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Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
#1
La lluvia bañaba los adoquines de una concurrida calle en una de las avenidas del Distrito Comercial de Amegakure. Allí los carteles eran de neón y los vendedores ambulantes iban protegidos tan pronto con kasa de bambú como con capas impermeables de materiales más modernos. Había entre todos los negocios un restaurante protegido de la intemperie con gruesos cristales de vidrio que apenas dejaban pasar el ruido de la lluvia. Las puertas eran eléctricas y automáticas, y funcionaban con un sencillo sello conectado a una batería. Aún así era un lugar de cocina tradicional, que se anunciaba con un cartel de madera cubierto por un tejadillo.

Dentro había un hilo musical tranquilo, que no ahogaba las voces de los comensales. Las paredes y el suelo eran de madera, y las mesas se disponían en los laterales, con sendos bancos opuestos de barras de bambú paralelas en el respaldo y un mullido cojín tapizado al asiento. Decoraban las paredes unas hojas de enredadera de un material sintético, y del techo, sobre cada par de bancos, pendía un farolillo de papel naranja. Los dos pasillos por los que circulaba el personal rodeaban en un rectángulo un estanque con carpas de muchos patrones distintos, con fuentes de piedra y cañas de bambú en el centro y en dos esquinas. Los cristales protegían del frío y del barullo del centro de la ciudad, pero a los amejin no les gustaba prescindir del sonido de la tormenta en su hogar, pues les hacía sentir, a menudo, intranquilos. Las fuentes mitigaban esa pequeña ausencia.

Distraído, un joven de cabello desaliñado y ojos blancos, vestido con un yukata cómodo de color negro y patrón de dragones, jugaba distraído haciendo girar sus palillos con los dedos de una mano. Habían dos cartas en la mesa, y ya había pedido la bebida para su acompañante: agua, como siempre.

Era un sitio especial, y era un momento especial, pero no tendría por qué sentirse tan extraño. No hacía mucho que Ayame había vuelto a hablar, y aunque habían intercambiado algunas palabras, no sentía que las cosas hubieran vuelto a ser como antes. Al mismo tiempo, sí, las cosas habían vuelto a ser como antes. Como antes del... bueno, del principio.

Daruu estaba nervioso. Era la primera vez que cenaban en ese sitio, pero no era la primera vez que cenaban, que se veían. Que se hablaban, que se tenían. El uno al otro.

Pero había algo especial, y estaba nervioso. Sí, se sentía extraño. El corazón le latía con fuerza, estaba sudando, y tenía miedo de mirarla a los ojos. Como si lo que iba a pasar no fuese cotidiano, sino un acontecimiento de los que uno vive una sola vez o dos en la vida.

Como un eclipse.
[Imagen: K02XwLh.png]

No hay marcas de sangre registradas.
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#2
Cualquiera que conociera mínimamente a Ayame sabría que era raro, muy raro, que ella llevara paraguas bajo la lluvia. Pero aquella era una ocasión especial, y, por una vez, no quería estropear su aspecto. Aún así, su naturaleza de sirena de la luna seguía estando dentro de ella y ahora corría, salpicando con sus botas sin pudor con los charcos que se interponían en su camino.

«¡Maldita sea, llego tarde!» Se lamentaba, entre ahogados resuellos.

Tras girar una esquina, entró a toda velocidad en la avenida del Distrito Comercial que debería llevarla a su destino. Ni siquiera se fijó en los pobres vendedores ambulantes que se quejaron ante la tormenta que pasó atropelladamente junto a ellos. Ayame solo frenó cuando se vio ante un restaurante en concreto. Entre resuellos, sus ojos buscaron el cartel del local para asegurarse de que era el que había estado buscando, y después de cerrar el paraguas que la había estado cubriendo hasta el momento pasó por las curiosas puertas automáticas que funcionaban con un sello conectado a una batería eléctrica. Para cualquier otra persona, especialmente si era shinobi, aquel debía de ser un mecanismo de lo más sencillo, pero para Ayame cualquier tema relacionado con los sellos y el Fūinjutsu era lo más parecido a magia. Y eso, en el mundo en el que se encontraban, era mucho decir. El murmullo de los comensales fundido con una suave melodía inundó sus oídos. Ayame echó a andar, sus pasos resonando contra la madera del suelo, mirando a su alrededor con curiosidad y al mismo tiempo buscando algo en concreto. Pasó junto a varias mesas y bancos hechos con bambú y sus ojos castaños se vieron iluminados por el resplandor de los farolillos de papel naranja. Sin embargo, lo que más le llamó la atención sin lugar a dudas fue un estanque con coloridas carpas, todas ellas con patrones únicos. Le habría gustado detenerse para admirarlas, pero lamentablemente iba con prisa.

«Ah, ahí está.» Una sonrisa curvó sus labios cuando sus ojos avistaron a un chico de cabellos oscuros y despeinados que jugueteaba a hacer girar sus palillos con gesto distraído.

¡Perdón, llego tarde! —Fue lo primero que le dijo, cuando llegó hasta su posición. Ayame se había vestido con un elegante kimono de mangas anchas y patrones de olas. Pese a que había intentado cuidarse al máximo, desgraciadamente no había podido evitar mojarse los bajos de este con su apresurada carrera hasta allí. Tomó asiento frente a Daruu.
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—Habitación de Ayame: Link

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#3
Daruu dio un respingo cuando Ayame entró a toda prisa. Se aclaró la garganta y dejó los palillos a un lado. Como casi siempre desde la muerte de Yui, antes de que Ayame recuperase el habla, pensó más de dos veces con qué frase debería empezar a hablarle. Como por acto reflejo.

Hola, Ayame. ¿Cómo... cómo estás? —Sin embargo, no podía evitar sonreírle de verdad, como hace tiempo no hacía, porque el brillo en los ojos de Ayame era distinto. La verdad, estaba más guapa que nunca. Y el kimono no tenía nada que ver—. Muy bonito, casi te tengo envidia y me lo quiero poner yo —dijo, estirando un poco de una de las mangas.
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#4
Hola, Ayame. ¿Cómo... cómo estás? —la saludó Daruu, visiblemente sobresaltado. Aún así, sonreía. Sonreía con aquel brillo en los ojos que hacía tanto tiempo que no veía—. Muy bonito, casi te tengo envidia y me lo quiero poner yo.

Ayame se rio, ligeramente divertida.

Gracias. Podríamos probar. ¿Quién sabe? A lo mejor te sienta mejor que a mí.

Tomó la carta, paseando los ojos por las múltiples opciones que ofrecía el lugar.

¿Ya has pedido?
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—Habitación de Ayame: Link

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#5
No. Te estaba esperando. Mira, ya vienen.

Un hombre con aspecto adusto les tomó nota. Daruu pidió unas brochetas de carne con verduras y algo para beber. Aquél sitio parecía de alto standing. Aún así, se conformó con su habitual Amecola.

»Hacía mucho tiempo que no veníamos a un sitio así. Se siente... extraño. —Tomó una mano de Ayame con las suyas—. Pero también es un alivio. Lo echaba de menos. Te... te echaba de menos.
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