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Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
#1
La estatua era tan grande como una casa, de piedra desgastada por el paso de los siglos, imponente y feroz. Cualquiera con dos ojos en la cara podría distinguir que había sido construida por un artesano de gran talento, porque a pesar de que Kumogakure había desaparecido hacía ya más de doscientos años, aquella efigie soportaba estoica el paso de los siglos, sin ver mermado ni un ápice su aspecto divino. Y es que Raijin, el Dios del Trueno, debía estar sin duda muy complacido con aquella representación a su imagen y semejanza. El dios aparecía sentado sobre un pilar de roca, con un brazo alzado hacia el cielo y el otro descansando en su regazo. Llevaba su característico tambor a la espalda, y sus ojos parecían fijos en un punto intermedio difícil de determinar. No recibía muchos visitantes, pero parecía que nunca apartaba la mirada de quien lograba llegar hasta él.

Llovía a mares, y cada tanto un furioso relámpago hendía el cielo ennegrecido. No era raro por aquellas tierras, que antaño habían sido la joya de la corona de una Aldea poderosa. Kumogakure se vanagloriaba de su orgullo marcial, pero ni eso pudo salvarles cuando llegó el día de su juicio. Raijin ahora se erigía allí, solitario, impretérrito ante la destrucción total de la Aldea Oculta de la Nube. Así seguiría, con total seguridad, hasta el fin de los tiempos.

Un grito rasgó el aire, elevándose por encima del repiqueteo de la lluvia contra las aguas del gigantesco valle inundado. Bajo la atenta mirada del Dios del Trueno, una figura solitaria resplandecía con un brillo azulado.

¡Raiton! ¡Chidori!

La mano de Anzu se iluminó de repente con un destello eléctrico, cubriéndose de chakra Raiton. El chillido de un millar de pájaros retumbó en las cavidades rocosas y los peñascos derruidos, haciéndose oír por todo el Valle de Unraikyo. Anzu levantó la cabeza, clavando sus furiosos ojos en la estatua que se erguía, enorme, frente a ella.

Con un impulso casi animal, arrancó a correr hacia Raijin y, con un salto, estampó su Chidori en el pecho del dios.
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Mangekyō utilizado por última vez: Flama, Verano de 220

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#2
Había logrado perderla de vista. Sabía que tarde o temprano iba a arrepentirme, pero necesitaba hacer algo distinto y aquella maldita araña chismosa había logrado atraer mi atención y llevarme a hacer aquello de lo cual como digo, me acabaría arrepintiendo.

— Vamos, vamos, ¿Quieres ver algo alucinante?

No hizo falta ni una palabra más para que lograse dejarlo todo atrás, dejar a Setsuna en aquel hotel de aquel pueblo de mala muerte sola y yo siguiese las peludas patas de Kumopansa en busca de aquello que tildaba de alucinante. No caminamos demasiado, tan solo algún que otro kilometro.

— Ahí lo tienes, ¿A que es brutal? — el animal se detuvo sobre sus palabras, había visto algo inesperado — ¡Hostias! Mira, tío, hay alguien ahí abajo y por sus pintas debe tener pocos colegas

De pronto su mano se ilumino de una manera cegadora, retumbando todo el valle, mirando la estatua de piedra que tenía delante de sus narices.

*Chidori, ¿Eh?*

Saltó sin previo aviso hasta la escultura de aquel Dios que apuntaba al cielo con una de sus manos clavando la técnica sobre su superficie rocosa.


— ¡Joder!

Retumbó todo el valle por momentos y de pronto la bandada de pájaros se fue junto con el golpe. Me froté los ojos para recuperar la visibilidad.

— Parece que no soy el único que se ha interesado por esa técnica... Debe tener buena fama

— ¡Jeh! A veces pareces tan inocente, Yotita... — el arácnido se posó sobre mi espalda, abrazando el cuello con sus patas — Vamos, bajemos, ¡Marchando una de ascensor humano... O bueno, humano-araña, no sabría qué decir... ¡Bah! Da igual, baja de una vez

Yo también tenía curiosidad por aquel tipo.

Así que simplemente bajé pegando los pies a la piedra con mi chakra para descender aquel barranco.


— ¡Eh, tú! — grité llamando la atención y observando más de cerca al tipo del chidori que llevaba sus brazos tatuados — ¿Solo sabes hacer eso?

— ¡Eh, eh eh! ¿No me vas a presentar? Estos modales...

Suspiré con pesadez mientras Kumopansa sobresalía por detrás de mi cabeza agitando una pata delantera, como si fuera un saludo, en realidad lo era.

— Em.. Si, bueno, esta es Kumopansa

Opté por hacerle caso finalmente una vez estuve lo bastante cerca del ninja de Takigakure.
[Imagen: K1lxG4r.png]

[Imagen: dlinHLO.png]

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#3
El chirrido ensordecedor de aquella técnica se acalló de repente. La ingente cantidad de chakra Raiton que rodeaba la mano de Anzu se disolvió en el aire como una pastilla esfervescente tan pronto ella golpeó el vientre de la estatua con su Chidori. La Yotsuki cayó, flexionando las rodillas al aterrizar sobre la plataforma de roca sobre la que se erguía la figura de Raijin.

Nada... Otra vez —masculló, tratando de recuperar el aliento.

Parecía evidente que llevaba mucho tiempo allí. O, al menos, que estaba cansada. La cortina de agua que caía sobre el Valle camuflaba el sudor que perlaba su frente y su pecho. Estaba exhausta, pero debía seguir practicando.

¡Eh, tú! ¿Sólo sabes hacer eso?

Una voz se alzó por encima del repiqueteo de la lluvia sobre las aguas del gigantesco lago, llegando hasta los oídos de la kunoichi. Anzu se volteó, sorprendida, al darse cuenta de que no estaba sola. «¿Quién demonios se tomaría la molestia de llegar hasta aquí?», se preguntó, obviando el hecho de que ella misma lo había hecho.

El extraño ya se había acercado, caminando sobre las aguas de Unraikyo. «Es un ninja. Claro, ¿qué tipo de persona si no vendría a un lugar como éste?» Cuando se acercó más pudo distinguir la figura de un chico moreno con el pelo de color rojo muy intenso. Ella se incorporó, encarando al recién llegado. Sus ojos grises se movieron rápidamente, escudriñando la indumentaria del muchacho en busca de una bandana... que no tardaron en hallar. «Así que de Uzushiogakure, ¿eh?» Después de todas las bromas que Datsue y ella acostumbraban a hacer sobre los uzureños, se le hacía raro estar en presencia de uno.

Más raro fue lo que sucedió a continuación. Una especie de... «¿Araña?» subió a la cabeza del shinobi, protestando con tono ofendido.

¿Kumopansa? —fue cuanto alcanzó a decir la Yotsuki, después de que aquel chico presentara a la araña—. Joder, ¿ese bicho está hablando? Debería tomarme un descanso, creo que he gastado demasiado chakra... ¡Estoy empezando a tener alucionaciones!
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Mangekyō utilizado por última vez: Flama, Verano de 220

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#4
La tipa del chidori no parecía dar demasiado crédito a lo que sus ojos estaban viendo. Ya era poco habitual que bajo aquel torrente de agua proveniente de los altos cielos se fuese a topar con un extraño como lo era yo en aquellos momentos, más raro era todavía que dicho extraño llevase una araña azabache "a lomos" y este su pusiera a parlotear con su habitual tono humorístico.

¿Kumopansa? —fue cuanto alcanzó a decir la Yotsuki, después de que aquel chico presentara a la araña—. Joder, ¿ese bicho está hablando? Debería tomarme un descanso, creo que he gastado demasiado chakra... ¡Estoy empezando a tener alucionaciones!

— ¡Eh, eh, eh! ¿Qué pasa, tronca? ¿Es que solo los humanos tenéis derecho a hablar?

— Vamos, vamos, no te cabrees, arañita — sonreí al ver como Kumopansa recibía de su propia medicina. Se podría decir que teníamos una particular relación amor odio — No es una araña cualquiera, ¿Sabes? Me llamo Yota y como ya debes haber notado no soy de por aquí. Es un placer

Extendí la mano amistosamente, la cual estaba envuelta en vendas de un blanco apagado a consecuencia del incesante agua de aquellos días.

— Esto... ¡Sí! No soy una araña cualquiera, soy la gran Kumopansa — extendió una de sus patas delanteras — Supongo que esto es lo más parecido a lo que llamáis una mano. Por cierto, deberías descansar. Esa técnica es agotadora, tronco.
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