafia entera y significó la extinción entera de Kurhebi: el asesinato de su propia esposa e hija, víctimas por el peso de su propia mano. Ellas habían sido entonces su mayor debilidad, y para poder lograr su objetivo, se había deshecho de ellas.

Así que sí, conocía el método impráctico de su mentor, pero aún no era capaz de entenderlo.

Cometruenos ha estado conmigo desde que nací —Kaido miró a Cometruenos, cuyo aspecto se asemejaba al arma que forja un Dios, y frunció el ceño. ¿Tan antigua era, y realmente estuvo presente en la vida de Ryū desde que era un bebé?—. La gente la ve, y me ve a mí. Me he machacado para poder volver a empuñarla —y Kaido había sido testigo de ello. Había recuperado su temple para poder darle a su arma la blandida que merece, pero a costa, claro, de sacrificio. Así lo era todo en la vida, quid pro quo—. He hecho sacrificios para manejarla como ella se merece.

Cometruenos rompió el viento y abandonó la portentosa mano de su dueño. La gravedad hizo lo propio, y su amada arma cayó al vacío a peso de plomo, precipitándose en el mar, con el murmullo de una centella siendo opacada por el abrazo de Suijin. Los ojos del gyojin permanecieron fijos en la negrura. ¿Así de fácil era para él? ¿era sólo cuestión de abrir la mano y dejar ir?

—Porque te hace débil —sintetizó, tratando de encontrarle la lógica y la razón a lo que seguramente tenía un significado más personal y profundo para él.
Responder
#5
El Gran Dragón asintió.

Antes de que acabe el mes, tú también te desharás de algo. Un vicio, una pertenencia, lo que sea. Ni siquiera tiene que ser malo para ti, lo único que importa es que te guste. Te guste demasiado. Y por propia voluntad, tú mismo lo enterrarás en el fondo del mar. Sin excepciones. Sin excusas. Le darás la espalda y te olvidarás de ello.

Giró sobre los talones, dando la espalda al mar.

Tenías razón. El otro día. Tenías razón. —Kaido sabía bien de qué día hablaba—. Ryū era invencible. Sin puntos débiles. Sin imperfecciones. Jamás había conocido la derrota, y por eso, no supo cómo afrontarla. Ryū está condenado al fracaso, Kaido. Porque se cree algo que ya no es. Porque está en estado de negación, como tú me decías. Porque nunca va a admitir que le falta un pulmón y que nada volverá a ser lo mismo. —Kaido se había dado cuenta de ello en su combate en la Ciudad sumergida de la Niebla. Pero él se había negado a escucharle, demasiado aferrado a su ser de antaño. Al hombre implacable en el que se había convertido, y que ya no era. Ni podría volver a ser. Era precisamente por ese motivo que…—. Por eso tengo que matarlo, antes de que me arrastre consigo, y traer de entre los muertos al hombre que un día fui. Porque ese hombre sí conoció la derrota, y sabía cómo enfrentarse a ella. Porque ese hombre sí tenía debilidades, y sabía cómo usarlas a su favor.

Probablemente Kaido no entendiese nada de lo que le estaba contando, pero no importaba. Ya lo haría.

Prepárate para un viaje largo, Kaido. Ha llegado la hora de recuperar lo que es mío.
[Imagen: S0pafJH.png]
Responder
#6
¿Él, deshaciéndose de una debilidad? ¿acaso era una idiosincrasia que le serviría de algo?... Miró a Ryū y se mantuvo en silencio. No dijo que , tampoco dijo que no. No era ni siquiera un veremos. Su mente estaba perdida, buscando aquellas cosas, materiales o no, que le gustasen demasiado. Realmente no eran muchas o eso es lo que quería creer, pero había una de ellas...

Se cerró el haori y lo ocultó, dejando que las nuevas maquinaciones del Dragón le abrazaran. Como siempre, no entendía gran parte de su verborrea, pero la vida en Dragón Rojo le había enseñado que, en algún punto de la travesía Ryū te hacía comprender las cosas que decía. Tal y cómo las decía.

Como si hubiesen salido de tu boca en primer lugar.

—¿Adónde vamos?
Responder
#7
Donde nací —respondió, y no aclaró nada más. Ni lo haría, aunque Kaido preguntase por ello. A Ryū no le gustaba hablar por hablar, ni usar más palabras de las necesarias. Y, en aquel caso, el destino de su viaje era algo que Kaido ya descubriría por sí mismo, a su debido tiempo.

Horas más tarde, los dos Ryūtōs se encontraban ya cruzando el océano en un barco llamado Baratie. Una modernidad que bien valía una pequeña fortuna, utilizado normalmente para el transporte de mercancía. Money había entrado en cólera cuando Ryū se lo llevó sin previo aviso. Aseguraba que ese barco les reportaba miles de beneficios, y que un solo día de retraso significaría gigantescas pérdidas. Y Ryū decidía llevárselo así por las buenas, sin aclarar el destino, o tan siquiera el día de vuelta.

No, claro que no se lo dijo. Porque era algo que Money no necesitaba saber, y, como ya se mencionó, a Ryū no le gustaba emplear más palabras de las necesarias.

Las velas hacían casi todo el trabajo, dejando el motor apagado la mayor parte del tiempo. Solo cuando el viento amainaba activaban la hélice para compensar la falta de fuerza, ahorrándose los minutos, las horas o incluso los días en los que una embarcación corriente se quedaría casi a la deriva.

Deberías aprender a manejarte con esto —comentó Ryū, al timón. Izar las velas. Activar la maquinaria. Controlar las rutas marítimas y la brújula… Ryū podía ser un monstruo de músculos y huesos duros como el titanio, pero también sabía manejarse con aquellas cosas.
[Imagen: S0pafJH.png]
1
1
1
Responder
#8
«Y traer de entre los muertos al hombre que un día fui» —se repitió como un mantra, dándole sentido al rumbo que pondría destino a Kaido y Ryū. Curioso, cuanto menos, aquella frase. Porque fue así, hace unos pocos meses, que el viejo Umikiba Kaido recuperó la esperanza de volver: volviendo a la tierra que alguna vez le vio nacer, entre lluvias torrenciales y centellas.

. . .

Su mano acarició el timón. Vaya que ese barco le traía buenos recuerdos. Y malos, también. Pero en él, en ese armatoste que navegaba los mares como si fueran suyos, había vivido grandes cosas. Su aventura en Taikarune que le llevó hasta Katame. La vuelta al puerto de las Aguas Termales. Reencontrarse con bám bám Kano. Su partida en altamar para conocer a la Reina del Océano. La muerte de Shaneji. Vaya que Baratie guardaba muchas anécdotas, vaya que sí.

—No sé si me merece el tiempo aprender —se señaló las agallas—. ¿Cuánto tenemos de viaje hasta tu hogar?
Responder
#9
Ryū no replicó al primer comentario. Kaido era lo suficientemente maduro como para poner en una balanza los pros y los contras y decidir por él mismo. A lo segundo, en cambio, respondió:

Tres días y cuatro noches. —Ni una más. Ni una menos.

Los días pasaron lentos en Baratie. Ryū podía ser muchas cosas, pero desde luego no era un gran conversador. No le gustaba hablar del tiempo, ni de cualquier otra cosa banal. Ni de mujeres. Ni de fiestas. Ni chistes. Ni nada de nada. Era más bien reservado, y hablaba cuando era necesario hablar. Durante el trayecto, los Ryūtōs se alimentaron de arroz, sándwiches vegetales, salmón, atún, aguacate, fruta variada y una buena cantidad de suplementos alimenticios —todo tipo de batidos proteicos y vitamínicos—. De postre una chuleta de ternera de tres kilos. El cuerpo de Ryū no estaba hecho por un milagro de la genética —que, en parte, también—, sino que era la prueba viviente de esa frase tan manida: somos lo que comemos.

Y Ryū comía sano, limpio, alejado de comidas procesadas y con cuidado de no caer en ninguna deficiencia alimenticia. Si Kaido pretendía ponerse tan fuerte como él, más le valía que empezase a tomar nota.

Ahí está —dijo Ryū, al final del tercer día, al ver tierra en el horizonte. El Gran Dragón todavía no había aclarado a Kaido cuál era su destino. Lo único que sabía el Umikiba es que habían partido de Ryūgū-jō, bordeando la isla principal del País del Agua por su lado oeste, y luego tomado rumbo noreste, probablemente hacia una de las grandes islas del archipiélago. ¿O pretendían dar la vuelta al mapa y llegar hasta Coladragón? ¿Por eso Ryū había permanecido tan enigmático al respecto?

A aquellas alturas, Kaido solo podía teorizar.

No obstante, Ryū tomó el timón y, lejos de dirigirse a costa, desvió el rumbo para mantenerse a distancia, viajando en paralelo a la isla. Pese a que había dado la impresión de que habían llegado a destino, necesitaron otra noche navegando por el mar hasta que el Gran Dragón viró a costa, con la primera luz del alba, hacia una diminuta playa nevada que se veía en la lejanía.

Apaga el motor. —Durante el viaje, Kaido había aprendido más bien poco. Pero su inteligencia le daba para recordar cuál era el conmutador requerido y que para apagarlo tenía que ponerlo en modo off.
[Imagen: S0pafJH.png]
Responder
#10
Tres días largos, y cuatro noches más eternas aún. Cabe decir que viajar junto a Ryū, más allá del prospecto de enseñanzas que supondría aquél viaje de descubrimiento personal; no resultaba ser precisamente el mayor de los placeres ni mucho menos. Con él, todo era muy simple. Con él, todo era muy básico y terrenal. No había largas charlas sin sentido que arrebataran tensiones o les permitiera matar el tiempo, ni cervezas en la mesa para compartir esas anécdotas, o hermosas mujeres para amenizar la vista. Sólo habían palabras escuetas allí cuando realmente hacían falta, y el resto del tiempo, un silencio sepulcral digno de un velorio. Pero Kaido lo entendía perfectamente. Había mucha gente en este mundo que podía entretenerte con una charla, pero nadie iba a enseñarle lo que Ryū podía hacer. Que aquél viaje hasta aquella pequeña isla nevada en algún punto muerto del gran Archipiélago del Agua era sólo un pequeño sacrificio.

El escualo miró absorto su destino, a la distancia; iluminado por los primeros rayos del sol. La nieve matutina caía sobre sus regazos, y una sensación de adrenalina le apabulló por un instante.

Habían llegado.

Click. Apagado. El motor dejó de funcionar y las hélices detuvieron su giro. Era hora de atracar en puertos desconocidos, que daban rumbo al hogar del Gran Dragón.
Responder
#11
La aproximación a tierra fue lenta pero segura. Con el motor apagado, Ryū maniobró con solo la vela mayor izada, hasta situarse a unos treinta o cuarenta metros de la orilla. Recogió las velas, y tiró el ancla al fondo marino. Asegurado Baratie, Ryū llenó una gran mochila impermeable de provisiones y la propia ropa que vestía. Se subió al bauprés y se lanzó al agua.

Ver llegar a Ryū a la orilla era como ver una ballena varada. Sus fosas nasales expulsaban el agua que se colaba por los orificios en cascadas a presión, y su boca no paraba de abrirse y cerrarse en busca de un oxígeno que no encontraba. Con un pulmón menos, necesitaba respirar más rápido para transportar el oxígeno que necesitaban sus desorbitados músculos, pero ni con esas era suficiente.

Completamente desnudo, el Gran Dragón pisó la nieve que ocultaba una playa de arenas grises, y permaneció inmóvil, como una estatua, durante largos minutos. No tenía heridas, pero bufaba como un toro herido de muerte. La cicatriz que le había dejado Uchiha Zaide era de las que dejaban huella, no en lo superficial, sino en lo más hondo. Y no, no metafóricamente. Ryū no era de jugar con las palabras.

Abrió la mochila que llevaba a la espalda y se vistió con un abrigo de piel de oso, una bufanda negra, un pantalón negro y botas negras. Hacía un frío demencial.

Nadie debe vernos —dijo, buscando con sus orbes verdes movimiento entre los árboles. Un gran bosque rodeaba la playa de lado a lado. Pinos silvestres, abetos… manchados de un blanco tan hermoso y brillante que obligaba a entrecerrar los ojos porque hacía daño a la vista. Literalmente. Ryū no era de jugar con las palabras. Ningún vivo debe habernos visto —remarcó, por si a Kaido no le había quedado del todo claro.
[Imagen: S0pafJH.png]
Responder
#12
Cuando Baratie se detuvo, finalmente, Ryū se preparó para tocar tierra firme. Lo curioso de aquello fue que por una razón que no llegó a entender en ese momento, lo hizo zambulléndose de cabeza al agua, fría como un páramo; desnudo tal y como amenokami lo trajo al mundo. Su piel de ébano rompió las tonalidades cristalinas del mar helado y se largó a nadar. Kaido lo contempló todo desde el bauprés. De lo difícil que le había sido un simple nado de unos cuantos metros.

«Está probándose a sí mismo»

Su cuerpo azul y minúsculo en comparación con el del Gran Dragón cayó en picada desde lo más alto del portentoso Baratie, aunque él no entró al agua. El mar salpicó ante el impacto de su estruendosa caída, con sus pies rebosantes de chakra que le mantuvieron firme por sobre la superficie. Así pues, navegó las olas sin mojarse ni un dedo y se detuvo allá en donde Ryū vestía. El escualo acomodó su mochila —también impermeable y prevista de las provisiones que ambos habían considerado necesarias para la travesía—. y se abrigó con su haori oscuro, que con el tiemble de su cuerpo, pareció derramar más copos de nieve de los que sus ojos podían contar.

—Tú guía el paso, y yo te sigo en el más absoluto silencio —por supuesto que le había quedado claro. Ya había aprendido que a Ryū, las cosas había que tomárselas... literal.
Responder
#13
Y así sucedió, tal y como Kaido dijo: Ryū guió, y el Umikiba siguió.

Caminaron por horas, en un terreno tortuoso, lleno de nieve, en el que sus botas se hundían hasta el fondo. Era un bosque virgen, salvaje. Salvaje, sí. No era como uno de esos bosquecillos del País de la Espiral con caminos claros y limpios, carteles para guiarse y pequeños asentamientos o aldeas junto a ríos o claros. Aquel lugar no estaba manchado por la mano del hombre. Crecía, se retorcía y contraía impulsado solamente por una cosa: la madre naturaleza.

Kaido lo estaba pasando especialmente mal por el frío. El haori no era la prenda que más abrigaba del mundo, y su resistencia no era tampoco peculiarmente alta.

¿Sabes lo que es la tos de las Llanuras? —preguntó Ryū a Kaido, al ver su vaho agitado por el frío—. En Mizu no Kuni llamamos así a algo que sucede en las Llanuras del Hielo. Hace tanto frío que respiras muy rápido. Los pulmones se te secan y agrietan. Respiras todavía más rápido. Se secan todavía más. Entonces toses, y estás tan congelado que se te rompen las costillas.

Quizá esto pareciese una exageración. Quizá sonase a fanfarronada. Pero quien le conocía bien sabía que no era el caso. Como ya se dijo muchas veces…

Ryū no era de jugar con las palabras.

Tranquiliza tu respiración, Kaido. Y ponte algo por encima de la nariz para coger aire más caliente. El sitio al que nos dirigimos hace mucho más frío que aquí.

Y le iba a necesitar en sus máximas condiciones.
[Imagen: S0pafJH.png]
Responder
#14
Una vez llegó a creer con fervor que el terreno más difícil que había tenido que cruzar había sido las dunas del País del Viento. No sólo una, sino hasta dos veces; donde casi pierde la vida en ambas. La primera, por allá en el 217, cuando un buen samaritano le salvó de morir deshidratado. En aquél entonces conoció a un muchacho llamado Riko, y lucharon con piratas del Desierto. La segunda vez, más reciente que la primera, fue en su retorno de la intrusión en la Prisión del Yermo. Misión fallida estrepitosamente, aunque en ese entonces aún no lo sabía. De todas formas, de no ser por el ave milagrosa —que luego supo era el águila que acompañaba a Zaide en lo más alto del acantilado, allá en Ryūgū-jō—. seguramente la hubiese palmado ante el inclemente calor del desierto, de su poderoso sol omnipresente, acabando finalmente hundido entre la arena para ser devorado hasta los huesos por un montón de malditos escarabajos.

Ahora, no obstante, bien que podía debatir esa creencia, pues ahora estaba dándole una probada al otro extremo de la balanza: los climas templados y más extremos de todo ōnindo. Nieve, muchísima nieve. Más densa y más profunda, aunque menos estable que la arena, que caliente y compacta, realmente permitía caminar sobre ella sin mayor inconveniente. El problema con las capas de nieve que cubrían el ancestral bosque que ahora les abrazaba, es que su maleabilidad te obligaba a tener que hundir los pies y gastar más energía en dar cada paso. A veces sentías que si bien avanzabas dos, retrocedías cuatro. Y aunque aquí no transpirabas en seco, sí que perdías líquido con el esfuerzo.

«Maldita sea. ¡Maldita sea!» —a veces, era frustrante. Frustrante que sea la madre naturaleza, hasta ahora, su mayor enemiga, después del hijo de puta de Katame—. «A este paso...»

Jadeaba. El vaho de su aliento le amenizaba la cara, pero se perdía en cuestión de milésimas de segundos en el frío que ahora le calaba bien en los huesos. Y claro que la posibilidad de que se fuese a quebrar las costillas en cientos de pequeñísimas astillas de hielo, tras haberse congelado tal y como pregonaba Ryū, no ayudaba en lo absoluto. Respira más lento, apacigua el ritmo de cada bocanada de aire. Era más fácil decirlo que hacerlo, claro. Una bocanada, luego otra. Uno, dos, tres. Una bocanada, más lenta que la anterior. Uno, dos, tres. Kaido sacó una bufanda de su bolso y la amarró alrededor de su rostro, cubriéndose la nariz y gran parte del cuello. Protegiendo las partes más sensibles y expuestas.

—Si.. si-sigamos.
Responder
#15
Y siguieron, claro que siguieron. Dejaron atrás el bosque, y en su lugar les recibió un océano blanco. En cierta parte, era tal y como Kaido había pensado antes: lo opuesto al País del Viento. Pues las dunas que tuvieron que atravesar, sin rastro alguno de verde o azul, estaban hechas de nieve y no de arena. De frío y humedad y no de sequedad. De algo tan blando que los pies se hundían hasta la rodilla y convertían cada paso en un derroche energético.

Ryū, pese a que estaba más habituado a los climas extremos, empezó a no llevar tan bien la fatiga. Antaño, hubiese abierto la boca y aspirado el aire de las mismísimas nubes, nutriendo sus músculos del oxígeno más puro. Ahora tenía que conformarse con boquear como una yegua tirada en el suelo tras quedar reventada por el galope.

En un momento dado, se excusó en tener que rellenar la cantimplora para tomar un descanso. Tomó puños de nieve y los introdujo, con calma, por el orificio. Luego se la anudó al cinto, observó el sol, la sombra que proyectaba en su cuerpo, y finalmente retomó la marcha. Dirección este. Siempre al este.

Pasada una hora, el terreno les dio un respiro. Un gran lago helado se abrió ante ellos, invitándoles a relajar los músculos de las piernas. Los Ryūtōs optaron entonces por hacer un segundo descanso, que aprovecharon para comer un poco y reponer energías. Luego, atravesaron el lago helado, con picos de montaña levantándose en el horizonte.

Allí se dirigieron. Dejaron atrás el lago y tomaron rumbo a las montañas nevadas, tan escarpadas y blancas como la dentadura de un lobo. Se perdieron entre sus colmillos, y avanzaron entre la tortuosa nieve hasta un diente menor, pequeño en comparación a sus hermanas, pero que Kaido creyó que…

No supo el qué, exactamente. Pero la visión de aquella montaña le transmitía cierta intranquilidad. No una producida por el miedo más lógico, como podía serlo adentrarse en la boca de un lobo. Sino más… inexplicable. Esa que uno podría tener al sentirse observado. Al sentir, sin ver, unos ojos en la nuca.

Ahí está —dijo Ryū, dirigiéndose a ella como si todo eso de lo paranormal no fuese consigo. O directamente no le importase—. Ahí está.

Tardaron al menos otros veinte minutos hasta encontrarlo. Una abertura en la montaña, difícil de dar con ella si no se conocía el camino previamente. Una abertura que conducía a una cueva glaciar, de dimensiones inimaginables. El sol de mediodía bañaba la entrada, tiñendo las paredes de hielo azul con fulgores crepusculares.

Habían llegado.

Y, por primera vez, Ryū respondió a la gran pregunta. Esa que Kaido le había formulado —y pensado— a lo largo de todo el viaje.

Estaban en…

El Palacio de Hielo —anunció, y la voz del Gran Dragón retumbó por toda la cueva como un mal presagio.

El presagio de lo inevitable.

El presagio de un nuevo comienzo.
[Imagen: MsR3sea.png]

Esta cuenta representa a la totalidad de los administradores de NinjaWorld.es

Responder



This forum uses Lukasz Tkacz MyBB addons.