27/11/2019, 22:06
En la Calle de las Truchas, le respondieron desde arriba. Pronto Akame se daría cuenta, sin embargo, de su error de cálculos. Como ya se mencionó, estaban de madrugada. Eran las cinco de la mañana, concretamente, y ni el cocinero de kebabs más trabajador del mundo tenía su puesto abierto a aquellas horas. Quizá en día de fiesta… Quizá, pero ese había sido el día anterior, y no aquel.
Iba a tener que esperarse sus tres horitas, por lo menos, antes de encontrarse con alguna taberna o puesto de comida rápida abierto. Eso, o robarle el bocadillo al hombretón que todavía custodiaba la entrada del bar de Money. O, ya que estaba, prepararse algo él mismo, que para algo eran dueños del establecimiento.
Mientras tanto, el galeno hizo su trabajo en la más absoluta soledad. Rodeado de silencio, de ausencias y de quietud. Así es como tenía que ser, pues así era como los milagros se obraban. Cuando nadie miraba. Cuando nadie estaba allí para verificarlo.
En la mano del paciente poco podía hacer, en realidad. El curandero de medio pelo del pueblo, tenía que reconocerlo, había obrado un trabajo medio digno. Solo tuvo que mejorar la inmovilización hecha —el gasto no llegaba ni a los veinte ryōs en materiales—. Cuatrocientos noventa y cinco ryōs limpios ganados, calculó, sonriendo.
Respecto al hombro, lo cierto era que no había mucho que tratar tampoco. Lo de asegurar el hombro era una falacia. Una falacia, porque algo de verdad tenía: un hombro dislocado tenía más posibilidades de volver a desencajarse. En ciertos casos, convenía una cirugía. Pero los ligamentos de aquel hombre eran relativamente fuertes. Casi parecían el de una persona joven y no el de un cuarentón. Lo inmovilizó con unas simples vendas, y le dejó un papelito con ejercicios de rehabilitación para que hiciese durante las siguientes semanas. Gastos: cinco ryōs. Beneficios: novecientos noventa y cinco. Su sonrisa se ensanchó todavía más.
Bueno, lo de la costilla ya era harina de otro costal. Ahí tenía que asegurarse de que no estaba rota. Tenía que…
No, no lo estaba. Una fisura. Eso quería decir que —y tuvo que aguantarse las carcajadas al pensarlo—, había realizado un gasto de nada más y nada menos que cero ryōs. ¡Cero! ¡Para un total de mil de beneficios! Se estaba ganando el mes. Vaya que sí. Quizá pudiese pegarse esa semanita de vacaciones con su querida, y a ver si así dejaba de darle tanto por saco.
—Siguiente tratamiento… —dijo, muy serio. Uno nunca sabía si había alguien observando desde las sombras. La imagen de profesional, primero y siempre.
Ah, la cara. Bueno, estaba un poco machacada. Pero no había huesos rotos más allá de la nariz, y el curandero ya había desinfectado las heridas. Optó por la Técnica de la Palma Mística, que nunca fallaba, para agilizar el proceso de curación. Gastos: cero. Beneficios: otros mil. En aquella ocasión tuvo que matar la carcajada en su garganta. La muy malnacida casi se había salido con la suya.
—Y ahora la nariz… —dijo, con gravedad. Esta vez de verdad. Sabía que ahí estaba la clave. El motivo por el que verdaderamente cobraba. La diferencia entre volver a recibir un pastizal de aquellos tíos, y posiblemente a amigos de tan mala vida como la de ellos, o tener que esperarse meses hasta el próximo paciente con un duro en el bolsillo.
Tragó saliva.
Dejó las pinzas en la mesa y suspiró.
—Rinoplastia terminada.
Gastos: ochocientos cincuenta ryōs. Beneficios: mil ciento cincuenta. Se quitó brevemente la máscara para quitarse el sudor de la cara y sonrió. Estaba recogiendo sus cosas cuando percibió movimiento a su espalda.
—He visto tu cara. —El galeno se estremeció de golpe—. He visto tus ojos. Ahora dame un espejo, y reza… Reza.
¿¡Quién demonios le había mandado quitarse la máscara!? ¡Esa era su norma más importante! Mantener su identidad a salvo, ¡a toda costa! Qué fallo más garrafal. ¡Qué descuido! ¿Debería…?
—El espejo, galeno.
—Por supuesto.
Maldita sea. Maldita sea…
—Hu… h.
—Qué… ¿Qué ocurre?
Aquel Uchiha le taladró con su único ojo sano.
—¡Ya que estabas, haberme dejado más guapo! —Y entonces rio, y a él le pareció la risa más aliviadora del puto universo.
Iba a tener que esperarse sus tres horitas, por lo menos, antes de encontrarse con alguna taberna o puesto de comida rápida abierto. Eso, o robarle el bocadillo al hombretón que todavía custodiaba la entrada del bar de Money. O, ya que estaba, prepararse algo él mismo, que para algo eran dueños del establecimiento.
Mientras tanto, el galeno hizo su trabajo en la más absoluta soledad. Rodeado de silencio, de ausencias y de quietud. Así es como tenía que ser, pues así era como los milagros se obraban. Cuando nadie miraba. Cuando nadie estaba allí para verificarlo.
En la mano del paciente poco podía hacer, en realidad. El curandero de medio pelo del pueblo, tenía que reconocerlo, había obrado un trabajo medio digno. Solo tuvo que mejorar la inmovilización hecha —el gasto no llegaba ni a los veinte ryōs en materiales—. Cuatrocientos noventa y cinco ryōs limpios ganados, calculó, sonriendo.
Respecto al hombro, lo cierto era que no había mucho que tratar tampoco. Lo de asegurar el hombro era una falacia. Una falacia, porque algo de verdad tenía: un hombro dislocado tenía más posibilidades de volver a desencajarse. En ciertos casos, convenía una cirugía. Pero los ligamentos de aquel hombre eran relativamente fuertes. Casi parecían el de una persona joven y no el de un cuarentón. Lo inmovilizó con unas simples vendas, y le dejó un papelito con ejercicios de rehabilitación para que hiciese durante las siguientes semanas. Gastos: cinco ryōs. Beneficios: novecientos noventa y cinco. Su sonrisa se ensanchó todavía más.
Bueno, lo de la costilla ya era harina de otro costal. Ahí tenía que asegurarse de que no estaba rota. Tenía que…
No, no lo estaba. Una fisura. Eso quería decir que —y tuvo que aguantarse las carcajadas al pensarlo—, había realizado un gasto de nada más y nada menos que cero ryōs. ¡Cero! ¡Para un total de mil de beneficios! Se estaba ganando el mes. Vaya que sí. Quizá pudiese pegarse esa semanita de vacaciones con su querida, y a ver si así dejaba de darle tanto por saco.
—Siguiente tratamiento… —dijo, muy serio. Uno nunca sabía si había alguien observando desde las sombras. La imagen de profesional, primero y siempre.
Ah, la cara. Bueno, estaba un poco machacada. Pero no había huesos rotos más allá de la nariz, y el curandero ya había desinfectado las heridas. Optó por la Técnica de la Palma Mística, que nunca fallaba, para agilizar el proceso de curación. Gastos: cero. Beneficios: otros mil. En aquella ocasión tuvo que matar la carcajada en su garganta. La muy malnacida casi se había salido con la suya.
—Y ahora la nariz… —dijo, con gravedad. Esta vez de verdad. Sabía que ahí estaba la clave. El motivo por el que verdaderamente cobraba. La diferencia entre volver a recibir un pastizal de aquellos tíos, y posiblemente a amigos de tan mala vida como la de ellos, o tener que esperarse meses hasta el próximo paciente con un duro en el bolsillo.
Tragó saliva.
Dos horas después…
Dejó las pinzas en la mesa y suspiró.
—Rinoplastia terminada.
Gastos: ochocientos cincuenta ryōs. Beneficios: mil ciento cincuenta. Se quitó brevemente la máscara para quitarse el sudor de la cara y sonrió. Estaba recogiendo sus cosas cuando percibió movimiento a su espalda.
—He visto tu cara. —El galeno se estremeció de golpe—. He visto tus ojos. Ahora dame un espejo, y reza… Reza.
¿¡Quién demonios le había mandado quitarse la máscara!? ¡Esa era su norma más importante! Mantener su identidad a salvo, ¡a toda costa! Qué fallo más garrafal. ¡Qué descuido! ¿Debería…?
—El espejo, galeno.
—Por supuesto.
Maldita sea. Maldita sea…
—Hu… h.
—Qué… ¿Qué ocurre?
Aquel Uchiha le taladró con su único ojo sano.
—¡Ya que estabas, haberme dejado más guapo! —Y entonces rio, y a él le pareció la risa más aliviadora del puto universo.
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado